Ayuda

Francisco Barrera y Domingo

Biografía

Barrera y Domingo, Francisco. Arroyofrío (Teruel), c. 1763 – La Habana (Cuba), 25.IV.1803. Cirujano y naturalista.

Tradicionalmente, se admite vagamente que “su entrenamiento como cirujano tuvo lugar en el hospital de Zaragosa, famoso por lo revolucionario de su Asilo de Dementes. Como empleado de la Marina de guerra española estuvo destacado en Puerto Rico, Santo Domingo y Nueva Granada antes de su llegada a la Habana, en 1780. Liberado de sus responsabilidades militares, encontrá empleo como cirujano de esclavos en las grandes plantaciones de azúcar del occidente cubano”.

La mayor parte de los datos biográficos de Barrera procede de su única obra conocida y localizada en el momento actual: Reflexiones histórico-físico-naturales-médico- quirúrgicas (1797-1798). Sus padres fueron José Barrera y María Domingo, naturales de Arroyofrío, pequeña aldea turolense de la sierra de Albarracín, cercana a Jabaloyas, que en el siglo XIX, según Madoz, ya era considerada solamente barrio.

Adquirió su formación profesional en el Hospital de Nuestra Señora de Gracia de Zaragoza, en el que permaneció durante seis años. No se sabe dónde pudo conseguir el grado de licenciado en Medicina.

Por algunas breves referencias dedicadas a distintas localidades valencianas, Barrera parece que residió algún tiempo junto al Mediterráneo, antes de cruzar definitivamente el Atlántico. Efectuó el viaje como cirujano naval y llegó a las Américas alrededor de 1777, ya que en 1797 reconoció una permanencia de veinte años entre los habitantes antillanos de origen africano.

Residió o realizó excursiones por distintos puntos de la actual Venezuela y de las islas de Puerto Rico y Santo Domingo para afincarse después, hasta su fallecimiento, en la isla de Cuba. En estos viajes tuvo ocasión de observar en sus poblaciones los aspectos antropológicos y médicos que le interesaban. Trabajó como cirujano en ingenios pertenecientes a distintos propietarios, pero también trató profesionalmente a pacientes de origen no africano y de diversa procedencia étnica y social.

En 1797 Barrera coincidió con el aragonés Martín de Sessé, médico y director de la Real Expedición Botánica a Nueva España. También estuvo relacionado con la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana, establecida en 1793. En el acta de defunción de Barrera, redactada en la iglesia de El Espíritu Santo de La Habana, se indica que falleció el 25 de abril de 1803, que estaba soltero, sin hijos, y que contaba con cuarenta años, edad calculada posiblemente por aproximación.

Barrera realizó las observaciones de sus Reflexiones durante casi dos décadas de ejercicio profesional, aunque empleó poco menos de un año y medio en la redacción del texto, concretamente desde el 9 de febrero de 1797 hasta el 23 de julio de 1798, fecha en la que concluyó ésta su única obra conocida, fechada en La Habana, la cual permaneció ignorada y perdida durante más de un siglo, hasta que Manuel Pérez Beato, médico y bibliógrafo cubano, encontró en 1910 el voluminoso manuscrito del siglo XVIII entre un montón de papeles y periódicos viejos comprados a un chamarilero. Fue publicada tardíamente en 1953, con escasa tirada y deficiente difusión, lo que no ha favorecido la justa valoración de su mérito. Barrera redactó su obra en Cuba, pero la dedicó a las tres islas mayores y únicamente en los últimos capítulos, en los que apunta detalles geográficos, individualiza las descripciones para cada una de ellas refiriéndose luego a “estas Antillas”.

El carácter de Barrera era de una humildad franciscana, manifestada a través de algunas referencias intercaladas a lo largo de las Reflexiones, calificadas de “discurso aldeano”, y donde se define a sí mismo como “un pobre serrano y aldeano de la Serranía de Albarracín”.

Sin embargo e independientemente de estas afirmaciones, la cultura de Barrera es la de un hombre ilustrado, pues las Reflexiones contienen referencias correspondientes a más de cien autores, médicos y cirujanos en la mayor parte. Se muestra como hombre profundamente religioso, pero muy crítico con las características sociales de su entorno humano.

Sus ataques a la Revolución francesa se dirigen fundamentalmente hacia el ateísmo de los protagonistas.

Barrera muestra, junto a amplios conocimientos médicos y psicológicos, comprensión y amor fraterno hacía sus semejantes. Su ánimo no fue otro, según afirma en el texto, que dar a entender a los médicos y cirujanos las enfermedades que padecían los negros e indios, pero también hay datos relativos a factores ambientales y sociales (alimentación, educación, idiosincrasia), naturalistas, antropológicos, etc., que convierten esta obra en fuente polivalente de notable utilidad para conocer diferentes aspectos de la naturaleza y sociedad antillanas de la época.

Así hablando de la “enfermedad nostálgica de los negros” da un diagnóstico sicológico bastante acertado: “Atacado un negro de semejante enfermedad nostálgica por causa de algún ultrage hecho por algún blanco rubio, y también por algún criollo negro, así en obras como en palabras, que el negro, por este motivo se entristece y pone melancólico, no hay otro remedio, si no quieren que infaliblemente muera, sino pronto acariciarlo y darle alguna satisfacción amorosa, con la cual el negro ultrajado venga en conocimiento, que al injuriante le pesa haberlo asi tratado. He aquí curado luego el negro, y cierto un vaticinio, para la enfermedad”.

Las Reflexiones de Barrera se han definido como la más voluminosa bibliografía cubana de la Ilustración y una de las más interesantes escritas en la isla durante el siglo XVIII. También han sido consideradas uno de los primeros estudios dedicados a las enfermedades de los esclavos realizados en el mundo. Realmente es muy difícil encontrar en la producción médica del Siglo de las Luces, manuscrita o impresa, americana o europea, trabajos monográficos de similares temáticas y extensión. El mismo autor era consciente de la novedad de algunas de sus observaciones y reflexiones, no publicadas anteriormente en ninguno de los numerosos libros de medicina, cirugía o biología que consultó.

En conclusión, las Reflexiones ofrecen un destacado interés histórico, sociológico (críticas hacia el ejercicio profesional de médicos, cirujanos y curanderos), antropológico (vivienda, alimentación, costumbres) y naturalista (fauna y flora, según sus lecturas de Linneo).

Martínez Tejero llega a firmar que “en la historia del conocimiento del medio biológico americano, en sentido integral, las Reflexiones constituyen una de las aportaciones más valiosas realizadas por un natural de las Españas, no sólo durante el Siglo de las Luces, sino desde 1492 hasta hoy [2000]”. El licenciado Francisco Barrera debe figurar, en cualquier caso, entre los autores españoles que contribuyeron notablemente al conocimiento del medio y físico social de América y, por otra parte, ha entrado a ocupar ya un lugar destacado en la historia de la medicina hispanoamericana.

 

Obras de ~: Reflexiones histórico-físico-naturales-médico-quirúrgicas. Prácticos y especulativos entretenimientos acerca de la vida, usos y costumbres, alimentos, vestidos, color y enfermedades a que propenden los negros de África, venidos a las Américas. Breve análisis de los reinos mineral, vegetal y animal. Finalmente se detallan en un discurso comprendioso los conocimientos más útiles de la Naturaleza. Reuniendo en él los característicos sentimientos de la caridad española para la conversión de negros e indios, y el horror que estos tienen o conciben de otras naciones europeas con particularidad a la anglicana y República Francesa, de cuyas dos naciones han aprendido estos infelices el esplin, es decir, la última maldad de acabar con su vida por su mesmas manos, 1797-1798 (ms.), La Habana, Ediciones C. R., 1953.

 

Bibl.: M. Pérez Beato, “Una joya bibliográfica”, en El Curioso americano, IV, 5-6 (1910), págs. 136-140; A. Fornet, El libro en Cuba, La Habana, Editorial Letras Cubanas, 1994, pág. 27; V. Martínez Tejero, “Un ilustrado aragonés en Cuba: Francisco Barrera, cirujano y naturalista”, en El conde de Aranda y su tiempo, vol. I, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 2000, págs. 373-389.

 

Antonio Astorgano Abajo