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Francisco Gil de Taboada y Lemus

Biografía

Gil de Taboada y Lemus, Francisco. Santa María de Sotolongo (Pontevedra), 24.IX.1733 – Madrid, 1810. Virrey del Nuevo Reino de Granada, virrey del Perú.

Hijo de Felipe Gil de Taboada y Villamarín y de María Josefa de Lemus y Roiz.

En 1752 presentó sus pruebas de nobleza para ingresar a la Orden de San Juan de Jerusalén, Rodas y Malta, en la que fue caballero profeso, y más tarde, comendador de Puente de Órbigo, Gran Cruz y bailío. En ese mismo año se incorporó a la Real Armada y fue designado como guardia marina en Cádiz. Dentro de la Marina española, llegó a ascender los más altos grados y a convertirse en teniente general de la Real Armada y en consejero del Supremo Consejo de Guerra.

El 5 de abril de 1788 fue elegido como virrey del Nuevo Reino de Granada. Habiendo pasado casi un año de su designación, partió de Cádiz el 15 de marzo de 1789. Luego de arribar a Santa Fe de Bogotá, permaneció allí tan sólo cuatro meses, pues durante su travesía la Corona lo designó virrey del Perú. Por ello, sólo estuvo en aquella ciudad hasta el 31 de julio de 1789, fecha en la que entregó el mando a su sucesor, el maestre de campo José de Ezpeleta.

Luego de cruzar el istmo de Panamá, desembarcó en Paita el 8 de febrero de 1790, y siguió su camino a la capital peruana por tierra. Arribó a Lima el 25 de marzo de ese año, aunque la ceremonia oficial de ingreso se llevo a cabo casi dos meses después.

Conformó su despacho con su secretario de cámara el coronel Vicente Oré Davila, quien fue relevado más tarde por Dionisio Franco, también coronel de milicias, y luego por Fernando María Garrido. Recurrió también a otros hombres de confianza para designarles tareas específicas, como fue el caso del médico y catedrático Hipólito Unanue, y el funcionario de Hacienda José Ignacio de Lecuanda.

Una de sus primeras obras como gobernante fue el levantamiento de un censo general del virreinato peruano entre 1790 y 1792. Las indagaciones demográficas arrojaron un total de 1.076.122 habitantes, de los cuales 136.031 pertenecían a la República de españoles y 608.912 a la de indígenas. Los mestizos sumaron 244.437 personas, los negros y mulatos libres llegaron a alcanzar las 41.398 almas, y los esclavos un promedio de 40.000. En ese mismo escrutinio la población de la ciudad de Lima reunió 52.627 y la de sus alrededores 62.910.

En lo tocante a la economía, remitió a España 6.645.294 pesos, de los cuales 2.061.155 fueron destinados exclusivamente para la Corona. En el ámbito del intercambio comercial, se apreció un notable crecimiento. El comercio exterior con España alcanzó los 31.989.500 pesos en exportaciones, y 29.091.220 en importaciones. Las exportaciones con Buenos Aires llegaron a 1.300.475 pesos, y a 389.260 las importaciones.

En el campo de la minería, llegó a tierras peruanas, el 7 de diciembre de 1790, la misión del barón Timoteo de Nordenflicht, natural de Letonia. La finalidad de su presencia era la de mejorar los métodos de extracción de minerales, pues para ese tiempo el método de explotación de las minas resultaba obsoleto. La comisión de Nordenflicht estaba integrada por un grupo de mineralogistas, que incluía 15 técnicos alemanes, entre los que figuraban: Juan Antonio Hahn, Federico Mothes, Jorge Guillermo Ilzig y Antonio Zacarías Helms. Los miembros de su equipo emprendieron estudios en Huancavelica, Pasco, Tarma y Hualgayoc. A fines de 1791, el letón presentó un detallado informe sobre la realidad minera virreinal, que serviría para la redacción de una posterior ordenanza de minería. Para que el mineralogista permaneciera el mayor tiempo posible en el Perú, el virrey le extendió un sueldo 4.000 pesos anuales y dispuso de la creación de un laboratorio químicometalúrgico en la vecindad del Paseo de Aguas, cuya erección llegó a costar 36.846 pesos.

Durante su mandato, irrumpieron varias publicaciones periódicas, cuyo denominador común fue la cultura de la Ilustración francesa. La primera en aparecer fue el Diario de Lima, fundado el 1 de octubre de 1790 por Jaime Bausate y Mesa, quien había ejercido el periodismo en Madrid. El impreso era vendido diariamente y ofrecía noticias, notas curiosas e históricas, disertaciones científicas, traducciones de versos clásicos y algunas descripciones de las regiones del Perú.

También en su administración, la Sociedad Académica Amantes de Lima (o del País) publicó el bisemanario titulado Mercurio Peruano, cuyo primer número salió a la luz en la capital peruana el 1 de enero de 1791, y el último el 28 de agosto de 1794 con la edición de 381 números. Esta publicación periódica, destinada a un público cultivado, abordaba —además de noticias— literatura, historia, ciencias, y algunos temas curiosos, a luz de un sentimiento protonacionalista. Tuvo por director a Jacinto Calero y Moreyra, y por impresor al poeta Bernardino Ruiz, y reunió a un conjunto de eruditos, los que por prudencia, firmaron sus artículos con seudónimos grecorromanos. Entre los principales colaboradores figuraron José Baquíjano y Carrillo, marqués de Vista Florida, Hipólito Unanue, Gabriel Moreno, Ambrosio Cerdán, José Coquette y Fajardo, José de Arriz y Uceda, Cayetano Belón, José Francisco Arrese, Vicente Morales Duárez, Mariano Millán, José Rossi y Rubí, José María Egaña, el mercedario Jerónimo Calatayud, los camilos Francisco González Laguna y Francisco Romero Mateos, el oratoriano Tomás Méndez Lachica, el jeronimita Diego Cisneros, el presbítero Toribio Rodríguez de Mendoza y Collantes y el obispo de Quito José Pérez Calama.

Otro impreso que circuló durante su gobierno fue el Semanario crítico del franciscano Antonio Olavarrieta. Inició sus ediciones en junio de 1791 y, aunque fue de corta duración por su poca acogida, pretendió polemizar con el Mercurio Peruano. A la luz de la Ilustración, empleaba el criterio del buen gusto con la intención de mejorar la educación de los niños y las costumbres de los habitantes del virreinato. Salía a la venta todos los domingos y cubría varios temas: teatro, poesía, música, tertulias, paseos, bailes y diversiones públicas.

El 4 de septiembre de 1793 hizo su aparición la Gaceta de Lima, de finalidad exclusivamente noticiera. La vida de este órgano de difusión se prolongó hasta 1804 por obra del impresor flamenco Guillermo del Río.

En su época, llegó al Perú la expedición del lombardo Alejandro Malaspina. La empresa científica comprendía la exploración hidrográfica de la costa peruana, el cálculo y rectificación de las longitudes, la investigación de la flora, fauna y suelos, la comprobación del nivel de los océanos, así como las potencialidades económicas de Sudamérica y el descubrimiento de mejores rutas para el comercio con España. La misión había partido de Cádiz en julio de 1789 en dos corbetas: la Descubierta, que estuvo a su mando, y la Atrevida, conducida por el cántabro José de Bustamante y Guerra, las que anclaron en el Callao el 20 de mayo de 1790. El equipo de Malaspina incluyó a varios especialistas: al francés Luis Neé y al húngaroalemán Tadeo Haenke, ambos botánicos; a los pintores naturalistas José Guío, José del Pozo y Fernando Brambilla, y al mallorquín Felipe Bauzá y Cañas, astrónomo y cartógrafo. Después de descansar en el pueblo de La Magdalena y de visitar al virrey en el Palacio de Gobierno, los expedicionarios iniciaron sus tareas. Neé marchó a Canta en busca de plantas novedosas y Haenke se dirigió a Tarma y Huánuco con el mismo propósito. Bauzá permaneció en Lima recopilando información sobre las instituciones y la sociedad virreinales, la que publicó posteriormente en su Descripción del Perú. El 2 de septiembre de 1790 Malaspina y Bustamante zarparon del Callao rumbo norte, y recorrieron Guayaquil, Panamá y Acapulco, para luego avanzar hasta la bahía de Bering. Los marinos retornaron a las costas de la Nueva España para dirigirse a las islas Marianas y el archipiélago filipino. Finalmente, el 31 de julio de 1793, volvieron al Callao y el 16 de octubre de ese año partieron de regreso a la metrópoli.

Otra expedición efectuada por estos años fue la de Juan de Besares, quien en 1790 se propuso hallar una ruta que uniese los ríos Huallaga y Marañón y la Pampa del Sacramento. Besares, antiguo comerciante de Lima, partió de Huamalíes (en el actual departamento de Huánuco), marchó por las orillas del río Monzón y llegó a la localidad de Chicoplaya (en las cercanías de Tingo María), lo que le valió el nombramiento como justicia mayor de Chavín de Pariarca. Esta designación motivó el recelo de los franciscanos, que consideraron la presencia del explorador como una intromisión, pues los seráficos habían recorrido con denuedo ese mismo espacio. No tardaron en presentar querella los frailes Juan de Sobreviela y Narciso Girbal y Barceló. El primero, gran conocedor de la Amazonía central, fue el primero en trazar el mapa de las misiones dependientes del colegio de Ocopa. El segundo había navegado entre 1790 y 1794 los ríos Huallaga, Marañón, Ucayali, Sarayacu y Manoa y, buscando el Yavarí, remontó el Ucayali e ingresó al Pachitea.

La administración de Gil de Taboada emprendió una serie de obras en la capital del virreinato. Ordenó el uso de carretas para el recojo de basura, y dispuso que salieran los reos de la cárcel pública para que limpiasen las acequias y alcantarillas de la ciudad. Promulgó el Bando de las Campanas, que reglamentaba su forma de doblar en sepelios y lutos. Igualmente, mostró preocupación por los edificios públicos, pues reedificó las torres de la catedral en 1793, y se ocupó de la refacción del local de las Cajas Reales y del paseo militar que trazara su antecesor, Manuel de Amat. En 1795, mejoró el recinto de la Real Aduana, reparó la Secretaría de Cámara del virreinato, levantó nuevos “cajones de ribera” en el frontis del Palacio de Gobierno, decidió la construcción del tajamar de Piedra Lisa y el reforzamiento de los puentes de Santa Clara y Santa Catalina. Finalmente, luego de la explosión del polvorín de Martinete, el 31 de enero de 1792, mandó traer desde España dos bombas para apagar incendios, las que no se pudieron emplear por no existir especialistas en el manejo de esos equipos.

En cuanto al orden interno, organizó un cuerpo de policía secreta para indagar sobre posibles simpatizantes y propagandistas de la Revolución Francesa, como consecuencia de la aparición de pasquines que ensalzaban la libertad y condenaban la “tiranía española”. El 11 de junio de 1794 mandó investigar a los franceses residentes en Lima, el Cuzco y Huamanga por sospechar de su adhesión a la causa revolucionaria.

En el aspecto naval, creó en 1791 la Capitanía del Puerto del Callao. Ya avanzado su período, fundó en 1794, por disposición de una Real Orden del 1 de noviembre de 1791, una Academia Náutica, la que tuvo por primer director al capitán de navío Agustín de Mendoza y Arguedas.

Como otros virreyes precedentes, su mando no estuvo exento de nepotismo, pues incorporó a sus sobrinos carnales, Vicente y Francisco Gil de Taboada, a cargos públicos. El primero tomó posesión, en 1791, de la intendencia de Trujillo, y continuó ejerciendo otras magistraturas hasta el año de la Independencia Nacional. El segundo fue nombrado capitán de la Guardia de Alabarderos, y se mantuvo en este puesto hasta 1801, lo que le permitió seguir una exitosa carrera militar en el Perú.

Luego de seis años, dos meses y diez días como virrey, y de haber encomendado a Hipólito Unanue la redacción de su memoria de gobierno, entregó el mando a su sucesor, Ambrosio O’Higgins, marqués de Osorno, que había ejercido como capitán general de Chile. La transmisión se realizó el 6 de junio de 1796. Meses después, el 23 de diciembre de ese mismo año, se embarcó en la fragata Astrea rumbo a la Península Ibérica.

A partir de 1803 figuró como director general de la Real Armada, y cinco años después como ministro de ese ramo. Al producirse la invasión napoleónica, conformó, en calidad de primer vocal, la Junta General de Gobierno, encabezada por el infante don Antonio de Borbón, pero al marchar éste a Francia, se vio obligado a presidirla. Después del encumbramiento de José Bonaparte, fue relevado de su mando y murió en las afueras de Madrid, sin tenerse noticia del lugar y fechas exactas.

 

Bibl.: D. de Vivero y J. A. de Lavalle, Galería de retratos de los gobernadores y virreyes del Perú (1532.1824), Barcelona, Maucci, 1909; M. de Mendiburu, Diccionario históricobiográfico del Perú, adiciones y notas de E. San Cristóval, t. VI, Lima, Enrique Palacios, 1933 (2.ª ed.), págs. 8-47; J. S. Crespo (OdeM), “Casas gallegas en el Perú”, en Revista del Instituto Peruano de Investigaciones Genealógicas, 6 (1952- 1953), págs. 123-158; C. Deustua Pimentel, “El informe secreto del virrey Gil de Taboada sobre la Audiencia de Lima”, en Histórica, 21 (1954), págs. 274-287; “La expedición mineralógica del barón de Nordenflicht al Perú”, en Mercurio peruano, 366-367 (1957), págs. 510-519; “José Ignacio de Lecuanda y la memoria del virrey Gil de Taboada y Lemos”, en Mercurio peruano, 436 (1963), págs. 274-288; R. Vargas Ugarte (SJ), Historia general del Perú. Postrimerías del poder español (1776-1815), t. V, Lima, Carlos Milla Batres, 1966, págs. 99-130; C. Deustua Pimentel, “La minería peruana en el siglo XVIII (aspectos de su estudio entre 1790-1796)”, en Humanidades, 3 (1967), págs. 29-47; J. A. del Busto Duthurburu, “Los virreyes: vida y obra”, en Historia general del Perú. El virreinato, t. V, Lima, Brasa, 1994, págs. 222-226; M. Zanutelli Rosas, “Gobernantes del siglo XVIII”, en Compendio histórico del Perú. Virreinato (siglo XVIII), t. IV, Lima, Carlos Milla Batres, 1998, págs. 217-244.

 

Rafael Sánchez-Concha Barrios

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