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José de Ezpeleta y Galdeano

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Biografía

Ezpeleta y Galdeano, José de. Conde de Ezpeleta de Beire (I). Barcelona, 24.I.1742 ant. – Pamplona (Navarra), 23.XI.1823. Militar, capitán general, virrey de Nueva Granada, de Cataluña y de Navarra.

José de Ezpeleta y Galdeano Dicastillo y Prado fue un miembro destacado de esa generación de navarros de origen hidalgo que contribuyeron a poner en práctica, desde sus puestos en la Administración y en el Ejército, los dictados políticos del absolutismo ilustrado tanto en España como en América. Su carrera, como la de otros muchos gobernantes de su generación, tuvo dos ejes fundamentales: el nuevo ejército profesional, creado por la dinastía borbónica, y la América española, precisamente en la época en que se produjo un verdadero auge del poder español en el Nuevo Mundo. Y también, como la mayoría de sus coetáneos, contempló el derrumbe del imperio, en su caso de un modo más cercano y doloroso, al sufrir personalmente las consecuencias de la invasión de la Península por las tropas de Napoleón.

Nacido en Barcelona, fue bautizado en la Seo el 24 de enero de 1742. Era el segundo hijo de Joaquín de Ezpeleta y Dicastillo, entonces capitán del regimiento de Infantería de Castilla, natural de Pamplona, y de María Ignacia Galdeano y Prado, natural de Olite (Navarra). Por ambas líneas pertenecía a la más antigua nobleza navarra; su casa, la de Ezpeleta de Beire, poseía los señoríos de Beire, San Martín de Unx, Rada, Goñi, Amatriain de Aoiz y Dicastillo de Viana; gozaba de asiento en las Cortes Generales del reino por el brazo de la nobleza. José heredó la jefatura de la casa al morir su hermano Joaquín, el primogénito, en 1790, sin dejar sucesión, y con ella pasó a ser alcaide perpetuo por juro de heredad del Real Palacio de Olite y merino mayor de su Merindad.

Como su padre y la mayoría de sus antepasados, José siguió la carrera de las armas. A los catorce años ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería de la Corona; a los dieciséis ascendió a subteniente; permaneció cuatro años de guarnición en Ceuta.

Intervino en la guerra con Portugal (de septiembre de 1762 a febrero de 1763) con su regimiento. Pocos meses después fue nombrado ayudante mayor del Regimiento de Navarra y enviado a Cuba en la expedición del conde de Ricla y Alejandro O’Reilly, nuevo gobernador y subinspector de las tropas respectivamente, que debían recibir la plaza de La Habana de los ingleses tras su conquista por éstos el año anterior en el curso de la Guerra de los Siete Años. En Cuba, concretamente en la región central de la isla, y luego en Puerto Rico participó activamente en la implantación de los nuevos cuerpos de milicias disciplinadas, fuerzas de reserva de Infantería y Caballería formadas por los naturales de los territorios a los que se dotó de un reglamento, entrenamiento y organización militar.

En septiembre de 1765 regresó a España con el grado de capitán. En 1771, ascendido ya a sargento mayor, pasó un año de guarnición en Orán. En enero de 1774 se fundó la academia militar de Ávila bajo la dirección de O’Reilly, y el Regimiento de Navarra, del que Ezpeleta era el segundo en el mando, fue enviado a esa ciudad para que sirviera de modelo a los alumnos de la Academia. En este destino coincidieron, bajo el mando de O’Reilly, un grupo de jóvenes oficiales que fueron luego protagonistas principales en la guerra contra Inglaterra de 1779 a 1783: Bernardo de Gálvez, Esteban Miró, Francisco de Saavedra, Pedro de Mendinueta, el cubano Gonzalo O’Farrill y otros.

En julio de 1775, Ezpeleta tuvo una destacada participación en el desastroso desembarco en Argel, que le costó el puesto a O’Reilly, pero que a él le valió el ascenso a coronel, cuando sólo contaba treinta y cuatro años. Entre febrero de 1776 y febrero de 1778 permaneció en Pamplona como coronel jefe de su regimiento.

El resto del año 1778 lo pasó en El Ferrol, a la espera, junto con su regimiento, del embarque para La Habana, adonde llegó en febrero de 1779 formando parte del Ejército de Operación que, comandado por Bernardo de Gálvez, fue enviado a la capital cubana con motivo de la declaración de guerra a Inglaterra en el curso del conflicto de independencia de las Trece Colonias. Ezpeleta y su Regimiento de Navarra tuvieron una brillante intervención en la campaña de Florida occidental, que reconquistó a los ingleses las plazas de Mobila y Panzacola. Bernardo de Gálvez le nombró mayor general del Ejército de Operación y le dejó allí, como gobernador de La Mobila, donde permaneció desde enero de 1780 hasta febrero de 1781.

Ascendido a brigadier, se trasladó con Gálvez al Guarico francés, desde febrero de 1781 hasta finales de abril de 1783, mientras se preparaba la expedición francoespañola contra Jamaica, que resultó frustrada.

Durante esa estancia en el Guarico, Ezpeleta apadrinó al hijo primogénito de Bernardo de Gálvez, Miguel José de Gálvez y Saint Maxent, una muestra de la confianza y amistad que le unía al jefe expedicionario.

En ese intervalo contrajo matrimonio en La Habana con María de la Paz Enrile y Alcedo, hija de Jerónimo Enrile, luego primer marqués de Casa Enrile, un gaditano de ascendencia genovesa que había sido accionista principal de la Compañía Gaditana de Negros y mantenía estrechas relaciones con la elite de hacendados y comerciantes habaneros. El matrimonio tuvo diez hijos, cuatro varones y seis hembras; los primeros siguieron todos la carrera militar y alcanzaron el grado de teniente general; uno de ellos, Joaquín, fue también capitán general de Cuba entre 1838 y 1841 y luego ministro de Guerra. La hija mayor, María de la Concepción, casó con Jerónimo Girón y Las Casas, primogénito de Jerónimo Girón y Moctezuma, marqués de las Amarillas, y de Isabel de Las Casas y Aragorri, hermana de Luis de Las Casas que fue sucesor de Ezpeleta en la Capitanía General de Cuba y luego secretario de Guerra con Carlos IV; Jerónimo Girón y María de Ezpeleta fueron los padres del duque de Ahumada, fundador de la Guardia Civil.

Su matrimonio con María de la Paz Enrile fue motivo de que se viera envuelto en el proceso de contrabando levantado por el intendente de La Habana, Juan Ignacio de Urriza, contra el gobernador Juan Manuel de Cagigal y su edecán Francisco de Miranda, en el que estaban presuntamente implicados otros hacendados y comerciantes habaneros; al parecer, su implicación en el proceso fue consecuencia de una acusación calumniosa, lo que le llevó a reaccionar enérgicamente ante el mismo Consejo de Indias, que afirmó su inocencia.

Cuando Bernardo de Gálvez regresó temporalmente a la Península al finalizar la guerra, en junio de 1783, dejó a Ezpeleta como su sustituto en el gobierno y Capitanía General de la Luisiana y Florida occidental durante su ausencia, anteponiéndole a otros jefes más antiguos que él. En septiembre de ese mismo año fue nombrado inspector general de las tropas de Nueva España, aunque permaneció en La Habana en su calidad de capitán general sustituto de Luisiana y Florida, y su actividad principal consistió en la repatriación de las tropas del Ejército de Operación a España o su envío a otros destinos de América.

Ezpeleta residió, por tanto, en La Habana desde 1783, al menos. Allí coincidió de nuevo con Bernardo —convertido ya en conde de Gálvez—, cuando éste llegó en febrero de 1785 a tomar posesión de la Capitanía General de Cuba. Al ser ascendido Gálvez al virreinato de Nueva España, en mayo de ese mismo año, Ezpeleta marchó con él a Veracruz, cumpliendo con su misión de inspector de las tropas del virreinato desde junio a diciembre de ese año, al tiempo que coordinaba la repatriación de las tropas del Ejército de Operación desde La Habana a España, como un encargo especial del propio Gálvez.

A finales de 1785, Ezpeleta regresó a La Habana, ya como gobernador y capitán general de Cuba, gobierno que ejerció hasta finales de abril de 1789. Durante los tres años y medio que ejerció el cargo, se preocupó especialmente de garantizar la defensa de la isla, impulsando las construcciones defensivas y poniendo todos los medios a su alcance para que la guarnición veterana tuviera la fuerza prevista. Su segunda preocupación fue el gobierno interior; dictó una Instrucción para capitanes y tenientes de partido, una ordenanza de gobierno local que estuvo vigente en la isla hasta 1842; y vigiló con especial celo las elecciones concejiles de las ciudades y villas. Llevó a cabo un ambicioso programa de obras públicas, de las que destacó la construcción del Palacio de gobierno, en la Plaza Mayor de La Habana, el principal edificio civil de la isla hasta fines del siglo xix, que su sucesor Las Casas fue el primero en habitar. Como capitán general le tocó también el apoyo y vigilancia de la expansión norteamericana sobre la Luisiana y Florida; entre otras cosas, fue el primer interlocutor del primer encargado de negocios español en Nueva York, José de Gardoqui; coordinó la operación de desalojo de los ingleses de la Mosquitia, en 1787, tras el acuerdo entre España e Inglaterra del año anterior.

En enero de 1789, unos meses antes de salir de La Habana, recibió el despacho con su ascenso a mariscal de campo junto con su nombramiento como virrey de Nueva Granada. En este nuevo y último destino en América confirmó con creces sus cualidades como un gobernante típico del despotismo ilustrado, especialmente reconocido por su honradez y rectitud, junto con un claro sentido de la autoridad y jerarquía en el ejercicio del cargo, que hacía, sin embargo, compatible con muestras de amistad y confianza hacia los subordinados más cercanos y otras personas allegadas. Gustaba de organizar tertulias en su casa, a las que eran invitados miembros de la elite de la intelectualidad criolla.

Por eso se sintió especialmente traicionado cuando uno de sus invitados habituales, el criollo neogranadino Antonio Nariño, editó en secreto y difundió por Santa Fe de Bogotá, en 1795, la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de los revolucionarios franceses.

Durante su mandato se preocupó también de las obras públicas y el fomento económico, el desarrollo de las artes y las letras: fundó el Papel Periódico, primera publicación oficiosa del virreinato. Fue también el primer gobernante de Nueva Granada que logró un superávit en el presupuesto de la Real Hacienda.

En diciembre de 1796 cesó en el virreinato, y embarcó de regreso para la Península; tenía entonces cincuenta y cuatro años. Una vez en España, y en reconocimiento al prestigio alcanzado, recibió el título de conde de Ezpeleta de Beire y el ascenso a teniente general. Formó parte de la célebre Junta de Constitución, formada por el ministro Azanza para la reorganización del ejército, junto con el brigadier habanero Gonzalo O’Farrill y Luis de Las Casas, su pariente político y sucesor en el gobierno de La Habana. En noviembre de 1797 fue nombrado gobernador del Consejo de Castilla y capitán general de Castilla la Nueva.

En octubre de 1798, debido, al parecer, a un malentendido con la reina María Luisa, fue relevado de ambos cargos, aunque recibió el nombramiento como consejero de Estado, y fue enviado de cuartel a Pamplona.

Aquí permaneció nueve años, que le sirvieron para poner orden en sus intereses patrimoniales. El nuevo conde de Ezpeleta disfrutaba en Navarra de unos cuatro mil duros de renta, además de otros derechos señoriales; tenía asiento en las Cortes del Viejo Reino y era alcalde del Palacio de los Reyes de Navarra en Olite, donde fijó su residencia en 1804. Visitaba casi a diario a su viejo amigo, y antes subordinado suyo en el regimiento de Navarra, Jerónimo Girón, entonces virrey y capitán general de Navarra, relación de la que se sucedió el matrimonio entre el primogénito de éste y la hija mayor de Ezpeleta. Según relata su yerno, el marqués de las Amarillas, en Pamplona le tenían un gran cariño y le llamaban “manzanica” por el aspecto saludable y sonrosado de su cara.

En noviembre de 1807 fue nombrado, para sorpresa suya, capitán general de Cataluña. Es probable que, temiendo ya a esas alturas la invasión francesa, Godoy escogiera a un hombre de su experiencia para una plaza que sería de las primeras en verse afectada, como así sucedió. Cuando llegó a su nuevo destino, en febrero de 1808, estaban ya acantonadas a las puertas de la ciudad las tropas francesas de Duhesme.

En uno de los primeros actos de Fernando VII como rey, el 7 de abril, nombró a Ezpeleta director del cuerpo de Artillería, con plaza en el Consejo de Guerra, donde sustituía al cubano Gonzalo O’Farrill, poco después ministro de José I. En esas semanas frenéticas ante el avance francés y la marcha forzada de la familia real a Bayona, el infante Antonio Pascual nombraba a Ezpeleta, el 1 de mayo, presidente de una Junta suplente de Regencia para el caso de que no pudiera constituirse la establecida por Fernando VII al pasar a Bayona; pero dicha Junta nunca llegó a formarse y Ezpeleta no se movió de Barcelona.

Su actitud de resistencia a la presencia francesa le valió su destitución y arresto en la misma capital catalana en el mes de septiembre y, finalmente, su negativa a jurar a José Bonaparte le convirtió en prisionero y como tal fue enviado a Francia, y estuvo en Montpellier desde mayo de 1809 hasta abril de 1814, aunque fue bien tratado por los franceses, que le reconocieron su grado y le asignaron un sueldo. Fue liberado en abril de 1814, y a finales de mayo, cuando contaba setenta y tres años, estaba de nuevo en Pamplona; poco después viajó a Madrid y solicitó destino, recibiendo, finalmente, el nombramiento de virrey de Navarra, que era, en el fondo, lo que más deseaba.

Llegó a Pamplona el primero de septiembre de 1814. En octubre de ese mismo año recibía la Gran Cruz de Carlos III y el nombramiento de capitán general del ejército, la más alta graduación militar posible.

Como virrey de Navarra le correspondió restaurar el funcionamiento de las instituciones del reino, que se habían visto seriamente alteradas por la ocupación francesa. Hubo de hacer frente a la sublevación de Espoz y Mina, desengañado por no haber recibido el virreinato de su patria, y a las repercusiones locales de otras conspiraciones de la época, como la del Triángulo.

En 1820, la revolución liberal también triunfó en la ciudad de Pamplona y Ezpeleta fue destituido; en su lugar, como capitán general de la provincia, fue nombrado Espoz y Mina. En 1822 se le exigió trasladarse a Sevilla pero por lo avanzado de su edad y mala salud fue finalmente destinado a Valladolid. La restauración absolutista le cogió en la casa de su hija en Santo Domingo de la Calzada, de camino hacia la capital castellana.

En julio de 1823 fue repuesto en el virreinato de Navarra, pero renunció por su estado de salud, y el 23 de noviembre de ese mismo año falleció en su casa de Pamplona, a los ochenta y dos años de edad.

 

Bibl.: S. M.ª de Sotto, conde de Clonard, Memoria Histórica de las Academias y Escuelas Militares de España, Madrid, Imprenta de José Gómez Colin y Compañía, 1847; J. Argamasilla de la Cerda, Nobiliario y Armería General de Navarra, cuad. I, Madrid, Imprenta de San Francisco de Sales, 1899, págs. 65-83; J. de Jaurgain, Histoire et Généalogie de la Maison D’Ezpeleta, Paris, Études biographiques et héraldiques, 1910; G. Porras Muñoz, “El fracaso del Guarico”, Anuario de Estudios Americanos, XXVI (1969), pág. 583; B. Torres Ramírez, La Compañía gaditana de negros, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano Americanos, 1973; B. Medina Rojas, El Conde de Ezpeleta en Cataluña: su política ante la ocupación francesa, tesina de licenciatura, Valencia, Universidad, 1973 (inéd.); E. Beerman, “José de Ezpeleta”, en Revista de Historia Militar, 21 (1977), págs. 97-118; P. A. Girón, Recuerdos (1778- 1837), Pamplona, Eunsa, 1978, págs. 89-90; J. M. Morales Álvarez, Los Extranjeros con Carta de Naturaleza de las Indias durante la segunda mitad del siglo XVIII, Caracas, Academia Nacional de la Historia, 1980, pág. 341; B. Medina Rojas, José de Ezpeleta, Gobernador de La Mobila, Pamplona-Sevilla, Institución Príncipe de Viana-Escuela de Estudios Hispano Americanos, 1980, págs. V-LXXVIII; “La reforma del ejército en Nueva España, 1785 (Actuaciones y proyectos del Inspector José de Ezpeleta)”, en Anuario de Estudios Americanos, XLI (1984), págs. 315-395; M. C. Montañés, El Virrey Ezpeleta, tesis doctoral, Sevilla, Universidad, 1989 (inéd.); L. Gutiérrez Cuesta, Pedro Agustín Girón. Epistolario (1809-1816), tesis doctoral, Pamplona, Universidad de Navarra, 1991 (inéd.), págs. 102, 108, 140 y 161; J. B. Amores Carredano, Cuba en la época de Ezpeleta (1785-1790), Pamplona, Eunsa, 2000.

 

Juan Bosco Amores Carredano

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