Amat y Junyent, Manuel de. Vacarisas (Barcelona), 1704 – Barcelona, 1782. Virrey del Perú.
Fue el cuarto de ocho hermanos, nacido en el seno de una familia de origen noble. Sus padres fallecieron siendo él niño, y después de pasar un tiempo en Barcelona fue enviado a Valencia, a los ocho años de edad, a estudiar en el Colegio-Seminario de los jesuitas. Un año después regresó a tierras catalanas, y junto con sus hermanos asistió al también colegio jesuita de Cordelles, concluyendo más adelante su educación con un maestro privado. Se sabe que no mantuvo buenas relaciones con su hermano mayor, el cual heredó los títulos nobiliarios del padre.
Decidido a seguir la carrera militar, en enero de 1719 era ya alférez, y durante ese año participó en acciones armadas contra grupos de rebeldes catalanes infiltrados desde Francia. Sus años de juventud estuvieron acechados no sólo por los peligros propios de los encuentros bélicos, sino también por los temibles ataques de las epidemias. Así, en 1721 fue afectado por la peste en una travesía por el Mediterráneo, debiendo guardar cuarentena durante casi dos meses en Palma de Mallorca; y en 1727, sirviendo en el norte de África, fue enviado a la Península por razones de salud, probablemente a causa de sufrir de paludismo. Ceuta y Melilla fueron las dos localidades en las que sirvió durante el tiempo de su estancia en ese continente. En 1726 alcanzó su ascenso a teniente en Ceuta, y tres años después era ya capitán. En 1731 participó en las campañas de Italia dirigidas por el infante Carlos, hijo de Felipe V, en el transcurso de las cuales las fuerzas hispanas tomaron la Toscana y Parma. Al año siguiente pasó a integrar la Compañía de Granaderos a caballo del Rey, con la cual siguió sirviendo en Italia: en el sur luchó contra las tropas austríacas, y participó en el sitio de Capua, localidad que finalmente fue tomada por los españoles en noviembre de 1734. En 1736 fue ascendido a teniente coronel, volviendo a la Península Ibérica, destinado primero en Barcelona y luego en Ciudad Rodrigo, donde recibió su ascenso a coronel.
En 1740 murió el emperador de Austria, y España formó una alianza con Francia, Prusia y Cerdeña en contra de la heredera del imperio, María Teresa. En ese contexto, el coronel Amat pasó nuevamente a Italia, intervino en los intentos de conquista de ciertos territorios que estaban bajo el control de los austríacos, aunque finalmente los españoles salieron derrotados, teniendo que refugiarse en Francia. Luego de participar en otras campañas militares, recibió el nombramiento de brigadier, y en 1747 se hizo cargo del mando del Regimiento de Dragones de Batavia, con sede en Palma de Mallorca. Desde ese destino realizó diversas gestiones ante la Corte para obtener la encomienda de alguna Orden Militar, manifestando además su deseo de servir a la Corona en América.
En 1754 fue nombrado gobernador y capitán general del reino de Chile, jurando su cargo ante el Consejo de Indias y recibiendo el despacho de mariscal de campo. En marzo del siguiente año se embarcó para el Nuevo Mundo, probablemente sin imaginar que allí adquiriría responsabilidades aún mayores. Hizo su entrada en Santiago en los últimos días de 1755. Su labor gubernativa allí comprendió un período de seis años, en los que dio especial impulso a algunas reformas relativas a aspectos militares, por el carácter estratégico de la ubicación geográfica de Chile. En efecto, el reino de Chile constituía el primer territorio que los piratas y corsarios —o, en general, los navegantes enemigos de España— encontraban al pasar al Océano Pacífico por el Estrecho de Magallanes, con lo cual la defensa de esas costas fue de especial trascendencia para el gobernador y capitán general Amat. En ese contexto, dictó normas para reformar las milicias situadas en Valparaíso, Chiloé y Valdivia. Otro foco de inestabilidad era el de la frontera con los araucanos, la cual fue visitada por Amat. Éstos habían protagonizado varias revueltas en décadas anteriores, aunque el período de gobierno de nuestro personaje fue pacífico en ese aspecto.
En otro orden de cosas, promovió la conclusión de la Historia geográfica e hidrográfica, con derrotero general correlativo al plan del Reino de Chile, que fue enviada a la metrópoli, y que constituyó el primer diccionario geográfico de esos territorios. En cuanto a la capital del reino, dispuso diversas acciones para aplacar los altos índices de criminalidad, entre las que cabe destacar el establecimiento de la Compañía de Dragones, que tuvo como finalidad primordial la custodia del orden; además, reorganizó el cabildo secular de Santiago. Si bien los historiadores reconocen la energía desplegada por Amat en el Gobierno de Chile, varios estudiosos han emitido juicios negativos con respecto a su duro carácter, al que han atribuido la comisión de acciones arbitrarias, al igual que una supuesta tendencia a imponer su propio criterio sin valorar otros pareceres. Un factor que otorgó a la figura de Amat ribetes de conflictividad fue su enfrentamiento con importantes sectores de la elite criolla chilena.
En 1761 recibió su nombramiento como virrey del Perú, embarcándose en Valparaíso con dirección al Callao, adonde llegó en octubre de ese mismo año, haciendo luego su solemne entrada en la capital virreinal. Lima era el más importante núcleo del poder español en América del Sur, aunque Amat encontró la ciudad todavía recuperándose del terrible terremoto de 1746, que la destruyó en buena parte. A pesar de que su antecesor, el conde de Superunda, había desplegado importantes esfuerzos por reconstruirla, Amat se enfrentó a muchas tareas por concluir, y además imprimió a esas acciones una orientación acorde con las tendencias urbanísticas que entonces habían adquirido gran fuerza en Europa, en el contexto de la influencia ilustrada. Así, impulsó la creación de plazas y de lugares de recreo, como la plaza de toros de Acho, inaugurada en 1768 y que supuso el que las corridas de toros dejaran de ser una diversión callejera; se propuso la reactivación del coliseo de Comedias de Lima, ya que a su llegada llevaba varios años sin funcionar; puso también gran interés en el paseo de Aguas; plantó árboles y dotó a la ciudad de un aspecto más ordenado. Es éste, en efecto, uno de los aspectos del gobierno virreinal en el que Amat manifestó su condición de virrey del despotismo ilustrado, al igual que su Monarca, Carlos III, demostraba su interés en remodelar la ciudad de Madrid. Se trataba de una nueva concepción urbanística, que entendía la urbe como un ámbito que debía ser agradable para sus vecinos, pero a la vez dotado de seguridad y de medidas preservadoras de la salubridad pública. Así, por ejemplo, en 1769 el virrey estableció un Reglamento de Policía, para asegurar el orden en la capital. Ordenó la reparación del camino de Lima al Callao al igual que la refacción de la caja de agua y de las cañerías y pilas de la antigua alameda; también dispuso se allanara el camino al pueblo de Lurigancho.
Debe entenderse la gestión gubernativa del virrey Amat en el Perú en el contexto de las políticas reformistas de la dinastía borbónica con respecto a América. En efecto, la Corona estaba empeñada en recobrar su poder en el Nuevo Mundo, que a lo largo de la centuria anterior había disminuido notablemente. No sólo la crisis financiera de la Real Hacienda en el siglo XVII contribuyó a esa disminución de la autoridad real, sino también el creciente poder que en el Perú había ido adquiriendo la elite criolla. Incluso muchos de los propios agentes de la administración —por ejemplo, corregidores de indios, oficiales de la Real Hacienda y hasta ministros de la Audiencia de Lima— se habían vinculado de diversos modos con los grupos locales, con lo cual no fue infrecuente el que se dieran muchas situaciones en las que los intereses de éstos se imponían sobre los de la Monarquía. Fue, pues, particularmente delicada su relación con los sectores criollos, y buena parte de las críticas que luego recibió su gobierno provenía de esos sectores. Pero el reformismo borbónico no solo generó resistencia en esos grupos, sino también en muchos otros. En este sentido, los años de gobierno de Amat en el Perú fueron cruciales, ya que a los afanes reformistas que él representaba se añadía una situación de evidente tensión social, que estalló violentamente cuatro años después del final de su gobierno, con la rebelión de Túpac Amaru II en el sur andino. En cierto sentido, fue un virrey de transición: durante las décadas anteriores a su gobierno se habían iniciado las reformas borbónicas, pero fue después de su período gubernativo cuando esas reformas enfrentarían una abierta y violenta reacción.
Un importante propósito del plan de reformas de la Corona fue el de conseguir el crecimiento económico y productivo de España, para lo cual se consideraba que América debía cumplir un papel fundamental: se trataba de integrar a la metrópoli con sus dominios ultramarinos en una unidad económica productiva, para lo cual era preciso que en América se diesen las condiciones que permitieran una explotación eficaz de sus riquezas, a través de reformas administrativas y comerciales. Éstas buscaron aumentar la recaudación fiscal, favorecer el mayor desarrollo del comercio y de la minería e incrementar el número de efectivos militares para cubrir las necesidades defensivas de los territorios americanos.
Los aspectos fiscales tuvieron crucial importancia, y un punto central fue la legalización del reparto de mercancías; era ésta una práctica frecuente en el Perú desde el siglo anterior, y consistía en la venta compulsiva a la población indígena de productos que no necesariamente aquélla requería. Muchos corregidores de indios organizaron esos repartos, ya que por medio de ellos lograban beneficios económicos, actuando como intermediarios. La legalización de esa práctica en el siglo XVIII fue vista por muchos como la consagración de un abuso. La Corona, sin embargo, entendió el reparto como un sistema eficaz para lograr dinamizar el mercado, introduciendo en él a la población indígena, con los consecuentes beneficios fiscales de ese aumento de las actividades mercantiles. Otra importante etapa reformista fue la centrada en el aumento del impuesto de la alcabala y en la visita general del virreinato del Perú. El período gubernativo del virrey Amat concluyó poco antes de que esa etapa se iniciara. Sin embargo, el impacto que el conjunto de reformas tuvo, en especial sobre la población indígena, explica que desde mediados del siglo XVIII se advirtiera un notorio incremento de las revueltas en el territorio virreinal.
Ello explica también el hecho de que a lo largo del siglo XVIII los nombramientos de virreyes del Perú recayeran sobre militares, cuando en tiempos de los Austrias esos nombramientos recaían fundamentalmente en juristas o cortesanos. Los planes reformistas de los Borbones consideraron que se requería que una mano fuerte estuviera a cargo de los virreinatos y gobernaciones americanos, con el fin de restablecer la autoridad real. Además, parte de ese restablecimiento incluía la defensa de las costas frente a los ataques de los enemigos europeos de España, para lo cual se diseñó un ambicioso plan de construcción de fortificaciones. Especial empeño puso Amat en esa tarea, al punto de afirmar que la defensa territorial y el cuidado de los aspectos militares constituían la “más interesante” de las obligaciones que tenía como virrey. En efecto, un año después de tomar posesión del Gobierno del Perú fue declarada la guerra a Inglaterra, con lo cual se puso especial atención a la defensa de las costas, con una estrategia que implicó un doble objetivo: el reforzamiento de las guarniciones y el remozamiento de las fortificaciones. Amat consideró de vital importancia emprender un serio plan de defensa del Callao, ya que encontró ese puerto —al que consideraba el más importante del Pacífico— bastante desguarnecido. Por eso, emprendió obras de reforzamiento del Real Felipe, que hasta entonces constaba sólo de un cerco que consideró bastante precario. Además, organizó cuerpos de milicias en muchas provincias, comprometiendo a la población civil en ello, lo cual también le sirvió como una manera de calibrar el apoyo de la población a su autoridad.
En el ámbito económico, un sector que creció en el tiempo del virrey Amat fue el minero. Después de muchas décadas de estancamiento o de franca disminución de la producción de plata en el virreinato, la segunda mitad del siglo XVIII supuso una recuperación productiva en ese ámbito. Potosí y Cerro de Pasco fueron yacimientos que mostraron un aumento en sus rendimientos, aunque no se llegó a los volúmenes del siglo XVI o de inicios del XVII. Para la época que nos ocupa, la mayor producción de plata era la que se daba en el virreinato de Nueva España. Sin embargo, durante el gobierno de Amat se descubrieron las importantes minas de Hualgayoc —cerca de la ciudad de Cajamarca—, lo cual supuso el inicio de un importante desarrollo económico y comercial en el norte del Perú. Otro importante empeño de Amat —en el contexto del reformismo borbónico— fue el de reducir el poder de los grandes comerciantes de Lima, agrupados en el Tribunal del Consulado. Desde la metrópoli se consideraba que la pérdida de parte de la Corona del control del comercio transatlántico se debía, en buena parte, al creciente desarrollo del contrabando y del tráfico de barcos neutrales, todo lo cual beneficiaba a los comerciantes americanos, al igual que a los extranjeros. Puso Amat especial empeño en la lucha contra el contrabando, y lo cierto es que los ingresos aduaneros se incrementaron notablemente durante su gobierno.
De acuerdo con la inspiración ilustrada propia de la época, Amat se propuso promover el desarrollo de las actividades académicas en la Universidad de San Marcos, la cual afrontaba desde tiempo atrás importantes problemas: por ejemplo, el de la notoria inasistencia de profesores y de alumnos a las clases, o el de las irregularidades que se producían en la provisión de las cátedras. Dispuso el virrey que los catedráticos hicieran exposiciones públicas periódicamente, a las cuales los alumnos estuvieran obligados a asistir; promovió que la elección de aquéllos fuera hecha exclusivamente por sus méritos; dispuso la creación de la biblioteca universitaria; y apoyó el desarrollo de los estudios de Matemáticas. Además, durante su gobierno se creó el Convictorio de San Carlos.
La expulsión de los jesuitas fue uno de los grandes acontecimientos producidos durante el gobierno del virrey Amat en el Perú, respondiendo también a las políticas del reformismo borbónico. El despotismo ilustrado dominante en la Corte madrileña tuvo como uno de sus principales objetivos el aumento de las atribuciones y prerrogativas de la Corona en el ámbito eclesiástico. En ese contexto, la Compañía de Jesús apareció como la principal defensora del Papa y de la curia romana, y su expulsión en 1767 supuso un avance en las políticas regalistas. Desde los inicios de su gobierno, Amat adoptó una serie de disposiciones encaminadas a recuperar la primacía de las autoridades civiles sobre determinados asuntos en los que la Iglesia había ido logrando predominio. Así, se propuso limitar el desarrollo de las cofradías en Lima, al considerar que muchas de ellas habían abandonado en la práctica su carácter piadoso; por otro lado, ordenó realizar un inventario de todos los bienes de la catedral de Lima; ordenó el cumplimiento de la disposición emanada de la metrópoli en el sentido de no pagar los emolumentos de los eclesiásticos que se ausentaran de sus correspondientes diócesis sin autorización de las autoridades civiles; y dispuso que si alguna doctrina a cargo de un miembro del clero regular quedaba vacante, debía ser entregada a un clérigo secular, en tanto se realizara una adecuada reforma de las órdenes religiosas, para desterrar las costumbres relajadas que se atribuían a sus miembros. Sin embargo, las medidas reformistas impulsadas por Amat en el ámbito eclesiástico no llegaron a ponerse en práctica de modo pleno y, por tanto, el aspecto más relevante fue el de la expulsión de los jesuitas, sobre cuyas consecuencias han sido ofrecidas diversas interpretaciones por los historiadores. Lo cierto es que los miembros de la Compañía de Jesús dirigían muchos de los centros educativos más importantes del virreinato, y además manejaban grandes propiedades agrícolas, con lo cual fue muy notorio el impacto producido por su expulsión. Según el propio virrey, ése fue uno de los asuntos “más laboriosos” que enfrentó en su gobierno: no sólo por la gravedad del mismo, sino por la discreción y urgencia con el que hubo de acometerse; no debe olvidarse, además, la antigua vinculación de Amat con la Compañía, al haber sido alumno de los jesuitas durante su infancia.
Amat intervino en la edificación de templos o en la restauración de los que habían sufrido los estragos del referido terremoto de 1746. Así, en 1771 se estrenó el templo del monasterio de las Nazarenas, dedicado al Señor de los Milagros. El antiguo templo, poco importante arquitectónicamente, había sido destruido por el terremoto. El virrey Amat intervino personalmente en la ejecución de los planos del nuevo templo, el cual fue edificado en buena medida gracias a sus personales aportaciones económicas. Igualmente, promovió la edificación de una nueva torre para el templo de Santo Domingo, ya que la antigua había quedado seriamente dañada.
Una de las figuras centrales en la vida de Amat en Lima fue la de Micaela Villegas —la Perricholi—, joven actriz —aproximadamente cuarenta años menor que el virrey— con quien mantendría una relación amorosa que ha sido materia de interés de muchos cronistas e historiadores. En efecto, la figura de la Perricholi es una de las más célebres del período virreinal, aunque lo que se ha escrito sobre ella ha estado, en buena medida, más vinculado a la leyenda o a la novela que a la realidad. Se conocieron en el ambiente del ya mencionado Coliseo de Comedias de Lima, cuyos espectáculos histriónicos se reanudaron pocos meses después de la llegada de Amat al Perú, siendo él un asiduo concurrente a esas veladas. Todo indica que por entonces Micaela Villegas desempeñaba papeles secundarios en algunas comedias, y que el apoyo del virrey facilitó el posterior éxito en su carrera artística.
El 17 de julio de 1776 fue relevado por Manuel de Guirior, después de quince años de gobierno. Partió a España en noviembre del mismo año, luego de un período gubernativo ciertamente intenso, y con setenta y dos años de edad. A pesar de su fuerte temperamento —“de los arranques frecuentes que tenía como soldado terco, y de sus tendencias a la arbitrariedad”, al decir de Mendiburu—, Amat hizo numerosos amigos en Lima, y su influencia social en la capital virreinal fue ciertamente mayor que la que alcanzaron muchos otros vicesoberanos. Por otro lado, sin embargo, fueron también muy insistentes las versiones que le atribuyeron actuaciones ilícitas —por ejemplo, recibiendo dinero de diversas personas con el objeto de obtener determinados beneficios—, a partir de las cuales habría formado una importante fortuna. En este sentido, después de su regreso a la Península se publicaron en Lima numerosos panfletos y textos variados condenando muchas acciones del virrey, como sus supuestos derroches, su enemistad con los jesuitas y los públicos amores con Micaela Villegas. Tuvo, pues, muchos enemigos, y durante los meses previos a su regreso a la Península —tras haber dejado ya el poder virreinal— tuvo que sufrir ataques, críticas y comentarios sarcásticos de diverso tipo, muchos de ellos a través del medio impreso. De ellos, el que más resonancia alcanzó fue el Drama de Dos Palanganas, que por el odio y mordacidad reflejados —fue, sin duda, el escrito más duro en cuanto a sátira política de toda la época virreinal—, al igual que por su carácter anónimo, generó desde un principio diversas especulaciones entre los historiadores.
Al parecer tuvo un hijo con Micaela Villegas, tal como ella expresamente lo indica en su testamento: Manuel de Amat y Villegas, que años después fue enviado por su madre a educarse en Europa, volviendo posteriormente al Perú.
En cuanto al virrey, tras su regreso a la Península vivió retirado en Barcelona, en una finca de su propiedad. En edad muy avanzada contrajo nupcias con una sobrina suya, y en esa etapa construyó el denominado palacio de la Virreina, en la misma ciudad, donde falleció el 14 de febrero de 1782.
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José de la Puente Brunke