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Pedro Virgili Bellver

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Biografía

Virgili Bellver, Pedro. Villalonga del Campo (Tarragona), c. 15.II.1699 – Barcelona, c. 6.IX.1776. Cirujano.

Hijo de una familia de agricultores, parece haber compaginado los estudios con las tareas agrícolas hasta que se decidió a abandonar su pueblo natal para aprender Cirugía en Tarragona. Se ha especulado sobre el momento de su traslado a esta ciudad, apuntándose que probablemente fue en 1716. No obstante, un documento de enero de 1721, consistente en el contrato que establecieron el cirujano Gabriel Riera y el padre de Virgili para que aquél enseñara Cirugía durante tres años a su hijo, podría indicar que el inicio de su formación como cirujano fue algo más tardío. Tampoco hay datos fiables de que siguiera su adiestramiento en el Hospital de Tarragona, o de que, como también se ha indicado, la ampliara en Montpellier y París. Lo que parece seguro es que en 1724 ingresó en el Ejército como cirujano, siendo destinado al Hospital del Rey de Tarragona. Permaneció allí hasta que en octubre de 1726 hubo de trasladarse al Hospital de Valencia. Al año siguiente, con motivo del sitio de Gibraltar, abandonó la ciudad del Turia para participar en él como segundo cirujano ayudante, siendo ascendido después al grado de cirujano mayor del Ejército en el Hospital de Algeciras.

En esta ciudad se produjo el encuentro de Virgili con una de las personas que iba a ser más influyente y determinante en su trayectoria vital: Juan de Lacomba. Este cirujano francés, que españolizó su apellido original —Jean de La Combe—, detentaba el cargo de cirujano mayor de la Armada y poseía, desde su nombramiento en 1718, la facultad de dirigir y destinar a los cirujanos que servían en nuestra fuerza naval. Además, Lacomba se hallaba comprometido con la tarea de mejorar el nivel de los cirujanos de la Armada, como muy pronto lo iba a poner de manifiesto al promover la promulgación de unas ordenanzas encaminadas a mejorar la selección y formación de los cirujanos ayudantes de la Armada, en las que se estableció además la obligación de los mismos de asistir a las demostraciones anatómicas del Hospital de Cádiz. Para hacer posible esto último, y mejorar así la enseñanza de la disciplina, se estableció un anfiteatro en un edificio anejo al centro asistencial y se nombró además un catedrático demostrador de Anatomía. Todo esto debió servir a Lacomba para convencer a Virgili de que, aún a costa de rebajar su rango militar, se sumara a ese proyecto y abandonara el Ejército para pasar a la Armada como cirujano primero.

De este modo, Virgili se trasladó a Cádiz, iniciando así una etapa de su vida en la que hubo de combinar sus estancias en esa ciudad, contribuyendo a las tareas asistenciales del Hospital y al desarrollo de su nuevo papel como institución docente, con los forzosos desplazamientos en los buques de la Armada. Así, entre 1728 y 1731, en que fue nombrado ayudante del cirujano mayor, hubo de permanecer embarcado un largo período de tiempo con destino a América y a Italia, lo que le sirvió para conocer de primera mano los problemas relacionados con la organización sanitaria de la Armada y con la actividad de sus cirujanos. Intervino después en la expedición destinada a reconquistar la plaza de Orán en 1732, encontrando a su vuelta a Cádiz con que le era notificada la concesión de una licencia de un año, acompañada de un sobresueldo, para que se pudiera desplazar a París con el fin de perfeccionar su formación anatómica y quirúrgica. Esta experiencia debió de ser percibida por Virgili como muy favorable, ya que, como se verá, se mostrará más adelante como un notable impulsor de la ampliación de estudios en el extranjero de los jóvenes cirujanos de la Armada. Tras su retorno a Cádiz, contrajo matrimonio en 1734 y, al año siguiente, se embarcó de nuevo con destino a Nueva España, regresando en 1737. Partió otra vez hacia América al año siguiente, volviendo a la Península en 1739 tras desembarcar en Santander, donde permaneció un tiempo recuperando su menguado estado de salud. Desde allí, al no ser atendidas por sus mandos las peticiones que se efectuaban desde Cádiz para que Virgili volviera a sus tareas docentes y asistenciales en el Hospital de esa ciudad, se le destinó al Ferrol, donde permaneció unos meses durante 1740 hasta que, en ese mismo año, se vio obligado a embarcar de nuevo hacia América para permanecer allí, sobre todo en La Habana, hasta que una orden de 1745 le permitió retornar a Cádiz para continuar su labor encaminada a la formación de los cirujanos de la Armada. La situación con la que se encontró Virgili a su regreso al Hospital había cambiado. Durante su ausencia, la avanzada edad de Lacomba y sus problemas de salud habían obligado en 1741 a designar al ayudante de cirujano mayor Gaspar Pellicer como la persona que había de reemplazarle en los muchos momentos en que se veía incapacitado para cumplir con sus obligaciones. Esto obligó a Lacomba a redactar en 1745 una certificación en la que señalaba ahora a Virgili como la persona en quien, por “la grande especial satisfacción que tengo de su aplicación, habilidad, conducta, desinterés y celo al Real servicio”, debía de sustituirle y ser “obedecido por escrito y de palabra” a fin de que siguieran “su incesante curso todos los asuntos que miran a la más exacta puntual curación de los enfermos, enseñanza de los practicantes, e instrucción de los cirujanos”. La colaboración con Lacomba se prolongó así hasta que, en 1747, la situación personal de éste, que falleció al año siguiente, debió de obligar al intendente general de la Marina a proceder a su sustitución por Virgili “sin limitación alguna”. Se ubicaba en una posición de privilegio para emprender la tarea que le iba a conducir a ser reconocido como el gran reformador de la Cirugía española en el siglo XVIII.

En 1748, aprovechó una licencia para desplazarse a Madrid para presentar ante el marqués de la Ensenada, quien se hallaba muy interesado en reconstruir la Marina y en mejorar la política comercial con América, un memorial de enorme calado para el desarrollo de la Cirugía dentro de nuestras fronteras. Se trataba de una Representación en la que Virgili señalaba la importancia de contar con “buenos facultativos” para el desenvolvimiento de la Armada, y que fueran capaces también de desempeñar un papel sanitario relevante entre la población civil cuando actuaran en la Marina mercante o en el momento de encontrarse desembarcados. El texto contenía, asimismo, su propuesta para lograrlo. Todo pasaba por la creación de un Colegio, cuyo director debía ser el cirujano mayor de la Armada, en el que se habría de enseñar la Cirugía “con el método que se requiere deduciendo sus doctrinas de los experimentos físicos, observaciones y experiencia práctica”. Para ello sería preciso que contara con “un hospital en donde concurran muchas enfermedades”, y que dispusiera además de cirujanos de “grande conocimiento que puedan explicarlas a los Practicantes Colegiales haciéndoles trabajar en la Anatomía efectiva, y exponiendo todas las demás partes de la Cirugía”. De este modo, Virgili planteaba la puesta en marcha de un centro docente profundamente innovador. En efecto, conviene tener presente que las afecciones morbosas quirúrgicas eran resueltas fundamentalmente en la España del siglo XVIII por cirujanos y barberos sangradores. Entre los primeros, que se situaban tras los médicos en cuanto a su posición social, existían dos grupos: los “latinos” y los “romancistas”. Los cirujanos “latinos” tenían estudios universitarios, por lo que debían saber latín. Los “romancistas” sólo conocían la lengua romance y su preparación era meramente empírica. Para poder ejercer, unos y otros debían, en primer lugar, demostrar que su formación reunía una serie de requisitos: a los “latinos”, les era preceptivo justificar haber seguido, sin necesidad de tenerlos aprobados, cuatro años en la Universidad —uno de Artes y tres de Medicina—, y haber permanecido dos años de práctica con un cirujano revalidado; a los “romancistas” se les exigía que demostraran que habían realizado cinco años de prácticas, tres en los hospitales y dos con un médico o un cirujano en ejercicio. Sin estos atributos no les era permitido siquiera presentarse a la prueba cuya superación les servía para ser reconocidos oficialmente como cirujanos: el examen que realizaba el Tribunal del Protomedicato. La propuesta de Virgili tenía así que ver con la superación de este estado de cosas, con la transformación de una situación que, además de subordinar a los cirujanos frente a los médicos, provocaba problemas de asistencia a la población. La idea era la de proporcionar a la sociedad española un nuevo tipo de cirujanos dotados de una de mayor formación teórica y cuyo saber tuviera como base, no ya, como ocurría en la Universidad, las aportaciones realizadas por los autores considerados clásicos, sino las de esos otros cuyo proceder se trataba de ajustar a los planteamientos de la Ciencia moderna. En ese sentido, el conocimiento de la Anatomía humana se entendía como un elemento esencial sobre el que fundamentar la técnica quirúrgica. También se planteaba un tipo de enseñanza en la que el contacto temprano con la realidad del enfermar, en la que la formación a la cabecera del enfermo debía de ser, de acuerdo con las novedosas recomendaciones efectuadas por Hermann Boerhaave desde Leiden, y a diferencia de lo que ocurría en las Facultades de Medicina españolas, la vía regia para conseguir un cirujano verdaderamente eficaz en el desempeño de su función social.

El 11 de noviembre de 1748, Fernando VI dio su aprobación a los estatutos fundacionales del Real Colegio para Cirujanos de la Armada de Cádiz, lo que marcó el inicio de una nueva etapa en la Cirugía española. A esta institución, y a la labor al frente de la misma de Virgili, que fue nombrado cirujano mayor de la Armada el 4 de enero de 1749 tras el fallecimiento de Lacomba, les correspondió interpretar el papel más relevante en relación con los dos factores que han sido señalados como los principales responsables del auge adquirido por la Cirugía en la segunda mitad del siglo xviii: los cambios en la formación de los cirujanos, y el establecimiento de una relevante comunicación científica de ellos con Europa. Desde su puesto de director de ese centro, Virgili impulsó en efecto un poderoso programa de actuaciones que resultaría fundamental en ambos sentidos. A pesar de que el edificio del Colegio no estuvo acabado hasta 1750, Virgili decidió iniciar cuanto antes la enseñanza y en enero del año anterior ya se admitió al primer alumno. Esto permitió que en 1753 el Colegio pudiera entregar los primeros títulos de cirujanos formados en él. Se habían beneficiado de un moderno plan de estudios en el que, cuatro maestros y un demostrador anatómico cuidadosamente seleccionados, y contando con el apoyo de un boticario inspector que tenía a su cargo la explicación sobre la composición de los medicamentos, se encargaban bajo la supervisión de Virgili de impartir materias como Osteología, Anatomía, Fisiología, Higiene, Patología y Operaciones. A ellas se incorporaron poco a poco lecciones de Matemáticas, Física, Química, Botánica, Partos, Enfermedades de mujeres y niños y, de forma relevante, de Medicina teórica a través de la clase de “Aforismos”, lo que permitió abrir el camino para que los cirujanos de la Armada fueran autorizados de hecho al ejercicio de la medicina interna. Se mostraba así la voluntad del director del Colegio de crear un nuevo tipo de cirujano que fuera capaz de abordar un espectro de problemas sanitarios mayor que el que tradicionalmente se le había asignado. Con ese fin, estimuló y formalizó además la realización periódica de “juntas literarias”. Estos actos, una especie de sesiones clínicas a los que Virgili realizó aportaciones personales, tenían por objeto presentar y debatir aquellos casos que pudieran aportar, por su singularidad, complejidad o ejemplaridad, aspectos de interés para la enseñanza o el desarrollo científico y técnico de la Cirugía.

Además, se preocupó especialmente de establecer un jardín botánico, de formar una importante biblioteca, de incrementar sus recursos humanos y materiales para mejorar la docencia, de impulsar la elaboración de libros de texto por los propios maestros del centro y, lo que fue aún más trascendental, de estimular y promover desde muy pronto la dotación de becas para que los alumnos titulados pudieran ampliar sus estudios y mejorar su técnica en el extranjero. Los primeros en beneficiarse de esta posibilidad partieron en 1751 hacia París y Leiden, que fueron, junto con Bolonia, los principales destinos elegidos.

Aunque esta actividad se iba a mostrar como beneficiosa para la actualización científica de las disciplinas médicas en su conjunto, fue lógicamente en la Cirugía donde su impacto renovador se dejó sentir con mayor nitidez. En ese sentido, y aunque firmemente apoyado en esta mejora en la formación teórica y práctica de los cirujanos del Colegio, la reforma encabezada por Virgili sirvió también para mejorar la imagen social de quienes ejercían la actividad quirúrgica. Desde su posición como cirujano mayor de la Armada, Virgili se mostró activo a la hora de procurar favorables condiciones de trabajo y de vida para sus subordinados y de que los cirujanos fueran ganando competencias profesionales que eran exclusivas de los médicos. En relación con esto, mantuvo fuertes polémicas con el Protomedicato, a quien los cirujanos responsabilizaban del mal estado de la Cirugía, y se mostró muy activo, con el objeto de argumentar a favor de la necesidad de extender el modelo de enseñanza del Colegio gaditano, en la tarea de denunciar los casos de mala práctica quirúrgica de los que tenía noticia. Logró además que el Colegio de Cirugía de Cádiz pudiera conceder, como las universidades, el grado de bachiller en Filosofía, con lo que los titulados en él se podían presentar al examen del Protomedicato para ser revalidados como cirujanos latinos, y prestó enorme atención al proceso de selección de los alumnos que habían de ingresar en esa institución. De hecho, dado que el número de demandantes para entrar en las aulas fue creciendo, el tipo de exigencias en relación con su formación previa se fue también incrementando.

En 1754, “atendiendo a los méritos” de Virgili como cirujano mayor de la Armada, y “al particular celo que con notoria utilidad de [sus] vasallos” desempeñaba su cargo de director del Colegio gaditano, el Rey le concedió “Privilegio de Nobleza y Fuero de Hijodalgo”. El reconocimiento de Fernando VI a las contribuciones que estaba realizando el cirujano tarraconense en favor de la reforma de su disciplina, y a su “acreditada habilidad” en el ejercicio de su profesión, se expresó asimismo en la concesión de su nombramiento en 1758 como primer cirujano de Cámara. Como tal, hubo de asistir personalmente a la reina Bárbara de Braganza y al propio Soberano. No obstante, al fallecer éste, su sucesor Carlos III le retiró de ese cargo, sustituyéndolo por otros cirujanos de su confianza que le habían acompañado desde Nápoles.

La ausencia de Virgili de Cádiz por sus obligaciones en la Corte parece que provocó algunas alteraciones en la buena marcha del Colegio, por lo que se vio obligado a intervenir para corregir algunos descuidos de los maestros y la menor atención de los estudiantes con respecto a sus tareas. Se ha señalado a estas desavenencias con el personal de ese centro, y a las actuaciones del protomédico de la Armada y del comisario del Hospital de Cádiz en contra de la institución, como uno de los factores que motivaron a Virgili a considerar la creación de un segundo Colegio de Cirugía en Barcelona para formar a los cirujanos del Ejército. La nueva empresa encontró apoyos en la Corte. De hecho, la propuesta de su creación fue dirigida al Monarca por el propio Virgili y por los dos primeros cirujanos de Cámara de Carlos III —Pedro Perchet y Juan María Aubery—. No obstante, se halló también con la dura oposición de la Universidad de Cervera, que veía peligrar algunos de sus privilegios.

A pesar de esto, en septiembre de 1760 Virgili recibía ya el nombramiento como director del Colegio de Cirugía que el Rey “había resuelto establecer en Barcelona”, y eran designados quiénes iban a ser los maestros del mismo. Se le emplazaba, asimismo, a preparar, en colaboración con los cirujanos de cámara, el reglamento del nuevo centro, que empezó sus tareas docentes en 1760 aunque su edificio no se inauguró hasta 1764. En este año, entraron en vigor los Estatutos y Ordenanzas que habían de ser observados tanto en el Colegio de Cádiz, como en el de Barcelona, haciendo así uniforme el plan de estudios que se seguía en ambos centros.

La labor de Virgili, que le sirvió para obtener de nuevo el nombramiento de cirujano de cámara, encontró así continuidad y se vio ampliada con la puesta en marcha de una institución de factura similar a la de su antecesora gaditana. En su mente se hallaba también la creación de un centro similar en Madrid, de cuya necesidad informó juntamente con Perchet en 1768. Su muerte le impidió llegar a ver realizada esta última obra, en cuya apertura (1787) desempeñó un papel destacado uno de sus más relevantes discípulos: Antonio Gimbernat. Pero ya para entonces su labor había permitido transformar la Cirugía española. En ese sentido, su contribución fundamental no se debe buscar en su escasa producción bibliográfica, sino en su capacidad y compromiso con el objetivo de mejorar la formación de los cirujanos y de elevar su posición social. Virgili emerge así como una figura central en el proceso que sirvió para que el siglo XVIII se convirtiera en un período en que la práctica quirúrgica se consolidó como una técnica apoyada en los conocimientos científicos modernos, especialmente los relativos a la Anatomía Humana, y para que la ocupación de cirujano empezara a equipararse a una profesión, como era el caso de la Medicina, de rango universitario.

 

Obras de ~: “Sur une bronchotomie faite avec succès”, en Memoires de l’Académie Royal Chirurgie, 1(3) (1769), págs. 141-145.

 

Bibl.: L. Comenge, Apuntes para una biografía de Pedro Virgili, Barcelona, 1893; R. Bartolomé, “Pedro Virgili”, en Trabajos de la Cátedra de Historia de la Medicina, 1 (1933), págs. 531-554; R. Albiol Molné, Pere Virgili (1699-1776), Barcelona, s. f.; F. Zubiri Vidal y J. Paulis Pages, “Figuras cumbres de la Cirugía española: Pedro Virgili”, en Clínica y Laboratorio, 72 (1961), págs. 1-10; E. Appolis, “Un grand chirurgien espagnol, ancien étudiant à Montpellier. Don Pedro Virgili (1699-1776)”, en Monspeliensis Hippocrates, 6 (1962), pág. 15; D. Ferrer, Biografía de Pedro Virgili, Barcelona, 1963; Cirujanos del “Camp” en el siglo xviii, Reus, 1968, págs. 37-107; B. Martín Carranza, “La Sanidad en nuestra Marina de Guerra desde los tiempos más remotos hasta fines del siglo xviii. D. Juan Lacomba, D. Pedro Virgili y el Departamento Marítimo de Cádiz”, en Medicina e Historia, n.º 70 (1970), págs. 1-13; “Pedro Virgili y el Hospital Real de Cádiz”, en Medicina e Historia, n.º 35 (1976), págs. 9-25; A. Orozco, “Nuevos datos para el conocimiento de la urología en la obra de Pedro Virgili (1699-1776), en Anales de la Real Academia de Medicina y Cirugía de Cádiz, 18 (1982), págs. 21-48; R. Ballester, “Pedro Virgili”, en J. M. López Piñero et al. (eds.), Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, Barcelona, 1983; J. Bech i Borras, “Precisions sobre la ubicació de Pere Virgili en els anys 1732 a 1735 i hipótesi sobre els motius del lloc d’enterramentde Virgili a Barcelona”, en I jornada d’História de la Medicina Tarraconense, Tarragona, abril 1989; J. Bech i Borras, “Sobre el privilegi de noblesa de Castella i Fuero de Hijodalgo concedits per Ferran VI a Virgili i l’ús d’aquest a Barcelona”, en I jornada d’História de la Medicina Tarraconense, Tarragona, 1989; M. Bustos Rodríguez, Los cirujanos del Real Colegio de Cirugía de Cádiz en la encrucijada de la Ilustración. (1748-1796), Cádiz, s. f.; A. Orozco, “Francisco Canivell y la ‘Asamblea Amistosa Literaria’ de Jorge Juan”, en Medicina e Historia, n.º 27 (1989), págs. 1-16; A. Belaústegui Fernández, Pedro Virgili i Bellver, cirujano mayor del ejército y de la armada: la lucha contra el olvido, Madrid, Ministerio de Defensa.

 

José Martínez Pérez