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Martín de Mayorga

Biografía

Mayorga, Martín de. Barcelona, 1721 – 28.VII.1783. Gobernador de Guatemala y virrey de México.

Provenía de una antigua familia de la aristocracia catalana, cuyo padre había sido brigadier de los Ejércitos, lo que le empujó decisivamente a la carrera de las armas. Se incorporó al Ejército muy joven, donde tuvo un rápido ascenso gracias a su posición social. Participó en diversas campañas en España y Portugal durante la guerra de 1761 lo que le valió gran prestigio de cara al rey Carlos III. En 1766, concluida la guerra, fue nombrado gobernador político y militar de la plaza de Alcántara, en donde se mantuvo hasta su posterior nombramiento para un cargo en América.

En este año pudo obtener, gracias a su hoja de servicios, el hábito de la Orden de Alcántara. Cuando los sucesos de la década de 1770 demandaron hombres curtidos en la milicia y con buenos contactos y apoyos sociales, se pensó en él para el cargo de capitán general de la difícil gobernación de Guatemala.

En efecto, en noviembre de 1772 se le nombró brigadier general y se le otorgó la presidencia de Guatemala (mediante Real Orden de 11 de mayo de 1722), así como su gobierno político y militar. Se le otorgó licencia de embarque el 22 de febrero de 1773 desde Cádiz para partir a su nuevo destino, acompañado de un séquito de cuatro personas.

Apenas llevaba unas cuantas semanas en su destino, sin apenas haber podido realizar una inspección general, cuando la provincia sufrió un terrible terremoto el 23 de julio de 1773 que destruyó no sólo la capital sino buena parte de las principales ciudades y aldeas.

El número de muertos fue muy elevado, y aunque nunca se pudo computar por completo, sin duda superaron el centenar. Las poblaciones tuvieron que ser trasladadas de sitio y hubo una gran escasez de alimentos.

La situación se tornó tan grave que el flamante nuevo gobernador apenas disponía de tropas para guarnecer el palacio presidencial y los caudales del Rey. A esto hay que añadir que quedaron gravemente afectadas las fortificaciones costeras, justo en el momento en que se barruntaba una nueva guerra contra Inglaterra.

Los siguientes años los dedicó Mayorga a poner orden en la provincia, muy afectada por el terremoto, sin apenas recursos, y dependiendo casi completamente del virrey de México. En 1775 se aprobó su dictamen de trasladar la capital de emplazamiento, eligiendo para el nuevo destino el llamado Llano de la Virgen. En el orden interno procuró y consiguió el fomento de la agricultura y aumentó significativamente el comercio interprovincial. El propio ministro de Indias, José de Gálvez, mostró su agradecimiento por tan buenos resultados, pese a su mal comienzo, con el ascenso a mariscal de campo en 1776.

Desde el punto de vista defensivo, la costa de los Mosquitos era uno de los grandes asuntos a tratar. Tradicionalmente ocupada por los ingleses, los españoles los habían expulsado repetidas veces, aunque siempre volvían gracias al apoyo de los indios locales, enfrentados también tradicionalmente al gobierno español.

El gobernador mandó levantar planos de las fortificaciones y de los lugares costeros más importantes que debían tenerse en cuenta en caso de rompimiento con los ingleses.

Fruto de este esfuerzo fueron los planos de 1777 de la costa de Mosquitia, con la boca del río Tinto, del llano de Nuestra Señora del Carmen, de 1774, el del proyecto de una nueva ciudad de Guatemala, de 1776, o diversos planos y estudios militares de la isla Roatán, barra del río Coatzacoalcos y de la costa de Honduras, todos de antes de 1779. Fue, en este sentido, el gobernador de Guatemala que más se interesó por la adecuación al espacio físico de los elementos arquitectónicos y militares que se debían erigir. Mejoró ostensiblemente los fuertes de Omoa y Bacalar lo que le valió un gran prestigio, especialmente si se tienen en cuenta los escasos recursos disponibles y el poco tiempo en que ejecutó todos estos planes.

El premio a semejante esfuerzo vino en 1779 cuando fue nombrado virrey de Nueva España tras la muerte de su sucesor, Antonio María Bucareli y Ursúa, el 9 de abril. Aunque su ilusión principal era volver a España junto a su mujer y sus hijos, especialmente por sus continuos achaques y su falta de ambición política, no tuvo más remedio que aceptar tan alto nombramiento, que suponía alcanzar el máximo en el cursus honorum habitual de los funcionarios americanos. Lamentablemente para él, su gobierno también comenzó con un desastre natural, ya que una epidemia de viruela causó muchas bajas entre la población, precisamente cuando estallaba la guerra contra Inglaterra.

Aunque su mayor preocupación y prioridad fue la cuestión bélica, no desaprovechó las oportunidades que se le brindaron para ser un decidido apoyo a las nuevas exploraciones geográficas españolas de la costa pacífica del norte del virreinato. Así, a finales de 1779 pudo informar a Madrid positivamente de las expediciones de dos fragatas en sus viajes desde el puerto de San Blas hasta los puertos de Monterrey y San Francisco, en las Californias. Esta expedición se adentró más allá de los 60 grados norte, descubriendo nuevos emplazamientos futuros para los españoles, en su intento por cerrar la penetración rusa que presionaba por la costa desde el norte en dirección sur.

La declaración de guerra de España a Inglaterra se notificó al virrey en agosto de 1779, lo que le llevó a dedicar la práctica totalidad de su mandato a labores militares. Sin embargo, contó con la ayuda de Pedro Antonio de Cossío, quien, como secretario de Cámara, había sido nombrado por el ministro de Indias para dirigir secretamente la Hacienda Real del virreinato, teniendo funciones de intendente. Esto suponía una disminución grave de las atribuciones propias de un virrey, en especial en uno de la entidad de la Nueva España, pero la falta de ambición de Mayorga no supuso ningún problema, pues, como militar, le agradaba mucho la idea de no tener que preocuparse demasiado por los asuntos del fisco.

En el orden militar sí contaba con suficiente experiencia como para saber cuál era su posición, y por eso mostró desde su mismo nombramiento abiertas discrepancias con Pascual Jiménez de Cisneros, desde 1774 inspector general de las tropas de Nueva España.

Ambos bombardearon al ministro Gálvez con una abundante correspondencia en la que se criticaban mutuamente por injerencias en el servicio y atribuciones de cada uno. Las desavenencias fueron tan fuertes que, pese al mayor rango del virrey, ambos acabaron, con el tiempo, siendo relevados de sus respectivos mandos. Sin embargo, mientras las disputas se resolvían, Mayorga actuaba con absoluta firmeza para preparar las defensas del virreinato ante un posible golpe de mano británico.

Así, preparó un plan general defensivo que tenía como sus centros principales las ciudades fortificadas de Veracruz y Acapulco, ambas seriamente amenazadas por los ingleses. En especial, Veracruz se fortificó doblemente aumentando la presencia de tropas y milicias locales, y reforzando el castillo de San Juan de Ulúa, justo enfrente de Veracruz.

En Ulúa Mayorga mejoró el baluarte de San Crispín, se terminaron las bóvedas, se derribó el palacio que servía al castellano y se cimentó otro nuevo. Al mismo tiempo se mejoró la artillería y se dispuso al completo su guarnición. Todo ello ante la amenaza real de que la invasión inglesa, en caso de producirse, se dirigiera directamente contra el eje Veracruz- San Juan de Ulúa, que constituía la verdadera puerta de entrada al virreinato.

Mayorga tuvo dificultades con los ingenieros, que estuvieron en contra de su decisión de eliminar las baterías costeras de Veracruz por considerarlas inútiles.

Aunque finalmente prevaleció la orden del virrey y su criterio militar, una vez hubo acabado la guerra en 1783 se ordenó desde Madrid la construcción de nuevas baterías para reforzar la defensa.

Las tropas del virreinato gozaron también de gran atención. Un recuento del propio virrey estimaba la fuerza efectiva en alrededor de cinco mil doscientos soldados. Sin embargo, era consciente de la imposibilidad de reforzarlos con abundante tropa desde la Península, ya que las líneas marítimas estaban en peligro permanente de ataque por los buques ingleses.

Por tal motivo se decidió a aumentar las milicias, algo que se correspondía en gran medida con las reformas militares que se habían iniciado en América después de 1764, y que tendían precisamente a mejorar la defensa americana con tropas nativas. Las milicias se dividieron en provinciales y urbanas, y se crearon o reestructuraron las tropas milicianas de México, Tlaxcala, Puebla, Toluca, Córdoba y Jalapa, mediante la creación de cuatro regimientos provinciales de milicianos fuertemente armados, y cuya instrucción corrió a cargo del erario público. En el lado negativo de este plan de fomento de las milicias, hay que destacar el altísimo costo de las mismas, que ascendió, según un plan general, a 2.789.843 pesos.

En el lado económico, aunque sus atribuciones no eran tan importantes como antes, el virrey se vio obligado a mantener la tradicional política virreinal de soporte de las guarniciones caribeñas. En este sentido fueron varias decenas de millones de pesos los enviados desde México a los enclaves de La Habana, Santiago de Cuba, Florida, Puerto Rico y Santo Domingo, ya que ninguno de ellos tenía los recursos suficientes como para no depender del virreinato. Esta aportación económica se vio incrementada, por motivo de la guerra, con ingentes cantidades de víveres suministrados también a las diferentes plazas, lo que supuso una carga demasiado pesada para el virreinato.

En este sentido, y para abaratar costos, se creó una nueva fábrica de pólvora para aspirar a la autosuficiencia.

Aunque las rentas se vieron incrementadas durante su gobierno, en especial las provenientes del estanco del tabaco, los gastos generales fueron tan altos que fue necesario no sólo endeudarse sino recurrir también al préstamo de la clase comerciante local y de particulares. Después de la guerra las deudas del virreinato se estimaron en 18.271.861 pesos, algo que hipotecó durante años a los virreyes sucesivos.

Aunque hubo alguna que otra sublevación de carácter local, y sin demasiada trascendencia, el gobierno de Mayorga estuvo caracterizado por la equidad y la benevolencia. Finalmente, las desavenencias y su falta de inclinación a los juegos políticos terminaron por su relevo, coincidiendo con el final de la guerra en 1783, una vez hubo cumplido sus misiones militares.

Gracias a sus órdenes y disposiciones, se pudieron realizar todos los objetivos militares de la guerra, incluyendo las conquistas de Mobila y Pensacola en 1781.

Murió en el transcurso del viaje desde La Habana a Cádiz, a bordo de la urca Santa Clotilde. Al haber fallecido en alta mar, se le aplicó la ley de bienes de difuntos y en el inventario de posesiones que traía de regreso a España se encontraban más de cuarenta cajones y baúles, muchos de ellos de plata, y 44.000 pesos en monedas, lo que constituía una auténtica fortuna.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General de Indias (Sevilla), México, 377, 1386, 1389, 1390, 1395, 1396, 1397,1511, 1868, 2421, 2422, 2465; Contratación, 5688; 5518, n. 2, r.

7; Estado, 20, n. 28; Santo Domingo, 2547, 2549, 2609; Cuba, 685 B; 1209, 1275, 1278; Mapas y Planos, Guatemala, 212, 215, 219, 220, 223, 226, 227, 229, 231, 233.

J. A. Villa-Señor, Teatro Americano. Descripción general de los reinos y provincias de Nueva España y sus jurisdicciones, México, 1746; V. Palacio Atard, El Tercer Pacto de Familia, Sevilla, Universidad, 1945; L. González Obregón, México viejo, Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina, 1945; A. Carrillo y Gariel, Las galerías de San Carlos, México, Universidad Nacional Autónoma, 1950; J. J. Real Díaz, Martín de Mayorga, Virreyes de Nueva España, ed. de J. A. Calderón Quijano, vol. II, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1968.

 

José Manuel Serrano Álvarez

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