Manso de Velasco y Sánchez Samaniego, José Antonio. Conde de Superunda (I). Torrecilla en Cameros (La Rioja), V.1689 – Priego de Córdoba (Córdoba), 5.I.1767. Capitán general de Chile, XXX virrey del Perú.
Fueron sus padres Diego Sáenz Manso de Velasco, natural de Torrecilla en Cameros, en La Rioja, y Ambrosia María Sánchez Samaniego, nacida en el pueblo alavés de Laguardia. Tuvo un hermano mayor de nombre Diego. Su familia, de posición económica acomodada, poseía una cabaña ganadera y un lavadero de lanas a las orillas del río Iregua. En 1705 comenzó a servir en el Regimiento de reales guardias españolas que luchó a favor de la causa de Felipe V durante la Guerra de Sucesión. Participó entre 1708 y 1714 sucesivamente en los sitios de Alcántara y de Tortosa, siendo herido en el primero, en la batalla de Gudeña, en el asedio de Estadilla, en el socorro de Ávila, en la ofensiva contra Balaguer, en las contiendas de Peñalva y Almenara, en las batallas de Zaragoza y de Villaviciosa y, finalmente, en el bloqueo y asalto a Barcelona.
La segunda fase de su carrera militar se inició con el estallido de la guerra entre España y la cuádruple alianza (Inglaterra, Francia, Austria y Holanda). Participó como expedicionario en los sitios de Gaeta y Cantelamar en la región de Cerdeña en 1718 y en 1720 con el final de la guerra retornó a España. Las contiendas bélicas de la Monarquía hispánica se trasladaron en la década de 1720 al Norte de África y Manso de Velasco estuvo en la exitosa defensa de Ceuta del asalto de las tropas marroquíes. Participó en la expedición militar que comandó el marqués de Montemar y que reconquistó la plaza de Orán en julio de 1732. En esta última plaza coincidió con Zenón de Somodevilla, el futuro marqués de la Ensenada, a quien en adelante le vincularía una estrecha amistad política al integrarse al círculo de poder que el político riojano fomentó en torno a la cofradía de Nuestra Señora de la Valvanera.
En reconocimiento a sus servicios distinguidos en los campos de batalla Felipe V ascendió a Manso de Velasco a capitán de los Reales Ejércitos y le confirió el título de caballero de la Orden de Santiago. Además se le ofreció el cargo de gobernador, capitán general y presidente de la real audiencia de Filipinas, pero su protector el marqués de Montemar le convenció para que declinase el cargo y se mantuviese en su Regimiento a la espera de una oferta más tentadora.
La nueva oportunidad para cruzar el Atlántico le llegó el 15 de noviembre de 1736 al conferírsele por real cédula el puesto de gobernador y capitán general de Chile. Se embarcó en Cádiz el 3 de febrero de 1737 en el navío comandado por Blas de Lezo que le condujo a Santiago de Chile. Su desempeño en este puesto se prolongó hasta 1745. Su principal cometido se dirigió a fomentar numerosas poblaciones de españoles con el propósito de poblar el territorio. Entre estas fundaciones destacan San Felipe de Aconcagua, Santa María de los Ángeles y Cauquenes, Talca, Melipilla, Rancagua, Curicó y Copiapó. También iba a condicionar su actuación el estallido de la guerra entre España e Inglaterra en 1739. Para prevenir los ataques de la escuadra inglesa comandada por el almirante George Anson creó nuevas milicias, mejoró las fortificaciones y los puertos y estableció nuevos presidios dotados de guarniciones. Por último, en su intención de pacificar el territorio promovió un parlamento con los indios araucanos en el poblado de Tapihué. La Monarquía hispánica premió sus servicios ascendiéndole en 1741 a mariscal de campo y dos años después a teniente general de los reales ejércitos.
Finalmente, por directa intercesión del ministro de Marina e Indias el marqués de la Ensenada se le nombró virrey del Perú para suceder al marqués de Villagarcía por Real Cédula de 24 de diciembre de 1744.
Hizo su entrada pública en Lima bajo palio el 12 de julio de 1745 y nombró por asesores a Tomás Durán, José de la Cuadra, Francisco Ramón de Herboso y Figueroa y Antonio de Boza y Garcés. El hecho más importante que marcaría el rumbo de su gobierno fue el terremoto que destruyó Lima y Callao el 28 de octubre de 1746. La capital peruana fue casi destruida por el sismo y el puerto de Callao, incluida su fortaleza y su población, fue barrido por un maremoto. Las víctimas humanas de este desastre natural y de las epidemias que le sucedieron sumaron miles. Fueron varios los testimonios publicados por testigos que vivieron esa experiencia. Entre ellos cabe destacar la Individual y verdadera relación de la extrema ruina que padeció la Ciudad de los Reyes de Pedro Lozano (1747), la Carta o diario de José Eusebio Llano Zapata (1748) y la Desolación de la ciudad de Lima y diluvio del puerto del Callao de Victorino Montero (1748). Manso de Velasco iba a dedicar en los siguientes años de su gobierno todo su empeño en reconstruir Lima y Callao. El rediseño arquitectónico de ambos lugares corrió a cargo del sabio francés Luis Godin, catedrático de Prima de Matemáticas de la Universidad de San Marcos, quien llegó al Perú tras disolverse la expedición geodésica hispano-francesa de 1736. El virrey puso fin al luto de la capital el 23 de septiembre de 1747 al celebrar públicamente la proclamación como rey de Fernando VI. Su optimismo y eficacia en resolver los problemas iniciales derivados del cataclismo le valió que este Monarca le confiriese el título de conde de Superunda (palabra equivalente a “sobre las olas”) el 8 de febrero de 1748. Las principales edificaciones que se concluyeron bajo su mandato fueron el palacio virreinal, la catedral, la Casa de la Moneda, el hospital de San Bartolomé, el Hospicio de Niños Huérfanos y la mayor parte de los conventos religiosos. En Callao creó el pueblo de Bellavista y al finalizar su mandato dejó bastante avanzada la nueva fortaleza de forma pentagonal que iba a ser una de las más seguras e inexpugnables de la América Meridional.
En el terreno económico el gobierno de Manso de Velasco reorganizó las Casas de la Moneda de Lima y de Potosí, las hizo de propiedad real, reglamentó su funcionamiento asumiendo el modelo de Nueva España y centralizó en Lima la emisión de las monedas de oro y plata denominadas de “cordoncillo”.
En 1752 como parte de la reforma de la Real Hacienda estableció el estanco del tabaco en polvo y se establecieron en Lima dieciséis puestos de venta de cigarros. Al poco tiempo actualizó el impuesto de alcabalas mediante la confección de un nuevo arancel y la recaudación de deudas atrasadas que permitieron alcanzar un superávit en este rubro. En lo que se refiere a la producción minera en Potosí y Huancavelica no hubo cambios importantes en ambas explotaciones y se siguió experimentando una coyuntura de baja productividad pese al mantenimiento de la mita indígena. Por su parte, en el rubro del comercio el virrey se alió con las demandas del Consulado de comerciantes limeño y fue partidario del retorno del régimen de galeones y del restablecimiento de la feria de Portobelo que se celebró sin éxito por última vez en 1737. En cambio, combatió el navío de registro que arribaba periódicamente al puerto de Buenos Aires y culpó a los oficiales reales de esta provincia de fomentar el contrabando al territorio peruano. La autoridad del virrey en el rubro mercantil se vio fortalecida al conferirle Ensenada el 12 de marzo de 1650 el cargo de superintendente de Real Hacienda del virreinato.
Esta circunstancia le permitió fijar el derecho de avería sobre los caudales que salían de Potosí al Río de la Plata y que cuyo producto se invirtió en la construcción de navíos. Los navieros y bodegueros peruanos fueron beneficiados con la política del virrey de priorizar el traslado del trigo producido en Chile al Perú bajo precios controlados y créditos de bajo costo. Esta política reactivó la actividad mercantil por el puerto de Callao.
Durante el segundo año de mandato de Manso de Velasco llegó la noticia del final de la guerra entre España e Inglaterra (1739-1748). Antes de conocer esta noticia y en previsión de un ataque inglés el virrey había dispuesto la formación de varios cuerpos de tropas que ubicó en Lima y Callao. Libre de este problema bélico, este gobernante en adelante debió enfrentar una serie de conflictos sociales internos. El más complicado fue la rebelión del líder indígena Juan Santos Atahualpa que estalló en la región selvática del centro del Perú conocida como el Gran Pajonal. Este movimiento social en el que participaron varias etnias amazónicas había estallado en 1742 bajo el gobierno del marqués de Villagarcía. Las expediciones militares enviadas por Manso de Velasco en 1746 y 1750 no tuvieron éxito, pero en 1756 la rebelión entró en una fase de declive posiblemente motivada por la muerte del líder Santos Atahualpa. Otros dos conflictos que enfrentó el virrey fueron la conspiración de mestizos de Lima y la rebelión indígena de Huarochirí, ambas ocurridas entre julio y agosto de 1750. La de Lima fue abortada antes de su estallido mientras que en la de Huarochirí los indios mataron al corregidor al culparle de los cobros excesivos que recaían sobre ellos.
Los líderes de ambas rebeliones fueron finalmente capturados y sentenciados a muerte. Hubo otras revueltas menores en varias regiones del virreinato cuya causa fue la legalización del sistema del repartimiento de mercancías en 1756 que benefició a los corregidores y perjudicó las economías de las comunidades indígenas.
En su condición de vicepatrón de los derechos de la Corona sobre la Iglesia, Manso de Velasco procedió a intervenir en los nombramientos de canónigos, los inventarios anuales del tesoro catedralicio, los beneficios de curatos y las provisiones de canonjías catedralicias.
El arzobispo de Lima Pedro Antonio Barroeta consideró esta actuación como una injerencia en su fuero. El enfrentamiento jurisdiccional entre los máximos representantes de los poderes civil y religioso llegó a su extremo en 1758 con ocasión de la inauguración de la nueva catedral de Lima. El arzobispo dispuso que el órgano de la basílica sonase sólo cuando él entrase. En represalia el virrey decretó que se prohibiese al arzobispo el uso del quitasol en las procesiones. La polémica culminó con el abrupto traslado de Barroeta al Obispado de Granada el 19 de septiembre de 1758. Las relaciones del virrey con el Tribunal del Santo Oficio fueron menos conflictivas.
Durante su gestión se celebraron dos autos de fe, el primero el 19 de octubre de 1749 en el que fueron sentenciados a penas menores seis reos por herejes, y el segundo el 6 de abril de 1761 en donde los reos acusados de herejes fueron paseados con el sambenito y fueron azotados.
El virrey solicitó su relevo a la Corona el 1 de mayo de 1758, pero tal pedido le fue concedido el 22 de junio de 1760. La noticia fue recibida en Lima en abril de 1761. El 12 de octubre de 1761 Manso de Velasco entregó a su sucesor el mando y partió hacia Tierra Firme en un viaje que debía concluir en España. El 20 de diciembre zarpó de Portobelo con dirección a La Habana y arribó a esta ciudad el 24 de enero de 1762. Cuando se disponía a continuar la última etapa de su viaje, comenzó en junio de 1762 el bloqueo del puerto habanero por parte de la flota inglesa que iba a decidir el final de la llamada Guerra de los Siete Años. Como militar de más alta graduación fue invitado a integrar la junta de guerra que hizo una inútil resistencia contra el enemigo. Asistió a la rendición de esta plaza y a la ocupación de La Habana por los ingleses el 2 de agosto de 1762. Manso de Velasco fue intercambiado por prisioneros ingleses y retornó a España sin sospechar que los problemas derivados de su actuación en la derrota española serían investigados.
El Consejo de Guerra nombrado por el conde de Aranda abrió un proceso contra todos los implicados en la rendición de la plaza habanera y en dicha causa fue incluido el ex virrey del Perú. La sentencia de este tribunal de 4 de marzo de 1765 hizo responsable a Manso de Velasco de toda una serie de actos que provocaron la derrota y se dictaminó que fuese suspendido por diez años de empleo, que se le desterrase a cuarenta leguas de la Corte y que se le embargase sus bienes para reparar los daños causados a la Real Hacienda y a todos los particulares perjudicados.
No conforme con la actuación del Consejo de Guerra por considerar que estaba influenciado por la inquina que le tenía el conde de Aranda, apeló la sentencia.
Paralelamente, en Lima también se inició un proceso judicial en su contra por incumplir con el pago a sus fiadores. Manso de Velasco no pudo asistir al restablecimiento de su inocencia y de su honor al fallecer en enero de 1767 a los setenta y ocho años de edad.
Legó su título de conde de Superunda a su sobrino Diego Manso.
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Víctor Peralta Ruiz