Alcedo y Bejarano, Antonio. Quito (Ecuador), 14.III.1736 – La Coruña, 21.IX.1812. General, geógrafo e historiador.
Antonio Alcedo fue hijo del que fuera presidente y comandante general de Quito, Dionisio Alcedo y Herrera y de la sevillana María Luisa Bejarano, cuya familia hacía varios años se había establecido en Cartagena de Indias. Salcedo fue bautizado el día de su nacimiento por el capellán de la Real Audiencia, doctor Miguel Marino de Lobera, fungiendo de madrina su hermana Leonor, en representación de su tío paterno José de Alcedo y Herrera, marqués de Villa Formada, caballero de Calatrava del Consejo Real y alcalde de Casa y Corte de la villa de Madrid. Al año de su nacimiento, Alcedo viajó con su familia a la Península debido al término de las obligaciones militares de su padre en Quito; sin embargo, toda la familia regresaría a América a los pocos años, pues Dionisio Alcedo fue designado como capitán general de Tierra Firme (1743).
Las primeras letras de Alcedo estuvieron a cargo de padres jesuitas hasta 1752, año en el que la familia Alcedo regresó, de nuevo, a la Península. No obstante, fue su padre quien lo introdujo por aquellos años al estudio de la geografía y la historia americana, a través de los continuos viajes que realizaba por las costas de Panamá revisando las fortificaciones, a los que le acompañaba su pequeño hijo.
En España, Alcedo continuó ayudando a su padre en la elaboración de informes, escritos y memoriales e, inclusive —manejó los libros de su biblioteca—, clasificando abundante información sobre todo lo relacionado a América.
Sin descuidar sus estudios, continuó instruyéndose como cadete supernumerario —cuyo nombramiento había obtenido el 9 de abril de 1744— y, cuando hubo terminado sus estudios de matemáticas, ingresó en el Regimiento Real como guardia de Infantería, recibiendo desde el inicio el grado de alférez. Fue ascendido a segundo teniente de fusileros (1766) y en junio de 1773 fue elevado a primer teniente, con destino a la compañía de Morón. Este grado militar era dado usualmente a personajes pertenecientes a la nobleza media —de toga o de capa y espada, militares o marinos—, que desde el advenimiento de los Borbones a la corona española fueron sustituyendo a la rancia nobleza que la casa reinante anterior había beneficiado.
Participó en el ataque a Gibraltar en 1779, bajo las órdenes de su hermano Ramón Alcedo, capitán del cuerpo de Reales Guardias de Infantería Española. Su meritoria participación le valió el ascenso inmediato a capitán, y aunque en su regimiento los ascensos se otorgaban por rigurosa antigüedad, el rey premió sus servicios con ascensos valederos para otros cuerpos, de tal manera que en 1786 ostentaba ya el grado de coronel del ejército.
Alcanzó el grado de brigadier en 1792 y a los pocos años fue designado gobernador político y militar de la villa y partido de Alcira en Valencia. Su trayectoria militar y su buena administración le valieron para ser promovido a gobernador militar de La Coruña (1796), así como para hacerse merecedor de la condición de mariscal de campo.
Alcedo se encontraba ejerciendo su cargo militar en La Coruña cuando las tropas francesas invadieron la Península. Al igual que en otras provincias de España, así como en América, se formaron juntas de gobierno para repeler la invasión franca, integradas por las principales autoridades, representantes de grupos comerciales, pobladores comunes y agricultores.
A pesar de haber nacido en el Nuevo Mundo, Alcedo se ganó el reconocimiento de los políticos y militares españoles. Así lo demuestra el hecho de que ante la enfermedad de Antonio Filangieri, capitán de la Junta Revolucionaria de La Coruña, el general Villagluese depositara su confianza en Alcedo, nombrándolo presidente general de dicha Junta. La llegada del ejército inglés, al mando del general Moore a La Coruña, permitió a Alcedo tener algunos días más para intentar recomponer a las milicias españolas. Sin embargo, el 16 de enero de 1809, las tropas francesas, al mando del general Soult, no tuvieron mayores inconvenientes en derrotar a los ingleses e ingresar sin problemas a los valles anexos a La Coruña.
Ante tal situación, Alcedo decidió capitular y entregar la ciudad al general francés antes de poner en riesgo a la población. Por su parte, los franceses reemplazaron a todas las autoridades el 20 de enero de 1809, dispersaron la Junta Revolucionaria y presionaron a los órganos administradores de la corona a prestar homenaje al nuevo rey José Bonaparte.
Años más tarde, cuando las tropas francesas evacuaron España, Alcedo tuvo la oportunidad de regresar a su puesto; sin embargo, su avanzada edad y las enfermedades propias de la vejez le impidieron formar parte de la milicia libertaria.
Alcedo dedicó su vida no sólo al ejercicio militar, fue también un hombre de ciencia e ilustrado; aún más, un hombre de escogido talento que, cultivado con esmero, produjo resultados provechosos, especialmente en el campo de la geografía y la historia. Dicha afición la tuvo desde niño, resultado de la influencia que su padre, hombre igualmente ilustrado y versado en cosas indianas, ejerció sobremanera en la vida de su hijo. Fue igualmente por su progenitor que Alcedo logró tener acceso a información acerca de los más remotos lugares de los virreinatos del Perú y Nueva España, ya que no solamente ordenaba los papeles de su padre con abundante información geográfica y política, sino que también escribía memoriales y ordenanzas con aquellos datos. Otro punto importante que hay que resaltar es el contacto visual que tuvo Alcedo con los pueblos agolpados en las costas de Panamá, el Darién y Tierra Firme. No hubo ocasión en la que Dionisio Alcedo fuera a hacer inspecciones sin que su hijo Antonio lo acompañara, ya sea para la revisión de fortificaciones o para la dotación de baterías a los pueblos costeños. Por último, una de las influencias más grandes que debió de tener Antonio Alcedo para dedicar la mayor parte de su tiempo libre al estudio de la geografía americana fueron los escritos que su padre enviaba al Consejo de Indias; la mayoría de ellos sobre la historia y noticias del Perú, Tierra Firme, Chile y el virreinato de Nueva Granada.
Tras veinte años de estudio y recopilación de datos, Alcedo publicó en Madrid su Diccionario Geográfico de las indias occidentales o América, entre 1786 y 1789, dividiéndolo en cinco volúmenes.
Alcedo quería que su obra diera a conocer la geografía, costumbres y población de la mayor parte del continente americano, con la finalidad de que en la mayoría de los países europeos conocieran los climas y precios para el fomento del comercio.
Hacía varios años que el espíritu de la ilustración se había instalado en las comunidades científicas. Así, los diccionarios y enciclopedias panorámicas eran los libros por excelencia en aquellos tiempos y los de mayor aceptación en los círculos ilustrados e intelectuales. Por ello Alcedo accede a presentar su obra en este formato. Para su publicación, otra vez su padre tiene un papel destacadísimo, pues en un primer momento Alcedo no quiso publicar su trabajo, ya que le parecía general y poco consistente. Sin embargo, la confianza otorgada por alguien como su padre, que había recorrido gran parte del territorio americano y sus islas, además de ser consultor para la Corona de todos los temas relacionados a las Indias, le proporcionó tranquilidad y seguridad para publicar su obra. Además, logró entender que su Diccionario constituiría un primer aporte, un cimiento o bosquejo de otras más perfectas, del mismo modo como ocurrió con los diccionarios de Morera, La Martinière y otros.
Alcedo no se dejó amilanar por la aparición del Dizionario stórico geográfico dell América meridionale (1771) del jesuita Juan Domingo Coletti, misionero que años atrás estuvo en la región de Maynas, así como tampoco por Il gazzetiere americano, que salió a la luz en 1763. Ambos textos eran limitados y con poca proyección geográfica. Sin embargo, hay que anotar que fueron de mucha utilidad para Alcedo a la hora de corregir y aumentar su trabajo. En el primer tomo, Alcedo advierte a los lectores la gran dificultad que tuvo para ordenar, clasificar y priorizar la información, la mayoría de ella obtenida tras la revisión exhaustiva de más de doscientos cincuenta libros referentes a las indias occidentales. Es por ello por lo que pide la colaboración de sus lectores para que todo lo que consideren digno de enmienda o adición se lo hagan saber y pueda corregirlo en las siguientes entregas.
El Diccionario de Alcedo es un compendio de historia, geografía y anécdotas de cuantos pueblos, villas, ciudades y virreinatos pudo tener noticia. Sin embargo, la información en algunos casos es errada o inexacta. Ello se debe a que el tiempo entre la investigación y la publicación de la obra bordeó los veinte años. Asimismo, los temas que reseña son de diversa índole y trata de abarcar la mayor parte de América, incluyendo la parte anglosajona.
De igual manera, la obra comprende temas y noticias acerca de botánica, hidrografía, orografía, mineralogía y zoología, además de una descripción detallada de los pueblos indígenas. Esta descripción es tal vez el aporte más significativo de Alcedo, pues reseñó tribus y pueblos que a los pocos años de haber sido citados en su obra desaparecieron, se fusionaron con otros o perdieron sus costumbres al recibir la carga cultural de occidente. En ninguna obra de esta época es posible encontrar un estudio etnográfico tan profundo y variado sobre los grupos indígenas como el detallado por el Diccionario.
Otro tema digno de resaltarse es el referido a las costumbres de los pueblos americanos. Los alientos, las armas, las tradiciones, los vestidos y las bebidas de las diversas regiones americanas, la arquitectura particular de cada pueblo e, inclusive, algunos datos sobre su pasado prehispánico son reseñados con gran profusión, así como también datos estadísticos en los que se describe la composición étnica de cada pueblo.
Al final de la obra, Alcedo colocó un vocabulario con palabras vernaculares y “americanismos”, especialmente de plantas, animales y árboles, los que describe con gran detalle y clasifica científicamente, pues contó con la cooperación del botanista español Casimiro Gómez de Ortega.
Al concluir el primer tomo de su Diccionario, Alcedo solicitó a la Real Academia de Historia su ingreso como académico (junio de 1787), escribiéndole al director de la institución, el conde de Campomanes, para que le otorguen dicha merced. Al mes siguiente, por unanimidad del Consejo, fue aceptado como miembro honorario e invitado a las sesiones ordinarias. La participación de Alcedo en la Real Academia de Historia fue constante, inclusive, se le encomendó la censura de libros o la lectura de diversos dictámenes concernientes a la impresión de libros o sugerencias para la modificación de ciertas partes, debido a que no guardaban similitud con la historia oficial del reino español.
La obra de Alcedo fue conocida rápidamente, teniendo gran acogida en los círculos intelectuales de Madrid, Barcelona y La Coruña. El rey español Carlos III y su hijo Carlos IV, al examinar el Diccionario de Alcedo y al enterarse de que no fue revisado por ningún comité de censura, decidieron prohibir su lectura, pues alegaban que podía exaltar la avaricia de los países enemigos de España, especialmente Inglaterra. Por esta razón se prohibió su circulación fuera de los territorios de la Península.
Mas como todo lo prohibido, el Diccionario de Alcedo se difundió rápidamente por toda América y terminó por llegar a Inglaterra, donde fue traducido y ampliado hasta alcanzar el doble de su contenido original. Este trabajo fue realizado por el empleado de Aduanas G. A. Thompson, quien logró mejorar el Diccionario gracias a los trabajos históricos de los jesuitas americanos, así como también a la minuciosa descripción que el barón Humboldt realizó sobre América. Esta traducción se publicó en Londres entre 1812 y 1815.
Alcedo consideró publicar al final de los tomos del Diccionario uno que reseñara todos los libros utilizados en la redacción de su monumental obra. En 1807, siendo aún gobernador militar de La Coruña, terminó la redacción de la Biblioteca Americana. Catálogo de los autores que han escrito de la América en diferentes idiomas y noticias de su vida y patria, años en que vivieron y obras que escribieron. Esta obra no fue impresa por Alcedo, aunque sí fue utilizada años más tarde por bibliófilos ingleses o norteamericanos, como, por ejemplo, Mr. Rich, quien escribió Bibliografía Americana en el Siglo XVIII, basándose en el trabajo de Alcedo.
En las postrimerías de su vida, Alcedo no dejó sus estudios e investigaciones. Inclusive, leyó en la Real Academia de la Historia un Memorial para continuar el trabajo que Antonio de Herrera dejó trunco en 1554. Las Décadas de Herrera, es un voluminoso trabajo que da cuenta de los sucesos más destacados de las indias occidentales; es por ello por lo que Alcedo cree conveniente la continuación de dicha obra, ya que se registraría la historia, costumbres y tradiciones de la mayoría de los pueblos americanos.
Obras de ~: Diccionario Geográfico de las indias occidentales o América, Madrid, Benito Cano, 1786-1789, 5 vols. (ed. y est. prelim. de C. Pérez Bustamante, Madrid, Atlas, 1967, Biblioteca de Autores Españoles, 205-208); Biblioteca Americana. Catálogo de los autores que han escrito de la América en diferentes idiomas y noticias de su vida y patria, años en que vivieron y obras que escribieron, 1807 (ed. e intr. de J. Garcés, Quito, Museo Municipal de Arte e Historia, 1965); Estado de los oficiales que han tenido el Regimiento de guardias Españolas desde su creación, el año de 1704, ms., Biblioteca Nacional (Madrid); Memoria sobre el mejor medio de continuación de la Historia de las Indias Occidentales que dejó escritas el cronista General Antonio de Herrera hasta el año de 1554, Biblioteca de la Real Academia de la Historia (Madrid), ms. B-40.
Bibl.: D. Barros Arana, “Biografía Americana: Don Antonio de Alsedo”, en Revista de Buenos Aires, n.º 8, t. II (1863); E. Torres Saldamando, “Los Alcedo y Herrera. Datos Biográficos”, en Revista Histórica, vol. III (1908); R. Páez, “Don Antonio de Alsedo y su biblioteca Americana”, en Boletín de la Academia Nacional de Historia (Quito), 1957; F. Esteve Barba, Cultura virreinal en la historia de América, Barcelona, Salvat, 1965; C. Pérez-Bustamante, Antonio de Alcedo y su “Memoria” para la continuación de las “Décadas” de Herrera, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1968; Th. G.[lick], “Alcedo y Bejarano, Antonio de”, en J. M.ª López Piñero, Th. Glick, V. Navarro Brotons y E. Portela Marco, Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, vol. I, Barcelona, Ediciones Península, 1983, págs. 36-37.
Gonzalo Villamonte Duffoo