Blake Joyes, Joaquín. Málaga, 19.VIII.1759 – Valladolid, 27.IV.1827. Capitán general, regente del reino y fundador del cuerpo de Estado Mayor.
Hijo de una familia de origen irlandés, procedente del condado de Galloway, que se había instalado en España a principios del siglo XVIII, era su padre Agustín Blake y Browne, noble, católico y español desde 1710, que le fueron concedidos todos los derechos, considerando desde entonces a España como su propia patria. Su madre era Inés Joyes y Brown, nacida en Madrid, pero también de origen irlandés. El futuro general estudió en Málaga y en Madrid con Casimiro Ortega matemáticas, retórica, lógica, francés, inglés, alemán y griego. Ingresó como cadete en el Regimiento de Infantería América el 10 de enero de 1775. Cuando tenía quince años empezó a servir el empleo de subteniente de Fusileros en septiembre siguiente y por sus cualidades dos años después fue designado maestro de cadetes.
Sus primeros hechos de armas tuvieron lugar en el sitio de Gibraltar y en Menorca (1781), que estaba en poder de los ingleses. Tomó parte activa en la ocupación de Mahón y del castillo de San Felipe, donde se distinguió como subteniente de Granaderos y obtuvo su primera recompensa en 1782, el grado de teniente. El 27 de junio de 1784 fue nombrado teniente vivo y destinado a la Academia de cadetes en el Puerto de Santa María. Promovido en 1787 al empleo de teniente de Granaderos, vuelve al Regimiento de América como ayudante. En 1789 contrajo matrimonio con Dorotea Tovar y Pierce, unión de la que nacieron cinco hijos. En 1792 obtuvo el grado de capitán.
Tomó parte en la campaña contra Francia en los Pirineos Occidentales, donde fue herido y ascendido a sargento mayor en 1793. Recibió el nombramiento para organizar e instruir el Regimiento de Voluntarios de Castilla, lo que hizo con tal eficacia, que en poco tiempo actuaba en el Rosellón. El general Urrutia, que tomó el mando del Ejército de Cataluña, lo llamó a sus inmediatas órdenes para encomendarle importantes misiones y le propuso para teniente coronel del Regimiento de Voluntarios de la Corona, cuerpo creado por el general con oficiales y soldados escogidos. En septiembre de 1795 recibió el grado de coronel y solicitó el retiro, terminada la guerra y después de veintidós años de servicio, para atender a su numerosa familia y a sus intereses que tenía muy abandonados. La petición le fue denegada y en octubre obtuvo el empleo de coronel, cuando tenía treinta y cinco años.
Godoy nombró a Blake secretario de la Junta de generales que tenía que estudiar la reorganización del Ejército y proponer soluciones y reformas, y cuando el general Benito Pardo presentó un proyecto de nueva táctica de Infantería, para su ensayo práctico eligió su regimiento, que estaba entonces de guarnición en Madrid.
En 1799 formó parte de la expedición a Mallorca en previsión de un ataque inglés, trasladándose al año siguiente a la frontera extremeña a las órdenes del duque del Infantado y, cuando este ejército fue reforzado en 1801, asumió el mando del Regimiento de la Corona, formando parte de la división de vanguardia de las fuerzas que invadieron Portugal, destacando en los combates frente a la plaza fuerte de Elvas.
Se desconoce si el reglamento para la creación y funciones de un nuevo Estado Mayor de campaña firmado por el Príncipe de la Paz, fue una iniciativa suya o el resultado de una sugerencia favorablemente acogida. Lo cierto es que existe un borrador o proyecto previo fechado en Aranjuez el 12 de febrero de 1801, manuscrito y firmado por Blake y también por Godoy, en señal de aprobación, que además llevaba una relación de oficiales que parecían a propósito para formar el Estado Mayor. Sobre ese borrador fue redactado el reglamento de 23 de marzo siguiente y la simple comparación de ambos documentos elimina la menor duda, aunque Blake no podía figurar, porque entonces sólo tenía la categoría de coronel.
Terminada la corta guerra de las Naranjas, fue destinado a Valladolid con su regimiento y después de solicitar, otra vez, el retiro, que le fue denegado, recibió el grado de brigadier con cuarenta y tres años. En 1802 una Ordenanza creó un Regimiento de Zapadores Minadores en Alcalá de Henares y recibió Blake la comisión de organizarlo, lo que hizo con tal acierto que fue nombrado subinspector de esta unidad. En enero siguiente la Inspección de Infantería le encargó la formación de un reglamento táctico para sustituir al tratado cuarto de la Ordenanza general en lo tocante a esta Arma. Pero, después de ensayado con su unidad en Getafe y de ser elogiado por varios coroneles a los que llegó para informar, quedó en total olvido.
Después de firmado el Tratado de Fontainebleau (1807), fuerzas francesas cruzaron los Pirineos, con el consentimiento del Gobierno español, con el pretexto de ocupar Portugal, con las que debían colaborar tropas españolas. De la división del general Francisco Taranco que tenía que situarse entre los ríos Miño y Duero, formaba parte el Regimiento de la Corona al mando del brigadier coronel Blake, que fue nombrado cuartel maestre con el cuartel general en Oporto; pero dadas las circunstancias que padecía la patria, solicitó su separación del servicio para no servir con los franceses.
El 30 de mayo de 1808, festividad de san Fernando, después del levantamiento de Madrid y los sucesos que siguieron, constituida la Junta del reino de Galicia, que asumió la potestad suprema, decretó el alistamiento y movilización de los hombres útiles y organizó el Ejército de Galicia, del que formaba parte la división situada en Oporto. Nombrado para el mando el general Filangieri y designado el brigadier graduado Blake cuartel maestre general, la tropa inició la marcha hacia Castilla. El 20 de julio, estando en Villafranca del Bierzo, debido al mal estado de salud del general, la Junta le nombró jefe del Ejército y ascendido a teniente general, sin pasar por los empleos de brigadier y mariscal de campo. Recibió orden de marchar directamente con sus tropas a Castilla y combatió al enemigo en la batalla de Rioseco, donde mataron el caballo que montaba y tuvo que retirarse ante la superioridad francesa, replegándose a La Bañeza para reorganizar su ejército. De la Junta de Galicia recibió el nombramiento de gobernador y capitán general del Reino de Galicia y presidente de su Real Audiencia, al mismo tiempo que fue tentado por los franceses para pasarse a la causa del rey José.
Formada la Junta Central Gubernativa del reino, el 30 de octubre ordenó a Blake entregar el mando del Ejército de Galicia al marqués de La Romana, pero antes tuvo que iniciar el repliegue y participar en la batalla de Espinosa de los Monteros con fuerzas muy mermadas. Días después fue designado capitán general interino de Valencia, para el mando provisional de Aragón y por haber muerto el general Reding, a cuyas órdenes había sido destinado, también interino del Principado de Cataluña y de su ejército. Inició las operaciones invadiendo el Bajo Aragón, atacando y ocupando la plaza de Alcañiz, rechazando a las fuerzas enemigas que trataban de recuperarla, recibiendo por esta acción la Encomienda de la Orden de Calatrava.
Tratando de arrojar a los franceses de Zaragoza fue detenido en la acción de María y se replegó a Belchite, donde fue derrotado por el abandono de sus soldados de la línea de posiciones. Dedicado a reorganizar su maltrecho ejército, decidió socorrer la plaza de Gerona, que sitiada estaba en apurada situación, y después de una larga marcha consiguió introducir un convoy de víveres y municiones con tres mil hombres.
Después de la derrota de Ocaña, aunque la salud de Blake estaba bastante quebrantada y había solicitado una licencia, que le fue concedida, se trasladó a Andalucía, donde recibió la orden de la Junta de Sevilla de asumir el mando del maltrecho Ejército del Centro y una vez más demostró su capacidad organizativa. Su primera intención fue intentar el socorro de Valencia, pero recibió la orden de marchar a la isla de León, debiendo confiar el mando del ejército con carácter interino al general que considerara más capacitado.
Establecido en Cádiz un Consejo de Regencia y disuelta la Junta Central, que quedó como supremo órgano de gobierno nacional, que como representante del Rey cautivo tenía el tratamiento de Majestad, se hizo cargo de las fuerzas que defendían la plaza y fue nombrado inspector general de Infantería y Milicias de toda España. Obra suya fue el reglamento para la reorganización de esta Arma, que se publicó el 1 de junio siguiente.
Este historial avalaba al teniente general Blake cuando el 25 de mayo del mismo año propuso al ministro de la Guerra Eusebio Bardaxí el establecimiento del Estado Mayor del Ejército y de otros particulares para los ejércitos del Centro, Derecha e Izquierda, en que entonces se dividían las fuerzas regulares españolas.
Al día siguiente se le comunicaba por real orden que el Consejo de Regencia había sancionado su moción, nombrándole jefe del Estado Mayor General con el encargo de formular el reglamento que estableciese sus funciones, unión con los Estados Mayores particulares y cuanto pudiera referirse al personal que los integraba. Debía determinar el asunto, delicado y escabroso, de la dependencia en que quedaban colocados dichos organismos con respecto a los generales de las unidades en que prestaban servicio, regulando las relaciones que forzosamente estaban precisados a mantener con los jefes de las Armas y los que sostuvieran los diversos cuarteles generales entre sí; puntualizando los deberes, facultades, sueldos, gratificaciones y raciones que se asignaban al nuevo Cuerpo.
Recibió también la orden de informar acerca de si resultaba conveniente que los oficiales conservaran los empleos que tenían en las Armas de procedencia, con opción a los ascensos que por antigüedad les correspondiera en las escalas respectivas, o si juzgaba preferible que quedasen apartados definitivamente de las mismas, con expresa renuncia de los adelantos que hubieran obtenido en los institutos a que antes pertenecían. Por último, se le encargó la misión de hacer las propuestas de las personas llamadas por sus especiales condiciones a componer la corporación que se organizaba.
A las veinticuatro horas, es decir, el 27 de mayo, el general Blake elevó a la Regencia un dictamen relativo a la formación del reglamento para los Estados Mayores, trabajo al que dio validez la Real Orden de fecha 28, que le confirmaba en el cargo y le comisionaba para organizarlo. Por decreto de 9 de junio siguiente quedó formado el Cuerpo por primera vez, con separación completa de los demás del Ejército: “Considerando el Consejo de Regencia de España e Indias las ventajas del establecimiento de un Estado Mayor General de oficiales que, manteniendo bajo su dependencia otros particulares en los ejércitos de campaña, reúnan en sí y desempeñen las funciones que la Ordenanza general divide en los empleos de cuartel maestre y mayores generales de Infantería, Caballería y Dragones y de sus ayudantes, facilitando por este medio al Gobierno Supremo y a sus respectivos generales en jefe, las noticias, documentos y demás operaciones que son indispensables para la organización, sistema y mejor éxito de las empresas, ha resuelto S. M. crear en nombre del Rey nuestro Señor Don Fernando VII el referido Cuerpo y nombrar para jefe de Estado Mayor General el teniente general don Joaquín Blake”.
No era nada usual la rapidez con que se sucedieron los escritos y decisiones citadas. Era la prueba indiscutible de que las enseñanzas de la guerra reclamaban con apremio la creación del Cuerpo y, de la misma manera, demuestran que dichos documentos no traducían tareas ni resoluciones del momento, sino que se trataba de estudios madurados anteriormente y de acuerdos previamente adoptados, a los que en esas fechas se les dio forma y valor legal. El prestigio del general Blake y su relación con la Regencia, de la que posteriormente formó parte, permitieron llevar a feliz término, en corto plazo de tiempo, una reforma que representó una honda revolución en el estado militar.
Como seguía siendo el general jefe del Ejército del Centro, solicitó y le fue concedida autorización para volver a ponerse al frente de esta tropa, logrando parar el avance francés en Alcantarilla y a su vez fue detenido en la acción de Baza. Pero dimitida la primera Regencia, en octubre de 1810 por decisión de las Cortes entró a formar parte de la Regencia del reino, como presidente, con Pedro Agar y Gabriel Ciscar, recibiendo la orden de presentarse en Cádiz para posesionarse de su cargo. Inmediatamente dedicó su máximo esfuerzo al fortalecimiento de la fuerza armada, tratando de imponer unidad de doctrina y de acción. Después de presentar su dimisión, que no fue aceptada por las Cortes, fue autorizado para asumir el mando como general en jefe de un ejército organizado para reforzar la situación militar en Extremadura.
Salió de Cádiz en abril de 1811 y el 16 de mayo participó en la batalla de Albuera, donde tuvo una actuación decisiva y fue herido levemente. Fue propuesto y ascendido a capitán general “por los particulares servicios y mérito que ha contraído”, y felicitado por la Cámara de los Lores inglesa.
A su regreso a Cádiz, por las malas noticias procedentes de Levante, Blake fue enviado para tomar el mando de aquellas fuerzas. Continuó la reconstrucción y fortificación del castillo de Sagunto, punto estratégico que fue atacado por los franceses, y decidido a presentar batalla para cortar la progresión enemiga fue derrotado. Recibió orden de defender la plaza de Valencia, que no reunía las mínimas condiciones de defensa, donde quedó sitiado con todas sus tropas por fuerzas muy superiores. Trató de efectuar una salida, que no fue acompañada por el éxito, para poner a salvo la mayor parte de sus unidades y tuvo que claudicar con una honrosa capitulación: “El Ejército saldrá con los honores de guerra por la puerta de Serranos, depondrá las armas a la parte opuesta del puente, sobre la orilla izquierda del Guadaloviar. Los oficiales conservarán sus espadas, como asimismo su caballo y equipaje y los soldados sus mochilas. La religión será respetada y los habitantes y sus propiedades protegidas”.
Después de firmar la capitulación y dar cuenta a la Regencia, emprendió con su ayudante el camino de Zaragoza a Pau; se incautaron de todos sus documentos y con un solo criado le encerraron los franceses en el castillo de Vincennes, quedando incomunicado, donde estuvo dos años sin que variase su situación, ni tener noticias de su familia. En febrero de 1814 le trasladaron con otros españoles al castillo de Saumur, donde disfrutó de mayor libertad, y allí permaneció hasta que, destronado Napoleón, recibió orden de acudir a París, donde fue presentado al emperador Alejandro de Rusia y los demás monarcas allí reunidos. Todos les dispensaron una acogida distinguida, especialmente el primero, que le colmó de elogios por sus servicios a la causa europea, ponderando sus conocimientos militares.
Regresó a España y se reunió con su familia, pero presentado al rey Fernando VII, a quien tan lealmente había servido, y como fue recibido tan fríamente, le remitió una respetuosa pero enérgica exposición de sus servicios prestados desde 1808. Mientras esperaba la Real resolución se retiró a vivir a Getafe, donde la familia de su mujer tenía propiedades, pues su situación económica era bastante deficiente, al mismo tiempo que trataba de recuperar su dañada salud. El mismo año recibió la regia contestación: “El Rey se ha enterado de la magnífica y fiel conducta militar y política que ha observado el capitán general de sus Ejércitos D. Joaquín Blake, durante el tiempo que ha permanecido prisionero de guerra en Francia [...] en consecuencia se ha servido S. M. rehabilitarle en el ejercicio de su empleo, mandando al mismo tiempo que se abonen en Tesorería Mayor todos los sueldos”.
En abril de 1815 le otorgó el Rey el cargo de ingeniero general de los Reales Ejércitos, Plazas y Fronteras. También le fueron concedidas la Medalla de Sufrimientos por la Patria, varias cruces de distinción, entre ellas la de la victoria de Albuera, la Gran Cruz de la Orden de San Hermenegildo y la Gran Cruz de la Orden de San Fernando, “para premiar dignamente a los generales que hubieran mandado en jefe los mis ejércitos de un modo eminentemente distinguido con gloria y ventaja de mis armas”. Fue nombrado consejero nato del Supremo Consejo de la Guerra.
Como ingeniero general sus primeras disposiciones fueron redactar un reglamento para el Regimiento de Zapadores y regular el ingreso en el Cuerpo de oficiales por medio de examen público. Estableció por otro reglamento la instrucción que debía exigirse a los cadetes de Zapadores, que habían de ser en lo sucesivo el principal plantel de la oficialidad de Ingenieros, y se preocupó de dotar la Academia de libros y de cuantos medios modernos necesitaba. Designó una comisión para que confeccionase un mapa de fronteras con Francia, con las memorias sobre la naturaleza del terreno, recursos y provecho que se podía obtener en guerra ofensiva o defensiva, estado de las plazas fuertes y puntos que convenía fortificar. Después ordenó otro estudio similar de la frontera con Portugal, trabajó en la conservación de fortificaciones y solicitó su atención, pero la situación del Erario público no permitía ni lo más preciso.
Cuando se proclamó la Constitución en 1820, el Gobierno quiso restablecer el Consejo de Estado, tratando de reunir convocando a los que anteriormente habían formado parte del mismo y nombrando decano al general Blake. Después de prestar juramento de su cargo en la Real Cámara en manos del Rey, consideró que no podía seguir como ingeniero general, por las incompatibilidades que las leyes establecían. Dimitió después de cinco años de ejercer el cargo, manifestando el Monarca lo muy satisfecho que había quedado de su actuación.
El Consejo tenía a su cargo el asesorar al Rey en los asuntos que le sometía a estudio y al dictamen que emitía se le llamaba “consulta”. También le correspondía la propuesta de magistraturas y dignidades e informar al Rey o los ministros sobre diversas cuestiones, como las de orden internacional, las relacionadas con los dominios de América, el orden público o incluso de un Código Penal, de muy corta vida. El recto proceder que Blake observó en el Consejo le acarreó el recelo primero y después la animosidad de ciertas gentes que sólo buscaban aprovechar las circunstancias para medrar y, naturalmente, la oposición de los absolutistas. Incluso se creó enemigos entre los partidarios de la Constitución, porque no transigía con los extremistas, llegando a negar al Gobierno de exaltados las facultades extraordinarias que solicitaba. Éstos reaccionaron aprobando en las Cortes un decreto mandando examinar los expedientes de propuestas de la magistratura, para comprobar si se habían tramitado conforme a la ley. La inspección tuvo como resultado el resaltar la rectitud del Consejo y fue uno de los mayores elogios que recibió la actuación de Blake como su decano. Reunidas las cuatro potencias que formaban la Santa Alianza en Verona, acordaron la abolición de la Constitución española y que Francia sería la encargada de intervenir militarmente en la Península si fuera preciso. Como España se encontraba fragmentada en partidos totalmente opuestos, con sus escasas fuerzas sofocando las insurrecciones absolutistas y carecía de medios para oponerse a una invasión, el Gobierno decidió, en caso preciso, abandonar Madrid, llevando al Rey a un lugar seguro. Para organizar la reacción creó en febrero de 1823 una Junta de Defensa, bajo la presidencia del general Blake, para que presentase los planes de defensa, bajo todos los supuestos que pudieran convenir a la Nación en caso de una invasión extranjera por la frontera de los Pirineos.
Ante las noticias recibidas sobre las disposiciones militares francesas, las Cortes y el Gobierno salieron de Madrid el 30 de marzo, junto con la Real Familia y el Consejo, quedando disuelta temporalmente la Junta de Defensa. El ejército francés, llamado “Los Cien Mil Hijos de San Luis” cruzó la frontera y sin encontrar ninguna resistencia llegó a Madrid el 23 de mayo, donde su general, el duque de Angulema, nombró una Regencia.
En Sevilla, restablecida la Junta de Defensa, Blake manifestó la imposibilidad de detener el avance francés y dado su mal estado de salud se quedó en esta ciudad y renunció a todo cargo público, cuando el 13 de junio las Cortes, el Gobierno y el Rey marcharon a Cádiz. Cuando llegaron los franceses solicitó y obtuvo pasaporte para reunirse con su familia en Madrid. En el camino fue asaltado por unos bandoleros y detenido después en Valdepeñas junto a otras personalidades, prohibiéndoles ir a la capital hasta que hubiera regresado el Rey, permaneciendo fuera del camino del regreso. Eligió primero Toledo como punto de residencia, donde fue agredido por absolutistas y encarcelado; después solicitó Valladolid y Ocaña, villa en la que se reunió con su familia y solicitó que le fueran entregadas las pagas atrasadas, dado su mal estado económico.
Después que las tropas del duque de Angulema bloquearon Cádiz, quedó libre Fernando VII y prohibió a todos los consejeros y otros funcionarios su entrada en Madrid y los Reales Sitios. Blake solicitó el traslado a Málaga, pero como le fue concedido con la condición de residir a treinta leguas de puertos y costas, pidió al Rey ir a Valladolid, donde el crudo invierno y una dolencia hepática minaron su salud.
La Real Junta de Purificaciones de generales, después del expediente formado para examinar la “conducta política y militar observada durante el gobierno revolucionario por el capitán general de los Reales Ejércitos D. Joaquín Blake y hecha al Rey Nuestro Señor la correspondiente consulta. Vistos los informes que ha tenido a bien pedir a sujetos fidedignos, le ha declarado en decreto de 14 de febrero purificado. 6 de marzo de 1827”. Pero el estado de salud del general fue empeorando y el mes siguiente falleció y fue enterrado con los honores correspondientes en la capilla de Nuestra Señora de la Guía de la iglesia del Salvador, con la siguiente inscripción: “Aquí yace D. Joaquín Blake y Joyes, capitán general de los reales Ejércitos, Regente del Reino, Fundador del Cuerpo de Estado Mayor y de la Academia de Ingenieros, caballero profeso de la Orden de Calatrava, caballero Gran Cruz de la Orden Militar de San Fernando, comendador de la de Alcántara. Falleció el 17 de abril de 1827. RIP”.
En opinión del coronel José María Román, su yerno y colaborador: “El general Blake era de una estatura alta y muy bien formado; tenía el color del rostro blanco, el cabello rubio, los ojos vivos, las cejas muy pobladas, la nariz larga; su aire noble y majestuoso imponían respeto, al paso que por su afabilidad inspiraba confianza. Tenía un talento penetrante, una memoria prodigiosa y una facilidad extraordinaria para todas las cosas a que se aplicaba; de manera que sin exageración puede decirse que de muy tarde en tarde ofrece la naturaleza un personaje que reúna en tan alto grado las cualidades que poseía este varón eminente”.
Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), secc. 1.ª, Exp. del general Blake; Instituto de Historia y Cultura Militar, Colección Blake.
J. M. Román y Herrera Dávila, Noticias históricas del Excmo. Sr. D. Joaquín Blake, Capitán General del Ejército, (desapar); J. Gómez de Arteche y Moro, Guerra de la Independencia: Historia militar de España de 1808-1814, Madrid, 1868-1913 (ed. de R. L. Gómez Díaz, Valencia, Simtac, 2000); VV. AA., Cuerpo de Estado Mayor: trabajos redactados con motivo de su primer Centenario, Madrid, Talleres del Depósito de la Guerra, 1912; N. Benavides Moro y J. Y aque Laurel, El Capitán general D. Joaquín Blake y Joyes, regente del reino fundador del cuerpo de Estado, Madrid, Servicio Geográfico del Ejército, 1960; E. Baldovín Ruiz, Historia del Cuerpo y servicio de Estado Mayor, Madrid, 2001.
Eladio Baldovín Ruiz