Valiente y Bravo, José Pablo. Cumbres Mayores (Huelva), 1740 – Santa Cruz de Mudela (Ciudad Real), 28.X.1817. Alto funcionario y diputado por Sevilla en las Cortes de Cádiz.
Nacido en el seno de una familia hidalga en 1740, estudió en la Universidad de Sevilla, donde recibió el bachiller en Artes, la licenciatura y el doctorado en Derecho Civil. Fue profesor de Derecho en esa Universidad desde 1772 a 1778. Recibido como abogado por la Audiencia de Sevilla en 1773, el mismo año se incorporó al Colegio de Abogados de la capital hispalense.
En 1779 fue recibido como abogado por el Consejo de Castilla, y se inscribió en el Colegio de Abogados de Madrid.
La defensa de varias causas notorias hicieron que llamara la atención del famoso ministro de Indias José de Gálvez, que valoró también positivamente sus conocimientos en la ciencia de moda: la economía política.
A propuesta del ministro, Valiente fue nombrado por Carlos III, con fecha 14 de julio de 1782, oidor de la Audiencia de Guatemala, donde se encargó también de la dirección de la Casa de la Moneda.
Aquí ensayó una nueva aleación de la moneda de oro que supuso un ahorro notable a la Real Hacienda.
De Guatemala ascendió a fiscal del Crimen de la Audiencia de México, el 10 de noviembre de 1784, pero no tomó posesión hasta el 5 de septiembre del año siguiente.
Poco tiempo estuvo también en la capital de Nueva España, pues el 6 de mayo de 1787 fue nombrado por el ministro Gálvez como visitador general e intendente interino de La Habana. El motivo de esta comisión especial fueron las denuncias anónimas que recibió el ministro sobre fraudes y malos manejos en las Cajas Reales de La Habana durante los años que duró la guerra contra Inglaterra (1779-1783), en el curso de la guerra de independencia de los Estados Unidos.
Durante esos años, La Habana recibió más de treinta millones de pesos procedentes de México para costear el mantenimiento del Ejército de Operación que, al mando de Bernardo de Gálvez (sobrino del ministro), reconquistó a los ingleses La Florida (oriental y occidental) y los expulsó de las factorías que mantenían en la costa atlántica de Nicaragua.
La diligente y concienzuda labor de Valiente como visitador le llevó a descubrir un fraude de más de dos millones de pesos, organizado y llevado a cabo desde la Secretaría de la Intendencia durante los años de la guerra, fraude en el que participaron tanto los empleados de esa oficina como muchos de los comerciantes que se beneficiaron de toda la logística de las operaciones militares. Como premio a su trabajo como visitador, y a la vista del conocimiento que había adquirido del funcionamiento de la Real Hacienda en la isla, fue nombrado intendente de Ejército y Hacienda en propiedad en 1791, cargo que ocupó hasta 1799. El mandato de Valiente coincidió con la etapa de Luis de Las Casas como gobernador y capitán general de la isla, y a los dos se les tiene, junto al famoso abogado habanero Francisco Arango y Parreño, como principales responsables de la extraordinaria etapa de crecimiento económico y modernización que comienza entonces para la isla. Valiente fue directamente responsable de la primera reorganización seria y profunda de la intendencia habanera, para lo que contó con la inestimable ayuda de José de Sedano. Y fue también crucial su apoyo al capitán general en la decisión, tomada en 1793, de mantener abierto el puerto de La Habana al comercio de neutrales, lo que significó la casi completa liberalización del comercio habanero y, sobre todo, su apertura a la influencia de los nacientes Estados Unidos. Fue director y socio honorario de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana.
Valiente, que desde el 21 de enero de 1792 era miembro honorario del Consejo de Indias, permaneció en Cuba hasta que fue sustituido en la intendencia y, al mismo tiempo, nombrado ministro togado supernumerario de dicho Consejo, el 8 de marzo de 1799. Regresó a la Península en 1800, a bordo de la goleta Delfín. Enseguida pasó a Cumbres Mayores, su pueblo natal, en donde financió la construcción de una fuente pública, una escuela de primeras letras y la reconstrucción de la iglesia del pueblo.
Pero a los pocos días de su arribo a Cádiz se había desatado en la ciudad una epidemia de fiebre amarilla y rápidamente se corrió entre el populacho la especie de que el Delfín era el causante, y que Valiente, como persona de más autoridad de los que llegaron en la goleta, era el último responsable de la epidemia. En Cádiz se le procesó y condenó, pero apeló a la Audiencia de Sevilla, ciudad en la que permaneció mientras se resolvía el proceso. El dictamen de la Audiencia sevillana fue muy claro al concluir que la acusación vertida contra Valiente carecía de cualquier rigor, y el proceso que se le siguió fue totalmente ilegal, al no haberse presentado ninguna prueba mínimamente aceptable. Por fin, el 19 de junio de 1804 pudo abandonar la capital andaluza al recibir la orden real de asumir su puesto en el Consejo y Cámara de Indias.
Como miembro del alto tribunal, criticó la abolición de la Secretaría o Ministerio de Indias llevada a cabo por Floridablanca en 1787, a la muerte de Gálvez, aduciendo la gran labor que había llevado a cabo el famoso ministro (mentor suyo, por otro lado) en la reforma de la administración americana.
Al advenir la invasión napoleónica de la Península, Valiente asistió a las juntas del Consejo de Estado que se celebraron en los primeros momentos críticos, tras los sucesos de Aranjuez y la marcha de la Familia Real a Bayona. Salió luego de Madrid junto con los demás magistrados y consejeros que no aceptaron al usurpador José I, y formó parte del Consejo reunido de España e Indias que se constituyó en aquellas circunstancias extremas. En 1809, constituida ya la Junta Suprema Central, el famoso Jovellanos lo propuso, junto a Manuel de Lardizábal, José Antonio Mon y Velarde o Antonio Ranz Romanillos, entre otros, para formar parte de la comisión que debía preparar la convocatoria de Cortes y diseñar las líneas maestras del futuro proyecto constitucional, y cuyos trabajos fueron decisivos para la labor posterior de las Cortes. Valiente representaba el pensamiento de Jovellanos, según el cual éstas debían constituirse al modo tradicional, por los tres brazos (eclesiástico, militar y civil o popular), y la finalidad de su convocatoria debía ceñirse “a la reforma o arreglo de nuestra constitución”: es decir, los dos magistrados estaban convencidos, junto a muchos otros, de la existencia efectiva de una Constitución histórica, que sólo era necesario reformar para poner al día y cortar los abusos (en referencia, sobre todo, al despotismo arbitrario de Godoy). Pero el dictamen de la comisión fue que las Cortes debían convocarse como un congreso general y nacional, sin distinción de estamentos, abriendo así claramente la puerta a la entrada del liberalismo y la modernidad.
Hecha la convocatoria por la Junta Central, Valiente resultó elegido diputado por Sevilla. Una vez constituidas las Cortes, Valiente formó parte de la Comisión que redactó la Constitución, destacando por su defensa del modelo monárquico del despotismo ilustrado, en el que se había formado y al que había servido, frente a la postura liberal que propugnaba la soberanía nacional y la separación de poderes.
Como el resultado de los trabajos fue contrario a sus ideas, él fue el único miembro de la Comisión que se negó a firmar el proyecto presentado a la asamblea general, lo que le valió el ser considerado como uno de los más conspicuos integrantes del grupo conservador o “servil”, como le calificó la exaltada opinión pública en Cádiz.
Fue también elegido para formar parte de la comisión que debía estudiar el futuro del Tribunal de la Inquisición, comisión formada en realidad para dar largas al asunto (dadas las posturas enfrentadas entró una parte del alto clero y el resto de la asamblea) y, en todo caso, para favorecer su extinción; de hecho, Valiente era considerado como no partidario del tribunal.
En otro orden de cosas, defendió también la libertad de comercio con América, postura derivada de la positiva experiencia que, en ese sentido, él había acumulado en La Habana, pero que le supuso echarse encima otro enemigo, los poderosos miembros del consulado gaditano, firmes defensores del monopolio comercial con América, que tenían gran influencia sobre el Consejo de Regencia.
En la crisis desatada en los primeros meses de 1811, con motivo de las sucesivas victorias napoleónicas, Valiente lideró al grupo de diputados “realistas” que propugnaba reforzar el Consejo de Regencia con el nombramiento como regente de la infanta Carlota Joaquina (hermana de Fernando VII y esposa del Rey de Portugal) y la disolución de las Cortes una vez finalizada su labor constituyente, con el propósito de formar un gobierno fuerte que hiciera frente más eficazmente a los ejércitos napoleónicos. La propuesta fue rechazada por la mayoría liberal, temerosa de perder el poder de que gozaba en la magna asamblea; pero el agravamiento de la situación militar en el verano de ese año hizo que la propuesta de Valiente, reforzada por el dictamen del Consejo Real favorable a los derechos de sucesión de Carlota, ganara adeptos. El grupo liberal, liderado por Argüelles, supo entonces movilizar a la opinión pública presentando aquel proyecto como una “gran trama” contra la soberanía de la nación que las Cortes representaban; y llegó a organizar, utilizando a conocidos agitadores, un tumulto popular en contra de Valiente, atizando el antiguo odio del populacho hacia el diputado sevillano desde la absurda acusación de que fue objeto con motivo de la epidemia de peste de 1800.
Valiente hubo de abandonar el hemiciclo escoltado por la guardia del gobernador, refugiándose en un buque inglés surto en la bahía, para trasladarse luego a Ceuta.
Esta triste jornada, conocida como la del 26 de octubre, supuso la retirada definitiva de Valiente de las Cortes y, por tanto, no se encontró entre los firmantes de la Constitución de 1812.
Nada más producirse la restauración absolutista, Valiente fue de los primeros en ser llamado a la Corte, donde el Rey le confirmó como consejero de Indias.
Su prestigio y experiencia hizo que fuera consultado en una gran cantidad de asuntos de Estado; entre otras, el ministro de Hacienda le consultó para enviar instrucciones al plenipotenciario español en el Congreso de Viena sobre el arreglo de un tratado de comercio y navegación con las potencias extranjeras; su dictamen, de julio de 1814, se basaba en su firme convicción en las ventajas de la libertad de comercio, proponiendo que se cambiasen las leyes que disponían el monopolio comercial de la metrópoli con sus colonias.
Ese mismo año, el Rey le nombró embajador real ante la Corte de Suecia, pero su avanzada edad y delicado estado de salud le obligaron a declinar el nombramiento.
En su lugar fue nombrado asesor del superintendente general de correos, y recibió la Gran Cruz de la Orden Americana de Isabel la Católica.
Como consejero de Indias y conocedor de la realidad cubana, en especial, contribuyó decisivamente, al final de su vida, para que la Corona decretase el final del estanco y renta de tabacos en la isla, liberalizándose así su producción y comercio tras un siglo de monopolio estatal; también intervino en la elaboración del decreto sobre los medios para aumentar la población blanca en la isla, una de las mayores preocupaciones de las autoridades y los hacendados cubanos durante las primeras décadas del siglo XIX.
Al enviudar de Tomasa del Hierro, su primera esposa, casó con Mariana de León, hija de otro conocido alto funcionario.
Al iniciarse el otoño de 1817 cayó enfermo y se decidió a dejar Madrid. Falleció el 28 de octubre de ese año, en Santa Cruz de Mudela, cuando se encontraba de viaje hacia Andalucía.
Valiente se perfila como un típico alto funcionario del despotismo ilustrado, que se formó e inició su brillante carrera al servicio de la Monarquía durante el reinado de Carlos III. Se convirtió pronto en uno de los hombres de confianza de José de Gálvez, el famoso ministro de Indias, que lo envió a La Habana para inspeccionar y poner orden en las Intendencia y Real Hacienda de la isla, como había hecho años antes con los visitadores de Perú, Quito y Nueva Granada. Pero, con la muerte del ministro en 1787, el clima político cambió, y Valiente supo adaptarse a la nueva situación, haciendo una brillante carrera como intendente de La Habana. Sus conocimientos de economía política y la experiencia habanera le confirmaron en sus ideas sobre las ventajas del liberalismo económico, pero sus convicciones sobre la naturaleza de la Monarquía y el Estado siguieron ancladas en los postulados del absolutismo ilustrado; de ahí que se convirtiera en auténtico jefe de filas del sector realista o “servil” en las sesiones de las Cortes Extraordinarias de Cádiz. Ello le valió el ataque abierto de los liberales, que terminaron por obligarle a dejar la magna asamblea de una forma abrupta, pero le supuso la ventaja de aparecer luego como un fiel servidor del absolutismo, y gozar del reconocimiento general en la Corte de Fernando VII hasta su muerte.
Bibl.: J. B. O’Gavan, Elogio del Excmo. e Ilmo. Señor D. José Pablo Valiente y Bravo, Caballero Gran Cruz de la Real Orden Americana de Isabel la Católica [...], leído en la Real Sociedad de Amigos del País de La Habana, en la Junta de 23 de abril de 1818; R. Solís, El Cádiz de las Cortes: la vida en la ciudad en los años de 1810 a 1813, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1958; L. Marrero, Cuba: economía y sociedad, t. XII, Madrid, Playor, 1983; M. A. Burkholder, Biographical Dictionary of Councilors of the Indies, 1717-1808, New York, Greenwood Press, 1986; M. Morán Ortí, Poder y gobierno en las Cortes de Cádiz (1810-1813), Pamplona, Eunsa, 1986; Revolución y reforma religiosa en las Cortes de Cádiz, Madrid, Actas, 1994; M. J. Quintana, Memoria del Cádiz de las Cortes, ed. de F. Durán López, Cádiz, Universidad, 1996; P. Tornero Tinajero, Crecimiento económico y transformaciones sociales: esclavos, hacendados y comerciantes en la Cuba colonial, 1760-1840, Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1996; J. B. Amores Carredano, “Juan Ignacio de Urriza y la intendencia de La Habana (1776-1787)”, en R. Escobedo, A. de Zaballa y O. Álvarez- Gila (eds.), Euskal Herria y el Nuevo Mundo. La contribución de los vascos a la formación de las Américas, Vitoria, Universidad del País Vasco, 1996, págs. 227-247; I. Álvarez Cuartero, Memorias de la Ilustración: las Sociedades Económicas de Amigos del País en Cuba (1783-1832), Madrid, Universidad, 2000.
Juan Bosco Amores Carredano