Ranz Romanillos, Antonio. Barcones (Soria), 13.VI.1759 – Madrid, 3.XII.1830. Político, intelectual y helenista.
Nace en el seno de una familia acomodada y de cierto abolengo. Comienza sus estudios en una época de reformas y nuevos planes universitarios (1772) en Sigüenza, donde logra el grado de Bachiller en Artes en el Colegio de San Antonio Portaceli (1775).
Ese mismo año marcha a Zaragoza con el fin de seguir estudios de Derecho y allí conseguirá el grado de Bachiller en Leyes (1778) y en Cánones (1780), además de la licenciatura y el doctorado en Cánones (1780). A partir de este momento, impartirá docencia en la Universidad de Zaragoza (1778-1800), a la vez que se dedica al ejercicio de la abogacía. Durante sus primeros años como docente, parece buscar otros destinos profesionales, opositando a sendas canongías en Osma (1781) y Zaragoza (1782) y a la plaza de Bibliotecario Primero en los Reales Estudios de Madrid (1788), hasta que se inicia en la función pública como ministro del Crimen y Oidor de la Audiencia Real de Aragón (1790-1800). Simultáneamente comienza su actividad como traductor vertiendo al español el poema de Luis Racine La Religión (1786) y las Oraciones y Cartas de Isócrates (1789). De estas fechas data su ingreso en diversas Academias, como es habitual en los ilustrados de la época, hasta el punto de que, a los treinta y cinco años ya pertenecía a tres de las corporaciones más prestigiosas de España: académico honorario de la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando (1788), en la que posteriormente pasaría a ocupar el puesto de consiliario (1821); correspondiente de la Real Academia de la Historia (1792), donde presentó su traducción de Isócrates para aspirar a plaza de supernumerario (1802) y finalmente llegó a ser numerario por su “Prólogo” a la edición de Las Siete Partidas (1807), y honorario de la Real Academia Española (1794), donde pronto alcanzaría también la categoría de académico de número (1802). Fue nombrado además académico de honor por la Real Academia de San Luis de Zaragoza (1796) y por la de Nobles Artes de Córdoba (1817).
Poco después de su traslado a Madrid, acaecido en los primeros años del siglo xix, contrajo matrimonio con Josefa del Castillo y Falcón (1807), viuda de un alcalde de Casa y Corte.
En la capital comenzará su vida política en una época harto convulsa para España. Se le designa como oficial Noveno de la Primera Secretaría de Estado y del Despacho (1800), tarea que simultaneó una vez más con el ejercicio de la abogacía. Tras su ingreso en la Orden de Carlos III (1808), Ranz Romanillos participará en la Asamblea de Bayona (1808), en la que ejercerá de Segundo Secretario y será el tercer firmante del texto conocido como Constitución de Bayona.
A su regreso a Madrid, es nombrado por José I Bonaparte miembro del Consejo de Estado y Hacienda, pero a la marcha del Intruso, el erudito permanece en la Corte, en la que su fama de afrancesado le acarreará represalias, como su exclusión temporal de la Academia de la Historia e incluso el embargo de sus bienes, que le harán buscar refugio en Esquivias (Toledo). Reintegrado a la vida política, es enviado por la Junta Central a cumplir una misión en Londres (1809). Cuando regresa, se establece Ranz en Sevilla, donde forma parte de una Junta de Legislación, previa a la Constitución de Cádiz. Desde la ciudad del Guadalquivir escribe un primer memorial al Deseado (aún el Prisionero de Valençay), solicitando su rehabilitación (1809). Se establece en Cádiz (1809), donde ejerce una gran actividad política en la gestación de las famosas Cortes. Nombrado ministro de Hacienda del Gabinete de García de León y Pizarro, renuncia días después por incompatibilidad de cargos al ser nombrado consejero de Estado (1812-1814).
En esta época, Ranz Romanillos realiza diversas gestiones para lograr el establecimiento de relaciones diplomáticas con Rusia. Quebrantada temporalmente su salud, vuelve a Madrid (1813) y, al regreso de Fernando VII, le eleva un segundo memorial pidiéndole un destino en la Corte, a lo que se le responde concediéndole una plaza en el Consejo de Hacienda, sin obligación de asistencia (1814). Sin embargo, parece ser que poco después sufre prisión, destierro o, tal vez, reclusión en su propio domicilio, como consecuencia de su pasado político. En estos tiempos de ostracismo, el ilustrado de Barcones se instala en Córdoba (1817-1819), donde pasa un período de trabajo callado y traba amistad con intelectuales como Vargas Ponce, el duque de Rivas o Manuel María de Arjona.
Iniciado el período liberal, vuelve al Consejo de Estado (1820-1823), y reanuda sus actividades como académico de la Historia, de Bellas Artes y de la Lengua, publicando el primer tomo de su famosa traducción de las Vidas Paralelas, de Plutarco (1821). En la nueva etapa absolutista, expulsado del Consejo, regresa nuestro helenista a Sevilla con el Gobierno (1823), donde continúa con sus trabajos académicos y otorga testamento (1825). Posteriormente, en medio de estrecheces económicas, se traslada a vivir a Lebrija (1828-1829), posiblemente a casa de su yerno, el también helenista José del Castillo y Ayensa. Una vez que regresa a Madrid (1830), continúa asistiendo a las sesiones de la Real Academia de la Historia hasta una semana antes de su muerte, acaecida en su domicilio de la calle de las Fuentes.
En Ranz Romanillos encontramos la figura del perfecto ilustrado, de acuerdo con el tiempo que le tocó vivir. Hombre marcado por el espíritu dieciochesco y neoclásico, destaca en su doble vertiente de político y de intelectual. En la primera faceta, Ranz es un liberal reformista que, como tantos otros españoles hijos del despotismo ilustrado del siglo xviii, pecó de afrancesado, y se vio envuelto, aun a pesar suyo, en los conflictos políticos de los primeros años del siglo xix en nuestro país. Pero es en su faceta de intelectual donde Ranz alcanza mayor notoriedad, fundamentalmente por su actividad como académico y como traductor.
En cualquier caso, no deja de ser significativa la propia selección de los textos que tradujo. Su vocación política le hace elegir entre los clásicos a un orador, Isócrates, y al padre de la biografía, Plutarco, en ambos casos en función de su utilidad cívica: aquél, porque sus discursos “son el más excelente modelo de la eloquencia moderada y apacible, que debe reynar en los escritos, y de que nosotros, según nuestra constitución principalmente necesitamos”; éste, porque tiene la “mira sublime de inclinar a los hombres a la práctica de la virtud” y porque “es reputado por uno de los escritores más útiles”. El propio Ranz nos da noticias de haber traducido también la Apología de Socrátes, de Platón, y las Memorables, de Jenofonte, versiones que no llegaron a publicarse y que, hoy día, están perdidas. La otra traducción que Ranz llevó a cabo en sus primera época, la del poema de Racine, la eligió fascinado por su mensaje religioso; curiosamente, de esta obra apareció el mismo año otra traducción que Ranz, bajo el pseudónimo de Arnoldo Filonoo, se apresuró a censurar.
En todo caso, para este neoclásico traductor, el canon literario lo constituyen los clásicos griegos y es su propósito restituir los “escondidos tesoros de la Grecia” que yacen en vergonzoso olvido “por el descuido, o mejor, por el fastidio de nuestros sabios Góticos”. Como buen ilustrado, se hace eco del tópico de las “lenguas sabias”, felizmente cultivadas en nuestro país en una “edad de oro”, “tiempo feliz de nuestra España, quando esta nación tachada hoy por los extrangeros de bárbara, hacía un papel brillante en la República de las letras”, pero olvidadas en sus propios días. Ello le lleva al lamento por la escasez y mala calidad de las traducciones de los clásicos griegos en España, poniendo gran énfasis en la necesidad de llevar a cabo una traducción que se ajuste al original: “La versión va tan ajustada a la letra del original, que los que hagan cotejo entre aquélla y éste, apenas hallarán otra diferencia que la natural de las voces”. Un interesante documento sobre la postura estética de Ranz nos lo proporciona su Carta al Duque de Rivas, en la que el ilustrado neoclásico comenta desde su credo la obra del que después será uno de los principales representantes del teatro español del Romanticismo.
Obras de ~: La Religión, poema de Louis Racine; traducido del francés en verso castellano por ~, Madrid, Imprenta Real 1786 (con pról. del trad.); A. Filonoo (seud.), Desengaño de malos traductores: obra crítica, en la que se censura la nueva versión del poema de La Religión de Louis Racine, y se intenta contener á los que se arrojan á traducir sin los debidos conocimientos por ~, Madrid, Pantaleón Aznar, 1786; Las Oraciones y Cartas del padre de la eloqüencia Isócrates ahora nuevamente traducidos de su original griego por ~, Madrid, Imprenta Real 1789, 3 vols. (con pról. del trad.); Las Vidas Paralelas de Plutarco traducidas de su original griego en lengua castellana por ~, Madrid, Imprenta Nacional, 1821-1830, 5 vols. (con pról. del trad.); “Prólogo”, en Alfonso X el Sabio, Las Siete Partidas del Rey Don Alfonso el Sabio: cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia, Madrid, Imprenta Real, 1807-1808, 3 vols.; “Oración gratulatoria por su ingreso como correspondiente en la Real Academia de la Historia en 1792” (R.A.H. ms. 11- 511/966, n.º 14) y “Carta al Duque de Rivas, fechada en 1819” (Biblioteca Nacional, Col. Barbieri, ms 14.041), en J. A. Pérez Rioja, El helenista Ranz Romanillos y la España de su tiempo, Madrid, Centro de Estudios Sorianos-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1962, págs. 275-277; págs. 278-282, respec.
Bibl.: J. Apráiz y Sáenz del Burgo, Apuntes para una historia del helenismo en España, Madrid, Imprenta J. Noguera, 1874; M. Menéndez Pelayo, Ensayo de una biblioteca de traductores españoles, Madrid, 1953; H. Juretschke, Los afrancesados en la Guerra de la Independencia: su génesis, desarrollo y consecuencias históricas, Madrid, Rialp, 1962, págs. 270-273; J. A. Pérez Rioja, El helenista Ranz Romanillos y la España de su tiempo (1759- 1830), op. cit.; C. Hernando, Helenismo e Ilustración (el griego en el siglo xviii español), Madrid, Fundación Universitaria Española (FUE), 1975, págs. 226-228; J. A. Pérez-Rioja, “Nueva aportación documental a la biografía del helenista soriano Ranz Romanillos”, en Celtiberia 52 (1976), págs. 297-304; “Ranz Romanillos, traductor de Isócrates y de Plutarco”, en J. A. Pérez Rioja, M. Fernández Galiano y A. Amorós, Humanismo español en el siglo xix, Madrid, FUE, 1977; B. Romero Blanco, José del Castillo y Ayensa. Humanista y diplomático (1795-1861), Pamplona, Eunsa, 1977, págs. 40, 44, 45, 51; A. Gil Novales, Diccionario biográfico del Trienio Liberal, Madrid, El Museo Universal, 1991, s.v. “Ranz Romanillos”; S. M.ª Coronas González, “Las leyes fundamentales del Antiguo Régimen”, en Anuario de Historia del Derecho Español 65 (1995), págs. 127-218; J. García de León y Pizarro, Memorias, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998; “Ranz Romanillos”, en F. Ruiz Cortes, Diccionario biográfico de personajes históricos del siglo xix, Madrid, Rubiños-1860, 1998.
Pilar Hualde Pascual