Saavedra y Sangronis, Juan Francisco de. Sevilla, 4.X.1746 – 25.XI.1819. Militar, diplomático y político.
Nacido en el seno de una familia de prestigio, quedó huérfano de padre con apenas dos años. Su madre, María de Sangronis y Licht, se casó en segundas nupcias con Joaquín Escobar, otro personaje de abolengo que pudo proporcionar al niño una educación de categoría. Tras completar sus primeros estudios en el Colegio del Sacromonte (Granada), con diecisiete años Francisco se doctoró en Teología por la Universidad de Granada, deseoso de emprender la carrera eclesiástica. En 1767 opositó sin éxito a la dignidad de lectoral de la catedral de Cádiz, lo que frustró por un tiempo sus aspiraciones. De paso por Sevilla, ingresó en la Academia de Buenas Letras de esta ciudad con un discurso sobre las profecías de Daniel.
Marchó luego a Madrid en busca de la ansiada pieza eclesiástica. No la consiguió, pero en la capital de España descubrió que su verdadera vocación era el Ejército. “Me hice el uniforme, cuyo estreno fue uno de los momentos más felices de mi vida”, confesaría años después. En 1768 ingresó como cadete en el Regimiento Inmemorial, del que muy pronto fue subteniente. Conoció en 1769 al conde Alejandro O’Reilly, con quien planeó la fundación de una escuela militar en Ávila. El proyecto fue aprobado por la Corona en 1773; Saavedra ya era para entonces teniente del Ejército tras haber pasado por Cataluña y Valencia. Junto a su formación militar, tampoco descuidó Saavedra el cultivo de las letras y de la filosofía, bien traduciendo al castellano varias obras latinas y francesas, bien leyendo, a escondidas, autores prohibidos como Montesquieu, Voltaire y los enciclopedistas.
Esas lecturas no hicieron de Saavedra un innovador, sino más bien el clásico reformista ilustrado que jamás osaría cuestionar la soberanía del Rey.
En 1775 O’Reilly le pidió a Saavedra ser su ayudante de campo para la expedición española a Argel.
La campaña, mal planificada y peor dirigida, fue, sin embargo, un rotundo fracaso; Saavedra culpó a su superior por el alto número de bajas, y éste le retiró la amistad. Ascendido a capitán, Saavedra fue destinado a Ciudad Real, aunque pronto se le reclamó para mayores empresas gracias a la protección que comenzó a dispensarle Bernardo de Gálvez, uno de los individuos más influyentes en la Corte. Cuando en 1778 ya se disponía a marchar a Lisboa como secretario de la Embajada española, el ministro José Gálvez (tío de Bernardo) le ofreció el puesto de oficial cuarto de la secretaría de despacho de Indias.
En su nuevo cometido, Saavedra se especializó en asuntos económicos; diseñó, por ejemplo, un ambicioso plan de comercio con las Indias Orientales, que años después sirvió como base para la fundación de la Compañía de Filipinas. La experiencia en el despacho, en cualquier caso, le convenció de las bondades del libre comercio como fuente de riqueza de las naciones desarrolladas.
En plena guerra contra Inglaterra, en 1780, Carlos III nombró a Saavedra comisario regio en América, con el encargo de auxiliar a Bernardo de Gálvez en la ofensiva contra los ingleses en el golfo de México, Jamaica y Guatemala. En concreto, Saavedra debía buscar recursos financieros, mitigar las discordias entre los jefes militares y consolidar un frente común con los aliados franceses en la campaña de Jamaica.
Saavedra zarpó de La Coruña rumbo a Cuba, pero no pudo alcanzar su destino al ser capturado por los ingleses frente a las costas de Jamaica. Estuvo preso varias semanas en Kingston, y si recobró tan pronto la libertad fue sin duda porque sus captores desconocían la relevancia de su misión. Intelectual infatigable, Saavedra aprovechó su forzada estancia en Jamaica para tomar algunas notas sobre el comercio, la industria y la geografía de la isla.
Tras llegar por fin a La Habana en enero de 1781, se apercibió de que la Marina española se encontraba en una situación cercana al caos, tanto por el mal estado de los barcos como por la falta de víveres. Gracias a algunos créditos del comercio habanero, pudo reunir fuerzas suficientes para flotar una expedición contra la plaza inglesa Pensacola, en la costa occidental de Florida, cuya conquista se consideraba esencial por ser aquella fortaleza el centro del contrabando enemigo.
Desafiando los malos augurios, las fuerzas españolas conquistaron Pensacola, éxito inesperado que Carlos III quiso reconocer entregando a Saavedra la Gran Cruz de su Orden. Los pormenores de esta expedición pueden seguirse a través de los diarios de Saavedra, que no escatimó siquiera detalles sobre las costumbres de los indígenas.
Mucho más difícil le resultará a Saavedra coordinarse con las tropas francesas en la planeada conquista de Jamaica, escasos como andaban ambos Reinos de tropas, municiones y dinero. Buscó recursos en México, esta vez con peor fortuna, aunque de su paso por algunas ciudades del virreinato queda al menos un testimonio escrito sobre los males del comercio español en América, lastrado a juicio de Saavedra por los altos impuestos y las trabas a la libertad de mercado. Este fracaso no le desanima; en 1782 pasó por París y Madrid explicando sus nuevos planes, que son bien acogidos.
Pero ya entonces José Gálvez tenía otros designios para su protegido. Le pidió volver a América para desempeñar la intendencia del Ejército y de la Real Hacienda de Caracas, en el marco de la ambiciosa reforma administrativa que la Corona española quería llevar a cabo en sus dominios americanos. Esta intendencia, que se había creado en 1776, reunía las provincias de Caracas, Cumaná, Maracaibo y las islas Margarita y Trinidad, y se hallaba en una difícil situación por las denuncias de corrupción contra el anterior intendente. Durante su misión en Caracas, entre marzo de 1783 y mayo de 1788, el intendente Saavedra desarrolló una brillante labor reformadora; a modo de ejemplo, se dieron mayores facilidades al libre comercio (aunque no se tocó el control de España sobre un producto clave, el cacao), se eliminaron trabas y formulismos, se equilibraron las cuentas provinciales, se construyeron muelles, cuarteles y palacios, se introdujeron nuevos cultivos, se erigió un consulado en Caracas y se fundó una Audiencia.
A finales de 1787, consciente de que su periplo americano había terminado, Saavedra pidió el cese de su cargo. Obtuvo licencia para volver a España, se casó con Rafaela de Jaureguiondo, ayuda de cámara de la princesa de Asturias, y ya bien entrado 1789 fue nombrado vocal del Supremo Consejo de Guerra, aunque su ambición política apuntaba más alto.
Tras algunos años de ostracismo, en noviembre de 1797 Saavedra fue reclamado por Carlos IV para hacerse cargo del Ministerio de Hacienda. En principio se esperaba de él una profunda reorganización de la estructura hacendística de España, que pasaba por grandes dificultades. Con ese fin, Saavedra creó la llamada Caja de Amortización, una solución desesperada que pretendía rebajar la cuantía de la deuda pública.
Instituyó igualmente el préstamo “patriótico” y la venta de títulos de nobleza, pero no quiso recurrir a medidas más drásticas y quizá más necesarias, como la desamortización de los bienes de la Iglesia.
Aunque Manuel Godoy había apoyado el nombramiento ministerial de Saavedra, los dos personajes se distanciaron enseguida, al parecer por la negativa de Saavedra a secundar los planes diplomáticos del favorito, que en ese momento pasaban por el acercamiento a Inglaterra. En este estado de cosas, Saavedra formó un frente común con los también ministros Jovellanos y Cabarrús, como él enemigos declarados del Príncipe de la Paz. Tras una tormentosa discusión entre los dos bandos, Carlos IV decidió cesar a su “amigo Manuel” en marzo de 1798, parece que presionado por el Directorio francés. Se ha atribuido a Saavedra la redacción del decreto que destituía a Godoy, y que Carlos IV firmó tal cual se lo presentaron.
Precisamente fue Saavedra quien suplió a Godoy en el Ministerio de Estado, sin abandonar el de Hacienda, aunque esta segunda secretaría sería gestionada por Miguel Cayetano Soler en calidad de superintendente.
Como ministro de Estado, la prioridad de Saavedra fue normalizar las relaciones con Francia; con este propósito, expulsó de España a todos los exiliados franceses que se habían establecido aquí huyendo de la Revolución. En el cénit de su carrera política, Saavedra tuvo el honor de posar para Goya, que lo retrató tal como era, un hombre alto, moreno y de facciones bien marcadas, hasta el punto de que sus enemigos le llamaban despectivamente “El Gitano”.
Pese a las apariencias, el Saavedra de aquel tiempo ya no era el hombre enérgico de los días de América.
Uno de sus subalternos en el despacho de Estado, el diplomático José León y Pizarro, presenta un Saavedra contemporizador y débil en el manejo de los negocios públicos, en las antípodas del Príncipe de la Paz: “Con el Sr. Saavedra —escribió Pizarro— todo aflojó y tomó un aire de confianza general; la asistencia quedó voluntaria, y cada oficial, y el mayor proporcionalmente, quedaron dueños de graduar al valor de cada papel que venía, y de darle a su placer la dirección conveniente”. “A su rededor —añadía Pizarro con cruel sinceridad—, todo el mundo hacía lo que quería”.
Su carrera política quedó truncada a causa de una grave enfermedad renal, que por primera vez se le manifestó el 3 de agosto de 1798. Esa mañana sufrió un fuerte ataque nefrítico que, en sus propias palabras, le tuvo “a las puertas del sepulcro”. Tras una larga convalecencia en El Escorial, en febrero de 1799 se vio obligado a renunciar al Ministerio de Estado (ya en septiembre del año anterior había dejado Hacienda), y pidió permiso para recuperar su salud en Andalucía.
Carlos IV le concedió la licencia, aunque quiso recompensar los servicios de su ya exministro con una plaza vitalicia en el Consejo de Estado. Algunos pensaron, maliciosamente, que Saavedra había sido envenenado por esbirros de Godoy, algo difícil de probar, pero que dieron a don Francisco una aureola de “mártir” perseguido por reina María Luisa y por su no menos impopular favorito.
Entre 1799 y 1803 Saavedra residió en diversos puntos de Andalucía, hasta fijar su domicilio en su Sevilla natal. Allí su vida transcurrió tranquila hasta la invasión francesa de 1808. Aunque Cabarrús y otros antiguos amigos le animaron a sumarse a la causa de José Bonaparte, él prefirió apoyar la causa nacional; en mayo de 1808 fue elegido presidente de la Junta Provincial de Sevilla, constituida para hacer frente al invasor. Bajo su mandato, la de Sevilla fue posiblemente la Junta Provincial que mejor funcionó, formando una tupida red de juntas locales a su servicio; quizá por ello adoptó el pomposo título de Junta Suprema de España e Indias.
Cuando se formó en Aranjuez la Junta Central, Saavedra recibió la secretaría de Hacienda, el mismo cargo que había ocupado once años antes. Saavedra se desplazó por ello de Sevilla a Aranjuez en octubre de 1808, aunque regresó a su ciudad natal dos meses después ante el avance francés. Saavedra desempeñó la cartera de Hacienda durante más de un año, y tras cesar de este encargo, en octubre de 1809, se le promovió al Ministerio de Estado. En este cometido sólo estuvo tres meses, coincidiendo su cese con la disolución de la Junta Central en enero de 1810.
Precisamente, la causa final que precipitó la caída de la Central fue el estallido de un motín en Sevilla patrocinado por la Junta Provincial, un organismo que Saavedra todavía formalmente presidía, aunque no hay constancia de que él, debilitado por sus achaques, participara en los hechos.
Apenas disuelta la Central, Saavedra juraba el 2 de febrero de 1810 como uno de los cinco vocales del Consejo de Regencia, el nuevo cuerpo soberano que reunía la resistencia antinapoleónica. Este nombramiento tuvo mucho que ver con el prestigio que Saavedra gozaba en toda Andalucía, tan necesario en aquellos momentos para evitar la disolución del bando nacional. Un nuevo avance francés le obligó a refugiarse en Cádiz, donde siguió siendo regente hasta la apertura de las Cortes. Tras cesar esa regencia, Saavedra decidió retirarse de la política activa y trasladarse a Ceuta junto con toda su familia, alegando causas de salud. Es más que probable, sin embargo, que la verdadera causa de la marcha de Saavedra fuera su rechazo a la asunción de la soberanía nacional por las Cortes de Cádiz.
Saavedra regresó a Sevilla en febrero de 1813, apenas abandonaron Andalucía las tropas francesas. Ya entonces, su salud estaba muy quebrantada, por lo que no abandonó su ciudad natal. Leía, escribía y paseaba con dificultad, y ni siquiera podía mantener el equilibrio en las fases más agudas de su enfermedad renal. A pesar de su delicado estado, Fernando VII le nombró en 1814 presidente de la Compañía del Guadalquivir, una institución de nuevo cuño a la que se encargó elaborar un proyecto que facilitase la navegación entre Sevilla y Córdoba. En 1817 entró en la Sociedad de Medicina de Sevilla y se le nombró presidente de la Sociedad Económica, cargos que, sin embargo, no pudo desempeñar de forma eficaz, porque, muy enfermo ya, Saavedra murió en noviembre de 1819.
Obras de ~: Los decenios. Autobiografía de un sevillano de la Ilustración, ed., intr. y notas de F. Morales Padrón, Sevilla, Ayuntamiento, 1995; Diario de su misión a América, iniciado el 25 junio de 1780 y concluido el 15 de febrero de 1783 (inéd. en castellano; existe una edición inglesa, The Journal of Don Francisco Saavedra de Sangronis, 1780-1783, ed. de F. Morales Padrón, trad. de A. Moore Topping, Gainesville, University of Florida Press, 1989; ed. ampliada hasta el 20 de junio de 1783 en: Diario de Don Francisco de Saavedra, ed. de F. Morales Padrón, Sevilla, Universidad de Sevilla-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2004); Diario médico, que va del 28 de diciembre de 1805 al 25 de noviembre de 1812 (inéd.); Diario de las operaciones de la Junta de Sevilla, c. 1808 (inéd.); Diario sobre las operaciones de la Regencia, c. 1810 (inéd.); Diario que lleva don Francisco de Saavedra de todo lo que sucede, hace y piensa desde que salió de Cádiz para la plaza de Ceuta en 8 de enero de 1811, 9 vols. (inéd.); Diario de la Compañía del Río Guadalquivir (inéd.); Diario sobre los Centros benéficos de Sevilla (inéd.); Diario como Presidente de la Sociedad Patriótica, c. 1817-1819 (inéd.); Memorias inéditas de un ministro ilustrado (Ideas y creencias) (ed. y selec. de M. Moreno Alonso, Sevilla, Castillejo, 1992).
Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 2 n.º 17.
J. M. Queipo de Llano, conde de Toreno, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España, Madrid, Rivadeneyra, 1872; J. García de León y Pizarro, Memorias de la vida del Excmo. Señor D. José García de León y Pizarro, escritas por él mismo, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1894, 2 vols.; M. Gómez Imaz, Sevilla en 1808. Servicios patrióticos de la Suprema Junta en 1808 y relaciones hasta ahora inéditas de los regimientos creados por ella, Sevilla, Imprenta de Francisco Díaz, 1908; M. Godoy, Memorias del Príncipe de la Paz, Madrid, Atlas, 1965 (Biblioteca de Autores Españoles, 88-89); F. Morales Padrón, “México y la independencia de Hispanoamérica en 1781, según un comisionado regio: Francisco de Saavedra”, en Revista de Indias, 115-118 (1969), págs. 335-358; A. López Cantos, Don Francisco de Saavedra, segundo intendente de Caracas, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1973; A. Hermosilla Molina, La enfermedad de un sevillano de la Ilustración, Francisco de Saavedra, 1746-1819, Sevilla, Real Academia de Medicina de Sevilla, 1975; F. Suárez Verdeguer, El proceso de convocatoria de Cortes (1808-1810), Pamplona, EUNSA, 1982; J. Fontana y R. Garrabou, Guerra y Hacienda. La Hacienda del gobierno central en los años de la Guerra de la Independencia (1808-1814), Alicante, Instituto Juan Gil Albert, 1986; M. J. Álvarez Pantoja, “Libros y lecturas de un ilustrado sevillano: Francisco de Saavedra (1746-1819)”, en Revista de História das Ideas, 10 (1988), págs. 291-306; A. I. Laserna Gaitán, El Fondo Saavedra, Granada, Universidad, 1995; F. Ruiz Cortés y F. Sánchez Cobos, Diccionario Biográfico de personajes históricos del siglo XIX español, Madrid, Rubiños-1860, 2001; M. Moreno Alonso, La Junta Suprema de Sevilla, Sevilla, Alfar, 2001; E. La Parra López, Manuel Godoy. La aventura del poder, Barcelona, Tusquets, 2002; F. Morales Padrón, “Mínima biografía parcial”, en Diario de Don Francisco de Saavedra, op. cit., págs. 11-39.
Carlos Rodríguez López-Brea