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Francisco Cabarrús y Lalanne

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Biografía

Cabarrús y Lalanne, Francisco. Conde de Cabarrús (I). Bayona (Francia), 8.X.1752 – Sevilla, 27.IV.1810. Comerciante, financiero, consejero del Consejo de Hacienda, ministro.

La personalidad histórica de Francisco Cabarrús destaca durante los reinados de Carlos III y Carlos IV, en primer lugar, como uno de los escritores de mayor interés, entre los especializados en cuestiones de política económica, dentro de la segunda generación de los ilustrados españoles, la misma a la que pertenecieron sus amigos Jovellanos y Foronda. En segundo lugar, pero no con menos relevancia histórica, fue un imaginativo y original proyectista financiero, gracias sobre todo a la creación de los vales reales —híbrido de deuda pública y de papel moneda— en plena guerra contra los ingleses, en 1780, y dos años después del Banco Nacional de San Carlos, primera entidad con capacidad de emisión de billetes en España. En 1790 perdió bruscamente su influencia política y social.

Tras algunos años de graves dificultades —entre ellas, el procesamiento y la cárcel por razones que nunca se aclararon definitivamente— fue rehabilitado por Godoy, aunque no llegó a recuperar su ascendiente social ni su anterior esplendor económico. A raíz de la invasión francesa de 1808 y de la usurpación del trono español por José Bonaparte, Cabarrús fue nombrado ministro de Hacienda, y en el ejercicio de ese cargo murió, en Sevilla, en 1810.

Francisco Cabarrús y Lalanne nació en Bayona en 1752, de familia de comerciantes y marinos originaria de Navarra. Tras recibir una educación rigurosa en un colegio religioso de Toulouse, Francisco Cabarrús viajó a Valencia en 1771, enviado por su padre para adiestrarse en la práctica comercial española en la casa de Antonio Galavert, originario de Montpellier.

Al poco tiempo de su estancia en esa ciudad, Cabarrús contrajo matrimonio secreto con María Antonia, de catorce años, hija de Galavert, lo que provocó la oposición de ambas familias. De dicha unión nació una hija, Teresa, a la que más tarde siguieron dos hijos varones.

En 1773, Cabarrús se trasladó a un pueblo cercano a Madrid, Carabanchel de Arriba, donde un familiar de su esposa, Pierre Galavert, poseía una fábrica de jabón. Cabarrús comenzó su estancia en Carabanchel sin recursos de consideración. Se sabe que pronto emprendió negocios, desde 1775 al menos, con la casa de la Viuda de Lalanne e Hijo —familiares de la madre de Cabarrús—, consistentes en giros de letras y exportación de moneda de plata. También se asoció, para formar compañía de comercio, con Jean de Aguirre, vascofrancés, comerciante de lanas en Carabanchel y cajero del Canal Imperial de Aragón. La casa Cabarrús y Aguirre se radicó en Madrid y constituyó la primera empresa mercantil estable en que intervino el joven comerciante bayonés. Entre 1777 y 1778, Cabarrús y Aguirre llevaron a cabo actividades de exportación de lanas a Francia e Inglaterra, entre otros negocios. Cabarrús también se asoció, para negocios de comercio exterior, con la casa Lecouteulx, una de las más importantes de las que participaban en el comercio entre Cádiz, Ruán y París.

Al mismo tiempo que prosperaba en su quehacer de comerciante y banquero, el joven Cabarrús se ocupó de introducirse en uno de los principales círculos de poder, el de los ilustrados. El 22 de junio de 1776 hizo su ingreso en una de las instituciones más características de dicho grupo, la Sociedad Económica Matritense. A comienzos de 1778 leyó en una de las sesiones de esta corporación su Discurso sobre la libertad de comercio concedida por S. M. a la América meridional, en apoyo de la política de comercio colonial propugnada por el fiscal del Consejo de Castilla, Pedro Rodríguez de Campomanes, la cual sería llevada a la práctica, tras la promulgación del Reglamento de 1779. Cuando Jovellanos, a finales de 1778, llegó a Madrid, se encontró con Cabarrús en la tertulia que se reunía en la casa de Campomanes. De dicho encuentro nació entre Jovellanos y Cabarrús una estrecha amistad que perduraría hasta los años de la Guerra de la Independencia. En esos años finales de la década de 1770, Cabarrús, que poseía una cultura muy superior a la habitual en los comerciantes y banqueros de su época, se esforzaba por mejorar su expresión en castellano y por pasar del ámbito estrictamente mercantil, en el que se movía con probada facilidad y provecho, al de la elite ideológica y política.

En 1778, Cabarrús elevó al Rey una representación en la que solicitaba permiso para exportar un contingente determinado de plata al año. Su percepción de comerciante le permitió prever cómo una mayor fluidez de movimientos mercantiles con América redundaría en un incremento de las llegadas de plata a España, y con ello se produciría un aumento de la propensión a importar mercancías del resto de Europa. Subrayaba Cabarrús en su escrito que, mientras en España no progresara la industria, siendo así posible la sustitución de importaciones —una idea muy presente en el pensamiento de Campomanes—, resultaba imprescindible la exportación de plata más allá de los Pirineos, a fin de saldar el déficit de la balanza de comercio con el resto de Europa. Naturalmente, para llevar a cabo dicha labor se requerían unas relaciones extensas y sólidas con comerciantes y banqueros de otras ciudades europeas, que Cabarrús aseguraba poseer. Además del interés objetivo del proyecto —que luego Cabarrús rescataría para el Banco de San Carlos—, aunque no recibiera en 1778 aquiescencia del Gobierno, resulta interesante, para valorar la situación de Cabarrús en esos años, conocer la envergadura de los negocios que estaba dispuesto a abordar.

En 1779, España entró en guerra, junto a Francia, contra Inglaterra, con motivo de la independencia norteamericana. Como cabía esperar, el Gobierno pronto se encontró con la necesidad de buscar fondos extraordinarios para cubrir los gastos bélicos. Además, los ingresos derivados de las tesorerías americanas —las remesas de Indias—, o el comercio transatlántico, habían disminuido sensiblemente, debido al bloqueo naval británico. Esta última circunstancia influía, además, de forma negativa sobre la cantidad de efectivo que circulaba en la economía española. Cabarrús concibió entonces la idea, y logró, valiéndose de sus relaciones y de su proverbial habilidad, convencer de ella al conde de Gausa, quien era entonces ministro de Hacienda, de emitir títulos de deuda pública interior que cumplieran tres finalidades: en primer lugar, allegar recursos a la Real Hacienda para financiar la guerra; en segundo lugar, servir al público de medios de pago, al menos en intercambios de cierta importancia, como en las compras al por mayor o en la liquidación y realización de pagos por tributos directos; y en tercer lugar, proporcionar a sus propietarios un interés suficientemente atractivo, del cuatro por ciento anual. Se intentaba así combinar las tres características básicas de un activo financiero: la liquidez, la seguridad de un título público emitido por el soberano, y la rentabilidad. Sobre los precedentes de estos vales reales se han avanzado algunas hipótesis, como la de deuda pública norteamericana que, dada la crónica escasez de metálico existente en aquellos territorios, circulaba como dinero. De hecho, Cabarrús conocía a algunos representantes norteamericanos en España, y Diego Gardoqui, entonces embajador español en Estados Unidos, manifestó el interés de Cabarrús en llevar a cabo operaciones financieras con el Gobierno de la nueva nación; ello parece indicar que Cabarrús conocía la organización monetaria y fiscal de la incipiente República.

Se realizaron, a lo largo del reinado de Carlos III, tres emisiones de vales reales, en agosto de 1780, en marzo de 1781 y la tercera y más cuantiosa, en mayo de 1782, por un importe de 222,9 millones de reales. En conjunto, 451,8 millones de reales. Para formarse una idea de la importancia real de esta última cifra, baste decir que representaba el noventa por ciento, aproximadamente, del gasto total del Estado en un año de paz, por ejemplo 1777 o 1778. La única manera eficaz de poner en circulación la nueva deuda pública, con capacidad de medio de pago, era su difusión en el mundo de los banqueros y comerciantes al por mayor. Gracias a su capacidad de iniciativa y de convicción, Cabarrús logró involucrar en dicha operación financiera a algunos relevantes intermediarios, en su mayor parte, franceses con casas de comercio abiertas en Madrid y Cádiz.

La incertidumbre sobre los resultados de la guerra ensombreció las expectativas de los acreedores de la Hacienda española. El efecto inmediato fue el deterioro de las cotizaciones de los vales reales, cuyo precio de mercado bajó en torno a un veinte por ciento en los últimos meses de 1782. Para entonces ya había sido aprobada, por Real Cédula de 2 de junio de ese mismo año, la fundación del Banco Nacional de San Carlos. El banco fue el resultado del empeño personal de Cabarrús, hasta lograr superar los muchos intereses y opiniones contrarias, por erigir un instituto oficial de crédito en forma de sociedad por acciones, entre cuyas funciones, como en el caso del Banco de Inglaterra, creado en 1694, se encontraba la emisión de billetes. También se contemplaba la anticipación de recursos al Estado, principalmente con la administración de provisiones al Ejército, con una ganancia neta del diez por ciento, y el crédito para los gastos de la Monarquía en el extranjero, así como el descuento y la negociación de letras con particulares. Un objeto adicional del banco era la financiación de proyectos de obras públicas. Pero el objeto primordial del Banco Nacional, concebido por Cabarrús, era el pago en plata de los vales reales que el público llevara a su caja, con el fin de mantener su valoración de mercado. De hecho, fuese porque la guerra contra Gran Bretaña acabó en 1783, fuese por la influencia positiva del Banco de San Carlos sobre la valoración de los vales reales, a partir del comienzo de sus operaciones, en el mismo año 1783, lo cierto es que estos títulos se cotizaron a la par, e incluso alcanzaron un ligero sobreprecio, hasta que empezó la guerra contra la Convención francesa en 1793.

En 1784 le fue concedido al Banco de San Carlos el monopolio de la extracción de plata, un servicio financiero que Cabarrús había buscado, a título personal, varios años antes. Esta concesión, una vez que se restableció en 1783 la normalidad del comercio transoceánico, proporcionó sustanciosos beneficios a aquella institución. Entre 1780 y 1790, Cabarrús debió de convertirse en uno de los sujetos de mayor influencia social y económica de Madrid, fuera del círculo de la grandeza de España. Pero también entonces comenzó a gestarse su impopularidad y las suspicacias que condujeron a su declive. Diversos contratiempos se combinaron para anular su éxito.

La administración de suministros para el Ejército y la Marina, que había despertado tantas expectativas de beneficios seguros para el banco, proporcionó por el contrario severas pérdidas y pronto se convirtió en una fuente de problemas económicos y administrativos para el San Carlos, especialmente cuando el conde de Lerena, enemigo personal de Cabarrús, ocupó el Ministerio de Hacienda en 1785 y se negó a compensar a la institución por dichos resultados negativos sin una investigación profunda de los hechos y una exhaustiva justificación de los gastos. En marzo de 1785, Cabarrús consiguió sacar adelante otro proyecto financiero, en este caso el de creación de una compañía privilegiada de comercio, la Compañía de Filipinas, con un capital de ciento veinte millones de reales. El Banco de San Carlos invirtió en ella veintiún millones, algo más de la sexta parte de aquel capital. Ni esta inversión en la Compañía de Filipinas ni la adjudicación al San Carlos del monopolio de extracción de la plata eran objetivos previstos en la memoria inicial que dio paso a la creación del Banco Nacional y, en realidad, ambos resultaban contradictorios con las ideas de liberalismo económico que el propio Cabarrús predicaba. En París, el conde de Mirabeau difundió un acerado folleto, dirigido a los potenciales inversores franceses en acciones del banco o de la Compañía de Filipinas, en que se criticaban los proyectos de Cabarrús, calificándolos de meras especulaciones dirigidas a captar el ahorro de los incautos, quienes verían peligrar sus fondos, al igual que había ocurrido sesenta años atrás con el primer banco de Francia y el llamado “sistema de Law”. Ciertamente, Cabarrús logró amasar gran parte de su fortuna, entre 1783 y 1785, gracias a su labor de intermediación, en París, por medio de la colocación de acciones del banco y de reventa de un paquete importante de sus propios títulos, una vez que éstos se revalorizaron en el mercado, en el movimiento de euforia bolsística que siguió a la fundación del San Carlos.

En 1789, un año después de la muerte de Carlos III, Lerena instigó a los accionistas del banco para la celebración de una junta extraordinaria dedicada al examen de la gestión de Cabarrús, cuestionada por los resultados negativos de las provisiones al Ejército y la Marina, y también por irregularidades cometidas en la contabilización de beneficios y en la admisión a descuento de letras de cambio. Cabarrús fue destituido de su cargo, junto con los restantes directores del banco, y poco después encarcelado y procesado bajo la acusación de un remoto delito de contrabando de metálico, supuestamente cometido en sus años jóvenes.

Aunque Cabarrús recibió el título de conde en 1789, un año antes de su caída, no pudo evitar una denuncia ante el tribunal de la Inquisición por sus críticas al tradicionalismo contenidas en su Elogio de Carlos III. En realidad, constituye dicho escrito de 1789, junto con el Elogio del conde de Gausa, publicado tres años antes, un homenaje a la labor desempeñada por aquel Monarca, y una reivindicación de su política liberalizadora y favorable a la modernización económica y social de España, con la idea latente de la necesidad de prolongar en el futuro esa vía de reformas.

Sin embargo, las circunstancias políticas habían cambiado, con la sucesión de Carlos III por Carlos IV. Aunque el nuevo Monarca trató de mantener en sus puestos a los principales gobernantes que habían colaborado con su padre, como Floridablanca y Campomanes, los enemigos de la tendencia ilustrada trataron de aprovechar aquella oportunidad para contrarrestar su influencia, sobre todo, tras la conmoción que significó la Revolución en Francia. Con la pérdida de poder e influencia de aquellos gobernantes, Cabarrús vio muy mermados sus apoyos en la Corte.

La denuncia ante el tribunal de la Inquisición no prosperó, pero la jurisdicción civil prosiguió con su procesamiento. Cabarrús permaneció en prisión durante cinco años sin que llegara a celebrarse el juicio, siendo desposeído, en ese tiempo, de todas sus dignidades y empleos públicos, y obligado al pago de cuantiosas fianzas. A esta época corresponde la redacción de su obra más conocida, Cartas sobre los obstáculos que la Naturaleza, la opinión y las leyes imponen a la felicidad pública, seguida por una carta al Príncipe de la Paz, dirigida a Jovellanos, uno de los pocos amigos que le quedó tras su persecución, y afectuosamente comentada por éste en sus Diarios. Las Cartas, que componen un conjunto de ideas de regeneración económica más próxima al arbitrismo radical que al reformismo ilustrado, permanecieron inéditas hasta 1821, once años después de la muerte de su autor.

En octubre de 1795, Cabarrús fue finalmente puesto en libertad y rehabilitado en su empleo de director nato del Banco de San Carlos, una vez que los magistrados que llevaban el caso constataron la existencia de defectos procesales, y Gardoqui, nuevo ministro de Hacienda, retirara los cargos contra aquél.

El cambio en la situación del banquero puede relacionarse con el final de la guerra contra la Convención francesa y la orientación dada por Godoy a su política interior, entonces proclive a los ilustrados, y a la política exterior, de aproximación a Francia. Tampoco debe omitirse la probable mediación, en favor de su padre, de Teresa Cabarrús, casada con Tallien, miembro del Comité de Salud Pública y, por entonces, uno de los sujetos más influyentes de la Convención francesa. A raíz de su liberación, se habló de Cabarrús como sucesor de Gardoqui en la Secretaría de Hacienda, aunque finalmente este nombramiento no se produjo.

En 1797, Godoy remitió a Cabarrús, para que éste evacuara informe, una proposición de cuatro grandes de España —duques de Medinaceli, Infantado y Osuna, y marqués de Astorga— para la construcción de canales. Cabarrús respondió que si los grandes no eran capaces de ordenar sus propias casas, menos aún podrían conducir una empresa tan compleja. Como había ocurrido en su anterior etapa de proximidad al poder, Cabarrús desdeñaba la importancia de los sujetos a los que hacía objeto de sus ataques y sobrevaloraba su propia capacidad de supervivencia. Sin embargo, Godoy lo mantuvo algún tiempo en su círculo de confianza; le encargó la supervisión de la Real Fábrica de Guadalajara, y recibió de él proyectos sobre reformas, que incluían la supresión de prebendas eclesiásticas y la reducción del número de eclesiásticos seculares y regulares.

En ese mismo año de 1797, Cabarrús fue designado como representante del Gobierno español en las conversaciones de paz de Lila, y a su regreso influyó en Godoy para que entraran en el Gobierno ilustrados relevantes, como Jovellanos y Saavedra. Nombrado embajador en París, fue vetado por el Directorio.

Mientras tanto, Godoy cayó temporalmente en desgracia, pero cuando recobró el poder, esta vez apoyado por el partido más reaccionario, destituyó y encarceló a los ministros ilustrados, a los que culpaba de conspirar contra él. Cabarrús, que había sido enviado a Holanda a finales de 1798, en una nueva misión oficial, fue también desterrado a Burgos, en diciembre del año siguiente. Sin embargo, Godoy dispensó a Cabarrús un trato mucho más considerado que al resto de los ilustrados. Aunque le fue prohibido aproximarse a la Corte —incluyendo en este espacio vetado su finca de Torrelaguna, a cuarenta kilómetros de Madrid—, se le permitió viajar por España e incluso a Francia.

Entre 1801 y 1807 permaneció Cabarrús en Barcelona dedicado a varios proyectos industriales, incluyendo la utilización de máquinas de vapor y de construcción de canales. Al producirse, en mayo de 1808, el levantamiento popular contra los ejércitos franceses, Cabarrús se reencontró en Zaragoza con Jovellanos. En una dramática conversación, que éste recoge en uno de sus últimos escritos, Cabarrús declaró a su amigo su lealtad a la causa legitimista. Sin embargo, pocos días después fue víctima de uno de los muchos grupos incontrolados de insurrectos que lo vejaron y apresaron, tal vez por su origen francés o quizá por su notorio antitradicionalismo. Al parecer, ese hecho fue decisivo para que modificara su postura, adhiriéndose a la causa de José Bonaparte, quien lo nombró ministro de Hacienda en julio de ese mismo año. En el desempeño de ese cargo, murió en Sevilla en 1810.

 

Obras de ~: Memoria que presentó D. ~ a Su Majestad para la formación de un Banco Nacional por mano del excelentísimo Señor Conde de Floridablanca, primer Secretario de Estado, en 22 de octubre de 1781, Madrid, Imprenta de Joaquín de Sancha, 1782; Elogio del excelentísimo Señor Conde de Gausa, leído en la Junta General de la Sociedad Económica de Amigos del País, de 24 de diciembre de 1785, Madrid, Imprenta de la Viuda de Ibarra, 1786; Elogio a Carlos III, rey de España y de las Indias, leído en la Junta General de la Sociedad Económica de Amigos del País, de 25 de julio de 1789, Madrid, Imprenta de la Viuda de Ibarra, 1789; Cartas sobre los obstáculos que la Naturaleza, la opinión y las leyes oponen a la felicidad pública, Valencia, Imprenta de Ildefonso Mompié, 1822 (ed. con pról. de J. A. Maravall, Madrid, Castellote, 1975).

 

Bibl.: A. Elorza, “Los comienzos de la Hacienda liberal en España: Cabarrús”, en Revista de Derecho Financiero y Hacienda Pública, XVIII (mayo-junio de 1968), págs. 565-578; La ideología liberal de la Ilustración española, Madrid, Tecnos, 1970; J. A. Maravall, “Cabarrús y las ideas de reforma política en el siglo XVIII”, en F. Cabarrús, Cartas sobre los obstáculos [...], op. cit., 1975, págs. 11-55; M. Zylberberg, “François Cabarrus, agriculteur éclairé ou un banquier aux champs”, en Mélanges de la Casa de Velázquez, XV (1979), págs. 415-450; P. Tedde de Lorca, “Los negocios de Cabarrús con la Real Hacienda”, en Revista de Historia Económica, V, 3 (1987), págs. 527-551; V. Martín Martín, “La libertad de comercio bajo Carlos III: Cabarrús, Jovellanos y Foronda”, en Información Comercial Española, 663 (1988), págs. 7-43; P. Tedde de Lorca, El Banco de San Carlos, Madrid, Alianza Editorial- Banco de España, 1988; G. Anes Álvarez de Castrillón, “El siglo de las luces”, en M. Artola (dir.), Historia de España, vol. IV, Madrid, Alianza Editorial, 1995; “Actitudes y planteamientos de Cabarrús en 1785”, y P. Tedde de Lorca, “Cabarrús y el monopolio de extracción de plata”, en A. Gómez Mendoza (ed.), Economía y sociedad en la España moderna y contemporánea, Madrid, Síntesis, 1996, págs. 95-113 y 115-134, respect.; E. La Parra, La alianza de Godoy con los revolucionarios. España y Francia a finales del siglo xviii, Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1996; D. Ozanam, Les diplomats espagnols du xviiie siècle. Introduction et rèpertoire biographique (1700-1808), Madrid-Bordeaux, Casa de Velázquez-Maison des Pays Ibèriques, 1998; P. Tedde de Lorca, “Comercio, dinero y banca en los escritos de Cabarrús”, en E. Fuentes Quintana (dir.), Economía y economistas españoles, vol. III, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores, 2000, págs. 485-528; O. García Regueiro, Francisco de Cabarrús. Un personaje y su época, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2003; J. L. Sampedro Escolar y F. Alos Merry del Val, Ministros de Hacienda y de Economía. De 1700 a 2005. Tres siglos de Historia, Madrid, Ministerio de Economía y Hacienda, 2005.

 

Pedro Tedde de Lorca

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