Álvarez de Castro, Mariano. Granada, 8.IX.1749 – Figueras (Gerona), 22.I.1810. Militar, teniente general.
Mariano Álvarez de Castro fue bautizado en la iglesia de Nuestra Señora de las Angustias de Granada el 14 de septiembre de 1749. Nació el día 8 del mismo mes y año, hijo de Pedro Francisco Álvarez González de Castro y de Apolonia Joaquina López Aparicio, ambos vecinos de Granada. A los cinco años murió su padre, hombre de profunda fe religiosa, trasladándose con su madre y hermanas primero a Soria y seguidamente al Burgo de Osma, al amparo de unos tíos suyos, con quienes transcurrió la mayor parte de su niñez, ya huérfano también de madre.
A los dieciocho años, el 14 de diciembre de 1768, ingresó como cadete en el Regimiento de Guardias Españolas de la Casa Real y el 31 de junio de 1775, el coronel de Infantería, ingeniero director de la Academia Militar de Matemáticas de Barcelona certificaba que Mariano Álvarez de Castro había cursado en ella el estudio de las matemáticas, habiendo conseguido destacar “como uno de los Buenos en las principales materias y más que Mediano en la delineación de planos, perfiles y elevaciones de las obras que se enseñan en dibujo”.
Ascendió a alférez el 11 de septiembre de 1778 y el 13 de noviembre del mismo año recibió el despacho de segundo teniente de Fusileros de la Segunda Compañía del 6.º Batallón del Regimiento de Guardias Españolas, para ser nombrado segundo teniente de Granaderos el 26 de enero de 1786.
Se suceden los ascensos en un proceso en el que alternan los empleos en su Regimiento de la Guardia Real con las asimilaciones más elevadas en el escalafón general del ejército, porque los capitanes de las Guardias de Infantería tenían el “grado de Coronel” y los primeros tenientes el de teniente coronel. Así, el 14 de enero de 1789 se le reconoció el “grado de Teniente Coronel”; el 16 de abril de ese mismo año ascendió a primer teniente de Fusileros y el 28 de julio de 1791, a primer teniente de Granaderos. El 24 de diciembre de 1793 recibió el “grado de Coronel”; el 1 de mayo del siguiente año ascendió a capitán de la Guardia y el 4 de septiembre de 1795 recibió el “grado de Brigadier”. Ascendió a mariscal de campo el 12 de abril de 1809; a comandante de Batallón de la Guardia Real el 24 de mayo de 1809, y el “grado de Teniente General” el 20 de octubre de 1809.
En 1779 recibió el hábito de Santiago en la iglesia de Santiago de la Espada de Sevilla.
En cuanto a la definición de la personalidad de Álvarez de Castro, se ha de tener en cuenta que se encuentra aplastada por su conducta durante la defensa de Gerona. Los que le conocieron y le trataron pasan por encima del cadete impetuoso que solicitó participar en la expedición de Argel; de su formación en la Academia de Matemáticas; de su destino en 1790 como profesor en la Academia Militar que fundara el duque de osuna, su Coronel del Regimiento de la Guardia Española, en Madrid; de su participación en la ponencia que estudió la creación de la Artillería a caballo, o sus hechos de armas en las campañas de Gibraltar, Pirineos o Portugal. Para todos ellos, Álvarez de Castro es el defensor de Gerona, lo demás no cuenta, aunque en su hoja de servicios correspondiente al año 1804 su jefe consignara una “nota ampliatoria” que dice: “Este oficial reúne las mejores circunstancias para el mando y para la guerra”. Fuera de esa nota, las conceptuaciones reglamentarias eran: valor acreditado; aplicación mucha; capacidad idem; conducta buena y estado soltero.
Las numerosas descripciones de su persona tienen factores comunes que posiblemente proceden de una misma fuente. Para Rodríguez Solís era “de grave continente, mediana estatura, tez morena, gran corazón, exquisito pundonor, galante, desinteresado, sereno en el peligro, tan buen militar como cumplido caballero”, así como para Gómez de Arteche “era de mediana estatura, enjuto de carnes, color cetrino y algo demacrado, modesto y profundamente religioso”.
El general Haro, testigo de su conducta durante la defensa de Gerona, donde entró al frente del Regimiento de Baza en agosto de 1809, le retrata de esta otra forma: “Era de estatura mediana, de color moreno, ojos negros y una compostura exterior que no daba gran idea de sí al que no le observara de cerca; su talento era mediano y poca su instrucción, pero tenía un conjunto de apreciables cualidades para el mando que pocos suelen reunir. Era caballeroso en su manera de pensar, sin que nadie le dominase; se presentaba con mucha serenidad en los peligros cuando la necesidad lo pedía. Estaba tan empeñado en la defensa de su Plaza que en todo el tiempo que duró el sitio no hizo cosa ni habló palabra que no fuese dirigida a infundir constancia y valor a sus tropas; pero la cualidad que le distinguía y que le coloca esencialmente entre el número de los grandes era su firmeza de alma, porque poseía esta cualidad de los Brutos y de esos Catones en un grado eminente. Al principio deseaba que su Plaza se sostuviera doble de tiempo que Zaragoza; y después que se cumplió este plazo, quería que durase cuatro veces más su defensa. En donde la firmeza de los demás se acababa, allí parece principiaba la suya”.
Durante el sitio vestía levita azul, pantalón azul con estrechas rayas blancas, faja de general y sombrero de copa. El hombre llegó a ser así; sin embargo, las vicisitudes más importantes de su vida fueron aplastadas —como ya se ha dicho— por su heroica defensa de Gerona.
Rechazada su petición de incorporarse a la expedición a Argel de 1775, porque entonces se encontraba de alumno en la Academia de Matemáticas de Barcelona en período de formación, los primeros hechos de armas de Álvarez de Castro tuvieron lugar frente a Gibraltar durante el llamado Gran Sitio, desde primeros de septiembre de 1779 hasta la paz, firmada en Versalles el 3 de septiembre de 1782.
Su hoja de servicios se refiere a su participación en las guarniciones de los castillos que se enfrentaban a la ciudad ocupada por los ingleses. No hubo intentos de asalto por tierra, puesto que la artillería de los sitiados siempre fue superior a la de los sitiadores; los primeros mantuvieron sus murallas intactas y todos los intentos de establecer baterías o construir paralelas que sirvieran para aproximar a los asaltantes a cubierto de los fuegos, fracasaron, como fracasaron las “baterías flotantes” que pretendían atacar a la ciudad desde el mar, o los intentos de la escuadra hispanofrancesa de impedir la llegada a su puerto de refuerzo en hombres y suministros. Por entonces, Álvarez de Castro era alférez.
La segunda intervención de Álvarez de Castro fue en la guerra contra la Convención de 1793. Con su 2.º Batallón de Guardias Españolas, como teniente de Granaderos y ya con el “grado” de teniente coronel, entró en el Rosellón por Arlés el 20 de abril de 1793, para participar dos días más tarde en la reconquista de Ceret. Asistió al bloqueo del castillo de los Baños, ataque a Masdeu el 20 de mayo y salida a Nils; toma de Elna, ataque a las trincheras frente a Perpiñán; conquista de Collure el 20 de diciembre del mismo año; ataque de Ribasaltas; batallas de Truilles y Santa Coloma; ataque y posterior defensa de Bouton, en el que, al frente de su Compañía de Granaderos, rechazó a la bayoneta a una columna enemiga compuesta por más de mil hombres; ataque y toma del reducto de Bañuls de Aspres, en el que resultó contuso. Durante el año 1793 totalizó setenta y nueve días sometido al fuego del cañón enemigo. Por último, en 1794 tomó también parte en el sitio y rendición de Colliure, no separándose del mando de su Compañía de Granaderos durante toda la campaña por estar siempre ausente su capitán.
Como recompensa por su actuación en aquella campaña ascendió a capitán de las Guardias Españolas el 1 de marzo de 1794 y obtuvo el “grado de Brigadier” el 4 de septiembre de 1795.
La tercera de sus experiencias guerreras, bien que limitada, fue en la casi pacífica invasión de Portugal de la Guerra de las Naranjas entre el 20 de mayo de 1801 y el 29 de septiembre del mismo año. En ella participó en las ocupaciones de Belén y Villaviciosa y fue gobernador civil y militar de la Plaza de Alegrete.
Siete años más tarde dará comienzo su aventura definitiva.
Como parte del plan de invasión de España trazado por Napoleón, en enero de 1808 comenzó a reunirse en Perpiñan una División de Observación de los Pirineos Orientales, a cuyo frente puso el emperador francés al general Duhesme. El 8 de febrero cruzaron la frontera y, por Figueras y Gerona, se dirigieron a Barcelona los ocho mil infantes y cuatro mil jinetes que la componían. Establecidos en esta última ciudad como aliados de los españoles, ocuparon por sorpresa la Ciudadela el 28 de febrero, mientras otras de sus unidades se dirigieron a Montjuic con el mismo propósito.
Pero en Montjuic se encontraba de gobernador interino Mariano Álvarez de Castro, cargo para el que había sido nombrado en fecha indeterminada entre finales de 1807 y principio del siguiente (en la Guía de Forasteros del año 1807 figura el brigadier Antonio Escalante como su gobernador). Al ver aproximarse a las unidades francesas, Álvarez de Castro ordenó cerrar las puertas, levantar los puentes levadizos, situó a la guarnición sobre las murallas y mandó sacar los cañones. No habrían entrado los franceses si el capitán general de Cataluña, Ezpeleta, no hubiera dado la orden de permitirles el paso a la fortaleza a petición del mismo Duhesme.
Después de la entrega de la fortaleza, se inicia un período confuso de su historia personal: uno de sus biógrafos señala que ingresó en el convento de Santa Catalina, mientras que otros le hacen regresar a Madrid, donde se encontraban de guarnición la plana mayor del Regimiento y dos batallones de la Guardia Española. Esas unidades se mantuvieron acuarteladas en Valdemoro durante la jornada del 2 de mayo, pero incorporado el primero de esos batallones al ejército de Moncey que marchaba contra Valencia, desertó en masa, uniéndose sus cuadros de mando y tropas a los núcleos de resistencia española que se iban formando, para acabar incorporados al ejército de Valencia en su mayor parte. El segundo batallón también desertó de Madrid en forma dispersa, uniéndose sus hombres al ejército de Extremadura. De haber regresado a Madrid, Álvarez de Castro pudo seguir la misma conducta.
Así, Álvarez de Castro regresó a Barcelona o no salió de ella como parece más probable, puesto que desde 1803 mandaba la 4.ª Compañía del Tercer Batallón de las Guardias Españolas, de guarnición en aquella ciudad, y porque de allí, tras rechazar el cargo de gobernador militar de la plaza, marchó a Tarragona en fecha indeterminada, siguiendo la deserción general de las tropas españolas acuarteladas en Barcelona. El 31 de octubre de 1808 se hizo cargo del mando del Ejército de Cataluña el general Vives, recién llegado de Mallorca al frente de las tropas del archipiélago.
Los veinte mil hombres con los que contaba los dividió en cuatro Divisiones, una Reserva y la División de Vanguardia, desplegada en el Ampurdán, que puso a las órdenes de Álvarez de Castro, mando que llevaba anexo, con carácter interino, el Gobierno Militar de Gerona, cuyo titular era el general Mendoza, cuya avanzada edad no le permitía hacerse cargo de las tareas que se avecinaban.
Los generales que se sucedieron en el mando de ese ejército: Vives, Reding y, en un principio también Blake, mantuvieron la misma organización. La División de Vanguardia se componía de cinco mil quinientos infantes y cien jinetes. El grueso de las tropas españolas se mantenía en los alrededores de Barcelona, mientras la División de Álvarez de Castro desplegaba en el Ampurdán, hostilizando la entrada de refuerzos franceses. Cuando el 5 de noviembre entró Saint Cyr en Cataluña al frente de dieciocho mil hombres, se dirigió contra Rosas a la que sitió. Álvarez de Castro, en clara inferioridad, hubo de limitarse a seguir hostilizando y a interferir los movimientos de recursos desde la orilla derecha del Fluviá. El 24 de noviembre, la División de Vanguardia asaltó las posiciones de la División Souham que cubría a los sitiadores de Rosas al otro lado del Fluviá, pero las tropas españolas fueron rechazadas. Rosas, sin posibilidades de auxilio, capituló el 6 de diciembre.
Perdida Rosas, no había misión más importante que la defensa de Gerona. La ciudad ya había resistido con éxito dos intentos anteriores de conquista por parte de los franceses (20 de junio y 22 de julio).
Antigua plaza fuerte, había sido ya desclasificada como tal. Estaba rodeada de una muralla antigua que no permitía la ejecución de una defensa en la forma deseable en aquellos tiempos, basada fundamentalmente en el cruce de los fuegos de la artillería sobre las rutas de aproximación. La ciudad estaba cubierta por once fuertes o baluartes exteriores, de los que el de Montjuic era el único que reunía condiciones reales de defensa. Cuando Duhesme entró en Cataluña, la hizo reconocer por su jefe de ingenieros, general Marescaut, quien no estimó que fuera susceptible de ofrecer gran resistencia.
Designado Álvarez de Castro gobernador interino de Gerona interino, se dedicó a mejorar sus condiciones de defensa, auxiliado por los coroneles de ingenieros de la Mata y Minelli; se destruyeron las edificaciones exteriores que permitían la aproximación a cubierto de los fuegos de los atacantes, así como las arboledas y vegetación que pudieran ocultarla; se corrigieron los desperfectos en la muralla causados por los anteriores ataques y se cerraron las brechas de la misma; se ahondaron los fosos y se abrieron otros nuevos y se reconstruyeron los reductos avanzados de Montjuic. La guarnición era escasa, compuesta por cinco mil seiscientos setenta y tres hombres, encuadrados en los Regimientos de Infantería de Ultonia y Borbón; del 2.º Batallón de Voluntarios de Barcelona; de los Primeros Batallones de Migueletes de Vich y de Gerona; del Escuadrón de Caballería de San Narciso; de varias Compañías de Artillería con ciento cincuenta piezas y de un pequeño destacamento de Zapadores. A esos hombres se unieron ocho Compañías de la Cruzada, formadas por civiles armados y una Compañía de mujeres, llamada de Santa Bárbara, dividida en cuatro escuadras, que se dedicaría a llevar cartuchos y víveres a los defensores y a recoger y auxiliar a los heridos. También, con el entusiasta apoyo de la población civil, se habían acumulado víveres para sostener a siete mil hombres durante tres meses y abundante munición y pólvora.
El 2 de marzo de 1809, Reding, general jefe del ejército en Cataluña, propuso a la Junta Central el ascenso de Álvarez de Castro a mariscal de campo y que el mando de la División de Vanguardia llevara anexo el de gobernador militar de Gerona, que ya ejercía con carácter interino. La propuesta fue aprobada y así lo comunicó Saavedra, su presidente, el 12 de abril de 1809.
El 30 de mayo comenzaron las operaciones de cerco por los franceses, que se completaron en los días siguientes.
Verdier, al frente de los sitiadores, intimó la rendición de la plaza, pero Álvarez de Castro, que el 5 de mayo había reproducido el bando dictado el 1 de abril, cuando comenzaron los rumores de que se aproximaban los franceses, amenazando “con la pena de vida, ejecutada inmediatamente a cualquier persona de la clase, grado o condición que fuese que tuviera la vileza de proferir la palabra rendición o capitulación”, respondió que no deseaba mantener relación ni contacto alguno con los enemigos de su patria y que, en lo sucesivo, todo parlamentario sería recibido a cañonazos. Y así lo hizo cada vez que apareció un parlamentario, medida que fue muy bien recibida por la población civil de la ciudad.
Los franceses comenzaron sus ataques el 14 de junio contra las defensas exteriores de la plaza. El 19, imposibilitados para continuar sus defensas, las guarniciones de las Torres de San Narciso y San Luis, después de perder setenta hombres cada una, se replegaron a Gerona. A su llegada, Álvarez de Castro degradó a sus capitanes obligándoles a servir como soldados.
Saint Cyr volvió a intimar la rendición y Álvarez de Castro, el 2 de julio, contestó a su jefe de ingenieros en la siguiente forma: “Nada tengo que tratar con V. E., conozco sobradamente sus intenciones y para lo sucesivo, sepa V. E. que no admitiré consideración a su parlamentario ni trompeta alguno de su Ejército”.
Siguieron los franceses con su ataque a Montjuic, cuya fortaleza resistió los fuegos y los asaltos desde el 3 de julio hasta el 11 de agosto. Perdido Montjuic, la situación de la plaza empeoró gravemente, ya que quedaba bajo los fuegos y las vistas enemigas desde una posición dominante.
A últimos de agosto, el general Blake, que se había hecho cargo del mando del ejército de Cataluña por haber muerto Reding de resultas de las heridas recibidas en la batalla de Val (25 de febrero), además del mando de Valencia y Murcia, decidió acudir en auxilio de Gerona. Blake acudió con dos Divisiones y una columna independiente de mil quinientos hombres que mandaba O’Donnell. La aproximación desde el Sur se hizo desde distintas direcciones, lo que desorientó a los franceses, y así, la División mandada por García Conde, compuesta por cuatro mil infantes y quinientos jinetes, que conducía mil ochocientas acémilas cargadas de víveres y municiones logró entrar en la ciudad sitiada siguiendo el curso del Ter. El refuerzo era sensible, pero con él aumentó el número de bocas a alimentar y el 3 de septiembre salieron de Gerona los componentes de la División mandada por García Conde, dejando en la plaza dos mil setecientos noventa hombres como refuerzo.
El 19 de septiembre, los franceses llevaron a cabo el asalto a la ciudad, pero fueron rechazados con elevadas pérdidas. Al mismo tiempo, Blake, que había reunido en Hostalrich a ocho mil hombres y mil acémilas, intentó de nuevo el socorro de los sitiados, pero en Castellar la División Wimpfen, que protegía el convoy, fue derrotada por los franceses. Las unidades españolas se dispersaron y la mayoría de las acémilas cayeron en poder de los galos, por lo que apenas ciento setenta de ellas lograron entrar en la ciudad.
En octubre, la situación de la plaza había empeorado notablemente, la escasez de víveres era total y los franceses parecían haber renunciado a nuevos asaltos, proponiéndose la rendición sencillamente por hambre mientras continuaban con los fuegos de artillería sobre las ruinas a que estaban reducidos sus edificios y murallas. La Junta de Cataluña urgía a Blake a correr en su socorro y éste se veía impotente para realizarlo.
A este último se dirigió Álvarez de Castro con su estilo destemplado: “El dador es un subteniente del 2.º Tercio de Vich, que debe volver sin ningún retraso con la contestación categórica de que V. E., execute, o que no puede o que no quiere”.
En Manresa se había reunido la Junta de Cataluña para provocar un levantamiento general del Principado a la vez que el 26 de noviembre se dirigía amargamente a la Central recabando su ayuda. Pero ya era tarde. En noviembre habían muerto ya 1.378 soldados, los hospitales se encontraban sin medicinas, los víveres se habían terminado y la mayoría de las casas estaban en ruinas. Los ánimos flaqueaban y sólo el gobernador se mantenía firme. Hubo quien pronunció en su presencia la palabra “capitulación” y éste le interrumpió: “¿Cómo, sólo Vd. es aquí cobarde? Cuando ya no haya víveres nos comeremos a Vd. y a los demás de su ralea, y después resolveré lo que más convenga”.
Cuanto mayor era el peligro, más firme parecía el general y así en un nuevo bando decía: “Sepan las tropas que guarnecen los primeros puestos que las que ocupan los segundos tienen orden de hacer fuego, en caso de ataque, contra cualquiera que sobre ellos venga, sea español o francés, pues todo el que huye hace con su ejemplo más daño que el mismo enemigo”.
Augerau relevó a Saint Cyr al frente de las tropas francesas. El 2 y el 7 de diciembre emprendió nuevos ataques y conquistó los fuertes del perímetro de la ciudad. El 8 del mismo mes, los asaltantes disponían de siete brechas abiertas, mientras los defensores españoles apenas llegaban a mil cien en condiciones de lucha. Álvarez de Castro, enfermo y delirante, aún manifestaba sus deseos de continuar la defensa, pero el 9 de diciembre entregó el mando a Julián Bolivar, y al día siguiente Gerona capituló después de nueve meses de feroz asedio. En la capitulación se estipulaba que la guarnición saldría de la plaza con honores de guerra y que sería conducida a Francia como prisioneros de guerra. En la defensa habían perecido de nueve mil a diez mil personas, de ellas cuatro mil de los catorce mil moradores que tenía la ciudad al comenzar el sitio.
El 11 de diciembre salió para Francia la guarnición, pero Álvarez de Castro continuó en Gerona enfermo en su domicilio. El 21 del mismo mes inició su marcha a Francia, pasando por Figueras, y el 23 se dirigió a Perpiñán, donde le informaron que estaba allí como reo de cárcel y no como prisionero de guerra, separándole de su ayudante el fiel capitán Satue, privándole de su equipaje e internándole el 26 de diciembre en un calabozo infecto. El 6 de enero le llevaron a Sitjan y de allí a Narbona, donde recibió mejor tratamiento, pero el 18 del mismo mes salió de esta última ciudad camino de Figueras, adonde llegó el 21, encerrándole en un calabozo de las caballerizas del castillo de San Fernando. El 22 de enero (o el 23), los franceses llamaron a un sacerdote español para que asistiera a su enterramiento.
¿Murió envenenado como aseguran muchas fuentes y como afirma el clamor popular? Nunca pudo probarse y lo más probable es que no fuera cierto dada la elevada fiebre que le afectaba desde antes de salir de Gerona. Pudo morir de muerte natural por enfermedad, pero lo innegable es el trato infame y vejatorio que recibió de los franceses en contra de lo estipulado en la capitulación de la plaza.
El 7 de enero de 1812, las Cortes establecieron por decreto que su nombre se inscribiera en letras de oro en su salón de sesiones, así como que en Gerona se levantara un monumento en su memoria. Decreto renovado el 1 de julio de 1820 durante el trienio constitucional del reinado de Fernando VII, pero que nunca fue cumplido.
El 5 de junio de 1814 se identificó su cadáver en Figueras y fue enterrado provisionalmente en la capilla del castillo de San Fernando. Años más tarde, el 20 de octubre de 1816, se trasladaron sus restos a Gerona, pasando por Barcelona, donde se le rindieron honores de capitán general y el 28 de octubre recibieron sepultura en la capilla de San Narciso de la colegiata de San Félix de la ciudad que había defendido con tanto heroísmo.
El 16 de diciembre de ese mismo año, el general Castaños, capitán general del Ejército de la Derecha, ordenó colocar una lápida en el calabozo donde había muerto, en la que se decía: “Murió envenenado en esta estancia el día XXII de enero de MDCCX, victima de la iniquidad del tirano francés el Gobernador de Gerona don Mariano Álvarez de Castro cuyos heroicos hechos vivirán eternamente en la memoria de todos los buenos”. La lápida fue mandada destruir por el mariscal Moncey cuando entró en Cataluña con los Cien Mil Hijos de San Luis y repuesta el 13 de abril de 1824.
Por fin, el 2 de mayo de 1880, sus restos se trasladaron, dentro de la misma capilla de San Narciso donde se encontraban, a un nuevo y solemne mausoleo de mármol donde reposan desde entonces. No se construyó el monumento a su memoria en Gerona, aunque sí uno a todos sus defensores, entre los que sin ninguna duda se encuentra tácitamente incluido.
Sus familiares obtuvieron mercedes en su memoria.
Terminada la guerra, a sus hermanas Francisca de Paula y Rafaela se les concedió el sueldo de teniente general “de cuartel” con carácter vitalicio y, con el tiempo, su sobrino, Francisco de Paula Castro y Orozco, que fue presidente del Congreso de los Diputados, recibió, a título póstumo, la merced de marqués de Gerona en memoria de su ilustre tío (15 de noviembre de 1847).
Pero no acabaron en esto las honras fúnebres, porque el 5 de mayo de 1924, Alfonso XIII visitó el castillo de San Fernando de Figueras y, aparte de ordenar la colocación de una reja artística y de adecentar todo el espacio de las cuadras donde se encontraba el depósito de paja en el que murió Álvarez de Castro, ordenó colocar frente a su entrada una nueva lápida que dice: “En la pajera de esta cuadra [cuyos pesebres se han conservado como muestra del trato que le dieron] sufrió prisión de los franceses el Excelentísimo Señor don Mariano Álvarez de Castro, López, González del Pino, Troncoso de Liria y Sotomayor. Caballero de Hábito de Santiago, Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos Nacionales, Capitán de Reales Guardias de Infantería Españolas y Gobernador Militar de Gerona y sus fuertes. Martirizáronle sus guardianes, no permitiéndole dormir y ya en su agonía le sacaron para conducirle a la plaza que tan heroicamente supo defender, donde había de sufrir la pena de muerte vil en la horca, Dios fue clemente con el héroe y le llamó a sí antes de que sufriera muerte tan infame. S. M. el Rey Alfonso XIII (que Dios guarde) ordenó honrar la memoria del héroe y mártir disponiendo la presente ornamentación que sin desfigurar el lugar sirviese de perpetuo homenaje al sacrificio de la patria”.
Sin embargo, no hay documento alguno que avale la tesis del propósito francés de ahorcarle en Gerona.
Lo indudable, es la vulneración en su persona de las cláusulas de la capitulación. El rumor de uno y otro final fue recogido en la Gaceta de España e Indias del 10 de julio de 1810, en la forma de “cada día se confirma más la noticia que corrió...”.
Fuentes y bibl.: Archivo General Militar (Segovia), Hoja de Servicios y Expediente Personal de Don Mariano Álvarez de Castro; Instituto de Historia y Cultura Militar (Madrid), Colección Conde de Clonard; Archivo Histórico Nacional (Madrid), Secc. Estado, Papeles de la Junta Central; Kalendario Manual y Guía de Forasteros, Madrid, 1807.
F. X. Cabanes, Historia de la Guerra de España contra Napoleón, Madrid, 1818; Conde de Toreno, Historia del Levantamiento, Guerra y Revolución de España, París, Librería Europea de Baudry, 1838, 3 vols.; J. Gómez de Arteche y Moro, Discurso en elogio del Teniente General Don Mariano Álvarez de Castro, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1880; El Reinado de Carlos IV, Madrid, 1890 (t. IV de la Historia General de España de Don Antonio Cánovas del Castillo); J. Pla Cargol, Breve Reseña Histórica de los Sitios de Gerona, Madrid, 1946; Álvarez de Castro, Madrid, Ed. Gran Capitán, 1946, Servicio Histórico Militar, Campaña de los Pirineos a finales del Siglo xviii, Madrid, Servicio Histórico Militar, 1954; F. Fuster Villaplana, “Sitios de Gerona en los años 1808-1809”, en Revista de Historia Militar (RHM) (Madrid), n.º 5 (1959); J. Rico de Estassen, “La Misteriosa Muerte del General Álvarez de Castro”, en RHM (Madrid), n.º 14 (1963); J. Priego López, Historia de la Guerra de Independencia, Madrid, San Martín, 1972-1993; C. Díaz Capmany, El Castillo de San Fernando de Figueras: Su Historia, Barcelona, 1982.
Andrés Cassinello Pérez