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Rafael de la Iglesia y Darrac

Biografía

Iglesia y Darrac, Rafael de la. Cádiz, 21.XI.1783 – Isla Margarita (Venezuela), 30.IV.1816. Teniente de fragata de la Real Armada, héroe.

Era hijo de Francisco de la Iglesia Berón y de María Antonia Darrac Jepson. Curiosamente ambas familias, aunque naturales de Cádiz y Osuna en esta generación, fueron de origen francés, del mismo pueblo, Oloron-Sainte-Marie, en las proximidades de la ciudad de Pau; debieron de emigrar al terminar la Guerra de Sucesión de Felipe V. También ambas familias tenían elementos de distinto nivel en la Armada; el más destacado es el jefe de escuadra Juan Darrac, comandante del navío América durante la maniobra de diversión napoleónica, que provocaría la batalla de Trafalgar. Su infancia transcurrió sin hechos reseñables en su casa familiar gaditana, hasta que sentó plaza de guardia marina en el Colegio Naval de la Isla de León el 14 de julio de 1800, en donde se examinó de la parte fundamental para ser guardia marina, con buenas notas, y dando muestras de habilidad y pundonor.

Vivió en la época de auge del estado absolutista y a caballo entre el denominado siglo de la Ilustración, dominado por el pensamiento de Francia, y el del Romanticismo liderado por Inglaterra. En el año del nacimiento de Rafael de la Iglesia, reinaba en España Carlos III, existía la generación del despotismo ilustrado y se estaba en guerra contra Inglaterra, junto con Francia, por la independencia de Estados Unidos. En ese preciso año, puso fin al conflicto el Tratado de Versalles y, más tarde, murió Carlos III (1788), sucediéndole su hijo Carlos IV. El nuevo Monarca continuó, inicialmente, la política de su padre, pero su reinado iba a estar determinado por el estallido de la Revolución francesa y sus consecuencias.

Al no poderse aislar en una política neutral, se vio obligado a escoger entre los imperativos estratégicos y los motivos ideológicos (entre Inglaterra y Francia). Este dilema carectirizó las vacilaciones de su reinado. Los últimos años del siglo xviii y los primeros del xix señalaron la transición de la Edad Moderna a la Contemporánea. Caracterizó este nuevo período el extraordinario progreso alcanzado por el desarrollo científico y técnico. Al mundo anunciado por la Ilustración se llegó gracias a un doble proceso revolucionario: el político y el industrial; aquél derribó el absolutismo y dio lugar a nuevas formas de gobierno basadas en la voluntad de la mayoría y se desarrolló una conciencia nacional; éste transformó los métodos tradicionales de producción en formas masivas.

En febrero de 1792, Aranda sustituyó a Floridablanca, que había continuado al morir Carlos III.

Propugnó, en un principio, la política de coexistencia con la República gala, pero Godoy, protegido de la Reina, sustituyó a Aranda el 15 de noviembre. El 7 de marzo de 1793, la Convención francesa declaró la guerra a España por la falta de reconocimiento del nuevo régimen: fue el fin del tercer pacto de familia y la firma de una alianza hispano-británica. La Paz de Basilea puso fin a ella el 22 de julio de 1795, debido a los triunfos republicanos en Europa. Se recuperaron los territorios conquistados por los franceses a cambio de la cesión de la parte española de la isla de Santo Domingo. Godoy fue nombrado Príncipe de la Paz por el Rey. Algunos meses después, en octubre de 1796, los antes fervorosos aliados de España se convirtieron en implacables enemigos, con motivo de la firma con Francia del Tratado de San Ildefonso o de los subsidios. En 1799, la Paz de Amiens puso fin a la nueva contienda.

Rafael de la Iglesia ascendió a alférez de fragata (5 de octubre de 1802) y embarcó en el navío Bahama para realizar una comisión a Canarias, y después su buque se trasladó a Barcelona con motivo de la guerra contra la Convención francesa; en la que participó activamente. En febrero de 1803 regresó a Cádiz a bordo de la fragata Atocha, procedente de Cartagena, quedando desembarcado en este puerto y destinado a batallones hasta el 19 de diciembre del mismo año, en que fue nombrado para el balahú Celoso (especie de goleta americana común en las Antillas), de reciente construcción en los astilleros de Pasajes. Había sido botado en 1802 e iba armado de catorce cañones; salió hacia Puerto Cabello en Costa Firme en abril de 1804, y allí permaneció hasta 1809, en que pasó a ser denominado como bergantín. No se pudo disfrutar mucho tiempo de esta paz; a finales de 1804 se reanudó la guerra tras el apresamiento ilegal en el cabo de Santa María de cuatro fragatas, que venían de Lima y Montevideo con valores. Rafael de la Iglesia continuó en Costa Firme en distintos puestos, mientras se produjo la batalla de Trafalgar y, poco después, concluyó aquella guerra con el Tratado de Fontainebleau. Desde el 4 de febrero de 1806 pasó a desempeñar el cargo de ayudante secretario de la Comandancia principal de Marina de Caracas.

En 1808 fue preciso combatir contra aquellos mismos franceses que habían sido aliados de España en Trafalgar, por quienes se había arriesgado y perdido tanto. Se produjeron el motín de Aranjuez, de inspiración fernandina, el fin de la dictadura de Godoy y la abdicación de Carlos IV en su hijo Fernando VII, no reconocido por Napoleón. Tras los sucesos del 2 de mayo en Madrid, Carlos IV cedió todos sus derechos (España e Indias) al emperador de Francia. Napoleón proclamó rey de España a su hermano José.

Fue el comienzo de la Guerra de la Independencia y se constituyó la Junta Central Suprema (30 de agosto de 1808), en representación del pueblo español, que solicitó apoyo a Inglaterra y el duque de Wellington desembarcó con sus tropas en Lisboa.

En julio de 1808 llegaron a Caracas, por su puerto de La Guaira, las noticias de la invasión de España por los ejércitos napoleónicos. Inmediatamente, un grupo de criollos presentó una petición para que se constituyese una junta con capacidad suficiente de decisión y determinación de la postura política que debía tomar Venezuela.

Ello representó un síntoma que las autoridades españolas contrarrestaron mediante la propagación, entre las “castas” negras, de que el poder criollo sería negativo para sus intereses. El capitán general Vicente Emparán, incluso, pudo dominar algunos intentos que trataban de deponerle de su cargo (14 de diciembre de 1809 y 2 de abril de 1810). Cuando la Junta Central se autodisolvió para favorecer la formación de una regencia, Caracas ofreció la primera manifestación de rebeldía seria de todo el territorio bajo soberanía de la Corona española. En efecto, el movimiento de 19 de abril de 1810 estuvo perfectamente preparado. Una multitud vociferante invadió la Plaza Mayor de Caracas —el eje central de la vida urbana, donde se encontraban los edificios públicos— pidiendo la deposición del capitán general, primera autoridad del territorio venezolano. El Cabildo se reunió al margen del capitán general, uniéndose a él —con lo cual adquirió la figura de Cabildo abierto— diversos grupos de criollos representantes de muy diversos intereses políticos, que acordaron la destitución de Emparán y de la Audiencia, convirtiendo al Cabildo en núcleo de un nuevo gobierno, bajo la ficción del nombre “Junta Suprema Conservadora de los Derechos de Fernando VII”, cuyos propósitos eran, en realidad, separatistas. Emparán, amenazado por los rebeldes, renunció al mando y entregó el país a los revolucionarios.

Los historiadores la han denominado primera república, producto del dominio social ejercido por los criollos “mantuanos”; aunque se vio tal república considerablemente dividida entre conservadores y radicales, independentistas y autonomistas. Inicialmente, la junta estuvo dominada por los conservadores, que prohibieron, incluso, el acceso a ella del “precursor” Francisco de Miranda, considerado un indeseable, debido a su exceso de liberalismo, en parte por su origen canario. En realidad, los intereses predominantes entre los componentes de esta junta eran claramente los comerciales, enderezados contra el monopolio del comercio del cacao, absorbido por la Real Compañía de Comercio Guipuzcoana de Caracas, que ya había experimentado una fuerte reacción negativa por parte de los grandes plantadores de cacao. A finales de 1810 le fue permitido a Miranda regresar a Caracas, pero sólo en virtud del empeño y la influencia ejercida por Simón Bolívar. Con la llegada de Miranda y Bolívar, los partidarios de la independencia cobraron nuevos ánimos. El Congreso General, instalado en Caracas el 2 de marzo de 1811, declaró solemnemente la independencia de las Provincias Unidas de Venezuela.

A esta declaración respondieron los movimientos españolistas, como el de Caracas de 11 de julio, con una conspiración capitaneada por el propio Rafael de la Iglesia (en aquellos días destinado en Maracaibo), alentada por las autoridades de marina del apostadero de Puerto Cabello, que costó la vida a dieciséis de sus jefes, presos y fusilados, aunque no se encontraba entre ellos el propio De la Iglesia, que sí fue arrestado.

El comandante de marina de Puerto Cabello le recomendó al director general de la Armada por sus méritos durante la conspiración y por ser adicto a la denominada causa realista, junto con otros oficiales (27 de febrero de 1811). Por estas fechas, tan complicadas para España y la Corona, ascendió a alférez de navío. Organizó y mandó una unidad de Infantería de tierra, con la que realizó una penosísima campaña contra los insurgentes con el resultado de la reconquista de Venezuela, hecho por el que fue recomendado al director general de la Armada por el capitán de fragata Juan Tiscar, a la sazón segundo del capitán de fragata Domingo Monteverde, nuevo gobernador, llegado al mando de una compañía de Infantería de Marina traída de Puerto Rico, cumpliendo órdenes del virrey Cevallos, que derrotó a los insurgentes en tierra con la valiosa ayuda de Rafael de la Iglesia y su unidad. Al mismo tiempo se iniciaban las operaciones navales, ya que los sublevados habían conseguido adquirir los navíos necesarios para hacer frente al bloqueo español, amén de expedir numerosas patentes de corso.

El fundamento criollo —y su radical influencia sobre la sociedad política caraqueña— quedó perfectamente reflejado en la Constitución de 21 de diciembre de 1811, calcada de la de los Estados Unidos, que suponía, en rigor, el establecimiento de una república aristocrática censataria, que restringía los derechos de voto en función de la edad y de la renta. Ello representó, en suma, la aparición sobre el tejido político y social de una oligarquía de poder, lo cual produjo tres clases de reacciones: una del acantonamiento militar español, en las provincias de Coro, Maracaibo y Guayana, cuyos efectivos estaban especialmente centrados en Puerto Cabello; una segunda reacción, supuesta por el levantamiento de los llaneros, pardos y negros, que tuvo unos efectos considerables, abiertamente opuestos a los propósitos de los criollos caraqueños, tanto comerciantes como plantadores; por último, el reforzamiento de la tendencia pro hispánica, siguiendo los argumentos liberales que se fraguaban en la Cortes de Cádiz. Se promulgó la Constitución de Cádiz (la Pepa), de corte liberal, y se produjo la decisiva victoria de San Marcial (31 de agosto de 1812), con lo que el territorio peninsular quedó libre de invasores.

Eufórico en exceso con sus triunfos iniciales, Monteverde creó problemas al negarse a entregar el mando al virrey Cevallos, una vez terminada la campaña que se le encomendó, actuando por su cuenta y ejerciendo una dura represión, en ruptura de los pactos contraídos, y volvió a encender la llama de la guerra, en la que las cosas no le fueron tan bien, pues sus tropas fueron duramente castigadas. Así, en los seis primeros meses de 1813, Bolívar obtuvo señaladas victorias, entrando en Caracas y proclamando la guerra sin cuartel, mientras Monteverde se vio obligado a retirarse a Puerto Cabello y, depuesto por sus soldados, impelido a repatriarse, siendo más tarde condenado por insubordinación.

En el virreinato de Santafé o Nueva Granada se instaló también una Junta de Gobierno, que, aunque no tuvo el respaldo unánime de sus habitantes, sí fue suficiente para obligar a mandar un ejército de operaciones contra los insurgentes al mando del capitán de fragata Antonio de Tiscar, que llevaba como segundo al alférez de navío Rafael de la Iglesia, lo que provocó problemas orgánicos, debido a que en la fuerza iban oficiales más antiguos, y, para evitarlos, fue ascendido a teniente de fragata el 13 de enero de 1813, antes de corresponderle por su antigüedad. Su ascenso real se produjo en 1815.

Tras el Tratado de Valencia (11 de diciembre de 1813), Fernando VII recuperó la Corona y regresó a España el 22 de marzo de 1814. Abolió la Constitución, alentado por la caída de Napoleón y la restauración de los Borbones en Francia, iniciándose el Sexenio Absolutista, y constituyó gobierno. Es opinión unánime de los historiadores que, tal como iba la revolución de los dominios de ultramar en el momento del regreso de Fernando VII a Madrid, hubiera sido fácil acabarla por medio de una política de tolerancia y comprensión, concediéndoles el disfrute de ciertas libertades, sobre todo en los ámbitos político y administrativo, y mentalizando a sus naturales con la idea familiar de la patria común. Pero Fernando VII no lo entendió así, y al igual que dispuso para la metrópoli la vuelta al antiguo orden, determinó también, con equivocada visión de futuro, un riguroso plan para la América española, preparando la expedición de Morillo, con rigurosas órdenes de asentamiento del pabellón real, en su versión autoritaria, por los medios que fuesen. Esta imposición absolutista, desacertada, de manifiesta miopía política, sería un nuevo factor disgregante para los territorios españoles del nuevo mundo.

La rebelión agonizante volvió a revivir, gracias a un criollo holandés, Luis Brión, armador rico de Curaçao, que puso a disposición de Bolívar su capital y sus buques y organizó una escuadrilla bajo bandera colombiana, tomando el título de almirante de la república.

Componían la escuadra siete goletas: Bolívar, Mariño, Constitución, Piar, Brión, Feliz y Conejo. Eran sus comandantes mercenarios de diferentes nacionalidades, entre ellos los franceses Beluche, Dubonille, Morué y Lominé. El alistamiento de la escuadra se realizó en Haití, por las facilidades otorgadas por los negros de allí al almirante Luis Brión, que era mulato. El 30 de marzo de 1816 salió el almirante con sus buques a probar fortuna en dirección a la isla Margarita. Rafael de la Iglesia se encontraba de vigilancia en la parte norte de la isla con el bergantín Intrépido a su mando y acompañado por la goleta Rita. Hicieron frente a los siete insurgentes, sosteniendo durante tres horas un combate tan heroico como desigual era la fuerza. Al Intrépido le atacaron los tres mayores de Brión, abordándole tres veces cuando ya estaba desarbolado y en estado inservible, llena la cubierta de cadáveres propios y enemigos, rodeando al de su comandante, que había recibido dos disparos en la cabeza; en el último abordaje, los insurgentes únicamente encontraron catorce hombres vivos, aunque gravemente heridos. Los enemigos les hicieron suntuosos funerales. Una lápida en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando recuerda su gesta a las generaciones posteriores. El Rey mandó que un barco de la Armada llevara siempre el nombre de Intrépido de la Iglesia.

 

Fuentes y bibl.: Archivo-Museo don Álvaro de Bazán (El Viso del Marqués, Ciudad Real), leg. 620/571, exp. personal.

F. Pavía y Pavía, Galería Biográfica de los Generales de Marina, jefes y personajes notables que figuraron en la misma corporación desde 1700 a 1868, Madrid, Imprenta a cargo de J. López F. García y Cía., 1873; J. Cervera y Jácome, El Panteón de Marinos Ilustres, Madrid, Imprenta del Ministerio de Marina, 1926; D. de la Válgoma y Barón de Finestrat, Real Compañía de guardias marinas y Colegio Naval. Catálogo de pruebas de Caballeros aspirantes, Madrid, Instituto Histórico de la Marina, 1955; C. Martínez-Valverde, “Biografía de Rafael de la Iglesia Darrac”, en J. M.ª Martínez-Hidalgo y Terán (dir.), Enciclopedia general del mar, t. IV, Barcelona, Ediciones Garriga, 1957, págs. 1362-1364; C. Fernández Duro, Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, ts. VIII y IX, Madrid, Museo Naval, 1973, págs. 365-370 y págs. 155-162, respect.; P. Aguado Bleye y C. Alcázar Molina, Manual de historia de España, t. III, Madrid, Editorial Espasa Calpe, 1974, págs. 617-619; J. Cervera Pery, Marina y política en la España del siglo XIX, Madrid, Editorial San Martín, 1979; VV. AA., Historia general de España y América, Madrid, Ediciones Rialp, 1992, t. XI-2, págs. 694-696 y 727-730, y t. XIII, págs. 461-468; J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España Menéndez Pidal, t. XXXII vol. II, Madrid, Editorial Espasa Calpe, 2001, págs. 173-174.

 

José María Madueño Galán

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