Arce Uribarri, Ramón José de. Ramón José de Arce Rebollar. Selaya (Cantabria), 25.X.1755 – París (Francia), 16.I.1842. Arzobispo e inquisidor general.
Hijo de Francisco de Arce Rebollar y María de Uribarri, familia numerosa de hidalgos montañeses poco adinerada, y estudió las primeras letras en su pueblo.
A los ocho años de edad, gracias a la protección de un familiar, administrador general de rentas de Segovia, se trasladó a esta ciudad y estudió filosofía y teología en los conventos de la Merced y Santa Cruz.
En 1771 volvió a su tierra y recibió la primera tonsura para entrar en posesión de una capellanía. En 1775 se matriculó en la Universidad de Salamanca y en dos años consiguió el grado de bachiller en Artes y Teología, que completó con el de doctor en la de Ávila. En 1777 obtuvo beca en el Colegio Mayor de Cuenca, donde permaneció cinco años preparando oposiciones. Tras seis intentos frustrados para ganar una cátedra, en 1783 opositó a la canonjía lectoral de la catedral de Segovia y la ganó. Recibió las órdenes sagradas y tomó posesión de su prebenda.
Apenas llegó a Segovia, se hizo miembro de la Sociedad Económica de Amigos del País y tres años después fue nombrado su presidente, lo que le permitió ganarse la confianza del I duque de Almodóvar del Río, su director, y por su medio, la de la V marquesa de Mejorada del Campo, Francisca de Borja Alfonso de Sousa de Portugal, amiga personal de Godoy, que pasó a ser su protectora.
Con estos apoyos promovió a la canonjía lectoral de Córdoba en 1787, en 1790 fue distinguido con el título de caballero de la Orden de Carlos III y al año siguiente fue nombrado consejero de Hacienda.
Con el acceso de Godoy a la Secretaría de Estado en 1792 la carrera de Arce recibió un gran impulso.
En 1794 el Rey le concedió una canonjía en la catedral de Valencia, aunque continuó residiendo en Madrid, porque sus empleos así lo requerían. Al año siguiente subió un peldaño más en su carrera, al ser nombrado consejero de Estado.
A partir de 1797 la carrera de Arce cambió de rumbo y empezó a escalar puestos en la jerarquía eclesiástica.
El 18 de diciembre fue nombrado arzobispo de Burgos. El interés de la marquesa, con la que mantenía una estrecha amistad, y la protección de Godoy le permitieron subir un escalón más con el nombramiento de inquisidor general en 1798, aunque ni por su carácter ni por su formación respondía al retrato un tanto estereotipado con que se solía pintar a un inquisidor, pues Alcalá Galiano lo describe como “muy cortesano, no poco ilustrado, de modos corteses, blando y suave de condición, impropio sucesor en suma de Torquemada y Lucero”. Godoy sabía que podía contar con Arce y, como premio a su docilidad política, le promovió al arzobispado de Zaragoza, que Roma confirmó el 30 de marzo de 1801. Arce tomó posesión el 25 de septiembre por procurador, y sólo hizo acto de presencia en su iglesia al año siguiente, cuando la Corte visitó Zaragoza. El 14 de abril de 1806 dio un paso más en su carrera. Carlos IV, “atendiendo a sus méritos y buenas prendas”, le designó su procapellán y limosnero mayor y patriarca de las Indias, y el 2 de mayo, gran canciller de la Orden de Carlos III.
Ramón José de Arce, Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III y consejero de Estado, podía considerarse en el culmen de su carrera. Pero, cuando nadaba en este mar de éxitos, se levantó la tormenta del motín de Aranjuez (17-18 de marzo de 1808), y un real decreto del día 22 le eximió de los empleos de patriarca de las Indias y de inquisidor general.
El 27 de marzo comunicó al cabildo de Zaragoza su deseo de restituirse pronto a su iglesia, aunque de momento continuó viviendo en Madrid a la espera de acontecimientos. Ante la situación política cada vez más complicada, Arce decidió retirarse a Iruz de Toranzo para restablecer su salud, “a beneficio de los aires patrios”. El 28 de marzo de 1809 dio un paso definitivo. En su condición de arzobispo de Zaragoza y consejero de Estado envió al gobernador de Santander el juramento de fidelidad al rey José I. En febrero había comunicado al cabildo de Zaragoza su intención de ir a la diócesis, pero siguió residiendo en Santander, donde le capturaron las tropas de Ballesteros cuando se apoderaron de la ciudad en mayo, siendo liberado por las tropas francesas del general Bonnet unos días después.
Después de esta desagradable experiencia, decidió marchar a su iglesia, pero a los tres días de camino fue sorprendido por una partida de la guerrilla que “le condujo, como a un reo facineroso por espacio de cuarenta días” hasta la cartuja de Jerez de la Frontera, donde estuvo cinco meses preso. En febrero de 1810, los franceses se apoderaron de Jerez y liberaron por segunda vez a Arce, que de la mano del rey José recobró parte de su poder, pues un real decreto de 18 de marzo le devolvió las dignidades de patriarca de las Indias y limosnero mayor, incorporándose de nuevo a la Corte. Sin embargo, el nuevo esplendor fue efímero. Tras el desastre francés en Vitoria (21 de junio de 1813), Arce no tuvo más remedio que seguir a las tropas francesas en su retirada a Francia. Aunque tuvo el privilegio de poder trasladarse a París, el exilio suponía no sólo un difícil cambio social, sino también económico.
Como los afrancesados refugiados en Francia, puso sus esperanzas en la aplicación del artículo IX del Tratado de Valençay (11 de diciembre de 1813), en el que se preveía para todos los seguidores de José I la restitución de sus empleos, con los mismos honores, derechos y prerrogativas que poseían. Pero la abdicación de Napoleón (6 de enero de 1814) redujo a letra muerta el tratado y la suerte de los acusados de infidentes quedó a merced de la voluntad de Fernando VII. Los afrancesados más destacados no se dieron por vencidos: cogieron la pluma y felicitaron al Rey por su restablecimiento en el trono. Arce lo hizo al día siguiente de la abdicación de Napoleón y, después de felicitar al Monarca, le pedía licencia para reintegrarse a su iglesia. Pero no consiguió su objetivo, pues el Decreto de 30 de mayo condenaba al exilio a todos los que hubieran recibido alguna dignidad del Gobierno intruso o que le hubieran seguido, expatriándose con él. Arce ya sabía a qué atenerse. Presionado por Roma y Madrid, renunció a la mitra de Zaragoza en 1815 y continuó viviendo en París con los 30.000 reales que el Gobierno español le enviaba anualmente para su congrua sustentación.
Ramón José de Arce, que empezó su carrera como favorito del favorito y alcanzó las más altas dignidades eclesiásticas y civiles, continuó viviendo en París hasta su muerte y, excepto el episodio de los Cien Días, cuando José I le encargó distribuir entre los españoles el producto de la venta de su vajilla de plata, no volvió a aparecer en la vida pública. Adoptó la táctica de pasar desapercibido y, al contrario que otros afrancesados, como Llorente o Suárez de Santander, no escribió ninguna justificación de su conducta pasada, ni firmó ninguna petición. El pronunciamiento de Riego en 1820 y la consiguiente aceptación de la Constitución de 1812 tampoco modificaron su línea de conducta. Ni siquiera se aprovechó de la amnistía concedida por las Cortes para volver a España. Pero esto no suponía que se desentendiese de los acontecimientos políticos españoles, ni que dejara de parecer sospechoso a la policía francesa que, al menos hasta 1826, le tuvo vigilado. A partir de aquí, Arce ya no llamaba la atención de la policía ni de nadie. En 1830 Fernando VII le concedió el perdón real y le autorizó a usar las insignias de la Orden de Carlos III, pero su figura se diluyó en el olvido hasta que murió en la parroquia de San Roque de París el 16 de enero de 1842.
Obras de ~: Carta Pastoral del arzobispo de Burgos dirigida al clero y demás fieles de su Diócesis, Madrid, Oficina de Benito Cano, 1799; Carta Pastoral del arzobispo de Zaragoza dirigida al clero de su Diócesis, Zaragoza, Oficina de Mariano Miedes, 1802; Al Clero de Nuestro Arzobispado, Zaragoza, Oficina de Mariano Miedes, 1802; Carta Pastoral del Arzobispo de Zaragoza dirigida a las autoridades y a fieles de su Diócesis, Zaragoza, 11 de octubre de 1804.
Bibl.: J. Caro Baroja, El Señor Inquisidor y otras vidas por oficio, Madrid, Alianza Editorial, 1968, págs. 55-63; A. Ruiz Pastrana, El Inquisidor General Ramón José de Arce. Su carrera eclesiástica, tesina, Madrid, Universidad Autónoma, 1985 (inéd.); G. Dufour, “Don Ramón José de Arce. Arzobispo de Zaragoza, Patriarca de las Indias e Inquisidor General”, en Tres figuras del Clero afrancesado, Aix-en-Provence, Universidad de Provence, 1987, págs. 147-172; G. Dufour, “Don Ramón José de Arce. Archevêque de Saragosse, Inquisiteur General d’Espagne et Patriarche des Indes: Un prélat éclaire?”, en Mélanges offerts au Professeur Guy Mercadier, Aix-en-Provence, Universidad de Provence, 1998, págs. 314-321; M. Barrio Gozalo, El Real Patronato y de los Obispos españoles del Antiguo Régimen (1556-1834), Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2004, págs. 126-130 y 205-209; J. M. Calvo Fernández, Ramón José de Arce: Inquisidor General, Arzobispo de Zaragoza y líder afrancesado, Zaragoza, 2008; F. Barrios Pintado, España 1808. El gobierno de la Monarquía, discurso de ingreso, Madrid, Real Academia de la Historia, 2009, pág. 113.
Maximiliano Barrio Gozalo