Cea Bermúdez y Buzo, Francisco de. Málaga, 28.X.1779 – París (Francia), 6.VII.1850. Diplomático y político.
Francisco de Cea nació en una familia de ocho hermanos. Su padre pertenecía al “alto comercio marítimo” de Málaga: era armador de barcos y comerciaba con otros países europeos. Debido a estos negocios, Francisco de Cea estudió en el colegio de los jesuitas de Lieja (Bélgica) y, aduciendo los privilegios inherentes a su hidalguía, pudo librarse de los sorteos de quintas y de las guerras de España con Gran Bretaña y Portugal.
En esos años de principios del siglo xix, Cea se aplicó en ayudar a su padre en la Casa de comercio y con amigos de éste inició unas relaciones que más tarde le serían de muy grande utilidad. Por medio de Antonio Colombí y Payet, que tenía una importante Casa de comercio en San Petersburgo, la Casa Cea abrió su comercio al imperio de los zares y trabó una gran amistad con los miembros de la legación de España y, en especial, con el primer secretario, Joaquín de Anduaga, conde de Noroña. Más adelante, Francisco se casó con la hija de éste, María Antonia. Por entonces, Antonio Colombí fue nombrado cónsul general y consiguió que le fueran confiadas, por mandato del Banco de San Carlos y mediando el conde de Floridablanca, el conjunto de las compras de materiales que el gobierno español efectuaba en Rusia.
En 1810, Cea, sin decir nada a nadie a fin de que los negocios de su familia no fueran obstaculizados por los franceses que ocupaban Málaga, fue a Cádiz a ofrecer sus servicios a la Regencia y allí coincidió con la llegada de cartas de Colombí que señalaba la conveniencia de enviar un comisionado a la corte rusa.
Se ofreció Cea para esta misión y Ranz Romanillos, miembro del Consejo de Castilla, consideró que era la persona adecuada; al respecto, fueron también consultados los Anduaga, que apoyaron su candidatura añadiendo que el apellido Cea era comercialmente muy conocido en San Petersburgo, y presentado al ministro de Relaciones Exteriores de la Regencia —Bardají— al que entusiasmó la idea de enviar a la corte del zar a un hombre de negocios.
Por medio de Antonio Ugarte, excepcional relaciones públicas que luego acabaría siendo mano derecha de Fernando VII, logró del gobierno del rey José I un pasaporte reconocido por todas las autoridades francesas que le permitía transitar libremente por toda Europa. Llegó a San Petersburgo y estableció un sistema de comunicaciones con la Regencia de Cádiz por medio de Londres tras un breve viaje que hizo a esta ciudad con cartas de presentación de su amigo Colombí, que casi le doblaba en edad, para distintos personajes de la corte de Saint James.
En febrero de 1811, el zar llamó a Colombí para manifestarle que estaba resuelto a entrar en guerra con Napoleón y a reanudar las relaciones con Inglaterra y España firmando un tratado con ellas, y le autorizó a que comunicara su decisión a la Regencia.
Así que Colombí comisionó a Cea para que entregara en mano a ésta una carta suya con la noticia; se puso en camino y a finales de abril, vía Londres, arribó a Cádiz, pasando aquí los meses de mayo y junio.
El 29 de junio partió de nuevo hacia San Petersburgo acompañado por su hermano Joaquín. Ya en Rusia se encontró con que Antonio Colombí había fallecido y que había dispuesto en su testamento que fuera socio de su hijo Francisco, por lo que se dedicó a gestionar los negocios de la Casa Colombí mientras llevaba las relaciones de la Regencia con el mayor sigilo; esto último debido a que José I tenía su propio embajador ante el zar —el general Benito Pardo de Figueroa— y su cuerpo diplomático.
Cea por entonces fue el enlace de la Regencia, a través de Inglaterra, con el mariscal Bernadotte para concertar un tratado de alianza con Suecia. Y mientras el ejército francés marchaba hacia Moscú, el 20 de julio de 1812 suscribió en Veliky Louky un tratado de paz y alianza en nombre de las Cortes de Cádiz con Rusia representada por el conde de Romanzov. En Cádiz esta noticia fue recibida con luminarias, aunque más se celebró el reconocimiento por parte de Rusia de la Constitución de 1812, un inesperado éxito que otorgó a Francisco Cea fama de consumado diplomático.
Éste permaneció en San Petersburgo todo el tiempo de la invasión francesa. El 10 de septiembre de 1812 fue nombrado cónsul general, sucediendo oficialmente al difunto Antonio Colombí, y el 21 de noviembre cumplió la primera de las dos misiones encomendadas por el ministro de Relaciones Exteriores, Gómez Labrador, entregar al zar un ejemplar de la Constitución de 1812. Para la segunda, que era procurar el matrimonio de Fernando VII —una vez liberado de los franceses— con una hermana del zar, creyó conveniente que el gobierno ruso solicitara el nombramiento de un embajador plenipotenciario español en San Petersburgo y para el cargo propuso a su amigo Bardají, que había sido relevado del ministerio por el dicho Labrador.
En la retirada de las tropas de Napoleón, diezmadas por el invierno y los cosacos, Cea ayudó a tres mil españoles fieles al rey José I que estaban en la miseria y cuyo jefe, Alejandro O’Donnell, había caído prisionero. Logró que el zar se interesara por ellos, los hiciera equipar y que se compusiera un nuevo regimiento con el nombre de Imperial Alejandro, al mando del mismo O’Donnell, para que pudieran llegar sin peligro a España.
Cuando en 1814 regresó Fernando VII, Cea seguía en San Petersburgo con Bardají como embajador. Éste recibió una carta del duque de San Carlos indicándole que suspendiese toda gestión sobre el matrimonio del rey con la princesa rusa; en vista de lo cual, y habiendo quedado recientemente viudo, dimitió del cargo alegando que había sido nombrado con el exclusivo encargo de tratar la cuestión de las nupcias reales. Cea quedó entonces de encargado de negocios. En marzo de 1816, y aprovechando una licencia concedida por Fernando VII, viajó a Madrid y una de las primeras visitas que hizo fue a la residencia de su colega el embajador plenipotenciario ruso Tatischeff; donde se encontró a Ugarte, a quien éste había presentado al rey.
Cea aprovechó esta estancia para convencer a la Corte española de la necesidad de restablecer el entendimiento con Rusia y así se lo comunicó a García de León y Pizarro, embajador de Fernando VII en Prusia; pero el impedimento era el ministro de Estado, Cevallos, contrario a tales relaciones. Escribe Villaurrutia que Cea tuvo una “principalísima actuación” en la posterior caída de éste y en el ascenso en su lugar de León y Pizarro. El 30 de junio de 1816 fue nombrado embajador plenipotenciario residente en Rusia y caballero pensionado de la Orden de Carlos III por los servicios diplomáticos prestados hasta entonces, y el 26 de noviembre presentó en San Petersburgo sus credenciales al zar Alejandro I.
En junio de 1817, España entró a formar parte de la Santa Alianza y poco más tarde se presentó Tatischeff en el Real Sitio de La Granja, estando allí León y Pizarro, con una carta de Cea en la que indicaba la posibilidad de conseguir buques para frenar el proceso independentista americano. El oficio sólo contenía la noticia de la cesión de cuatro navíos por parte del zar y no aludía a pago alguno; sin embargo, todo fue complicándose y el general Eguía y el citado Tatischeff firmaron, el 11 de agosto, en Madrid, un “convenio” por el cual Rusia cedía a España cinco navíos de línea de setenta y cuatro cañones y tres fragatas armadas y equipadas que se valoraban en 13.600.000 rublos a pagar antes del 1 de marzo de 1818. Cuando los barcos llegaron a Cádiz, el 21 de febrero de 1818, se comprobó que eran inservibles por la inferior calidad de la madera rusa para transitar por aguas atlánticas más calientes. Con esto se organizó un gran escándalo popular a pesar de que Cea logró que el zar enviara otras tres fragatas.
A Cea tocó el cometido de solicitar al zar que España fuera invitada al Congreso de Aquisgrán —junto con Prusia, Austria, Rusia, Inglaterra y Francia— que iba a tratar sobre el retiro de las tropas de ocupación.
Se hacía la petición por la ayuda que los independentistas americanos estaban recibiendo precisamente de Estados europeos para ocupar los territorios españoles en aquel continente; se le contestó que la reunión iba a analizar solamente cómo liberar a Francia de sus ocupantes y no de otros asuntos.
En 1820, Fernando VII tuvo que jurar la Constitución de 1812 y Cea se dispuso, como diplomático, a servir desde San Petersburgo a los nuevos gobiernos liberales españoles. Debido a ello, fue perdiendo influencia en la corte de Rusia ante un zar dispuesto a intervenir en España con la Santa Alianza para frenar la revolución, de modo que pidió el traslado. Por esos meses, finales de 1820, se reanudaron las hostilidades en América, y Cea Bermúdez propuso a Bolívar crear una confederación americana independiente que presidiría Fernando VII, pero fue rechazada. Fue nombrado en junio de 1821 embajador en Constantinopla donde se ocupó en negociar un tratado que permitiera a los españoles reanudar el comercio en el mar Negro. A principios de 1824, el ministro de Estado —conde de Ofalia— le nombró embajador en Londres, y cuando éste cayó en julio, Antonio Ugarte, secretario de gabinete y confidente de Fernando VII, le propuso como sustituto.
Llegó de Londres a primeros de septiembre para ocupar un cargo que fue muy aceptado por las Cortes de Europa, porque se sabía que si bien era partidario del absolutismo, también estaba a favor de una política templada y conciliatoria, aunque no liberal, que sería llamada “ilustrada”. Desgraciadamente, la tendencia moderada de Cea se vio constantemente alterada: fueron cesados algunos ministros por tibios, y Calomarde, ministro de Gracia y Justicia, defendió una línea absolutista “dura” incluyendo el establecimiento de la pena de muerte para aquellos que apoyaran movimientos sediciosos. El rey optó por desprenderse del extremista Ugarte cuando se enteró que el pueblo decía que “le gobernaba”, pero esta medida no fue solución para Cea porque se encontró con unos ministros que se negaron a acudir a los consejos que convocaba.
Pese a ello, Cea fue introduciendo jefes militares moderados en las capitanías generales y logró, el 4 de agosto de 1825, que fueran suprimidas las comisiones militares. Ya el 9 de enero Carlos X de Francia le había otorgado la Gran Cruz de la Legión de Honor. Por intrigas de Calomarde, el 24 de octubre Cea fue sustituido en el ministerio por el absolutista duque del Infantado. Y salió de España hacia un honroso “destierro”, porque el 20 de noviembre fue nombrado embajador en Dresde, la capital de Sajonia; y allí estuvo entre finales de 1825 y 1828. El 9 de julio de 1828 fue destinado por segunda vez como embajador a Londres y allí recibió, en 1829, la Gran Cruz de Isabel la Católica y en 1830, la de Carlos III.
En septiembre de 1832, y tras la crisis de La Granja, fue llamado a Madrid para ocupar el Ministerio de Estado y la presidencia del Consejo de Ministros.
Cea, una vez que Fernando VII nombró, el 6 de octubre, regente a su esposa, María Cristina, se dedicó a asegurar el normal acceso al trono de la niña Isabel, a mantener el equilibrio entre los partidarios absolutistas y los nuevos liberales y, en general, a “liberalizar” el régimen cuyo primer rasgo fue el Decreto de amnistía para los exiliados liberales de 15 de octubre.
Luego, inspiró el largo Manifiesto de la Regente de 15 de noviembre de 1832 y la Ceremonia de 30 de diciembre, presentando publicadas las actas de las Cortes de 1789. A partir de enero de 1833, inició el desarme de los cuerpos de voluntarios realistas; en febrero mandó renovar los ayuntamientos, restableciendo un sistema electivo que favorecía a los propietarios.
Organizó la convocatoria de las Cortes de 20 de junio de 1833, al modo del Antiguo Régimen, en la iglesia de los Jerónimos de Madrid para reconocer y prestar juramento a Isabel como princesa de Asturias.
Ese día el Rey regaló a Cea un anillo con las armas de España como prueba de agradecimiento.
El 29 de septiembre de ese año falleció Fernando VII y la Reina Gobernadora le confirmó en el cargo. Destaca Pirala la importante actuación diplomática de Cea en esa fecha al interesar a los embajadores de Francia e Inglaterra y reunir en la cámara donde estaba María Cristina llorando la recentísima muerte del rey a las autoridades de Madrid y a Quesada, Freire y los jefes de los cuerpos militares para que, con la impresión del momento, mostraran su adhesión a la reina y suscribieran una manifestación que garantizaba su compromiso. Muchos de ellos firmaron sin saber qué juraban y comenta Pirala que este acto, sin demasiada trascendencia en sí y llevado a cabo con aire informal, puso el primer cimiento para la instalación del Nuevo Régimen.
Como era de esperar, Cea Bermúdez no cambió de ideas y el Manifiesto de la Reina Gobernadora del 4 de octubre, redactado por éste prometiendo continuidad “ilustrada” —“sin admitir innovaciones peligrosas”—, no satisfizo ni a carlistas ni a liberales y descubrió las debilidades del gobierno; rechazaba una reforma política, pero en su lugar prometía la reforma administrativa. Sin embargo, indica Bécker que hay que hacer justicia a Cea y reconocer que, aunque le interesaba atraerse a los nuevos liberales, también necesitaba asegurarse el concurso o, por lo menos, la benevolencia de los principales Estados, porque “el problema de la sucesión al Trono no era meramente español sino esencialmente europeo”. En los primeros meses de la guerra dinástica, Cea consiguió que Isabel fuera reconocida por Suiza, Dinamarca y Bélgica, aceleró la aceptación de Estados Unidos y siguió manteniendo estrecha relación con Inglaterra y Francia.
Con todo, se adivinaba un cambio de gabinete y llegó desde distintas vías: por presión de los infantes Francisco de Paula y Luisa Carlota, de los embajadores de Inglaterra y Francia —Villiers y Rayneval—, del marqués de Miraflores, de los capitanes generales Llauder y Quesada y del Consejo de Gobierno o de Regencia. Así que la Reina cesó a Cea el 14 de enero de 1834; los absolutistas no podían ver al “ilustrado” y los liberales odiaban el “despotismo”. Martínez de la Rosa le sustituyó como presidente del Consejo de Ministros y el cambio supuso el fin del sistema neoabsolutista ilustrado. El nuevo presidente de los ministros no sólo le negó las “muestras de benevolencia” que le había prometido la Reina Gobernadora al separarle del ministerio —y que eran la concesión del título de duque de la Concordia—, sino que removió de París, donde era secretario de embajada, a su hermano Salvador —conde consorte de Colombí por su matrimonio con María Gertrudis, condesa de Colombí— y a su otro hermano Joaquín, entonces diplomático en Lucques y Piombino.
Sintiendo que su presencia no era querida en Madrid, Cea Bermúdez decidió alejarse de España y su política y se estableció en Karslruhe (Alemania). En diciembre de 1838, el duque de Frías, poco antes de dejar la presidencia del Consejo de Ministros, le propuso que, dada su experiencia diplomática, viajara a Viena privadamente y “por asuntos propios” y se entrevistara con Metternich a fin de que Austria reconociera a Isabel como heredera y, a cambio, propusiera un futuro matrimonio de ésta con un hijo del archiduque Carlos. Con su hermano Salvador y con Manuel Marliani —antiguo doceañista—, y para allanar el camino a Viena, viajó antes a Berlín, donde se encontró con la negativa del barón de Werther —ministro de Estado prusiano— y su predisposición a favor de don Carlos. Fue entonces cuando estos comisionados, al comprobar que era desconocida la legitimidad de los derechos de Isabel, escribieron un folleto que presentaron a la corte prusiana en el que figuraba Cea como autor: La verdad sobre la cuestión de la sucesión a la Corona de España. Está firmado en Berlín el 19 de febrero de 1839.
Incluso se comunicó con lord Palmerston, jefe de la diplomacia inglesa, para que tratara de convencer a Werther, pero la mediación fue en vano; luego, nada logró de Metternich en Viena. A mayor abundamiento, Francia se enteró de la propuesta de boda y señaló —como volvería a hacerlo en 1870— que si eso sucedía “sería la guerra”.
En 1839 se instaló en París —14 Rue de la Paix— y enseguida fue considerado por Luis Felipe y su corte como el hombre de confianza de María Cristina. Cea se convirtió en la cabeza del grupo de emigrados llegados a esta ciudad que comenzó a conspirar contra Espartero y a favor de María Cristina. Participó en la redacción del duro manifiesto de ésta de 20 de diciembre de 1840, y con Martínez de la Rosa y Narváez en otro cuando el gobierno de Espartero y las Cortes designaron a Agustín de Argüelles tutor de Isabel y de Luisa Fernanda.
Cea ya no dejó París y siguió aconsejando a María Cristina. Perdió a su esposa el 8 de febrero de 1842, y, cuando en 1845 fue designado senador vitalicio, comunicó a su presidente, el marqués de Miraflores, que no podría viajar a España por su “falta de salud”.
Cea murió el 6 de julio de 1850 solo y lejos de sus parientes de España. Está enterrado junto a su esposa en un mausoleo del cementerio del Père Lachaise de París.
Obras de ~: La verdad sobre la cuestión de la sucesión a la Corona de España por ~, Barcelona, 1839.
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Javier María Donézar Díez de Ulzurrun