Álvarez de las Asturias Bohorques Chacón, Nicolás Mauricio. Duque de Gor (II). Granada, 9.VII.1792 – Madrid, 8.VII.1851. Diplomático y pintor.
Miembro de una de las familias aristocráticas más acrisoladas y económicamente más poderosas del país que, enraizada en Granada, se afirmó con su padre, Nicolás Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques Guevara, marqués de los Trujillos y de Mayo, conde de Canillas, de los Torneros y de Torrepalma, señor de Gor, mariscal de campo y gentilhombre de cámara, a quien en julio de 1803 se le concedió el título de duque de Gor con la grandeza de España de primera clase. Nacido del segundo matrimonio paterno —el contraído en 1791 con María del Carmen, nacida en Sevilla el 17 de julio de 1770, hija del oidor de la Audiencia de Sevilla, Francisco Chacón Medrano, y de María del Carmen Carrillo Albornoz y Jácome—, Nicolás Mauricio Álvarez de las Asturias Bohorques Chacón sucedió en la casa en calidad de varón primogénito en octubre de 1805. El VII marqués de los Trujillos, ya como segundo duque de Gor, en 1818 formó familia con la hija del vizconde de la Valoria, conde de Lérida y señor de Yunquera, María de la O Giráldez Cañas.
La ilustre cuna y la tradición familiar le vincularon al ejército, donde a los cinco años por gracia real era ya alférez agregado al regimiento de caballería de húsares de Granada; algo que en su caso, a diferencia de sus hermanos, tenía un cierto contrasentido, ya que por problemas físicos era inhábil para montar a caballo. Esto no le impidió que al comienzo de la Guerra de la Independencia ostentara el grado de capitán agregado, pero sí combatir en primera línea.
Sin embargo, el quedarse de remonta en Granada, como así se le encomendó, no implicaba que, durante la ocupación francesa de la ciudad a partir de enero de 1810, tuviera que acceder a convertir la residencia familiar de la plaza de los Girones en alojamiento de los mandos militares galos, ni tampoco jurar a José Bonaparte y recibir los títulos de gentilhombre de cámara y de capitán de la guardia de honor de la nobleza granadina, así como la cruz de la orden real de España.
Este afrancesamiento que, con el fin del conflicto, significó su salida del ejército, frenó su entrada en la Corte. Durante la Monarquía absoluta fernandina de la inmediata posguerra estuvo, dedicado a la administración de las propiedades y al cultivo, con acierto, de su mayor afición: la pintura. Ésta fue la que le vinculó a las instituciones culturales granadinas —en 1820 ocupó la vicepresidencia de su sociedad económica— y también la que, abierto el trienio liberal, le trajo a Madrid. Así, en diciembre de 1821 con la obra La muerte del general La Carrera en las calles de Murcia ingresó en la Real Academia de Nobles Artes de San Fernando. Se integró aquí, en donde durante el reinado isabelino fue de forma permanente presidente de la sección de pintura, y seguidamente en la milicia nacional, en la que en septiembre de 1822 fue elegido subteniente primero.
Esta vinculación al liberalismo, si bien desde las posiciones más moderadas, con el implacable retorno al absolutismo en el verano de 1823, mantuvo para él cerradas las puertas del Palacio Real. Éstas se abrieron cuando la monarquía fernandina empezó a caminar por la senda del despotismo ilustrado después de los sucesos de La Granja en septiembre de 1832, convirtiéndose ya en un consejero palatino. Pero las coincidencias ideológicas y la estrecha relación existente con el también granadino Javier de Burgos, a la sazón ministro de Fomento y una de las cabezas rectoras de la nueva situación al inicio de la Regencia de María Cristina, contrariando sus deseos de trasladar la residencia familiar a Madrid, le obligaron a regresar, a mediados de diciembre de 1833, a su ciudad natal para ponerse al frente de la nueva Subdelegación de Fomento. Con todo, fue por muy poco tiempo, ya que desde finales de mes era miembro como único civil de la Junta formada para el establecimiento del reglamento de la milicia urbana. Este cometido, por el que en enero de 1834 se le concedió la gran cruz de la real y distinguida orden de Carlos III, elevó su cotización, hasta el punto de estar su nombre en liza para sustituir al presidente del Gobierno Francisco Cea Bermúdez, y fue el que estuvo detrás de su nombramiento a mediados de marzo como subdelegado de Fomento en Madrid. Sin embargo, encauzado el problema del alistamiento de la milicia urbana de la capital, su perpetuación en el cargo con cambio de título por el de gobernador civil (a la par que el de Ministerio del Interior) no le satisfizo, tanto menos cuanto bajo su dirección se encontraba la elección de los procuradores por la provincia de la Corte al Estamento contemplado en el Estatuto Real, tímida apertura a la Monarquía constitucional. No tuvo que esperar mucho, el exterminio de frailes, que con la extensión de la epidemia de cólera se produjo en la capital a mediados de julio, significó su cese fulminante, como el de las demás autoridades civiles y militares.
Desde entonces, pudo dedicarse plenamente a las tareas del otro Estamento establecido por ese texto, el de próceres, en el que estaba integrado en calidad de nato, por ser grande de España y disfrutar de una renta anual superior a los doscientos mil reales, y ocupaba la vicepresidencia. Cumpliendo esta labor, y las derivadas, primero, como vocal y, después, como presidente de la comisión gubernativa establecida en septiembre de 1834 para la formación del plan de instrucción primaria, se mantuvo hasta que la restauración provisional en agosto de 1836 de la Constitución de Cádiz puso fin al régimen estatutario.
Promulgada la nueva Constitución transaccional de 1837, en los primeros comicios legislativos de octubre logró acta de diputado por las provincias de Granada y Salamanca. Optando por esta última, la mayoría del partido moderado, a la que sumó su escaño, le eligió para la vicepresidencia. Igual que en el período anterior, compartió este cometido con otras actividades, como la presidencia de la junta del Museo de la Trinidad, primera pinacoteca de titularidad pública y carácter nacional creada en julio de 1838; la presidencia de la Sociedad para propagar y mejorar la educación del pueblo; la vicepresidencia de la sección de pintura del Liceo Artístico y Literario de Madrid, o la participación como vocal desde su fundación de la Caja de Ahorros de Madrid, de la que, a partir de 1847, sería uno de sus directores.
En esta faceta ilustrada y benefactora, Álvarez de las Asturias contaba con el precedente de su madre, que en 1816 ingresó en la Junta de Damas de Honor y Mérito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, ocupando su presidencia desde 1828 hasta su muerte el 12 de enero de 1860. Además, entre otras obras benéficas, en 1845, y por encargo de la reina madre María Cristina de Borbón, fundó en Madrid la Real Asociación de Beneficencia domiciliaria.
Nombrado en julio de 1839 gentilhombre de cámara de la reina, no fue candidato en las siguientes elecciones de agosto, pero su residencia madrileña sí fue lugar de reunión de los moderados. Éstos fueron derrotados, pero la reina gobernadora no sólo sostuvo al ejecutivo conservador de Evaristo Pérez de Castro, que las había convocado, sino que le concedió el decreto de disolución. Así, en los correspondientes comicios de enero de 1840, indicados a lograr la fuerza suficiente para llevar adelante una serie de proyectos legislativos para modificar restrictivamente el sistema político, el duque de Gor estaba en la lista de elegibles por Granada. Logró el escaño, como la mayoría de sus correligionarios, y también de nuevo la vicepresidencia, pero por muy poco tiempo, porque la aprobación del primero de esos proyectos, el municipal, desencadenó durante el verano un proceso revolucionario, que provocó el traslado de la Regencia de María Cristina a Baldomero Espartero durante un trienio de hegemonía progresista.
Desplazado entonces de la escena pública, si no se tiene en cuenta su presencia en calidad de terrateniente en la comisión gubernamental establecida en 1841 para examen y revisión de los aranceles y sistema de aduanas, retornó en el momento de férrea afirmación de los moderados en el poder, que acompañó a la declaración de la mayoría de edad de Isabel II; y lo hizo ocupando por La Coruña un escaño en la cámara alta, conseguido en la elección de octubre de 1843.
Desde aquí y desde la Diputación Permanente de la Grandeza de España, de la que era decano, se opuso al título relativo al Senado del proyecto de reforma constitucional, presentando una enmienda a la totalidad, en la que abogaba por la senaduría hereditaria para la nobleza. No prosperó, pero no obstó para que, a pesar de estar vinculado a la tendencia conservadora del partido moderado, votara a favor del nuevo Código político de 1845 y para que en la senaduría vitalicia de nombramiento real en él recogida se le integrara en noviembre, además de conferírsele, puesto que era ya secular, la vicepresidencia.
En octubre de 1848, la abandonó para ocupar el puesto de intendente general de la Real Casa y Patrimonio, donde estuvo hasta marzo de 1849, cuando entregó en Viena las cartas credenciales como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario español en esa capital, cargo para el que había sido nombrado en noviembre del año anterior. En abril de 1850, retornó de la capital austro-húngara para desempeñar la vicepresidencia del Consejo Real, encargada en febrero.
Aquí y cerca de la reina, como gentilhombre de cámara, concluyeron sus días.
Igualmente en la Corte terminaron los de su esposa, donde, tras ser dama de honor entre 1838-1840 y 1843-1844, fue camarera mayor de la reina entre 1848-1854 y 1866-1867. Y también ahí, en el entorno de la camarilla regia y sus aledaños, los diez hijos que procrearon restringieron sus relaciones sociales y enlaces matrimoniales. El mayor de ellos, Mauricio, a la muerte de su padre, acaecida en Madrid el 8 de julio de 1851, sucedió en la casa y en los títulos paternos (al que sumó en 1869 el materno de vizconde de la Valoría) y heredó la mitad de los mayorazgos y vinculaciones a ellos agregados que, valorada en torno a 10.700.000 reales, estaba formada por fincas, haciendas e inmuebles, situados principalmente en la provincia de Granada (Granada capital, Caparacena, Montefrío, Guadix y Gor, donde se encontraba el palacio familiar) y marginalmente en la de Salamanca (Salamanca capital y Canillas de Torneros).
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Javier Pérez Núñez