Montesino y Cáceres, Pablo Pedro. Fuente el Carnero (Zamora), 29.VI.1781 – Madrid, 15.XII.1849. Pedagogo, médico y político.
Nació en el seno de una familia acomodada de cristianos viejos, cuya rama paterna era originaria de Trefacio y de Galende, pequeños y vecinos municipios zamoranos lindantes con el lago de Sanabria, y la materna procedía de Cantalpino, situado al norte de la provincia de Salamanca y fronterizo con la de Zamora.
Comenzó sus estudios superiores en la Universidad de Valladolid en 1895, trasladándose a la de Salamanca el curso siguiente. El 22 de febrero de 1800 y el 22 de junio de 1803 obtuvo los grados de bachiller en Filosofía y en Medicina respectivamente, y el 29 de enero de 1806, por mayoría del jurado examinador, se le confirió el grado de licenciado en Medicina. En su época estudiantil se empapó de tal forma del espíritu liberal circulante por entonces en la Universidad helmántica, que no lo abandonó hasta su muerte.
Pablo Montesino prestó sus primeros servicios profesionales como médico numerario en el Ejército de Extremadura entre 1807 y 1814. Durante estos años, se afilió a la escuela liberal fundada por Quintana, Muñoz Torrero y Luján (padre), y después continuada, entre otros, por Calatrava, Becerra, Landero, González, Infante y Luján (hijo). Posteriormente, pasó a dirigir los baños de Ledesma y sin solución de continuidad los de Alanje, empezando por entonces a figurar en política al ser elegido diputado por Extremadura en 1822. Al restablecerse el absolutismo, para evitar fatales represalias por haber votado el 29 de junio de 1823 en Sevilla la incapacidad para gobernar de Fernando VII, se vio obligado a expatriarse a Inglaterra en compañía de otros muchos españoles.
A partir de entonces, su vida experimentó un giro vocacional de extraordinarias consecuencias para la instrucción pública del país.
Durante sus once años de exilio en Londres y en la isla de Jersey, coincidentes con la Década Ominosa, movido por la necesidad de educar personalmente a sus hijos comenzó a interesarse por los problemas educativos y se adentró, como él mismo decía, en el estudio de “métodos, libros, maestros y cuanto tenía relación con la enseñanza elemental de los niños”. La floreciente producción de manuales escolares ingleses escritos por mujeres, como los debidos a las plumas de las señoras Barbanlel, Edgeworth, Wakerfield y Haek, le hicieron ver la importancia del magisterio femenino en la educación infantil; y la lectura de los tratadillos escolares del doctor Aikin y su hermana asentaron sus intuiciones pedagógicas, basadas en la convicción de que lo importante en la enseñanza no era desarrollar el memorismo abstracto en el niño, sino su capacidad de “examinar la naturaleza y las propiedades de las cosas” para lograr “la adquisición de ideas, no de palabras o frases”. Simultáneamente a sus lecturas de carácter práctico, Pablo Montesino fue adentrándose en las ciencias de la educación con el estudio de obras de J. B. Basedow, J. J. Rousseau, J. Locke, E. Kant, J. H. Pestalozzi, P. E. Fellenberg, o C. Lippe, entre otros, que influyeron determinantemente en la modernidad de su teoría pedagógica y le inclinaron definitivamente hacía los problemas de la educación popular. En Inglaterra pudo observar además la organización escolar de la “Sociedad de escuelas británicas y extranjeras” y el funcionamiento de un sistema educativo nacional, donde “la libertad de establecer escuelas era ilimitada, como también la de elegir materias que se proponían enseñar y el modo de enseñarlas, sin más trabas ni cortapisas que las que imponía la opinión y el consiguiente beneficio o pérdida de intereses”. Convencido de que la regeneración de los pueblos dependía de su grado de instrucción, se aplicó en conocer los diversos sistemas públicos y privados de enseñanza y fue pergeñando un proyecto educativo propio de corte decididamente liberal. El método de “enseñanza mutua”, impulsado con extraordinario éxito en toda Europa por J. Lancaster y A. Bell para paliar la insuficiencia de profesorado y que ya había tenido ocasión de conocer en España durante su etapa de diputado en el Trienio Constitucional, y la labor de difusión de las escuelas de párvulos realizada por el clérigo F. Oberlin y por los maestros D. Buchanan y S. Wilderspin, discípulos del socialista utópico R. Owen, le resultaron especialmente útiles para afrontar el problema de la educación popular en las responsabilidades de consejo, gestión y docencia que asumió años más tarde.
Los decretos de amnistía que siguieron a la muerte de Fernando VII abrieron las puertas de la patria a Montesino, que durante los quince años que le restaron de vida, coincidentes con la época en la que el liberalismo moderado configuró el sistema de educación nacional, no volvió a la escena parlamentaria pero ejerció un influjo decisivo en la política educativa del país. Apenas unos meses después de su repatriación, fue nombrado miembro de la “Comisión encargada de la formación de un plan general de instrucción primaria” y de restablecer en Madrid “las escuelas de la enseñanza mutua lancasteriana, y una Normal en la que se instruy[er]an los profesores de las provincias que debe[ría]n generalizar en ellas tan benéfico método”. Creada por el ministro José Moscoso de Altamira en virtud del decreto promulgado el 31 de agosto de 1834 y presidida por el duque de Gor —auxiliado como secretario por Alejandro Oliván—, dicha Comisión fue incorporada en 1836 a la Dirección General de Estudios. Desde entonces, la presencia del pedagogo zamorano en los más altos cuerpos de la Administración Educativa Española fue constante: primero como vocal de la Dirección General de Estudios, y después, cuando el 1 de junio de 1843, durante la regencia de Espartero, el ministro Pedro Gómez de la Serna sustituyó este organismo por el Consejo de Instrucción Pública presidido por M. J. Quintana, sin solución de continuidad pasó a formar parte de él. En su nuevo cargo de consejero permaneció hasta su muerte, formando parte de las secciones de “Instrucción Primaria” y de “Instrucción Intermedia”.
Desde la privilegiada posición político-administrativa que ocupó, estuvo al frente de la enseñanza primaria e intervino en cuantas reformas legales se emprendieron por entonces en ese nivel educativo. Tal vez su acción más destacada fue la redacción del Reglamento de 26 de noviembre de 1838, que desarrollaba Ley provisional promulgada el 21 de julio anterior.
Como subraya Sureda, Montesino introdujo en el texto reglamentario una nueva concepción de lo que debía ser la enseñanza elemental, dirigida a la “masa general del pueblo” y no limitada a la pura transmisión de conocimientos, sino atenta a todos los aspectos ético-religiosos, intelectuales, físicos de la persona. Estas disposiciones, aprobadas bajo el mandato ministerial del marqués de Someruelos, establecían la erección de escuelas en poblaciones de más de quinientos habitantes, la creación de comisiones locales responsables de la aplicación del plan general, la financiación de los maestros por los ayuntamientos, las condiciones que debían reunir los maestros, la implantación de las escuelas normales y la gratuidad de la enseñanza primaria a los alumnos que no pudieran costearla. A pesar de la inestabilidad política de la época, se mantuvieron vigentes durante casi veinte años y muchas de ellas fueron integradas en la Ley Moyano de 1857.
Aunque la labor asesora de Montesino se circunscribió fundamentalmente al campo de la enseñanza primaria y del magisterio, también medió en la conformación de los otros niveles del sistema educativo español e intervino directamente en la gestión de la empresa editorial de la Administración. Sus criterios sobre el sistema de educación media y superior los expuso ya en su obra Ligeros apuntes y observaciones sobre la instrucción secundaria o media y la superior o de universidad, publicada en 1836, donde, entre otras importantes cuestiones, se mostró partidario del modelo universitario alemán, destacó la importancia de las ciencias y las lenguas en la enseñanza secundaria, criticó con dureza las oposiciones al uso y defendió la importancia de la formación del profesorado. Posteriormente, desde su puesto de vocal en la sección de “Instrucción Intermedia” del Consejo de Instrucción Pública, participó en 1844 en la elaboración del Proyecto de arreglo de la enseñanza intermedia o secundaria y formó parte en 1847 de la “Comisión especial” encargada de revisar el famoso Plan Pidal de 17 de septiembre de 1845.
Los servicios editoriales que prestó a la enseñanza nacional fueron especialmente relevantes. Entre el 15 de septiembre de 1836 y el 12 del mismo mes de 1843 administró la Imprenta Nacional, pero sobre todo destacó su extraordinaria aportación en la génesis y desarrollo del Boletín Oficial de Instrucción Pública. Encomendado a su dirección desde su aparición el 28 de febrero de 1841 hasta finales de 1843, este órgano, de carácter semioficial, no sólo cumplió la misión de reproducir las disposiciones legales y las directrices educativas del Gobierno en materia educativa, sino a que a la vez se convirtió en una plataforma inigualable de información pedagógica nacional y extranjera.
Montesino publicó decenas de artículos en las páginas del Boletín, que posiblemente constituyan la parte más amplia de su obra: una colección de ochenta artículos, anónimos o firmados, entre 1841 y 1846. Mostrando el dominio considerable que comenzó a adquirir durante su periplo inglés de la literatura pedagógica europea, propagó la idea de una educación concebida como el desarrollo armónico e integral de la persona y abarcó la práctica totalidad de los temas concernientes a espacios y tiempos educativos, métodos de enseñanza, escuelas de párvulos, instrucción primaria, inspección, magisterio y movimiento normalista, sin olvidar algunas incursiones en la enseñanza secundaria y en la reforma de la universidad.
Además de su influyente labor consultiva y técnica en la Administración, Pablo Montesino desplegó una prolífica actividad docente y fundacional. Precisamente en este tipo de tareas es donde pudo llevar a la práctica sus planes educativos y donde verdaderamente desarrolló su vocación pedagógica. En febrero de 1835, asumió la dirección de la escuela práctica lancasteriana, creada por la Comisión Central de Instrucción Primaria para auxiliar la enseñanza de una prevista Normal de maestros. Sus proyectos normalistas quedaron frenados por el cese de Moscoso de Altamira y los problemas derivados de la Guerra Civil, pero más adelante, como vocal que fue de la junta directiva de la Sociedad para propagar y mejorar la educación del pueblo, instituida por iniciativa de la Real Sociedad Económica Matritense a instancias de A. Gil de Zárate, presidida por el duque de Gor y compuesta, entre otros, por el arzobispo de Toledo, el marqués de Santa Cruz, el marqués viudo de Pontejos, M. J. Quintana, R. Mesonero Romanos, J. A.
Seoane y el propio Gil de Zárate, integró el comité que fundó la escuela de Virio el 10 de octubre de 1838. Emplazado en la madrileña calle de Atocha, este establecimiento nació con el doble carácter de centro de formación de maestros y de escuela modelo y constituyó el núcleo originario de la futura red nacional de Escuelas Normales y de escuelas de párvulos —de dos a seis años— de carácter educativo —y no meramente asistencial— del país. El trabajo de Pablo Montesino fue crucial en la génesis y organización de ambos tipos de instituciones: por un lado, se erigió en verdadero artífice, primer director y profesor del Seminario Central de Maestros del Reino o Escuela Normal Central (de Vigo) cuando se inauguró en marzo de 1839, e impulsó y orientó la creación de otras análogas en distintas ciudades españolas; y por otro lado, animó la creación de numerosas escuelas infantiles a lo ancho del territorio nacional y publicó en 1840 el acreditado Manual para los maestros de las escuelas de párvulos, una cualificada guía de educación infantil de enorme utilidad para los maestros y calificada medio siglo más tarde por el eminente educador Manuel Bartolomé Cossío como “uno de los libros de más atinado sentido pedagógico de nuestra literatura escolar”. Su preocupación por dignificar y amparar el cuerpo de magisterio le llevó también a fundar y presidir en 1840 la Sociedad General de Socorros Mutuos entre profesores de Instrucción Primaria. En justicia, puede considerársele como el auténtico introductor en España de las escuelas de párvulos, como el padre de las Escuelas Normales en el país y como el protector por excelencia de los maestros nacionales.
Montesino dedicó sus mejores esfuerzos a ennoblecer la deprimida enseñanza española, pero nunca perdió la mentalidad facultativa de su primera etapa profesional. En la esfera educativa, sus conocimientos de fisiología le impulsaron a destacar la primacía de la higiene escolar y de la educación física; y en la esfera administrativa, su vinculación con la medicina le aupó al cargo de Consejero de Sanidad. Entre sus méritos se cuenta el haber contribuido a mejorar el sistema sanitario español y haber llegado a ser miembro de la Real Academia de Ciencias y de la Academia de Ciencias Médicas de Lisboa. El 10 de mayo de 1849, firmando como consejero de Instrucción Pública y de Sanidad, pidió licencia de baja por tres meses de su cargo de director de la Escuela Normal de Primera y Segunda Enseñanza. Padecía una enfermedad pulmonar que siete meses después acabó con su vida.
Obras de ~: Ligeros apuntes y observaciones sobre la instrucción secundaria o media y la superior o de universidad, Madrid, Librería de Sojo, 1836; Manual para los maestros de las escuelas de párvulos, Madrid, Imprenta Nacional, 1840 (reed. intr. de J. Ruiz Berrio, Madrid, CEPE, 1992); Curso de educación. Métodos de enseñanza y de pedagogía, intr. de A. Martínez Navarro, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, Madrid, 1988, Las noches de un emigrado (inéd.).
Bibl.: J. Sama, Montesino y sus doctrinas pedagógicas, Barcelona, Librería Bastinos, 1888; “D. Pablo Montesino. La Instrucción primaria en 1808 y su desarrollo posterior”, en Boletín de la Institución Libre de Enseñanza (BILE) (Madrid), 271 (1888), págs. 133-139; “El concepto de educación según Montesino”, en BILE (Madrid), 280 (1888), págs. 241-245; A. Gil Muñiz, “Montesino a la luz de la nueva pedagogía de párvulos”, en Revista de Pedagogía, 53 (1927), págs. 203-211; J. Ruiz Berrio, “Un reformador español: Pablo Montesino en su segundo centenario”, en Escuela Española (Madrid), n.º 2.564 (febrero de 1981), pág. 6; C. Sanchidrian, “La primera Escuela Normal de párvulos en España”, en Revista de Ciencias de la Educación (Madrid), 111 (1982), págs. 285-292; B. Sureda, Pablo Montesino: liberalismo y educación en España, Palma de Mallorca, Prensa Universitaria, 1984; A. Martínez Navarro, “Estudio preliminar”, en P. Montesino, Curso de Educación, Métodos en Enseñanza y Pedagogía, Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia, 1988; J. Ruiz Berrio, “Un reformador social en una sociedad burguesa: Pablo Montesino”, en Revista Interuniversitaria de formación del profesorado (Zaragoza), 5 (1989), págs. 33-43; C. Sanchidrián, “Funciones de la escolarización de la infancia: objetivos y creación de las primeras escuelas de párvulos en España”, en Historia de la Educación. Revista interuniversitaria (Salamanca), 10, (1991), págs. 63-88; “Introducción crítica”, en P. Montesino, Manual para los maestros de las escuelas de párvulos, Madrid, CEPE, 1992; “Pablo Montesino”, en B. Delgado (coord.), Historia de la educación en España y América. La educación en la España contemporánea (1789-1975), Madrid, Editorial Morata, 1994, págs. 114-119.
Pedro Álvarez Lázaro