Oliván y Borruel, Alejandro. A. Linova. Aso de Sobremonte (Huesca), 28.II.1796 – Madrid, 14.X.1878. Político y administrativista.
Nació en una familia de infanzones de la Pardina de Estarruás, ubicada en el Pirineo aragonés. La primera formación académica la realizó en los Escolapios de Jaca y en la antigua Escuela Real y Militar de Sorèze (Francia), de donde muy probablemente procedía su extraordinaria formación en la cultura clásica.
De regreso a España, y quizá estimulado por el desencadenamiento de la Guerra de la Independencia, en la que participó de forma muy activa, inició la carrera militar en el Colegio General Militar de San Fernando (Cádiz), siendo en 1811 cadete de Infantería. Pasó más tarde al arma de Artillería, donde realizó un brillante cursus honorum. En 1816 fue elegido por la Dirección General para realizar unos cursos superiores en el Real Estudio Físico-Químico establecido en Palacio, dirigido por Juan Mieg, que duraron hasta 1818, y que despertaron en él una pasión por el estudio de las ciencias naturales, hasta el punto de traducir una de las obras del ilustre científico. Con veinte años fue destinado a la Dirección General de Artillería y después a la Secretaría del Ministerio, de la que fue nombrado archivero en 1820. Un año antes había alcanzado el grado de capitán. Su destino en Madrid le permitió entrar en contacto con el ambiente intelectual de la capital y participar en las sesiones y debates de alguna de sus instituciones culturales. Así, llegó a ser vicesecretario en 1819 de la Real Sociedad Económica Matritense, y publicó su primer trabajo, una memoria sobre prados artificiales, en la Cátedra de Agricultura del Jardín Botánico de Madrid. Su interés por el arte dramático le condujo a involucrarse en la empresa encargada de los teatros madrileños en 1821, en la que participó como socio capitalista del cubano Andrés Arango, de Agustín Alinari y del francés Francisco Caze, llegando incluso a estrenar una comedia en 1822.
Era Oliván en esos momentos un liberal de segunda generación, miembro de la Sociedad Patriótica de Amantes del Orden Constitucional y frecuente colaborador de los periódicos liberales del Trienio que, sin embargo, muy pronto evolucionó hacia posiciones más tibias y moderadas. En 1823 apareció Sobre cómo modificar la Constitución, un panfleto de rectificación del Trienio en el que manifiesta su tesis de soberanía compartida con el poder monárquico frente a la de soberanía unicameral de la Constitución gaditana, proponiendo como solución la intermediación de un Senado que vincule a ambos y como modelo de sufragio el voto censitario. Sin embargo, estos planteamientos críticos con la experiencia del Trienio no bastaron para impedir su exilio a Francia. Refugiado en París, continuó con su labor como escritor y periodista, y publicó Ensayo imparcial sobre el gobierno del rey Fernando VII (1824), un segundo diagnóstico de la realidad española en el que amplía su marco temporal hasta el sexenio 1814-1820. El escrito marcó un nuevo punto de inflexión en su evolución ideológica, puesto que si bien no defiende expresamente el absolutismo, contemporiza en exceso con la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis y se acerca hacia un moderantismo posibilista muy apegado al poder real. Plantea como solución a los problemas de España una Monarquía encarnada en la legitimidad de Fernando VII, pero que lleve a cabo una serie de reformas apoyada en una carta otorgada redactada en cooperación con las Cortes. En este marco de régimen constitucional, el Gobierno estaría dirigido por un primer ministro que asumiría las responsabilidades de sus actos. Con respecto al problema de la soberanía, Oliván, siguiendo las tesis doctrinarias, rechaza radicalmente el concepto de soberanía popular, que entiende provocador de desmanes y situaciones de anarquía, para abrazar el de soberanía mixta en el que los poderes deben estar en situación de equilibrio para garantizar la estabilidad.
Regresó a España en 1824 para visitar a su familia en Huesca, pero fue apresado y permaneció en la cárcel de Zaragoza hasta 1825. Sobreseída su causa, fue rehabilitado con todos los honores a primeros del año 1826, incluyendo su graduación como capitán, pero renunció a ejercer la carrera militar dos años después siguiendo las disposiciones testamentarias de su padre. En octubre de 1828, comisionado por el Gobierno cubano, inició un periplo geográfico extenso que le condujo a La Habana, Jamaica y Europa para informarse y perfeccionar sus conocimientos agronómicos acerca del aprovechamiento de la caña de azúcar. Regresó a la isla antillana en 1831 para presentar dos informes, que le sirvieron para el nombramiento como socio de la Real Sociedad Patriótica de La Habana. La estancia en Cuba concluyó en el año 1834.
La muerte de Fernando VII un año antes permitió su regreso a España. Se incorporó a la administración de la Regencia como secretario de la Comisión encargada para la mejora de la Instrucción, y poco después aparece como secretario de la Sección de Indias en el Consejo Real. Durante esta fase fue redactor del diario La Abeja, dirigido por Pacheco, y que encarnaba la tendencia moderada defensora del Estatuto Real y de la política de Martínez de la Rosa. Pronto hizo gala de un afán reformista, influido por las tesis del doctrinarismo francés, lo que sumado al hecho de haberse educado en Francia durante sus primeros años y la residencia en el país galo en los años de exilio provocaron que se le tildara de afrancesado. En 1836 fue elegido para el estamento de Procuradores por la Provincia de Huesca, y en el Gobierno de Istúriz colaboró como subsecretario del Ministerio de la Gobernación. Durante el ejercicio del cargo tuvo lugar el conocido episodio de su negativa a consentir la publicación del Nuevo Testamento en España por parte de George Borrow, agente de la Sociedad Bíblica Británica, sin que incorporara las notas de la Iglesia Católica, lo que demuestra una estricta ortodoxia religiosa. El debate sobre la ley electoral de 1836 presenta a un Oliván partidario de la esclavitud en términos básicamente económicos, determinados por la defensa de la propiedad y su estrecha vinculación con el desarrollo del comercio. Los acontecimientos del Motín de La Granja en 1836 y el restablecimiento de la Constitución doceañista le volvieron a condenar al exilio, primero a París y luego a Cuba. En el país antillano fue testigo directo de la forma de gobierno del general Tacón, gobernador de la isla, basada en una actitud férrea y enérgica, enfrentada a la aristocracia criolla y muy vinculada con la práctica del comercio esclavista, de la que al parecer obtenía pingües beneficios.
El triunfo moderado en las elecciones de 1837 estimuló su vuelta, siendo elegido de nuevo por su provincia natal. En el discurso de contestación al mensaje de la Corona, Oliván pronunció un alegato en contra de los abusos del general Tacón que ocasionó por un lado la destitución del militar y por otro el inicio de una campaña de difamación contra el oscense promovida en su mayor parte desde Cuba por los partidarios de los métodos del general. Tras la renuncia esparterista, la Reina le repuso en su cargo de subsecretario de Gobernación en el gabinete del conde de Ofalia de 1838, pasando posteriormente a ocupar la Dirección General de Estudios de Instrucción Pública. Esos momentos de febril actividad política no le impidieron mantener su contacto con el mundo intelectual. El oscense presidió el recién creado Liceo Artístico y Literario de Madrid, fundado un año antes por José Fernández de la Vega; el mismo año, fue elegido académico de honor de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, adscrito a la sección de arquitectura y colaboró esporádicamente en El Correo Nacional, dirigido por Andrés Borrego, de clara tendencia moderada, y que más tarde prestaría su apoyo a la ley de Ayuntamientos inspirada por él mismo.
La precaria estabilidad política de la Corona se vio enturbiada por las deliberaciones sobre la ley de 1840 de autorización para la organización y atribuciones de los ayuntamientos. La Presidencia de la Comisión que la elaboraba y defendía fue encomendada a Oliván, quien compuso una normativa jurídica que exponía los argumentos ideológicos del pensamiento moderado en el tema de la descentralización. El resultado se opuso radicalmente a la entonces vigente Ley de 3 de febrero de 1823 sobre el gobierno económico-político de las provincias, expresión máxima del liberalismo progresista heredero de la Constitución gaditana de 1812 y sustentada en tres principios: sistema de elección popular de las corporaciones; una mayor amplitud y alcance de sus competencias y la descentralización del poder provincial frente a las directrices ministeriales.
La aprobación de la mencionada ley fue la espoleta que originó la revolución de septiembre, circunstancia que le obligó a emprender de nuevo el camino de la expatriación junto a la reina María Cristina tras ser condenado al destierro por la Junta de depuración constituida. Oliván defendía la aprobación de la ley influido por la ideología centralizadora de clara inspiración francesa, en la que la tutela del Estado sobre los entes locales garantiza su unidad y la aplicación en condiciones de igualdad de las leyes en toda la nación. Esta vez permaneció expatriado un breve lapso de tiempo, retomando su condición de periodista con la publicación del Semanario Industrial en 1840, desde el que defendió una nueva agricultura de fomento con un notable afán pedagógico. Fue un proyecto de vida muy efímera. Aprovechó la interrupción de su vida parlamentaria para asistir en Granada a las pioneras lecciones de Derecho administrativo que impartía Javier de Burgos en el Liceo de la bella ciudad andaluza, que entre otros ilustres oyentes contaba con el famoso administrativista Ortiz de Zúñiga, atraído sin duda por el enorme interés que despertaban en él los temas relacionados con el estudio de la Administración.
En 1842 retomó la actividad parlamentaria tras su elección como diputado por Huesca, a la que representó de forma ininterrumpida hasta 1846. Dos años más tarde fue nombrado inspector del Cuerpo de la Administración Civil. A comienzos de 1843 vio la luz su obra más trascendente, De la administración pública con relación a España, breve epítome escrito inicialmente para la voz “Administración” de la inconclusa Enciclopedia española del siglo XIX. Es el primer intento de sistematización de los estudios de administración pública, con un carácter fundamentalmente informativo, con la pretensión de establecer un modelo para la balbuceante nueva administración pública española surgida tras la muerte de Fernando VII. Como el resto de los primeros cultivadores del Derecho Administrativo español, Oliván consideraba el estudio de la administración como una ciencia nueva, muy vinculada a la economía política, que tenía como objetivo ilusionante la búsqueda y consecución de la prosperidad y felicidad nacional, idea con resabios de la vieja ciencia de la policía ilustrada, en la que el Estado se convertía en protector de todas las actividades, pero adaptada a un nuevo marco, presidido por la libertad económica individual con matices.
El paradigma doctrinal del que se nutre está protagonizado por la recepción del Derecho administrativo francés encarnado en la obra de J. J. B. Bonnin, Abrégé des principes d’Administration (1808), traducida al castellano en 1834 por J. M. Saavedra, del que extraen sobre todo el concepto de que la ciencia de la administración sirve para justificar nuevas medidas que legitimen el Estado liberal naciente y al mismo tiempo procuren su vigor y pervivencia. Así pues, el carácter científico de la obra jurídica de Oliván queda condicionado por la intencionalidad política que busca crear y mantener un nuevo modelo de Estado que recoja los postulados del partido moderado al que representa, y que hunde sus raíces en el doctrinarismo francés para apostar por una continuidad reformista sin ruptura abrupta con la tradición, basada en los siguientes parámetros: centralismo y omnipresencia de la Administración; mayor protagonismo y contenido político de los órganos monocráticos designados frente a los representativos; predilección por una jurisdicción contencioso-administrativa separada de la ordinaria que proteja a la administración de la fiscalización judicial desde una posición sostenida por la fórmula francesa de la justicia retenida sobre el control de la acción de las Administraciones públicas, en contraposición con la judicialista, que será la defendida por los partidos progresistas; y control tutelado de las corporaciones locales y ayuntamientos.
El axioma fundamental que contenía era acentuar el papel de lo administrativo de un modo objetivo, sin que el funcionamiento del Estado quedase afectado por las alternancias políticas. Pero el escrito no está presidido por una abstracción estéril, sino que pretende adecuarse a la realidad, a los ciudadanos, a los hombres, que son los destinatarios de la acción del poder. Junto a este conocimiento de lo cercano, se hace preciso dotar de operatividad a la acción administrativa, para que sea amplia, tutelar y creadora, y que impulse todo un programa de política social, aunque presidido por un tono paternalista basado en el principio de la caridad.
Un nuevo proceso se abrió en España con la mayoría de edad de Isabel II en 1843 y el exilio de Espartero. Tras el regreso de los moderados al poder, Oliván se reincorporó a la actividad parlamentaria electo por Huesca en 1844. Participó de forma muy activa en la elaboración parlamentaria de la reforma fiscal de Alejandro Mon de 1845. Si bien el ponente principal fue Ramón de Santillán, los principios que plasmaba fueron el fruto del grupo intelectual más destacado del partido moderado, entre los que estaba Oliván, y el pilar económico y fiscal sobre el que sustentar el armazón del nuevo Estado constitucional. Defendió con gran ardor en la tribuna parlamentaria la necesidad de su aprobación, tratando de justificar con criterios técnicos los razonamientos ideológicos que presidían la propuesta. Intervino del mismo modo en la Comisión encargada para el arreglo de la deuda pública.
Cuando finalizó la legislatura de 1844-1845 fue designado Consejero del Consejo Supremo de Administración, el órgano consultivo superior para organizar las leyes sobre administración municipal. Fue ésta una etapa en la que acometió numerosos negocios, como su participación en la Compañía General de Seguros o en el nacimiento de la sociedad de crédito La Probidad, y se convirtió en uno de los supervisores de las inversiones de los Rotschild en los ferrocarriles españoles.
En 1847, Oliván ocupó una cartera ministerial de escasa influencia, la de Marina y Gobernación de Ultramar, en el breve gobierno del duque de Sotomayor. Ese mismo año fue nombrado académico de la Real Academia Española con un discurso sobre el uso de los pronombres personales, ocupando el Sillón “j”. Entre este año y 1851 transcurrió su última etapa como diputado, puesto que a partir de este momento fue designado senador. En 1849 su Manual de agricultura fue premiado en certamen público, y distinguido como texto obligatorio en la enseñanza. La sencillez y claridad expositivas con las que adorna sus contenidos, amén de su intencionalidad pedagógica, explican su éxito y difusión.
El año 1850, con la presidencia de Bravo Murillo, formó parte de la Junta de Deuda Pública encargada de solventar el endémico problema que ahogaba la economía española. El aragonés emitió un dictamen particular que ofrecía una serie de medidas tendentes a su consolidación basada en la reconversión de los títulos. En estos momentos de transición hasta su nombramiento como senador acaparó numerosos cargos públicos en diversas instituciones, como los de presidente de la Sección de Filosofía del Real Consejo de Instrucción Pública, vocal de la sección de Agricultura del Real Consejo Superior de Agricultura, Industria y Comercio o vocal de la Junta Consultiva de Monedas.
Su etapa senatorial fue muy activa, sobre todo a partir de 1857, pero inversamente proporcional a la influencia política, que fue decreciendo. Una de sus intervenciones más importantes en la Cámara Alta fue a consecuencia de la polémica suscitada por la presentación desde el Ministerio del proyecto de ley de ferrocarriles en el Congreso, incumpliendo una de las prerrogativas que impedía la discusión de cualquier asunto tratado por uno de los cuerpos legisladores en otro. Oliván participó en la comisión encargada de subsanar el conflicto de competencias, que se resolvió a favor de discutir la ley en el Senado, postura que él defendía.
Desde la Vicepresidencia de la Junta Central de Estadística llevó a cabo los primeros censos de población e inició los trabajos catastrales en España. Cuando concluyó el censo de población de 1857, fue promovido para la obtención de un título nobiliario, que rehusó. Ese mismo año fue elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, y formó parte del elenco de prohombres fundadores de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Entre sus numerosas participaciones en las sesiones de esta última destaca su polémica con Ríos Rosas en el año académico 1865-1866 sobre la limitación de los derechos del inventor, que Oliván concebía no como una verdadera propiedad, sino un uso limitado en el tiempo. La labor en la Junta Central de Estadística no se redujo tan sólo a la dirección de los Anuarios Estadísticos entre los años 1858 y 1865, sino que emprendió un nuevo censo en 1860 siguiendo las directrices del primero, y culminó el censo ganadero de 1865, la primera contabilización científica de la cabaña española. En este tiempo participó como vocal en la Junta Consultiva de la Moneda, órgano dependiente del Ministerio de Hacienda, hasta que en 1866 alcanzó la Presidencia de la misma, en los momentos precedentes al nacimiento e implantación de la peseta como unidad monetaria (1869) bajo los impulsos de Laureano Figuerola, a la sazón ministro de Hacienda.
Formó parte de la Junta de Información para mejorar las relaciones hispano-cubanas, creada en 1865 y presidió la Comisión Permanente de Pesas y Medidas, organismo que buscaba armonizar la unificación de los valores metrológicos con la realidad económica española. El año 1868 vio la publicación de uno de sus discursos parlamentarios sobre la necesidad de emprender mejoras en la educación primaria española, Discurso sobre el proyecto de ley de primera enseñanza, como medio de estimular el progreso general de país.
Los acontecimientos siguientes contemplan a un Oliván retirado discretamente de la actividad pública. La revolución de 1868, el reinado de Amadeo de Saboya y la proclamación de la I República pasaron casi desapercibidos para un hombre entonces dedicado a escribir obras de contenido diverso, siempre consciente de las necesidades educativas de su país, entre los que sobresale el Manual de economía política (1870), donde matiza sus anteriores posturas favorables a la intervención del Estado en línea con la triunfante corriente librecambista defendida por la Escuela Economista. Las decisiones del ejecutivo tienen como función y objetivo básico “allanar el camino” al desarrollo de la actividad privada con medidas tendentes a garantizar el orden y el respeto a la propiedad. En el ámbito agrícola se declara partidario de la existencia de explotaciones de tamaño medio. La dolorosa pérdida de su hijo Miguel en 1871 contribuyó a agrandar el distanciamiento político y a buscar en los cenáculos intelectuales un remedio a la sensación de soledad. De este modo, se involucró más activamente en la vida de las numerosas academias de las que fue miembro.
Con la Restauración canovista volvió a ocupar cargos públicos, como la Presidencia de la Sección de Agricultura del Real Consejo de Agricultura, Industria y Comercio, pero su presencia política había dejado hace tiempo de ser significativa. Sí nos dejó constancia de sus convicciones filosóficas en su última obra, De la filosofía flamante (1876), un alegato contra el krausismo y el darwinismo en el que expone su arraigada fe católica. Fue elegido senador por la Universidad de Oviedo en 1877 frente a la candidatura de Alejandro Mon entre otros, y a pesar de su avanzada edad mantuvo la frecuencia e intensidad de las intervenciones en la cámara. En 1878, fue nombrado presidente del Consejo Superior de Agricultura, Industria y Comercio, y como tal presentó una curiosa propuesta de ley para suprimir las corridas de toros que originó una auténtica conmoción hasta su rechazo. La muerte le sorprendió a los ochenta y dos años, dejando dos hijas fruto de su matrimonio con Josefa Coello de Portugal, miembro de un linaje ilustrado adicto a la Monarquía borbónica.
Obras de ~: J. Mieg, Instrucción sobre el arte de conservar los objetos de Historia Natural, precedida de algunas reflexiones sobre el estudio de las ciencias naturales, trad. de ~, Madrid, Imprenta de Villalpando, 1819; “Prados artificiales: cuáles son los obstáculos que se oponen a su planificación en España y de qué medios pudiera valerse para removerlos”, en Colección de disertaciones sobre varios puntos agronómicos, leídos en la cátedra del Real Jardín Botánico de Madrid, Madrid, Imprenta de Fuentenebro, 1819; El trapense en los campos de Ayerbe (comedia), Madrid, 1822; Sobre modificar la Constitución, Madrid, Imprenta de la calle de Atocha, 1823; Ensayo imparcial sobre el gobierno del rey Fernando VII, escrito en Madrid por un español, París, Jacobo de Versalles, 1824; Informe a la Junta de Gobierno del Real Consulado de la siempre fiel isla de Cuba, La Habana, Imprenta Fraternal, 1831; Informe de un viaje de investigación a Jamaica para mejorar la elaboración del azúcar, La Habana, Imprenta Fraternal, 1831; Cartilla para los maestros de azúcares, La Habana, Imprenta Fraternal, 1832; Opúsculo que contiene el discurso que pronunció [...] Diputado por la Provincia de Huesca en la sesión del nueve de diciembre y diferentes documentos concernientes al relevo y partida del Excelentísimo Señor Don Miguel Tacón [...] Capitán General que fue de esta Isla, La Habana, Imprenta del Gobierno y Capitanía General por S. M., 1838; De la administración pública con relación a España, Madrid, Imprenta y Librería de Boix, 1843 (pról. de E. García de Enterría, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1954); Manual de agricultura, Madrid, Imprenta de la viuda de Burgos, 1849; Cartilla agraria, Madrid, Imprenta de la Viuda de Burgos, 1856; con R. Tamarit de la Plaza, Acta de inauguración del Centro Minero Central, Madrid, 1857; “Variedad en el uso del pronombre él, ella, ello, en los casos oblicuos (1847)”, en Discursos leídos en las recepciones que ha celebrado desde 1847 la Real Academia Española, t. I, Madrid, Imprenta Nacional, 1860; [Con el seudónimo de A. Linova], Aritmética fácil para las escuelas, Madrid, Imprenta de Manuel Anoz, 1861; “Ventajas e inconvenientes de los privilegios de invención, perfección e introducción” (1865), en Memorias de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, t. V, Madrid, Imprenta de la Tipografía Gutenberg, 1868; Discurso sobre el proyecto de ley de primera enseñanza, Madrid, Imprenta de Gregorio Hernando, 1868; Manual de economía política, Madrid, Imprenta de Rafael Anoz, 1870; Manual completo de lectura, Madrid, Imprenta de Rafael Anoz, 1875, De la filosofía flamante, Madrid, Imprenta de Rafael Anoz, 1876.
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Luis Blanco Domingo