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Alejandro Mon y Menéndez

Biografía

Mon y Menéndez, Alejandro. Oviedo (Asturias), 26.II.1801 – 1.XI.1882. Dirigente del Partido Moderado y reformador de la hacienda y la economía.

Alejandro Mon y Menéndez nació en Oviedo, al igual que su madre, Francisca Menéndez de la Torre.

Su padre, Miguel de Mon y Miranda, ejercía la abogacía en esta ciudad. En su Universidad, el joven Mon se licenció en Leyes y Cánones en 1822, carrera que había iniciado hacia 1818. Allí conoció a Pedro José Pidal (Villaviciosa, Asturias, 1800), con el que mantuvo un estrecho vínculo personal y político a lo largo de su vida. Les unió la edad; les unieron las afinidades políticas; les emparentó, al fin, el casamiento de Pidal con su hermana, Manuela Mon. En esos años de estudiante en Oviedo, inició Mon su compromiso con la causa liberal. El 28 y 29 de febrero de 1820 participó en las jornadas de proclamación de la Constitución de 1812 y, con Pidal, se incorporó a la Compañía de Literarios de Oviedo, germen de la Milicia Nacional, en cuyas filas colaboró a la defensa de Oviedo frente a las tropas absolutistas. Se sabe que debido a esta militancia liberal fue condenado por la Audiencia de Oviedo, que se ocultó para rehuir a los alguaciles y que, todavía en 1824, se hallaba perseguido. También es conocido, por su propia confesión, que tomó el fusil de miliciano nacional “contra D. Carlos, el enemigo común de todos los partidos, que venía a arrebatarnos la Reina, la Constitución, (y) la libertad”.

En 1828, a la muerte de su padre, Mon dejó Oviedo para instalarse en Madrid. Allí asistió a las clases que Alberto Lista impartía en su domicilio. Durante el régimen del Estatuto Real, en 1834-1835, estaba ligado, al igual que Pidal, a la línea liberal tibiamente reformadora de Martínez de la Rosa y del también asturiano conde de Toreno. De la mano de éste, accedió a sus primeros puestos de responsabilidad política.

En 1833 ocupó la secretaría de la Superintendencia de la Policía de Madrid; en 1834 fue nombrado secretario de la Superintendencia General de la Policía del reino y, meses después, intendente de Granada. El conde de Toreno fue el protector político de Mon en los primeros años de su dilatada vida política; Francisco Martínez de la Rosa constituyó, a su vez, uno de sus grandes referentes doctrinales en materia políticoconstitucional.

Al igual que éstos, Mon fue un hombre del Estatuto Real en 1834-1835, en tanto que en 1837 abrazó la fórmula constitucional de compromiso entre los principios del liberalismo progresista y los del liberalismo doctrinario. De hecho, Alejandro Mon participó en las negociaciones que facilitaron el consenso que posibilitó dicha Constitución. En esa legislatura de 1836-1837, ya sancionada aquélla, obtuvo su primer acta de diputado. Se iniciaba su andadura en la dirección política del Estado.

Como personaje público de relieve nacional, Alejandro Mon presenta tres facetas: la del “hombre político”, la del “hacendista” y la del “diplomático”. La trayectoria del político puede organizarse en cinco grandes etapas. La primera va de 1837 a 1843; en ella, además de una destacada labor política y parlamentaria, ocupó la cartera de Hacienda (1837-1838). La segunda, de 1843 a 1849, es la época de su esplendor; en ella interpretó su papel de decisivo reformador de la política fiscal, bancaria y comercial en la España liberal, desplegó su voluntad de trascender siguiendo el ejemplo histórico del francés Necker y, sobre todo, de los británicos William Huskisson y Robert Peel, cuyas reformas conocía con detalle y seguía de cerca.

En una tercera etapa, de 1850 a 1854, el Mon reformador deja paso al Mon político de oposición. Enfrentado y distanciado de Narváez, repudiado por la reina y la camarilla regia, Mon, quien era visto entonces como candidato a la presidencia del Gobierno, se concentró en la actividad parlamentaria y en la vida política del Partido Moderado. En 1854, empero, se cerró la llamada Década Moderada, y se produjo una significativa separación de Alejandro Mon de la política parlamentaria, coincidiendo con el Bienio Progresista; el influjo electoral de los nuevos gobernantes impidió que obtuviese acta electoral para las Cortes Constituyentes. Durante el Sexenio Democrático volvió a darse ese alejamiento político. En 1841-1843, con la regencia de Espartero, ya se había producido el retraimiento de Mon, que se avino mal, pues, con las experiencias progresistas del siglo xix. Esos retiros políticos derivaban, en parte, de su liberalismo doctrinario, identificado, primero, con la Constitución de 1837 y, después, con la Constitución de 1845, que fue reforma de aquélla. Esa identificación constituyó, posiblemente, la única ortodoxia de Mon a lo largo de su vida, caracterizada por el pragmatismo y la adaptación a las situaciones cambiantes del país. Esa adaptación es visible en su cuarta etapa vital, la que va de 1856 a 1868, que se puede caracterizar como la del Mon diverso, según se verá. La última fase política de Alejandro se inició con la Revolución de 1868, que le apartó de nuevo de las responsabilidades políticas, y le llevó a colaborar, desde París, en la reinstauración de la Monarquía borbónica y de un modelo constitucional próximo, o identificado, con el de 1845.

Cuando Alejandro Mon accedió a las Cortes en 1837 no era un parlamentario más. Ocupaba, con Martínez de la Rosa y el conde de Toreno, un papel director en el Partido Moderado. También disfrutaba de una posición destacada en la sociedad política madrileña.

Su actuación en las Cortes, a partir de 1837, revela a un parlamentario brillante e incisivo, que hizo gala de un amplio conocimiento de las materias que trataba, tanto las estrictamente políticas como, sobre todo, las económicas. Prueba de sus aptitudes es que perteneció a las Comisiones de Hacienda y de Presupuestos en casi todas las legislaturas en las que fue diputado, a partir de la de 1836-1837. En fecha tan temprana como 1837, los demás parlamentarios, incluidos los del Partido Progresista (Mendizábal y Olózaga), ya reconocieron la valía intelectual y política de Mon. No es extraño, por ello, que cuando accedió al Ministerio de Hacienda, en diciembre de 1837, reconociese que ya se le había ofrecido dos veces el cargo. Tan sólo un mes antes de ser ministro, había sido elegido vicepresidente primero del Congreso de los Diputados. Significación parlamentaria, relevancia política y ansia de poder que, reconocía, eran los tres principales rasgos de Alejandro Mon en su primera etapa en la vida política nacional, entre 1837 y 1843, que se puede caracterizar, precisamente, como la de la voluntad de poder. Hasta 1840, con la Guerra Carlista aún sin concluir, los partidos políticos se vieron imposibilitados para acometer con sosiego la obra de construcción político-administrativa del país de acuerdo a los principios liberales. Por tanto, no se dieron las circunstancias para que Mon pudiera interpretar su papel de reformador de políticas económicas, que será el que caracterizará su posterior etapa vital, comprendida entre 1843 y 1849.

Esta fase de 1843 a 1849 constituye el momento más brillante del tándem Mon-Pidal, “inteligencia” de los Gobiernos conservadores de los que formaron parte. En este período funcionó —no sin dificultades— su alianza con el general Narváez (la fuerza y el orden), considerado entonces la “columna” que sostenía el edificio político moderado. Con él, Alejandro Mon volvió al Ministerio de Hacienda en 1844, después de la calculada campaña de acceso al poder, desplegada desde 1843 por el Partido Moderado. En ese puesto, Mon representó un papel fundamental en la resolución de la crisis ministerial del verano de 1844 (la crisis de Barcelona), inclinó al Gabinete Narváez a gobernar con las Cortes, y demostró su fortaleza política, como muestran las cartas de Antonio Ríos Rosas al ministro de Justicia, Luis Mayans, depositadas en el Archivo Narváez de la Real Academia de la Historia.

Pidal y Mon ocupaban las dos principales carteras civiles en aquel ejecutivo, la de Gobernación y la de Hacienda. Ambos impulsaron algunas de las reformas, administrativas y económicas, destinadas a sentar las bases de la Administración moderna y centralista del país; entre ellas, la reorganización de los Ayuntamientos y las Diputaciones y la de la Hacienda. Las dos fueron importantes, pero lo fue más esta última; sin ella, como no se cansaron de repetir los contemporáneos, “no podía haber Nación”. La potencia política de Mon fue precisamente un factor decisivo para su éxito reformador, tanto en 1844-1845 como, después, en 1848-1849. Lo fue igualmente para que se contase con él en las diversas combinaciones políticas, como sucedió en 1846, al formarse el denominado Gobierno Istúriz-Mon, en el que desempeñó la cartera de Hacienda, y en 1847, cuando fue elegido presidente del Congreso de los Diputados.

Los hechos permiten caracterizar esta etapa de 1843 a 1849 como la del Mon con voluntad de trascender.

En estos años, en efecto, Alejandro Mon buscó con sus proyectos de reforma tributaria, arancelaria y de la deuda su lugar en la “gloria” del Partido Conservador y de la historia española, tal y como la perseguiría, entre 1850 y 1852, Juan Bravo Murillo, su gran rival desde 1849. Éste reclamó también su parcela de gloria, en un acalorado debate parlamentario con el asturiano, en febrero de 1851. Para Bravo Murillo todavía “quedaba alguna gloria que alcanzar” —después de la lograda por Mon— por aquel que aprobara la reforma administrativa de la Hacienda que completase el edificio fiscal levantado en 1845. Era el enfrentamiento de dos glorias.

Alejandro Mon había sido apartado del Gobierno moderado en agosto de 1849, por sus discrepancias con Narváez sobre el modo de resolver el rechazo de los fabricantes catalanes a su Ley de Bases de Reforma Arancelaria, de 17 de julio de 1849. En esta fecha había acumulado un impresionante bagaje reformador: había saneado el Banco Español de San Fernando en 1848, y sacado adelante su importante Ley de Reorganización del Banco en 1849. Tras la reforma de los Aranceles de Aduanas, orientada a la apertura exterior de la economía española, tenía previsto el arreglo de la deuda pública y las leyes administrativas que permitirían racionalizar la política presupuestaria y fiscal; entre ellas, la Ley de la Contabilidad del Estado —aprobada luego por Bravo Murillo—. Pero, su apartamiento de Narváez y su repudio por Palacio —desde el que se había conspirado en 1849 para provocar la crisis ministerial que acabó en su dimisión— colocaron al asturiano, una vez que Narváez cayó en desgracia en 1851, en la oposición parlamentaria. Entramos en la etapa del Mon político de oposición. Era un status ciertamente incomodo para él. En 1849, sus contemporáneos le veían como potencial candidato a la Presidencia del Gobierno, algo que, desde luego, deseaba un Mon que se encontraba en la cima de su carrera política.

En estrecha colaboración con su cuñado Pedro José Pidal, controlaba, en 1850, la fracción más numerosa e influyente del Partido Moderado. Ésta, en alianza con otras, también desplazadas del poder por el ascenso de Juan Bravo Murillo, reclamó su vuelta a la dirección política del país. Mon y Pidal entendían que su amplio apoyo parlamentario debía traducirse políticamente en su llamada, de nuevo, al Gobierno.

Pero el proceso político caminó, a partir de 1851, en un sentido contrario al sistema de las dos confianzas que informaba la Constitución vigente. La Reina se inclinó por formar gobiernos con la sola confianza de la Corona. La política del país sufrió un retroceso respecto al modelo y a las prácticas políticas instauradas desde 1845. Esta involución afectó a las libertades, al proceso electoral, a algunas decisiones de los gobiernos (tomadas sin el suficiente soporte legal), e incluso a los fundamentos mismos del sistema, al imponerse gobiernos carentes de representatividad. El problema se agudizó cuando, a partir del Gabinete Bravo Murillo, en 1852, los gobiernos respaldaron un programa autoritario de reforma constitucional. Por eso, al deseo de la fracción monpolidalista de volver al Gobierno se unió, entonces, una causa trascendente: la defensa del modelo constitucional erigido en 1845. A ella se sumaron la fracción puritana del Partido Moderado y el Partido Progresista, que convergieron en 1851-1852 en un Comité electoral. Se formó, así, una coalición que creó las bases sociales para el estallido —al fin revolucionario— de 1854, y originó los precedentes de la futura Unión Liberal.

En este período que llega hasta 1854, Alejandro Mon interpretó su papel de opositor. Criticó, por un lado, los proyectos reformadores de la Hacienda de Juan Bravo Murillo; en particular, su arreglo de la deuda y su reorganización del Banco Español de San Fernando —inspirada por Santillán—, que contrarreformaba su ley de 1849. Por otro lado, denunció la práctica de gobernar sin el concurso de las Cortes, el falseamiento de las elecciones, la censura a la prensa y el proyecto de reforma constitucional. En los breves períodos que estuvieron abiertas las Cámaras, Pidal y Mon desplegaron una férrea oposición parlamentaria, de marcado perfil político. Su bandera fue la defensa del sistema constitucional representativo. En torno a ella, abordaron los problemas que constituían las principales preocupaciones de la época: la aludida corrupción electoral (de la que tuvieron que defenderse), la falta de representatividad del sistema político y el distanciamiento del ideal de la Monarquía constitucional. En sus discursos, Mon sacó a relucir sus dotes de analista político, extrayendo las consecuencias sociopolíticas de aquel lamentable modo de gobernar. Puso de manifiesto el problema de la legitimidad, por la no identificación de los ciudadanos con derecho a voto con aquellos gobiernos no representativos, y las dificultades que esto traía para el arraigo del sistema liberal. Subrayó asimismo la pésima imagen de España que aquellos hechos transmitían. También reafirmó su adhesión al modelo parlamentario de 1845, único con el cual “esta Nación podrá aspirar un día a ocupar en Europa el gran papel” que le correspondía.

Hombre pragmático y ecléctico, la más profunda ortodoxia de su vida fue —como se dijo— esa identificación con el sistema constitucional doctrinario.

Así, cuando volvió a la política activa, tras el Bienio, reivindicó la recuperación plena del texto de 1845, sin la reforma que se le había hecho en 1857, que afectaba al Senado. Asimismo, en 1864, cuando alcanzó, por fin, la Presidencia del Gobierno, restableció íntegramente dicha Constitución. Este constitucionalismo de Mon y de Pidal no significa que su práctica política fuese impoluta. Antes al contrario, uno y otro participaron de la cultura política de la época, y utilizaron —y legitimaron— usos que adulteraban el funcionamiento del proceso político, a través del influjo electoral del Gobierno, un influjo al que aplicaban el eufemismo de legal. Esta práctica política no ensombrece, empero, la vocación parlamentaria de Alejandro Mon. Si algo caracteriza sus trascendentes reformas económicas fue haberlas sometido al trámite parlamentario, un activo que no puede atribuirse a todos los ministros de Hacienda de la Década Moderada, que reformaron —e incluso eliminaron— impuestos, aprobaron presupuestos y leyes administrativas, con el carácter de orgánicas, sin el concurso de las Cortes.

A partir del Bienio, y hasta 1868, Mon recorrió una fase vital caracterizada por la diversidad. Un Mon diverso porque vivió dentro y fuera del país y porque diversas fueron sus ocupaciones, tanto privadas como públicas: hombre de negocios, embajador, ministro de Hacienda (1857), diputado, presidente del Congreso (1862) y, en 1864, presidente del Gobierno. En 1856 fue nombrado presidente de la Sociedad Española Mercantil, de los Rothschild, y de la Compañía de Ferrocarriles MZA; en 1858 se hizo accionista de la Sociedad Metalúrgica de Langreo. Igualmente en 1856 fue designado embajador en el Vaticano, para recomponer unas relaciones Iglesia-Estado deterioradas a raíz de las desamortizaciones de 1855. En 1857 fue uno de los académicos fundadores de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (en 1838 había sido elegido académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando). En 1858 volvió a la carrera diplomática, como vía para distanciarse de la política en Madrid. Fue nombrado embajador en París, destino de gran importancia dado el peso de la Francia de Napoleón III en los equilibrios políticos europeos y el signo pro-francés de las relaciones exteriores españolas. Ocupó el cargo hasta 1862, en una coyuntura caracterizada por el fortalecimiento de la proyección exterior española y la multiplicación de sus campañas militares. Por eso hubo de intervenir en asuntos tan relevantes como el apoyo a los estados de la Casa de Borbón en Italia, la defensa del Estado Pontificio —amenazado con el proceso de unificación italiana—, así como en la recomposición de las relaciones con México (1859), en los entresijos de la expedición militar a aquel país (1861-1862), o de las intervenciones militares en Cochinchina (1858- 1863) y Marruecos (1859-1860), y en la reincorporación de la República Dominicana a la Corona española (1861). Mon volvió a la embajada de París en 1866, con dos preocupaciones centrales: garantizar al Papa sus dominios de Roma y controlar los movimientos conspirativos de los revolucionarios españoles en el exterior (Prim, Olózaga), para preservar el trono de Isabel II; en este contexto, negoció en París, al servicio del Gobierno Narváez, empréstitos con alguna de las principales casas de banca francesas (los Péreire, los Rothschild y los Fould), en que se entrecruzaron las dificultades de las compañías de ferrocarriles, con capitales franceses, y las de una Hacienda española que caminaba, desde 1865, hacia la insolvencia.

En esta etapa de 1856 a 1868, Mon alcanzó la cumbre de su carrera política. Fueron, quizás, los años del Mon políticamente más personal, lo que no hay que confundir con el más trascendente o relevante.

Fueron años de apartamiento político de Narváez y de acercamiento a la Unión liberal; de su Gobierno de 1864 formaron parte primeras figuras unionistas, como Salaverría y Cánovas. Con todo, no abandonó el Partido Moderado ni, por supuesto, su fidelidad a los principios del sistema formalizado en 1845. Por ello, la Revolución de 1868 le trajo el cese como embajador y un nuevo alejamiento de las funciones políticas.

En París, Mon jugó un papel destacado en la organización del partido alfonsino y en la vuelta a la Monarquía borbónica, esto es, a un régimen de “orden y de libertad”, como había defendido su maestro Martínez de la Rosa casi medio siglo antes. El último Mon es un político identificado con la Restauración.

El 20 de mayo de 1875, una asamblea de trescientos cuarenta y un exparlamentarios, que el asturiano “se excusó de presidir”, designó un comité de treinta y nueve notables para redactar un anteproyecto de Constitución. Entre ellos se encontraba Mon. En 1876 volvió al Congreso de los Diputados, elegido por Oviedo, y en 1877 se inició el expediente para nombrarle senador vitalicio, cargo que ocupó desde enero de 1878. Como senador murió, aunque retirado de la actividad pública y parlamentaria, en su Oviedo natal, donde hacía una intensa vida social, manifestándose como el “ovetense más dichoso con serlo”. Corría el año 1882. Atrás quedaba una larga trayectoria vital, doctrinaria en los principios, reformadora en lo económico, estrechamente vinculada al Partido Moderado, siempre, en fin, en una primera línea de la vida política española. Alejandro Mon, además de notable reformador de la hacienda, fue un personaje clave de la historia política del período que le tocó vivir.

 

Obras de ~: Contestaciones entre el señor Bermúdez de Castro y el Sr. Alejandro Mon sobre las conversiones verificadas en 1844, Madrid, Imprenta a cargo de Manuel Rojas, 1849.

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Rafael Vallejo Pousada

 

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