Piquer y Duart, José. Valencia, 19.VII.1806 – Madrid, 26.VIII.1871. Escultor.
Perteneciente a una familia de escultores, hijo del director de la Academia de San Carlos, vinculado a la tradición imaginera, tuvo un gran interés por el teatro y una vocación de actor, reconducida hacia la escultura sobre todo con la colaboración del pintor Vicente López. Fue alumno de la Academia, donde figuraba en la clase del Yeso en enero de 1829. Contó también con la protección de Juan Nicasio Gallego que estimulaba sus intereses poéticos, y muy especialmente de Manuel Fernández Varela, eclesiástico gallego apasionado por las artes y comisario general de la Santa Cruzada, y gestor de fondos de la Obra Pía, quien le encargó obras como un tabernáculo en 1830, o bocetos en cera de las alegorías para una nueva Custodia diseñada por Vicente López, que Varela deseaba dotar a El Escorial, y varias figuras de un Nacimiento para el Palacio Real, continuando la amplia labor de Esteve. En 1829 había realizado cinco figuras alegóricas, Fe, Esperanza, Caridad, Fortaleza y Prudencia, para el catafalco de María Amalia de Sajonia en la Real Maestranza de Valencia, y poco después trabajaría en varias figuras del cenotafio de Fernando VII en la iglesia de San Isidro de Madrid.
Fue nombrado académico de mérito en septiembre de 1832 por el bajorrelieve El sacrificio de la hija de Jefté, antes incluso de terminar los estudios en 1833.
Tras la muerte de su protector Varela, en 1834, inició un viaje a México en 1836 del que no se conocen realmente los motivos, sucediéndose una penosa etapa, pues fue robado por un compañero de viaje, parece que intentó suicidarse, viajó después a Estados Unidos y finalmente a París en 1840, donde recuperó su trayectoria y entabló una buena relación con Rude o David d’Angers, y disfrutó del teatro de la Comedie Française. Allí consiguió un amplio reconocimiento con su obra San Jerónimo oyendo la trompeta del juicio final que D’Angers alabó enormemente. Teniente de Escultura en 1843 y director de la Escultura en 1844, se le concedió el título de académico benemérito.
Fue escultor de Cámara Honorario en 1844, primer escultor de Cámara el 1 de octubre de 1858, fue muy apreciado por la Reina, y el último en poseer este honor, suprimido en 1866. También se ocupó de la docencia desde 1846, como profesor numerario de Modelado en 1857, y profesor de Composición y Modelado del Natural en 1861. En su tierra se le reconoció como académico de San Carlos de Valencia.
Fue el encargado de la galería de escultura del Museo del Prado desde 1846. La vinculación con el Real Museo se inició, como relata Pardo y refleja la documentación del Palacio Real, de forma poco habitual.
Piquer solicitó a Isabel II ocupar la plaza de José Tomás, afectado por su estado de salud, y aunque solicitó su desempeño gratuito hasta que se produjera la vacante efectiva, la Reina le concedió 10.000 reales anuales. En 1848 Pardo relata un episodio complicado de su trayectoria: el escultor recibió un encargo verbal del gobernador de Palacio, el marqués de Miraflores, para restaurar de manera urgente ocho estatuas para Aranjuez. Piquer buscó colaboradores para realizar este proyecto en el propio taller de escultura del Museo, pero, disgustado el director del Museo por haber tomado Piquer estas decisiones sin proceder reglamentariamente, lo hizo saber a Palacio. Cuando Piquer concluyó el trabajo y presentó las cuentas en el mes de julio de 1846 se le indicó que lo tramitara por la vía reglamentaria, a través del director del Museo.
Éste solicitó informe al secretario interventor de los Reales Museos, quien señaló que no le correspondía el cobro al haber realizado el trabajo sin autorización, cuestionando partidas y trabajos que no veía ajustados.
La Contaduría de Palacio asumió el informe del interventor y la opinión del director, y llevó la cuestión a la Junta Consultiva, que propuso a la Reina separarle del servicio, lo que sucedió el 2 de noviembre de 1848, apercibiéndole por ello, aunque la Reina levantó la suspensión de empleo a finales de noviembre, y continuó su vinculación con el Real Palacio.
Su obra se caracteriza por una expresión romántica y realista, con un profundo estudio del natural, buscando la mayor expresividad y viveza, a la vez que una elegancia destacada y sobria en el modelado, que significó una evolución artística de su tiempo. Su dominio técnico y su esmero llegó en algunos casos al preciosismo.
Reflejó su fuerte personalidad, caracterizada además por un don de gentes natural, y una generosidad que algunos han señalado “hasta el despilfarro”, y un entusiasmo por la vida y por el trabajo.
El Museo del Prado conserva dos obras importantes del escultor: por un lado, San Jerónimo penitente, bronce de 1844, obra con la que triunfó en París y que la propia Reina ordenó fundir al conocer su éxito: “Mandado fundir en bronce por S. M. la Reina Dª Isabel II”, lo que supuso un costo de 60.000 reales, y se concluyó, tal como informó el escultor al intendente general de la Real Casa y Patrimonio, el 30 de mayo de 1845. El yeso, al parecer deteriorado, se conservaba hace años en la Escuela de Bellas Artes de Valencia.
Y por otro, Isabel II, en mármol de Carrara que el autor fue a escoger in situ en 1852, un encargo de la Reina del 4 de noviembre de 1848 —que encargó el de su esposo al escultor Francisco Pérez del Valle—, retratada con traje de Corte y con la Orden de Carlos III, de cuerpo entero y tamaño mayor que el natural, un gran trabajo de cuidado detallismo que llega al preciosismo, incluyendo también el pedestal, que, por Real Orden de 5 de abril de 1856, pasó al Real Museo, colocándose en el vestíbulo del entonces Palacio de Archivos, Bibliotecas y Museos, estuvo unos años depositada en el Palacio Real, y hoy, de nuevo, está depositada en el vestíbulo de la Biblioteca Nacional de Madrid. Tuvo un accidente en la ejecución de la misma, pues cuando la estaba terminando en Madrid cayó y la escultura quedó sin busto. La Reina aceptó la obra con el busto rehecho “y sutilmente disimulado”. De esta escultura haría luego una versión en mármol en el vestíbulo del Congreso de los Diputados, institución que la encargó en 1850, aunque no se realizó hasta 1861, que se custodió también en la Biblioteca Nacional sede del Museo de Arte Moderno desde 1931, y no volvió al Congreso, como relata Herrero, hasta 1983, y otra versión en bronce, financiada por Manuel López Santaella, que se ubicó en la plaza de Isabel II. Esta obra, relata Salvador, tuvo muchos avatares, ya que inaugurada el 7 de octubre de 1850, en un pedestal que no parecía digno de la obra, fue retirada en 1851 al vestíbulo del Teatro Real. Llevada al Senado, en 1905 se colocó de nuevo en la plaza de Isabel II, donde fue destruida en los actos vandálicos de 1831 en que “la estatua fue arrastrada hasta la puerta del Sol, donde quedó hecha pedazos por los manifestantes”, y la obra que hoy preside la plaza es una réplica que ocupó su lugar en 1944, “alzándose esta vez sobre un severo pedestal pero más digno”. No tuvo éxito en su propuesta para el concurso del frontón del Congreso de los Diputados, que se le adjudicó a Ponzano, pero a cambio tuvo el encargo de la estatua de la Reina antes citado, que tanta fama le daría. Estos importantes encargos harían que el escultor recibiera otros muchos, especialmente retratos, dando pie a un trabajo intenso y fecundo, que también incluyó retratos de sus amigos.
El Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando conserva varios de sus bustos donados por legado testamentario a la corporación en 1872, como el retrato del poeta pacense Juan Meléndez Valdés en escayola, posiblemente un encargo póstumo de la familia del retratado, el expresivo retrato en barro cocido del pintor Eugenio Lucas, el analístico retrato del hombre de Estado Alejandro Mon, cuya obra definitiva en bronce se encuentra en el Ayuntamiento de Oviedo, los bustos en escayola del militar asturiano Evaristo San Miguel y del General Castaños, ambos conservados fundidos en hierro en el Museo del Ejército, y existe otro ejemplar en el Senado. También en la Academia se encuentran la excepcional cabeza del pintor Vicente López, al que tanto debía y admiraba, que legó a la Academia el hijo del retratado y entregó su nieto en 1874, además de la destacada cabeza en escayola de Pedro José Pidal, también legada testamentariamente y del que hay constancia en la Fábrica de Trubia de la fundición del busto en 1855-1856, la cabeza en mármol de vigorosa factura del pintor Bernardo López, legada por el retratado y entregada a la Academia por su hijo Vicente López. El Museo de Romanticismo de Madrid conserva una niña dormida, La infanta María Cristina, que sólo vivió tres días, obra identificada por Pardo, y realizada con un extremo realismo, en 1855. También el Museo del Ejército y el Senado conservan en Madrid, fundidos en bronce por la fábrica de Trubia, una serie de retratos: Francisco Javier Castaños, duque de Bailén, dos ejemplares en hierro en ambas instituciones del modelo de escayola de la Academia; Jose María Queipo de Llano, conde de Toreno, dos bronces en ambas instituciones y en mármol en el Congreso de los Diputados, además de otros dos en la Fábrica de Trubia y el Ayuntamiento de Oviedo; y en el Museo del Ejército Los generales Carlos y Leopoldo O’Donnell, García Loygrorri, Serrano, Espartero y su esposa la princesa de Vergara, así como Elorza, marqués del Duero, Daoíz, la infanta Luisa Fernanda, y Oms. De hecho, consta que en la serie de bustos que fundió la fábrica de Trubia entre 1846 y 1862, se realizaron dieciocho bustos diferentes de Piquer, la mayoría de los citados fundidos por Carlos Bertrand y cincelados por Carlos Delmez.
Existen reducciones a pequeño tamaño de varios de estos retratos en el Museo del Romanticismo de Madrid.
Enlazando en escasas ocasiones con el neoclasicismo, seguramente por sus viajes a Italia, realizó en 1855 el mausoleo de Espoz y Mina, para el que se inspiró en el Sepulcro de Alfieri hecho por Canova, en la iglesia de la Santa Croce, de Florencia. Por los mismos años, y con ocasión de la visita de la Reina a la ciudad de Barcelona, se colocó una escultura en yeso de Piquer que representaba a Fernando el Católico ecuestre, que posteriormente se debía fundir en los talleres de Valentín Esparó, y que, al parecer, se retiró años después debido a su deterioro. También son de su mano una estatua de Cristóbal Colón, de 1862, modelada en Roma, que se inauguró en la ciudad de Cárdenas en Cuba, y una serie de proyectos que no se llevaron a cabo. Realizó en Roma en mármol de Carrara, una estatua de Flora para la fuente del Plantío, denominada fuente de la Pérgola, en la Alameda de Valencia, encargo inspirado en la Flora Farnese y en una obra que se conserva en el Museo Victoria y Alberto de Londres, que sustituía a otro proyecto del mismo tema desestimado por la Comisión de Escultura de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, y suponía un reconocimiento, por parte del Ayuntamiento, de la importancia de uno de sus artistas más importantes. Desafortunadamente la obra sufrió el vandalismo y quedó decapitada, con deterioros en el brazo izquierdo y la mano derecha, como relata Santamaría, pero ha sido restaurada.
Dedicado también esporádicamente a la escultura religiosa, se ocupó de obras como San Juan Bautista y San Ignacio de Loyola para los altares laterales de la iglesia de Santa María de Tolosa, y de otros encargos religiosos. En sus últimos tiempos, en que una enfermedad apenas le permitía trabajar, restauró una réplica de La Magdalena de Pedro de Mena, que donó a la iglesia parroquial del barrio de Salamanca de Madrid.
Sentenach publicó una amplia relación de sus obras, algunas de ellas en Iberoamérica.
Siempre demostró un gran amor por el teatro, y llegó a contar con un recinto teatral en su domicilio, que decoró con gran ilusión. Se reflejó su carácter en quintillas, como las que recoge Marín-Medina escritas por Palacio y Rivera: “Notable como escultor / por lo grave y lo discreto, / hace a las artes honor; / y fuera un hombre completo / si no se metiera a actor”. Legó fondos a las Reales Academias de Bellas Artes y Española, para la creación de dos fundaciones. La de Bellas Artes subvencionaba a artistas españoles y a la Academia Española donó sus libros, y fondos para dotar un premio anual a la mejor obra dramática. La Academia de Bellas Artes, que también recibió sus modelos y estudios, le dedicó una medalla conmemorativa hacia 1908, y conserva el retrato del escultor, obra de Vicente López.
Obras de ~: La diosa de la locura guiando a D. Quijote y Sancho, y La aventura de los leones, bajorrelieves, monumento a Cervantes de Antonio Solá, Madrid; José María Queipo de Llano, bronce y hierro, Madrid, Oviedo, Trubia, 1835-1849; San Jerónimo penitente, Madrid, 1844; Juan Meléndez Valdés, Madrid; Vicente López, Madrid, c. 1845; Evaristo San Miguel, escayola y hierro, Madrid, c. 1850; Isabel II, mármol y bronce, Madrid, 1850; General Castaños, escayola y hierro, Madrid, c. 1855; Pedro José Pidal, Madrid, c. 1851; La Infanta María Cristina de Borbón, dormida, Madrid, 1855; Carlos y Leopoldo O’Donnell, García Loygrorri, Serrano, Espartero y su esposa la princesa de Vergara, así como Elorza, marqués del Duero, Daoíz, la infanta Luisa Fernanda, Oms, Madrid, c. 1855; Sepulcro del General Espoz y Mina, claustro de la Catedral de Pamplona, 1855; Flora, Valencia, 1864; Bernardo López, Madrid, c. 1865; Eugenio Lucas, Madrid, c. 1865; Retrato de Alejandro Mon, escayola en Madrid y bronce en Oviedo, c. 1865; San Juan Bautista y San Ignacio de Loyola, Tolosa.
Fuentes y bibl.: Archivo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, 121-1/5; Archivo General de Palacio, Personal, caja 834, exp. 24, Administrativa, Bellas Artes, leg. 41(2), exp. 86 y 89, y leg. 41(3), exp. 112 y 113; y Administrativa, Museo de Pintura y Escultura, leg. 460; Archivo de la Villa, sec. 4, leg. 100, n.º 113; Archivo del Museo del Prado, caja 1488, leg. 11.174, exp. 5; Archivo del Congreso de los Diputados, Gobierno interior, leg. 19 n.º 42, leg. 21 n.º 3 y n.º 34, leg. 99 n.º 60.
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Leticia Azcue Brea