Pavía y Lacy, Manuel. Marqués de Novaliches (I), conde de Santa Isabel (I), vizconde de Rabosal (I). Granada, 6.VII.1814 – Madrid, 22.X.1896. Militar.
Hijo de Tomás Pavía y Miralles, coronel de Infantería, y de Manuela Lacy y Burgunyo, siendo niño ingresó en el Ejército, como cadete de menor edad, el 26 de marzo de 1824, en el Regimiento de Infantería Reunión Murciana, del que pasó, en 1826, al Provincial de Murcia. Tras el aprendizaje de las primeras letras continuó sus estudios en los jesuitas de Valencia y a los doce años entró en el Real Colegio General Militar, establecido en Segovia, donde permaneció entre 1827 y 1831, fecha esta última en la cual ascendió a subteniente de Infantería. Unos meses después, en 1832, y por Real Orden de 25 de mayo de ese año, ingresó como alférez en la Guardia Real de Caballería, aunque pronto pasó al 4.º Regimiento de la Guardia Real de Infantería. A partir de entonces desarrolló una brillante carrera militar cuyo marco iba a ser, fundamentalmente, la Primera Guerra Carlista.
En ella combatió contra los partidarios de Don Carlos, en muy diversos escenarios, primero en Cervera de Pisuerga y, desde noviembre de 1833, en Vascongadas y Navarra, a las órdenes, sucesivamente, del conde de Armildes de Toledo, de Pedro Sarsfield, de Espartero, del barón de Meer —del cual fue ayudante de órdenes—, del marqués del Moncayo, de Rodil y de Luis Fernández de Córdova.
Sus méritos le valieron el grado de teniente coronel de Infantería, otorgado por Orden de 15 de diciembre de 1834 y unos meses después, el 28 de abril de 1835, el empleo de teniente de la Guardia Real de Infantería. En este año tomó parte en los principales hechos de armas de la guerra del Norte, el levantamiento del primer sitio de Bilbao y la Batalla de Mendigorría, obteniendo la Cruz de San Fernando de 1.ª Clase.
A partir de marzo de 1837 fue trasladado a Cataluña, donde continuó la campaña contra los carlistas hasta 1839, interviniendo en diversos combates en Solsona, Gra, Tornellas, San Feliú de Saserras, Suria y otros lugares. A partir de enero de 1840, y tras unos meses en situación de cuartel, pasó a formar parte del llamado Ejército del Centro, continuando la lucha contra los últimos bastiones del carlismo en Levante. Allí se destacó extraordinariamente, entre otras, en la acción de Novaliches, ocurrida el 22 de marzo de 1840 y por la cual acabó concediéndosele el marquesado del mismo nombre. Ascendido a mariscal de campo en julio de ese mismo año, se convirtió en uno de los generales más jóvenes del Ejército español.
Al acabar la guerra solicitó licencia para viajar al extranjero, recorriendo Bélgica, Holanda y Alemania.
Vuelto a España en agosto de 1841, se vio involucrado en la intentona de octubre a favor de María Cristina y hubo de emigrar a Francia, donde estuvo refugiado hasta que se produjo el levantamiento antiesparterista en julio de 1843. Como jefe de la división de reserva del Ejército de Valencia contribuyó a la caída del Regente, siendo nombrado, poco después, gobernador de Cádiz y comandante general de su provincia. La reina Isabel II le hizo gentilhombre de Cámara por Real Decreto de 1 de noviembre del mismo 1843. Antes de concluir ese año fue destinado a la Capitanía General de Cataluña, nuevamente a las órdenes del barón de Meer. Allí desempeñó el cargo de segundo cabo y gobernador de la plaza de Barcelona.
En lucha con los carlistas asistió al sitio y rendición del Castillo de Figueras, a comienzos de 1844 y, a los pocos días, el 18 de enero, fue nombrado capitán general de Navarra, pero la petición del barón de Meer para que continuase en tierras catalanas dejó sin efecto aquel nombramiento. En agosto de 1844 pasó a Madrid en situación de cuartel.
Junto a su brillante carrera militar y a los honores que la Corona le otorgara hasta entonces, habría que añadir el reconocimiento de sus méritos, en otros ámbitos, por instituciones como la Sociedad Económica de Amigos del País, de Barcelona, que le concedió el título de socio presidente el 7 de mayo de 1844, o la Facultad de Ciencias Médicas de Cádiz que le eligió protector. No se olvide que Novaliches no había sido ajeno a proyectos tales como la construcción del ferrocarril de Barcelona a Mataró o la creación de la Caja de Ahorros de Barcelona y que su apoyo para el establecimiento de la mencionada facultad en la capital gaditana, resultó decisiva.
En septiembre de 1844 fue nombrado, otra vez, capitán general de Navarra. Al frente de las fuerzas de aquella circunscripción contribuyó a someter la sublevación que tuvo por escenario los valles de Hecho y Ansó, haciendo lo mismo con la protagonizada por Zurbano en La Rioja. Atendiendo a los servicios prestados, fue ascendido a teniente general por Real Decreto de 29 de diciembre de 1844 y, en condición de tal, según los artículos 14.º y 15.º de la Constitución vigente, fue designado senador del Reino, por Real Orden de 15 de agosto de 1845; aunque, de momento, no pudiera desempeñar el cargo por continuar destinado en Pamplona, donde permaneció hasta agosto de 1846. Para entonces la situación en tierras lusitanas, con el peligro de que los españoles allí emigrados por motivos políticos, pudieran repasar la frontera, hizo que el gobierno llamara a Pavía a la Capitanía General de Castilla la Vieja, encomendándole, además, la jefatura del llamado Ejército de Observación de Portugal.
Al cabo de unos meses, el 28 de enero de 1847, con poco más de treinta y dos años, fue nombrado ministro de la Guerra, en un breve Gobierno presidido por el duque de Sotomayor. Sus pretensiones reformistas serían rechazadas por diversos sectores del moderantismo y por ello dimitió de su cargo, a menos de un mes de haber tomado posesión, reincorporándose al mando de Castilla la Vieja y de aquí, a comienzos de marzo del citado 1847, al de la Capitanía General de Cataluña, pues las partidas carlistas campaban en diversas zonas del principado. La campaña contra los partidarios del conde de Montemolín dio, al comienzo, tan buenos resultados que se logró la detención de los dos cabecillas más célebres del carlismo catalán: Tristany y Ros de Eroles, que fueron fusilados.
Pero ni aquella medida de fuerza, completada con otra de clemencia, a través de un amplio indulto para muchos de los sublevados, lograron apaciguar los ánimos. Por el contrario, la normativa fiscal introducida por José de Salamanca, ministro de Hacienda del gobierno de García Goyena, causó hondo malestar y atizó las revueltas. Pavía, opuesto a tales disposiciones, fue cesado de su cargo, el 1 de septiembre de 1847, volviendo a él a las pocas semanas, el 3 de noviembre, de la mano del nuevo Gabinete Narváez. En poco tiempo debilitó la insurrección; sin embargo, la retirada de algunas tropas y la agitación social y política que se vivía en Cataluña, al igual que en gran parte de Europa, en los primeros meses de 1848, dieron alas a nuevos conflictos que acabaron provocando la destitución de Pavía, por Real Orden de 4 de septiembre de ese año.
Vuelto a Madrid, en situación de cuartel, tuvo oportunidad de intervenir en la vida parlamentaria durante la legislatura de 1849-1850. Así, aprovechó la sesión de 8 de enero de 1849, en la cual se debatía en el Senado el proyecto de contestación al discurso de la Corona, no sólo para justificar su gestión al frente de la Capitanía General de Cataluña, sino para realizar también un profundo análisis de las causas de la situación y de las medidas que debían aplicarse para solucionar los problemas allí existentes.
Distanciado un tanto del duque de Valencia, permaneció en la Corte hasta que, por Real Orden de 18 de julio de 1850, en un gesto de castigo, el Gobierno que presidía aquél le destinó de cuartel a Canarias; pero esta disposición quedó en suspenso por otra Real Orden de 7 de agosto de 1850 que le autorizaba a establecerse en Cádiz, con residencia en Sanlúcar de Barrameda. De aquí, haciendo valer su carácter de senador, regresó a Madrid, en febrero de 1851, con motivo de la apertura de las Cortes.
En la singladura política que ahora encabezaba Bravo Murillo, tardó más de un año en obtener un nuevo destino militar pero, en marzo de 1852, fue nombrado comandante general del Real Sitio de Aranjuez durante la permanencia de SS. MM. los Reyes y tras este cargo se le confió, en mayo del mencionado 1852, la Dirección General de Infantería que mantuvo hasta septiembre de 1853, bajo los gobiernos que siguieron, presididos por Roncali y Lersundi.
La década moderada acometía su tramo final. El último de los gabinetes de aquella época, dirigido por el conde de San Luis, le nombró, por Real Decreto de 23 de septiembre de 1853, capitán general, gobernador y presidente de la Audiencia de las islas Filipinas, cargos a los que, un mes después, se unió el de superintendente de la Real Hacienda en el mismo territorio y, casi a la vez, todas las competencias en los diferentes campos de la gestión pública. Aunque Manuel Pavía y Lacy no dio muestras de excesivo entusiasmo por tener que trasladarse a los lejanos confines del Pacífico, tomó posesión el 18 de enero de 1854. Pero una vez allí, trató de aplicar sus principales ideas respecto a aquel archipiélago, las cuales había expuesto en una comunicación de 8 de noviembre de 1853. En síntesis, era urgente moralizar y hacer eficaz la Administración española en aquellos lugares sin demora. El 4 de abril de 1854, el jefe del resguardo de Nueva Écija, José Cuesta, se sublevó contra España asesinando a algunos españoles de la factoría de Gepán. La fulminante respuesta de Pavía acabó con la insurrección y sus promotores en menos de una semana. A poco la revolución en la Península, encabezada por O’Donnell y Espartero, daba un vuelco al panorama político en nuestro país, y en el subsiguiente baile de nombramientos y ceses, Pavía fue relevado de su cargo por Real Decreto de 2 de agosto de 1854, embarcando para la Península el 28 de octubre y llegando a Madrid en enero de 1855. Meses después, el 19 de septiembre, contrajo matrimonio, en El Escorial, con la condesa de Santa Isabel, marquesa viuda de Povar, y los años siguientes muestran al biografiado en situación de cuartel en Madrid, apartado en gran medida de la política.
Pasado el Bienio Progresista y los posteriores gobiernos de O’Donnell y Narváez, regresó al primer plano de la vida militar, en enero de 1858, aunque sólo fuera por unos meses, haciéndose cargo de la Dirección General de Infantería y en julio de la de Artillería, de la cual dimitió de inmediato. Mientras, el 17 de marzo de ese año, había sido designado consejero real con carácter extraordinario. Aunque no acabaron aquí las distinciones de que fue objeto, pues el 17 de abril de 1859, Su Majestad la Reina le reconoció como Grande de España por su matrimonio con la condesa de Santa Isabel. Algo después, el 3 de noviembre, fue nombrado general en jefe del Tercer Ejército y capitán general de Andalucía, Granada y Extremadura, hasta la disolución de aquella unidad en julio de 1860. Sin embargo, no todo marchaba favorablemente: durante aquel tiempo tuvo lugar la guerra en África y, a pesar de sus ofrecimientos, Pavía no consiguió que le confiaran el mando de ninguna de las fuerzas expedicionarias.
Nuevamente de cuartel en Madrid reanudó su vida política, convirtiéndose en un duro opositor a la política de O’Donnell en general, y, especialmente, a propósito de la expedición a México, llegando a ser uno de los más acerbos censores de la actuación de Prim en aquellas tierras. En sus discursos de 10 de junio y 15 y 16 de diciembre de 1862, ante la Cámara Alta, condenó duramente cuanto se había hecho. Opuesto a la Convención de Londres y a la retirada de las tropas españolas, criticó el nombramiento del conde de Reus como general en jefe y plenipotenciario, por sus relaciones familiares en México, a la vez que se mostraba partidario de haber avanzado hasta la capital azteca. Comparó el equivocado comportamiento de las tropas españolas, a su juicio, con el que había tenido en 1848 el general americano Scott. No menos inflexible se manifestó contra la anexión de Santo Domingo y una vez producida ésta, a la vista del conflicto que vendría a continuación, se pronunció a favor de mantenerse firme e incluso se ofreció para mandar las tropas en tierras dominicanas.
Dada su actitud de rechazo a la política de la Unión Liberal y, en particular, a la figura del duque de Tetuán, nada tiene de extraño que desde julio de 1860 hasta abril de 1863 no ejerciera cargo militar alguno.
Sólo con la llegada al poder del marqués de Miraflores volvió a ser nombrado comandante general del Real Sitio de Aranjuez, primero, y de San Ildefonso después, recibiendo la misma distinción, en 1864, tras unos meses de cuartel, durante los breves gobiernos de Arrazola y Mon.
Cuando Narváez alcanzó la presidencia del Consejo de Ministros, en septiembre de 1864, le encargó la Dirección General de Artillería, de la cual dimitió en diciembre, alegando motivos de salud. Con el duque de Valencia y el de Tetuán sucediéndose en el poder, Pavía volvió al ostracismo profesional, del que sólo le sacarían los sucesos de 1866, cuando al producirse la sublevación del 22 de junio, se presentó al Gobierno para combatir aquella intentona revolucionaria.
Su destacada intervención le valió el fugaz nombramiento de capitán general, interino, de Castilla la Nueva, de 10 a 11 de julio de aquel año, y la Gran Cruz del Mérito Militar. Pero, mucho más importante, el 13 de julio de 1866, la Reina le otorgó un cargo de la máxima confianza al convertirle en mayordomo y caballerizo mayor del príncipe de Asturias, el futuro Alfonso XII, situación en la que permaneció los dos años siguientes.
Desaparecidos O’Donnell y Narváez, el Gobierno González Bravo le nombró capitán general de Cataluña y le ascendió a capitán general del Ejército por Reales Decretos de 23 y 24 de abril de 1868. El temor a la revolución crecía sin pausa y Pavía, junto con Cheste y los Gutiérrez de la Concha, José y Manuel, se había convertido en uno de los principales apoyos de Isabel II. El 7 de agosto de 1868 cesó en su cargo en Cataluña y fue nombrado capitán general de Castilla la Nueva.
La noticia de la Revolución, iniciada en Cádiz por Prim y Topete, le sorprendió en los baños de Ledesma (Salamanca) y rápidamente acudió a Madrid, donde el último Gobierno de la Reina, con el marqués de La Habana al frente, nombró a Pavía general en jefe de los distritos de Andalucía, Granada y Extremadura. A la cabeza de las tropas fieles a Isabel II fue batido en la batalla del puente de Alcolea, el 28 de septiembre de 1868. Herido gravemente en la mandíbula, se retiró hacia la capital, pero al llegar a Pinto hubo de permanecer allí varias semanas, hasta que estuvo lo bastante restablecido para trasladarse a su casa de Madrid, el 20 de diciembre de 1868.
Tras aquella batalla vivió Novaliches, seguramente, los años más duros de su existencia. Desde entonces, a lo largo de 1869 y 1870, residió en diversos puntos, principalmente en Ávila, atendiendo al restablecimiento de su salud. Instaurada la Monarquía de Saboya, se negó a prestar juramento de obediencia y fidelidad al nuevo rey Amadeo I, por lo que fue arrestado y sometido a un Consejo de Guerra, celebrado en Valladolid el 5 de mayo de 1871, que le condenó a causar baja en el Ejército. En esa situación estuvo hasta que por el Decreto de 16 de febrero de 1873, que suprimía la obligación de aquel juramento, pudo ser dado de alta en el Estado Mayor General del Ejército, con el empleo de capitán general, sin desempeñar cargo alguno en los años posteriores.
La restauración alfonsina cambió de nuevo el signo de la vida pública de Manuel Pavía y Lacy. Acudió a Valencia para recibir al joven Rey, el 8 de enero de 1875, e hizo su entrada con él en Madrid, unos días más tarde. Volvió entonces a residir en la capital y se reincorporó, aunque fuera poco más que testimonialmente, a la vida parlamentaria, logrando plaza de senador, por Soria, en las elecciones del 2 de febrero de 1876, cargo que, a partir de abril de 1877, le fue reconocido por derecho propio. Pero las secuelas de su herida en la boca le afectaron sensiblemente su capacidad para hablar y habría que esperar a junio de 1884 para encontrarse con otro de sus discursos importantes en la Cámara. Nombrado presidente de la Caja de Inútiles y Huérfanos de Guerra por Real Decreto de 19 de marzo de 1876, dedicó a este cargo y al de jefe de Palacio, mayordomo y caballerizo mayor de Su Majestad la reina Isabel II, por el tiempo que necesitara sus servicios, la mayor parte de su actividad pública.
En su trayectoria política, militar y social obtuvo varios títulos nobiliarios (marqués de Novaliches, conde de Santa Isabel, vizconde de Rabosal) y numerosas condecoraciones, entre ellas y además de las ya citadas, el Toisón de Oro, la Gran Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo; la de Carlos III; la Americana de Isabel la Católica; la de la Purísima Concepción de Villaviciosa y San Benito de Avis; insignias de Nishán Iftifar y el grado de Gran Oficial de la Legión de Honor. Hasta el día de su muerte se mantuvo tan fiel a sus principios liberales, conservadores y católicos como a su reina Isabel II.
Obras de ~: Memorias sobre la guerra de Cataluña en 1847 y 1848, Madrid, González, 1851; Cartilla de uniformidad o recopilación de las disposiciones vigentes sobre el importe, descripción de las prendas de vestuario y equipo de la Infantería, Madrid, J. Martín Alegría, 1852; Petición que hallándose confinado en Sanlúcar de Barrameda, elevó al Senado por el conducto de reglamento, el teniente general ~, el 21 de noviembre de 1850, Madrid, Imprenta de Vapor, ¿1853?; Discursos pronunciados en el Senado por el Marqués de Novaliches apoyando una proposición en la que podía pasarse a una Comisión el convenio celebrado en Madrid con el Emperador de Marruecos, Madrid, Manuel Minuesa, 1861; Documentos parlamentarios: discursos que el senador ~, pronunció en la alta Cámara los días 6 de junio y 27, 29 y 30 de diciembre de 1864, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de Fuentenebro, 1885.
Bibl.: Noticias biográficas del Excmo. Sr. D. Manuel Pavía y Lacy, Madrid, 1849 (Separata de Teatro de la Guerra de Cataluña, 1924); Biografía del Excmo. Señor D. Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches, Conde de Santa Isabel con grandeza de España, Vizconde de Rabosal [...], Madrid, Imprenta Manuel Minuesa, 1861; Biografía del Sr. D. Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches [...], publicada en 1861 y continuada hasta el día por otro autor, Madrid, Imprenta a cargo de Montero, 1868; C. Ximénez de Sandoval, Defensa leída ante el Consejo de Guerra celebrado en Valladolid el día 5 de mayo de 1871 para ver la causa instruida al Señor Don Manuel Pavía y Lacy por haber manifestado que su conciencia no le permitía prestar juramento a Don Amadeo I de Saboya, Madrid, Imprenta T. Fortanet, 1871; Biografía del Excmo. Señor D. Manuel Pavía y Lacy, marqués de Novaliches [...], publicada en 1861, continuada hasta 1867 y aumentada hasta el año 1875 por diversos autores [...], Madrid, Imprenta a cargo de Montero, 1875; Caja de Inútiles y Huérfanos de la Guerra de la Península, Consejo de Administración de la Caja de Inútiles y Huérfanos de la Guerra de la Península, del que es presidente el [...] Capitán General Don Manuel Pavía y Lacy, Marqués de Novaliches. Cantidades que ha abonado este Consejo a los inútiles, padres de fallecidos, viudas, huérfanos [...] hasta fin de diciembre de 1885, Madrid, Imprenta Nacional, 1886; VV. AA., AZ Cuatro: diccionario enciclopédico ilustrado, Barcelona, Algar, 1988; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998; C. L. Pavía Molina, Novaliches, Madrid [1999]; J. Torres de la Arencibia, Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid, E y P Libros Antiguos, 2001.
Emilio de Diego García