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Ángel María de Carvajal y Fernández de Córdoba

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Biografía

Carvajal Fernández de Córdoba, Ángel. Mar­qués de Sardoal, Duque de Abrantes (X). Granada, 23.XII.1841 – Madrid, 4.I.1898. Político.

Pertenecía a una de las familias más destacadas de la aristocracia española. Recibió de su padre el marque­sado de Sardoal que llevaba aparejada la condición de grande de España de primera clase y, en 1890, el ducado de Abrantes. No obstante, su figura repre­sentó un ejemplo de persona que, sin negar su condi­ción social, intentó adaptarse a las nuevas realidades sociales y políticas. Cursó la carrera de Derecho, lo que ya de por sí era una excepción dentro de una aris­tocracia desdeñosa hacia los estudios universitarios, además de implicar una apuesta personal por lograr el éxito a través de los propios méritos frente a los pri­vilegios heredados por nacimiento. En su juventud ya aparecen dos características que marcarán su vida: una desmedida afición al juego, que le llevó a perder grandes sumas de dinero y facilitó a sus numerosos enemigos políticos un arma contra él, y una temprana participación en las luchas políticas, siempre en las filas del liberalismo más avanzado, en contraste tam­bién con su padre, una destacada figura del Partido Moderado.

Fue uno de los promotores de la protesta de los es­tudiantes conocida como la “Noche de San Daniel”, que en 1865 provocó la destitución de Narváez al frente del Gobierno. Pasó a formar parte de la Unión Liberal y fue elegido diputado por Cáceres en 1867. Durante el Sexenio Democrático militó en el Partido Radical encabezado por Ruiz Zorrilla. Defendió la candidatura de Amadeo de Saboya al trono de Es­paña como medio de establecer una monarquía de­mocrática y, como una parte de esta idea general, no dudó en enfrentarse con gran parte de la aristocracia que consideraba una ofensa la política iniciada por el nuevo Rey de conceder títulos nobiliarios a personas procedentes de las clases medias. Fue alcalde de Ma­drid entre el 1 de febrero y el 23 septiembre de 1872. En este cargo intentó solucionar el problema crónico de la deuda municipal. El cargo de alcalde iba acom­pañado del mando de la Milicia Nacional, a la que intentó reorganizar a fin de convertirla en un cuerpo armado capaz de garantizar el orden; sin embargo, no dudó en utilizarla al servicio de los intereses de su partido y llegó a amenazar a Amadeo I con una su­blevación de este cuerpo si no destituía al Gobierno presidido por Sagasta. Una vez proclamada la Primera República, intentó evitar que los batallones monár­quicos de la Milicia fueran desarmados, para lo que concentró a sus efectivos en la plaza de toros de la ca­pital, aunque el desarme pudo llevarse a cabo sin inci­dentes. Volvió a ocupar el cargo en 1874, nombrado por una Junta de Notables tras el golpe de Estado de Pavía, y durante esta etapa se aprobó el Reglamento General de Beneficencia y el de la Casa de Socorro.

Al producirse la Restauración borbónica acató la figura del nuevo Rey, pero también se mantuvo fiel a la figura de Amadeo I hasta el punto de llevar una protesta al Senado por la prohibición de funerales por la esposa de éste, fallecida en 1880. Logró acce­der al Parlamento ya en las primeras Cortes de Al­fonso XII (1876) y fue elegido de forma sucesiva por distintas provincias hasta su muerte. Sus intervencio­nes parlamentarias se caracterizaron por su dura opo­sición a los gobiernos de Cánovas por la corrupción electoral y las limitaciones impuestas en la práctica a los derechos de los ciudadanos, que negaban cual­quier pretensión de liberalismo al sistema político creado por aquél. Esas intervenciones le definieron como un hábil polemista, ya que, apoyándose en su erudición y una notable corrección formal, lanzaba duros ataques a sus oponentes hasta llegar a cuestio­nes personales, lo que estuvo a punto de ocasionarle graves problemas. Su enemistad personal con Fran­cisco Romero Robledo le llevó a batirse dos veces en duelo antes de la Revolución de 1868, y otros incidentes parlamentarios estuvieron a punto de re­solverse por la misma vía. Tras su ruptura con el Partido Radical, que no le aceptaba como represen­tante, ingresó en el Partido Liberal y fue ministro de Fomento en el Gobierno presidido por José Posada Herrera entre octubre de 1883 y enero de 1884. En 1886 fue elegido presidente de la Diputación Pro­vincial de Madrid.

 

Obras de ~: El Capricho (teatro), s. l., 1864.

 

Bibl: M. Bautista, Los diputados pintados por sus hechos, Ma­drid, Labajos, 1869; A. Linares Rivas, La primera cámara de la Restauración. Retratos y semblanzas, Madrid, Est. Tipográ­fico de J. C. Conde y Compañía, 1878; P. E. Tebar y J. de Olmedo, Las Segundas Cortes de la Restauración, Madrid, Im­prenta de Manuel G. Hernández, 1879; A. M. Segovia, Figu­ras y figurones, Madrid, Imprenta Enrique Jaramillo, F. Cano y D. de Val, 1882; M. Sánchez Ortiz y F. Berástegui, Las primeras cámaras de la Regencia, Madrid, Manuel Tello, 1886; A. del Río, Varas y bastones de la Villa y Corte. Historia y anéc­dotas de los alcaldes de Madrid, Madrid, Temas de Hoy, 1994; P. Carasa, Elites castellanas de la Restauración, Salamanca, Junta de Castilla y León, 1997; J. M. Alzola, Juan de Quesada, Madrid, Gráficas Loureiro, 1997; J. Vilches, Progreso y libertad. El partido progresista en la revolución liberal española, Madrid, Alianza, 2001.

 

Juan Antonio Cano García

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