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Estanislao de Urquijo Landaluce

Biografía

Urquijo Landaluce, Estanislao de. Marqués de Urquijo (I). Murga (Álava), 7.V.1816 – Madrid, 30.IV.1889. Banquero.

Nació en el seno de una familia numerosa de origen campesino en un pueblo escondido en el noroeste de Álava. Con trece años sus padres lo enviaron a Madrid, a la casa de su tío Antonio Landaluce. Este adolescente aprendió el oficio de vender telas en el mostrador de una tienda situada en la calle Toledo, que era propiedad de su cuñado Martín Francisco Erice, casado con su hermana Cecilia. Tanto su cuñado como su tío, que eran agentes de cambio y bolsa, descubrieron un joven con talento y le enseñaron a moverse en la Bolsa de Madrid.

En 1835 pasó a ser empleado del representante de los Rothschild en Madrid, Daniel Weisweiller. Con el paso del tiempo, el banquero judío confió plenamente en su sagacidad, hasta tal punto que delegaba en él durante sus ausencias. Entre otras cosas, aprendió de esta casa de crédito renombrada que el dinero no tenía color político, sirviendo con su caudal a cualquier partido o causa necesitada de apoyo financiero. Paulatinamente, ganó experiencia en la bolsa y en la práctica de los préstamos. Una vez adquirido el saber hacer de un poderoso clan financiero, y ampliadas las relaciones con otros clientes, decidió independizarse. En el primer lustro de la década de 1840 cobró relieve como agente de cambio y bolsa. Así pues, comenzó a gozar del prestigio de un hombre de confianza en el mundo de los negocios. En 1848 se produjo un punto de inflexión en su vida: una crisis financiera tambaleó negocios inmersos en especulaciones arriesgadas y en la creación de sociedades anónimas de poca entidad. Salió de esta difícil coyuntura como uno de los pocos supervivientes. A partir de este momento, prestó dinero a una clientela en progresivo crecimiento, invirtiendo en viviendas y negocios. En las postrimerías de la década de 1840, aumentaron su caudal y su aureola de pujante agente de cambio y bolsa.

En la década de 1950, se dedicó fundamentalmente a operaciones de banca. De este modo postergó la actividad en la Bolsa de Madrid, que abandonó tras el nombramiento de consejero del Banco de España en 1855. Con otros banqueros (su maestro y amigo Weisweiller, Pereire, Prost, Kervegen, etc.) presionó ante el gobierno de cara a la regulación de las sociedades de crédito, que quedó fijada mediante la ley de bancos de emisión (18 de enero de 1856). Ésta y otras leyes le permitieron promover actividades por cuenta propia. En 1856 se fundó la Sociedad Española Mercantil e Industrial, dependiente de los Rothschild. Participó como socio fundador y consejero en esta sociedad de crédito, que facilitó fondos y prestó servicios de caja en la construcción del ferrocarril Madrid- Zaragoza-Alicante. Cuando desapareció la Sociedad Española Mercantil e Industrial, en 1868, mantuvo parte considerable de los depósitos bancarios de esta compañía. En la década de 1870 depositó sus acciones en la sociedad de crédito de su sobrino “Urquijo y Arenzana” y a mediados de la década de 1880 mantenía cien acciones. Por otra parte, en 1856 fue nombrado tesorero de la Real Congregación de la iglesia de San Ignacio en Madrid con la misión de socorrer a los pobres de origen vasco. De la mano de su tío Antonio Landaluce había acudido a este lugar de oración y encuentro de los vascos residentes en la capital. Aquí entabló amistad con comerciantes, políticos y personajes importantes.

En las décadas de 1860 y 1870, aristócratas con problemas financieros acudieron en busca de dinero y asesoramiento. Fue etiquetado como el “banquero del marqués de Salamanca”. Le concedió créditos a corto plazo con los que financió líneas de ferrocarril en España y en el exterior, obras variadas y proyectos inmobiliarios. El marqués de Salamanca terminó endeudado por las inversiones en una compañía dedicada a la venta y explotación de inmuebles en una extensión de casi cien hectáreas situada cerca de la puerta de Alcalá. Tras la quiebra producida en 1875, el primer marqués de Urquijo adquirió varias propiedades en las calles Serrano, Claudio Coello, Lagasca, Jorge Juan y Goya. Otro noble arruinado que buscó crédito fue el duque de Osuna, al que adelantó fuertes sumas para hacer frente al empréstito de 1863 —conocido como “empréstito de Urquijo”—, aunque ya era demasiado tarde tras haber dilapidado una de las mayores fortunas de España. Por otro lado, más de un millón de pesetas prestó al duque de Sesto, que había abierto una cuenta en París para sufragar los gastos de la causa alfonsina y concretamente financió el golpe de Martínez Campos en Sagunto (29 de diciembre de 1874). También concedió un préstamo al conde de Peñaflorida, noble terrateniente, que había perdido un tercio del patrimonio. Así las cosas, mientras miembros selectos de la nobleza titulada perdían su riqueza, un burgués de origen vasco asentado en la capital prestaba dinero e invertía en negocios inmobiliarios beneficiándose de los trasvases de patrimonios nobiliarios. En otro nivel estuvieron los políticos a los que concedía ayudas monetarias, como un crédito de 100.000 pesetas a su amigo Emilio Castelar, al ministro Moret y al senador Marfori. Además de los préstamos a personajes de la alta sociedad, también ofreció sus servicios a vecinos de Madrid que compraban fincas con el tipo de interés del 6 por ciento. De otra parte, a principios de la década de 1860 había comprado unos censos del alumbrado público madrileño, que estaban necesitados de un buen gestor que hiciese frente a los atrasos; concedió un préstamo a la corporación municipal al 9 por ciento, que superó el millón de pesetas en la década de 1880.

En 1867 fue nombrado padre de provincia, cargo consultivo reservado a grandes personalidades de la vida alavesa. Este nombramiento estaba relacionado con su intervención en la compra de deuda pública por parte de la corporación provincial. En 1868 fue elegido comisionado en Corte por las Juntas Generales de Álava; el 20 de noviembre de 1870, éstas le eligieron diputado general, es decir, la primera autoridad de la provincia y piedra angular del régimen foral. El 4 de septiembre de 1876 pronunció unas palabras como diputado saliente en las Juntas Generales acerca de la reciente ley de 21 de julio, que ponía en cuarentena el régimen foral y era considerada —según su propia expresión— “la pérdida de nuestras libertades”. Así pues, de un origen humilde y campesino llegó a ser el máximo contribuyente rústico de Álava y el político más representativo en el primer lustro de la década de 1870. La ocupación de altos cargos políticos en su provincia natal había sido superada con la concesión del marquesado por parte del rey Amadeo de Saboya el 18 de febrero de 1871. Fue una especie de pago a la concesión de empréstitos a la Hacienda Pública. En 1873, durante la Primera República, el marqués consiguió setenta y cinco millones de pesetas en una operación de anticipo al Tesoro, que fue concedida por la sociedad de crédito de su sobrino “Urquijo y Arenzana”; el presidente Castelar ofreció a su viejo amigo ocupar la vicepresidencia de la Junta Provincial de Beneficencia de Madrid y éste aceptó. Bajo la Monarquía de Alfonso XII, en 1881 fue requerido para ayudar al ministro de Hacienda Juan Francisco Camacho en una serie de proyectos de reformas con vistas a la disminución del endeudamiento del Tesoro, la unificación de los créditos frente al Estado y la conversión de la deuda. En este último aspecto Urquijo, en calidad de tenedor de deuda, colaboró a conciencia, actuando de intermediario entre el ministerio y dos de los tres comités creados para tal fin: dirigió el de Bilbao, participó en el de Madrid y dejó hacer al de Barcelona. El resultado de este trabajo fue tomar unas medidas contra el crecimiento del déficit presupuestario en los años anteriores, que incluso se había triplicado, centradas en consolidar la deuda del Tesoro en deuda del Estado, llevando a buen puerto la conversión de la deuda del Estado mediante la creación de un nuevo tipo de deuda al 4 por ciento en vez del 3 por ciento. Finalmente redujo el endeudamiento a casi la mitad, comenzando un período de tranquilidad en cuanto al problema de la deuda. De esta manera, se salió de la crítica situación tras la última Guerra Carlista cuando la deuda pública se había incrementado en un 20 por ciento aproximadamente. De los pocos cargos políticos que aceptó (en su etapa de plenitud había rechazado la cartera de Hacienda ofrecida por Narváez y después por Prim) fue el de alcalde de Madrid en 1883 y senador por la provincia castellana de Ávila (1886-1889). Durante la breve gestión municipal de apenas seis meses (a partir del 11 de marzo de 1883 hasta finales de año) cabe destacar los primeros pasos del parque del Oeste, que fue costeado posteriormente por sus donativos.

Enriquecido y soltero, llamó a su sobrino Juan Manuel Urquijo Urrutia (Murga, 12 de diciembre de 1843-Madrid, 27 de enero de 1914) y se esmeró en transmitir sus conocimientos. Cuando cumplió veintiséis años comenzó su etapa de agente de cambios; al año siguiente, en 1870, su sobrino abrió una sociedad de crédito familiar, que promovió iniciativas industriales. En varios de los últimos negocios permaneció al lado de su sucesor y paulatinamente fue cediendo protagonismo. En la década de 1870 el primer marqués había comprado dos mil quinientas acciones en negocios relacionados con el tabaco. En 1887 suscribió acciones en la recién constituida Compañía Arrendataria de Tabacos con sede social en Madrid y presidida por Juan Francisco Camacho. “Urquijo y Compañía” participó con seis millones de pesetas —una cantidad tan sólo igualada por Bauer— en esta compañía con un capital de sesenta millones distribuidos en ocho partes. Su experiencia fue requerida para poner en funcionamiento dos bancos inspirados en el modelo francés de entidades especializadas en prestar dinero al Estado y negociar la deuda pública. La primera se llamó el Banco de Castilla, fundado en 1871, con el objeto de emitir obligaciones hipotecarias y prestar dinero a instituciones y particulares. Una de las primeras acciones de esta entidad fue intervenir en la negociación de un empréstito hecho al gobierno por parte del Banco de París y de los Países Bajos y difundir billetes hipotecarios con la garantía de títulos públicos. La misma entente hispano-francesa fundó el Banco Hipotecario de España un año más tarde (Ley de 2 de diciembre de 1872) con un capital social de cincuenta millones de pesetas, con el objeto de emitir cédulas hipotecarias al portador a largo y a corto plazo, y prioritariamente con la idea de dar crédito al Estado. Este banco pretendió la mejora de la propiedad inmueble y la agricultura, y ofrecer un lugar seguro para el capital. El primer marqués participó en la fundación y suscribió acciones: en 1876 adquirió doscientas acciones y al final de su vida tenía algo más de cuatro mil acciones. Sin embargo, no todo lo que tocaba se convertía en oro. En 1881 el Banco de Castilla, con Jaime Girona y Estanislao Urquijo al frente, fundaron el Crédito General de Ferrocarriles con el objetivo de potenciar financieramente el transporte ferroviario. Las actividades arriesgadas en algunas obras de ferrocarriles, en terrenos y en bolsas extranjeras desembocaron en la liquidación de 1891. En 1872 participó en la constitución del Banco General de Madrid con un capital de doce millones de pesetas y con la misión de facilitar la canalización del Duero, en el que estaba comprometido el primer marqués a través de una sociedad. También el Banco de Madrid fue liquidado tras diez años de andadura. En 1882 nació Altos Hornos de Bilbao con sede social en la capital vizcaína y un capital de doce millones y medio de pesetas, como consecuencia de la unión de las siderurgias propiedad de los Ibarra y los Zubiría. Estos empresarios vascos buscaron capital en los Girona y en el marqués de Urquijo, que tenía casi mil cien acciones menos que su sobrino, que ocupaba el tercer lugar en el accionariado con mil setecientas acciones. En la década de 1880, gracias a las innovaciones técnicas y la entrada de capital se elevaron la producción y las exportaciones. En estrecha relación estuvieron los ferrocarriles, que daban salida a la producción siderúrgica. En 1884 se creó la Compañía del Ferrocarril de Bilbao a Portugalete con un capital de dos millones, en la que tenía setenta y cinco acciones; mientras que en la Compañía del Ferrocarril Amorebieta-Guernica tenía cincuenta.

De su carácter sobresalió la generosidad, tal como se deduce de la lectura del testamento. Concedió fuertes sumas para la construcción y dotación de las escuelas alavesas y madrileñas; dio ayudas a los maestros en activo y a los jubilados y subvenciones administradas por la junta provincial de instrucción pública de Álava. Fundó asilos y hospitales. Financió la mejora y la construcción de iglesias. Concedió ayudas a campesinos y premios a estudiantes. Católico, amante de su tierra y de la ciudad que le vio crecer, dada su profunda religiosidad, pidió que se celebrasen veinte mil misas por su alma. Con todo merecimiento fue condecorado con la Gran Cruz de Isabel la Católica por la fundación de escuelas públicas en Madrid y Álava.

En el testamento nombró herederos a sus sobrinos Juan Manuel Urquijo y Matilde Erice Urquijo (casada con el joven arquitecto madrileño Francisco Cubas). El marqués murió soltero y millonario en el n.º 22 de la madrileña calle de Montera, el 30 de abril de 1889. El féretro fue conducido al cementerio de San Justo por el conde de Torranaz, el duque de Abrantes, el duque de la Victoria y el marqués de Novaliches. El primer marqués tuvo el mérito incuestionable de hacer un rico patrimonio de la nada, que poco antes de morir rondaba los cincuenta millones de pesetas, figurando entre los hombres más acaudalados de España. Por consiguiente, se le podría describir como un conspicuo banquero, que logró una fortuna gracias a los ventajosos préstamos concedidos a gobiernos, instituciones y particulares y a la inversión en negocios de diverso tipo. Entre las razones de su exitosa actividad no se puede olvidar el aprendizaje y la experiencia a la sombra de los Rothschild, la prudencia y la confianza mostradas en sus negocios, y el cultivo de las relaciones sociales con las elites política y financiera.

 

Bibl.: R. Ortiz de Zárate, El Excmo. Sr. D. Estanislao de Urquijo, Vitoria, Manteli, 1871; M. Sánchez y F. Berástegui, Las primeras Cámaras de la Regencia, Madrid, Rubiños, 1887; E. Castelar, El marqués de Urquijo, Vitoria, Herrán, 1889; Latiorro, “Galería de Hombres ilustres: M. Iradier y E. Urquijo”, en Vida Vasca, 47 (1970), págs. 37-39; A. Urquijo, Cuando empuñamos las armas, Madrid, Moneda y Crédito, 1973; A. Bahamonde y J. Toro, Burguesía, especulación y cuestión social en el Madrid del siglo XIX, Madrid, Siglo XXI, 1978; P. Tedde de Lorca, “Los ferrocarriles en España durante la segunda mitad del siglo XIX”, en A. Otazu (ed.), Dinero y Crédito, Madrid, Benzal, 1978, págs. 459-464; J. I. Homobono, “Estancamiento y atraso de la economía alavesa en el siglo XIX”, en Boletín de la Institución Sancho el Sabio, 24 (1980), págs. 233-334; P. Tedde de Lorca, Madrid y el capital financiero en el siglo XIX, Madrid, I. E. M. y Ayuntamiento de Madrid, 1981; A. Otazu, Los Rothschild y sus socios en España (1820-1850), Madrid, O.Hs. Ediciones, 1987; J. R. García López, “Banqueros y comerciantes banqueros”, en Moneda y Crédito, 175 (1985), págs. 59-86; J. A. Lacomba y G. Ruiz, Una historia del Banco Hipotecario de España (1872-1986), Madrid, Alianza-Banco Hipotecario, 1990; A. Bahamonde, “La vieja nobleza y el mundo de los negocios: las causas de un alejamiento”, en J. L. García Delgado (ed.), España entre dos siglos (1875-1931). Continuidad y cambio, Madrid, Siglo XXI, 1991, págs. 23-34; P. Sanz, “Los senadores alaveses (1870- 1923). Notas para su estudio”, en Sancho el Sabio, 1 (1991), págs. 251-265; El ferrocarril Anglo-Vasco y la Restauración en Álava, 1880-1931, Vitoria, Diputación, 1992; El cacique y los políticos, Vitoria, Diputación, 1992; A. Fernández (dir.), Historia de Madrid, Madrid, Complutense, 1993; F. J. Montón, “La creación de un cacicazgo: el primer marqués de Urquijo y su relación con Alava (1816-1889)”, en Historia Contemporánea (HC), 10 (1993), págs. 181-199; J. R. García López, “El sistema bancario español en el siglo XIX”, en J. Hernández Andreu y J. L. García Ruiz (comp.), Lecturas de Historia empresarial, Madrid, Civitas, 1994, págs. 377-400; J. R. García López, “Las sociedades colectivas y comandatarias en la dinámica empresarial del siglo XIX”, en Revista de Historia Económica (RHE), (1994), págs. 175-184; P. Tedde de Lorca, “Cambio institucional y cambio económico en la España del siglo XIX”, en RHE (1994), págs. 525-539; “La banca privada en España (1830-1930)”, en G. Núñez y L. Segreto (eds.), Introducción a la Historia de la Empresa en España, Madrid, Abacus, 1994; O. Díaz, En los orígenes de la autonómía vasca: la situación política y económico-administrativa de la Diputación de Álava (1876-1900), Bilbao, I.V.A.P., 1995; “Vitoria y su entorno político: un caso de gerrymandering (1876-1923)”, en Cuadernos de Sección de Geografía e Historia Eusko Ikaskuntza, 23 (1995), págs. 195-206; J. Anadón, “El Senado en la época de Alfonso XII: una aproximación prosopográfica”, en HC, 13-14 (1996), págs. 135-148; H. Lottman, Los Rothschild. Historia de una dinastía, Barcelona, Tusquets, 1996; P. Tedde de Lorca, “Estructura y rentabilidad de las empresas financieras en España, 1874-1975”, en F. Comín y P. Martín Aceña (ed.), La Empresa en la Historia de España, Madrid, Civitas, 1996, págs. 325-345; J. C. Rueda, “Préstamo y finanzas durante la segunda mitad del siglo XIX: una aproximación a la figura de los Urquijo”, en HC, 13-14 (1996), págs. 297-322; O. Díaz Hernández, “Irurac Bat: las conferencias políticas de las diputaciones vascas durante la Restauración (1874-1923)”, en Boletín de la Real Sociedad Bascongada, 53 (1997), págs. 519- 568; “Los primeros marqueses de Urquijo y Llodio”, en Bai, 18 (1997), págs. 1-26; Los Marqueses de Urquijo. El apogeo de una saga poderosa y los inicios del Banco Urquijo (1870-1931), Pamplona, Eunsa, 1998; M. Cabrera y F. del Rey, El poder de los empresarios. Política e intereses económicos en la España contemporánea (1875-2000), Madrid, Taurus, 2002; O. Díaz Hernández, “Estanislao Urquijo Landaluce y Juan Manuel Urquijo Urrutia” en E. Torres (dir), Cien empresarios madrileños, LID, Madrid, 2017, págs. 164-171.

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Onésimo Díaz Hernández

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