Pavía y Rodríguez de Alburquerque, Manuel María. Cádiz, 2.VIII.1827 – Madrid, 4.I.1895. Militar.
Hijo de José Pavía y de Carlota Rodríguez de Alburquerque, ingresó en el Ejército, como cadete, en el Colegio de Artillería de Segovia, el 18 de febrero de 1841, cursando estudios en dicho centro hasta el 18 de diciembre de 1844, fecha en la cual, con el grado de subteniente, pasó a la Academia de Aplicación de Artillería, donde ascendió a teniente, al completar su preparación, el 6 de agosto de 1846.
Destinado al 5.º Regimiento de Artillería a pie, de guarnición en Segovia, permaneció la mayor parte de los años inmediatos en la ciudad del acueducto, con breves intervalos en los que fue destacado a lugares como Santoña, de octubre de 1846 a enero de 1847, y Madrid, de junio de ese año al mismo mes del siguiente. En este tiempo vivió en la Corte los “sucesos revolucionarios” de 26 de marzo y 7 de mayo de 1848. Su intervención para atajar la revuelta, en la primera de estas fechas, le valió el grado de capitán de Infantería.
En junio de ese año se reincorporó a la guarnición segoviana durante casi un lustro, salvo el paréntesis, de junio de 1849 a junio de 1850, en que por segunda vez estuvo destacado en Madrid. Finalmente terminó su servicio en Segovia el 12 de febrero de 1853, al ser incorporado a la 3.ª Brigada de Montaña con sede en la capital del Reino. A partir de entonces, sus desplazamientos fueron más frecuentes. En septiembre de ese año salió con la sección de su mando para Vitoria. Poco después, en junio de 1854, marchó a La Rioja para integrarse en la columna mandada por el mariscal de campo Echaluce, la cual formaba parte de la División de Castilla, a cuyo frente se hallaba el general Turón. Las convulsiones revolucionarias de la España de aquellos días hicieron que el Gobierno, para su defensa, ordenara el envió de esta división a Madrid, donde se batió en los días de 17 a 19 de julio; con tal motivo se le concedió a Pavía el grado de primer comandante de Infantería.
Vuelto a Vitoria tras los sucesos revolucionarios, ascendió a capitán de Artillería, por antigüedad, el 18 de enero de 1855, sirviendo durantes algunos meses, primero en el 3.º, y después en el 5.º Regimiento de Artillería de a pie, este último de guarnición en Madrid. Su trayectoria profesional, con desiguales grados obtenidos en diversas armas, que hoy puede parecer extraña, formaba parte del complejo entramado a que se veía sometido el personal del Ejército español durante el siglo xix. Destinado, a renglón seguido, en la 2.ª Brigada de Artillería, continuó su carrera en esa unidad, desde marzo de 1856 hasta mayo de 1859, con estancias en Zaragoza, Madrid y Málaga. Convertida dicha brigada en el 5.º Regimiento Montado, volvió Pavía a Madrid y se estableció con su batería en Vicálvaro.
No duró mucho este nuevo destino y, a lo largo del período que transcurrió entre agosto de 1859 y marzo de 1862, desempeñó sucesivamente los empleos de capitán del detall del Parque de Pamplona; encargado de la fábrica de municiones de Orbaizeta; capitán de una batería del 1.er Regimiento de Artillería a pie, con sede en Tarragona y, otra vez, capitán del detall, aunque ahora de la Escuela práctica del distrito de Cataluña, donde fue ascendido a comandante de Artillería, por antigüedad, el 7 de marzo del citado 1862.
Se abría de este modo una nueva etapa de su trayectoria militar, tan prolija en traslados, signada por una fugaz estancia en Tarifa (marzo-abril de 1863), y un destino en Cartagena, al frente del 2.º Regimiento, durante el resto de aquel año, antes de tornar nuevamente a la Corte a comienzos del siguiente. Tras un breve paso por el 2.º Regimiento, se incorporó a la Junta Consultiva de Guerra en diciembre de 1864.
Al igual que muchos otros jefes y oficiales, “Manolo Pavía”, como aparece mencionado un tanto familiarmente en Galdós, se sentía atraído por la ideología progresista e intervino en no pocos planes subversivos para llevar a sus afines al poder por la fuerza, sobre todo a partir de mayo del referido 1864. Hasta entonces, su carrera militar había resultado un tanto complicada y bastante lenta, sobre todo si se la compara con la de los hombres de la generación anterior que, batallando en la Primera Guerra Carlista, habían ascendido meteóricamente, en muchos casos.
En torno a 1865, la situación política, concluido el “gobierno largo” de O’Donnell, y demostrada la escasa capacidad de los gabinetes que le siguieron, quedó abierta a varias intentonas revolucionarias de signo progresista, las cuales iban a concretarse, principalmente, en las insurrecciones abortadas en Pamplona y Valencia, en la que se hallaba comprometido Pavía, y en la de Villarejo de Salvanés. En esta última tomó parte de forma destacada, uniéndose a las tropas del conde de Reus, el 3 de enero de 1866, por lo cual fue dado de baja en el Ejército, oficialmente, quince días más tarde. Junto con Milans del Bosch, el auditor Monteverde y el periodista Carlos Rubio se distinguió por su fidelidad al caudillo del progresismo, al cual acompañó en su retirada a Portugal, formando entre los más próximos al marqués de los Castillejos, en cuyo séquito llegó a Lisboa el 30 de enero de 1866, siendo recibidos y agasajados por sus correligionarios lusitanos encabezados por el marqués de Niza. No mucho después, el 21 de febrero, se publicaba la sentencia del Consejo de Guerra al cual se los había sometido en Madrid, acusados de sedición.
Prim, Merelo, Pavía y todos los militares que acompañaban en Lisboa, con excepción del auditor Monteverde, fueron condenados a muerte, en ausencia. Un nuevo y posterior movimiento revolucionario con epicentro en el madrileño cuartel de San Gil, también inspirado, principalmente, por los progresistas pero sin la intervención directa de Prim y de los que con él habían salido de España, resultó igualmente fallido, el 22 de junio del mismo año, y vino a demostrar que la revolución había de esperar para mejor ocasión. Mientras, sólo restaba seguir conspirando desde el exilio.
La carrera militar de Pavía sufrió de este modo un parón que iba a durar casi tres años, hasta el triunfo de la Gloriosa. Sin embargo, tras el cambio de régimen, auspiciado por la Revolución, recuperó pronto el tiempo perdido, pues el Decreto de 12 de octubre de 1868 le reintegraba, como a tantos otros, al seno del Ejército y lo hacía con el grado de teniente coronel de Infantería, que le hubiera correspondido por antigüedad de 2 de agosto de 1866. Además se le nombraba coronel de Infantería, por los servicios prestados a la causa revolucionaria, incorporándose, por Orden de 15 de octubre de 1868, al Regimiento de Infantería Inmemorial n.º 1.
No tardó mucho en complicarse el panorama político, y en diversos lugares de España se produjeron levantamientos contra el Gobierno surgido del pronunciamiento de Septiembre. Las autoridades salieron al paso de tales movimientos y recurrieron a la fuerza militar para aplastarlos. Pavía y Rodríguez de Alburquerque se vio afectado por aquellas disposiciones y, a finales de aquel 1868 marchó a Andalucía; primero a Sevilla, de aquí a El Puerto de Santa María y luego a Cádiz, donde a las órdenes del general Caballero de Rodas contribuyó a sofocar la conmoción popular. Dominado aquel foco regresó a la capital hispalense, de donde partiría, al cabo de unos días, en dirección a tierras malagueñas. Por el camino hubo de desviarse para atender a la normalización de la situación política y del orden público en algunos lugares como Sanlúcar de Barrameda.
Su carrera militar, favorecida, como se ha dicho, por la nueva coyuntura política, experimentó otro importante avance el 26 de diciembre de 1868, cuando fue promovido al grado de brigadier, a la vez que se le confería el gobierno militar de Málaga, cargo del que tomó posesión el 30 del mismo mes. La situación no era sencilla. Para someter la ciudad, alzada en armas y sembrada de barricadas, hubo de emplearse a fondo con las tropas bajo su mando.
Controlada la revuelta, cesó en sus tareas de gobernador y pasó a Madrid, en situación de cuartel, el 23 de enero de 1869. En los meses siguientes recibió honores y condecoraciones, tanto por méritos civiles como militares, entre ellos la Encomienda de Carlos III, debida a su obra sobre Táctica de Artillería de Montaña, y la Gran Cruz del Mérito Militar, en reconocimiento a sus servicios en la lucha contra la insurrección en Málaga. El Gobierno encabezado por Juan Prim, quien se ocupaba también del Ministerio de la Guerra, le nombró secretario de la Inspección General de Carabineros, el 21 de julio de 1869, cargo en el permaneció hasta comienzos de 1871.
El asesinato del marqués de los Castillejos, el hombre al que Pavía y Rodríguez de Alburquerque había seguido, fielmente, en las horas adversas y prósperas de los últimos años, no significó un obstáculo insalvable en su peripecia profesional. El primer gobierno de la Monarquía amadeísta, presidido por Serrano, le ascendió a mariscal de Campo, el 28 de febrero de 1871, y siguió confiándole puestos relevantes, entre ellos, el de segundo cabo de la Capitanía General de Aragón (por Real Decreto de 5 de marzo de 1871), del que Pavía dimitió de inmediato, por no encontrarlo acomodado a sus pretensiones, lo cual no impidió que, después de unos meses de cuartel en Madrid, se le otorgara el mando de la I División del Ejército de Castilla la Nueva, el 15 de julio de 1871.
La agitación social, con la Asociación Internacional de Trabajadores declarada “fuera de la constitución del Estado y dentro del Código Penal”, según las autoridades, y el descontento generado por el imposible cumplimiento de diversas promesas gubernamentales, como la abolición de “quintas”, crecía de modo alarmante. Pavía, nombrado segundo cabo de la Capitanía General de Castilla la Nueva, el 17 de junio de 1872, y capitán general interino de dicha circunscripción el 31 de octubre, hubo de mantener el orden en Madrid, llegando a tener que ponerse al frente de los Cazadores de Barbastro para conseguir dominar la insurrección que grupos armados provocaron, el 11 de diciembre de aquel año, en la plaza de Antón Martín y las calles de la Magdalena, Mesón de Paredes y de la Encomienda.
España vivía momentos difíciles. La coyuntura política, con la larga guerra de Cuba como telón de fondo, se complicaba a medida que se acentuaban las divisiones entre los que debían apoyar el Trono de Amadeo de Saboya; en tanto los republicanos buscaban con renovado ahínco el cambio de régimen y los carlistas se lanzaban, una vez más, a la guerra abierta.
Proclamada la Primera República, el 11 de febrero de 1873, al día siguiente se ordenaba que Pavía y Rodríguez de Alburquerque volviera a su cargo de segundo cabo de la Capitanía General de Castilla la Nueva y, de inmediato, a los dos días, se le destinaba a la jefatura del Ejército de Operaciones del Norte, en sustitución del general Moriones. Aunque apenas permanecería unas semanas en su nuevo puesto, dio pruebas de tal actividad y acierto, que serían comentadas encomiásticamente por Pirala en su Historia Contemporánea. Desde luego, mantuvo la disciplina y la moral de aquellas tropas, en unos momentos extremadamente difíciles. En tan corto espacio de tiempo diseñó un interesante plan de campaña, que no tuvo posibilidades de llevar completamente a término, al ser reemplazado por el general Nouvilas.
La República, presidida por Figueras, consideró que sus servicios podían ser más útiles en Madrid y le nombró, ahora como titular, capitán general de Castilla la Nueva, el 24 de febrero de 1873, cargo del que tomó posesión el 9 de marzo. Pero la pugna entre radicales y federales provocaría pronto una grave crisis saldada con el intento de golpe de Estado de 23 de abril, decidido a favor de los últimos. Pavía no intervino directamente en aquella jornada, pero su tolerancia con los radicales y la desconfianza del Gobierno le llevaron a presentar su dimisión, considerándose incompatible con el nuevo ministro de la Guerra, Estévanez.
Pero no tardaría demasiado en producirse un nuevo giro en la escena política. La República federal convertía a España en un caos con insurrecciones cantonales en diversos lugares, a la vez que el levantamiento independentista y la Guerra Carlista, en diferentes escenarios peninsulares, amenazaban con sepultar al régimen republicano. Las reformas militares aplicadas por el Gobierno habían desestructurado al Ejército tradicional sin conseguir crear uno nuevo suficientemente eficaz. Era preciso recuperar a los generales más capaces para afrontar los desafíos existentes. El Gobierno encabezado por Salmerón, presidente del poder ejecutivo de la República, después de la renuncia de Figueras y de la impotencia de Pi y Margall, para llevar a la práctica su modelo de federalismo, nombró a Pavía capitán general de Andalucía y Extremadura, entregándole el mando del llamado Ejército de Andalucía, con el fin de reducir allí el levantamiento cantonalista, el 19 de julio de 1873.
Cuando dos días más tarde salió de Madrid, al frente de la pequeña columna de fuerzas disponibles, Pavía se iba a encontrar ante un panorama muy complicado, con la anarquía y el cantonalismo dominando Málaga, Cádiz, Granada, Sevilla y Córdoba.., a la par que agitaba seriamente a otras partes de Andalucía y Extemadura. La entrada en Sevilla, después de hacerse cargo de las tropas del general Ripoll, así como la posterior ocupación de Málaga, habían de resultar especialmente difíciles. Ascendido a teniente general el 30 de julio de 1873, logró vencer los mayores inconvenientes, en menos de dos meses, consiguiendo restablecer el orden, aunque las interferencias políticas impidieran una solución definitiva.
El 18 de septiembre, apenas controlada la situación en Málaga, quedó disuelto el Ejército de Andalucía, siendo nombrado entonces Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque capitán general de Castilla la Nueva, una vez más. Desde este cargo protagonizó el golpe de Estado de 3 de enero de 1874, intentando evitar la caída de Castelar y la vuelta a la situación del verano anterior. En esa fecha disolvió las Cortes y se encontró con el poder sin desearlo, entregándolo de inmediato a una representación de varios partidos encabezados por Serrano, negándose a aceptar puesto alguno en el nuevo gobierno. Fue aquél el episodio clave de su vida pública. El fiscal que intervino más tarde en el proceso para que le fuese otorgada la Gran Cruz de San Fernando afirmaba que, en ese momento, el general “[...] salvó indudablemente a la sociedad y a la Patria y, sobre todo, al Ejército condenado a perecer en manos de los demagogos dueños del poder”. Pero un fondo de contradicción mantendría siempre luces y sombras sobre la necesidad de lo ocurrido en aquella jornada. En consecuencia, andando el tiempo, el mismo Pavía manifestó que no se vanagloriaba de aquel acto de fuerza, pero tampoco se arrepentía; a pesar de haberse visto obligado a obrar contra su voluntad.
Desde luego, al cabo de pocas semanas mostraba ya serias diferencias con el duque de la Torre y el 13 de mayo de 1874 dimitió del cargo de capitán general que venía desempeñando. Sin embargo, mantenía incólume su sentido del compromiso y del deber; por eso, cuando Sagasta le llamó para que mandara el Ejército de Centro contra los carlistas, aceptó sin titubear, pues pensó que era la hora de contribuir a la regeneración de España y de acabar con la Guerra Civil.
El 26 de julio de 1874, seis días después de su nombramiento, tomó posesión del mando al frente de las tropas destinadas a combatir al carlismo en Castilla la Nueva, Aragón y Valencia. Aunque no sólo debería preocuparse de luchar contra las fuerzas que dirigía el infante Don Alfonso, hermano de Don Carlos, sino que, además, se encontró con un Ejército extremadamente politizado, en el que se conspiraba abiertamente a favor de la Restauración borbónica. Pavía y Rodríguez de Alburquerque intentó frenar estas prácticas y volcarse en la batalla contra el enemigo declarado.
No tuvo gran éxito, al menos en parar el complot alfonsino, y, el 28 de septiembre de 1874, fue sustituido por el general Jovellar.
La forma en que se produjo el relevo le causó un enorme descontento al sentirse traicionado por quienes, poco antes, le habían otorgado cargo. Para justificar su gestión al frente de aquellas fuerzas publicaría, más tarde, un folleto titulado El Ejército del Centro desde su creación, en 26 de julio de 1874, hasta el 1 de octubre del mismo año. Cuando, pocas semanas después, tuvo lugar el golpe de Sagunto, que acarreaba el cambio de régimen, se encontraba ya en Madrid, en situación de cuartel.
Restaurada la Monarquía con Alfonso XII, Pavía y Rodríguez de Alburquerque, viejo amigo de Sagasta, obtuvo acta de diputado por el tercer distrito de Madrid en las elecciones de 20 de enero de 1876, tomando asiento en el Congreso el 26 de febrero. No desarrolló una extensa labor parlamentaria durante aquella legislatura, que se cerraría el 30 de diciembre de 1878, situándose en la oposición al Gobierno y manifestándose en contra del matrimonio del Monarca con María de las Mercedes. Pero sí tuvo oportunidad de explicar, ante aquella Cámara, su actuación en la jornada del 3 de enero de 1874, en un interesante discurso pronunciado el 17 de marzo de 1876.
A finales de diciembre de aquel año le fue concedida la Gran Cruz de San Fernando, por los méritos que había contraído al frente del Ejército de Andalucía, en 1873.
En su calidad de teniente general, conforme a lo establecido en el art. 22.º de la Constitución de 1876, fue nombrado senador vitalicio por Real Decreto de 5 de enero de 1880, a propuesta del Gobierno presidido por Cánovas, jurando su cargo el 12 del mismo mes. Pero su actividad política estaría siempre subordinada a sus obligaciones militares, que le llevaron pronto a ejercer a la Capitanía General de Cataluña, entre el 24 de junio de 1880 y el 3 de mayo de 1881.
Vuelto a la Corte, en situación de cuartel, continuó su vida política, ejercida sin particular entusiasmo, asistiendo a las sesiones de la Cámara Alta y participando en ellas raras veces, casi siempre cuando se presentaba la ocasión de tratar algún asunto castrense.
A este respecto destacaría, por ejemplo, su interpelación a Martínez Campos, a la sazón ministro de la Guerra, el 21 de noviembre de 1881, en la cual expuso con toda claridad algunas de las principales demandas de los profesionales de un Ejército forzado a intervenir, con excesiva frecuencia, en problemas que deberían serle ajenos y que abonaban un “militarismo” indeseado. Al igual que tantos otros militares pedía —en aparente paradoja con lo que había sido su trayectoria personal— la separación del Ejército de la política y que se acabara, de una vez por todas, con las diferencias internas, las cuales daban pie a lo que llamaba “el cantonalismo militar”.
Además, clamaba por la mejora de la organización; de la instrucción y de los acuartelamientos, sin olvidar la eterna cuestión: desatascar las escalas de jefes y oficiales.
La alternancia de sus escarceos políticos con sus funciones como uno de los generales más destacados de aquel tiempo le condujo, en diciembre de 1883, a la jefatura del Ejército del Norte, puesto que desempeñó hasta mayo de 1884. Desde entonces, vuelto a Madrid a la espera de otro mando, se reintegró a sus tareas senatoriales. El nuevo destino, siempre en ocupaciones del mayor relieve, fue la Capitanía General de Castilla la Nueva, a cuyo frente iba a permanecer, en esta singladura, entre febrero de 1885 y enero de 1887. Precisamente, desde ese cargo desempeñó un papel destacado en el aplastamiento de la sublevación de Villacampa en 1886.
Fue aquel bienio, sin duda, un período brillante en la trayectoria de Pavía y Rodríguez de Alburquerque en el cual recibió importantes condecoraciones nacionales, como la Gran Cruz de Carlos III, y extranjeras, como la Gran Cruz de la Orden de Su Majestad el emperador Leopoldo de Austria.
Como tantos otros príncipes de la milicia del siglo xix, Manuel Pavía y Rodríguez de Alburquerque alcanzó también uno de los más altos destinos a los que podía aspirar cualquier militar de aquella época, la capitanía general de alguna de las posesiones de Ultramar. Así, fue nombrado por un gobierno, en este caso encabezado por Sagasta, para desempeñar el cargo de capitán general y gobernador de Puerto Rico. Sin embargo, su designación para este puesto, por Real Decreto de 6 de enero de 1887, al tiempo que se le cesaba en la Capitanía General de Castilla la Nueva, quedó sin efecto días más tarde, sin que tuviera tiempo ni de asimilar la noticia.
A partir de ese momento se abriría un período de casi tres años en los cuales quedó de cuartel en la capital, hasta que, en septiembre de 1890, recibió por cuarta vez el nombramiento de capitán general de Castilla la Nueva. Se acercaba a la culminación de su carrera militar, ya que, “en consideración a sus relevantes méritos y especiales circunstancias”, según rezaba un Real Decreto de 29 de julio de 1892, fue ascendido al empleo de capitán general del Ejército, con antigüedad de 17 de abril del mismo año.
No obstante, aún le estaba reservada una distinción más. El 6 de enero de 1893 era nombrado para ocupar la presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina, en la cual iba a permanecer hasta el fin de sus días. El 9 de enero cesó en la Capitanía General de Castilla la Nueva, para tomar posesión del cargo que ahora se le encomendaba. Casi por las mismas fechas le fue concedida la Gran Cruz del Mérito Naval, con distintivo rojo, en atención a los servicios que prestó a la Marina, siendo general en jefe del Ejército de Andalucía, en 1873, durante los sucesos que tuvieron lugar en La Carraca, con motivo de la insurrección cantonal.
La presidencia del Consejo Supremo de Guerra y Marina le permitía simultanear sus obligaciones con la asistencia al Senado y fue precisamente entonces cuando se registró otra de sus no frecuentes pero sí apreciables alocuciones en la Cámara Alta. El jueves 4 de mayo de 1893, en el curso del debate de contestación al discurso de la Corona, subió al estrado para ocuparse de las circunstancias más significativas que afectaban al Ejército español. Denunció, sobre todo, junto a la permanente falta de recursos, la interminable serie de reformas antitéticas, en no pocos casos, que habían ido introduciendo los sucesivos ministros de la Guerra, como si cada gobierno se preocupara, principalmente, de deshacer lo realizado por el que le había precedido. La consecuencia más alarmante de todas esas maniobras venía a ser el progresivo debilitamiento de las Fuerzas armadas, en una coyuntura especialmente peligrosa, cuando amenazaba con estallar la revuelta en tierras cubanas. A este respecto, su voz fue una de las que, más claramente, advirtió de los nefastos resultados que podrían derivarse de una política de reducción de tropas en la Gran Antilla.
“Siento en el alma lo que ha pasado en Cuba”, dijo en aquella sesión, refiriéndose a los últimos incidentes que allí habían tenido lugar, pero lo consideraba positivo, como un aviso de la Providencia, si el Gobierno, de este modo, atendía a reforzar nuestro contingente militar en aquel escenario. Ciertamente, tales avisos no surtieron el efecto que Pavía deseaba.
Menos de dos años después, el 4 de enero de 1895, en vísperas de que estallara la definitiva guerra hispano- cubano, Manuel María Pavía y Rodríguez de Alburquerque murió en su domicilio de la calle de la Independencia, n.º 2, de Madrid.
Había recorrido un larguísimo camino en su andadura militar, nada menos que cincuenta y tres años, diez meses y diecisiete días de servicio en el Ejército español, durante los cuales vio desfilar todos los períodos políticos del siglo xix, desde su niñez, en los años postreros de Fernando VII pasando por el reinado isabelino; la Monarquía de Saboya, tras el interregno de la Gloriosa; la Primera República y la etapa fundamental de la Restauración, con Alfonso XII y la regencia de María Cristina de Habsgurgo. Llegado al primer plano en la vida militar, con la Revolución de 1868, protagonizó a partir de entonces no pocos de los más importantes episodios de la historia española durante más de un cuarto de siglo, cualquiera que fuese el régimen político imperante. En ese tiempo, su acreditada capacidad le hizo acreedor de la confianza de los sucesivos regímenes, incluso bajo la Monarquía alfonsina, a la que en principio se había opuesto. En esta etapa desempeñó el mando en puestos clave, contando con el apoyo de los gobiernos sagastinos, pero sin grandes recelos de los canovistas.
Había pertenecido a los dos cuerpos colegisladores, participado en varias conspiraciones e interrumpido violentamente la actividad parlamentaria nacional, en 1874, y, a pesar de todo, declaró en el Senado: “Sabéis que constantemente he vivido en un completo aislamiento de la política y de los partidos”. Curiosamente no le faltaba razón si se entiende que, con tales afirmaciones, pretendía resaltar su falta de ambición para ocupar cargos políticos, a diferencia de algunos compañeros de armas. Menos inclinado a los ocios literarios que otros príncipes de la milicia y más preocupado por temas de carácter profesional, aunque no se privara de publicar alguna página con pretensiones más historiográficas, Pavía y Rodríguez de Alburquerque fue, por encima de todo, un soldado competente, defensor a ultranza de la libertad política, acorde a la mentalidad de su tiempo, aunque no menos comprometido en el mantenimiento del orden social.
Obras de ~: Descripción del acto del 3 de Enero de 1874: discurso pronunciado en el Congreso de los Diputados en la sesión celebrada el viernes 17 de marzo de 1876 por ~, Madrid, J. Antonio García, [¿1876?]; Cuatro palabras a los folletos de los Excmos. Sres. Tenientes Generales D. José de los Reyes y D. Francisco Serrano Bodega por ~, Madrid, Minuesa de los Ríos, 1878; Pacificación de Andalucía y expediente de la Cruz de la quinta clase de San Fernando obtenida por el Teniente general don ~, Madrid, M. Minuesa de los Ríos, 1878; Ejército de Centro: desde su creación en 26 de julio de 1874 hasta el 1.º de Octubre del mismo año por su General en Jefe don ~, Madrid, M. Minuesa de los Ríos, 1878; Reflexiones y apuntes políticos en ocios veraniegos para la historia contemporánea, Madrid, 1882.
Bibl.: J. de los Reyes Mesa, Refutación por el Teniente General D. José de los Reyes Mesa a las aseveraciones erróneas hechas por el Teniente General D. Manuel Pavía Rodríguez de Alburquerque en un libro titulado “Ejército del Centro”, Madrid, García, 1978; J. Torres de la Arencibia, Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid, E y P Libros Antiguos, 2001.
Emilio de Diego García