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Nicolás Salmerón y Alonso

Biografía

Salmerón y Alonso, Nicolás. Alhama de Almería (Almería), 10.IV.1838 – Pau (Francia), 20.IX.1908. Catedrático de Metafísica, presidente de la Primera República.

Procedentes de Torrejón de Ardoz, el año 1822 el médico Francisco Salmerón y López y su esposa Rosalía Alonso y García se instalaron en Alhama la Seca (hoy Alhama de Almería), matrimonio del que nació ese mismo año el jurista y político Francisco Salmerón y el 10 de abril de 1838 Nicolás Salmerón. El que llegaría a ser presidente de la República estudió el bachillerato en el Instituto de Segunda Enseñanza de Almería, gracias al apoyo del director del centro, Gaspar Molina, casado con una hermana del futuro político, quien le facilitó la estancia con un empleo en el Colegio de Internos Pensionados. Nicolás Salmerón perteneció a la primera promoción del centro docente que hoy lleva su nombre. En la Universidad de Granada, donde coincidió en las aulas con Francisco Giner de los Ríos, cursó Derecho y Filosofía, cuya estancia en parte fue costeada por su hermano Francisco, prestigioso abogado. Completó sus estudios en la Universidad de Madrid, en la cual fue discípulo de Julián Sanz del Río, maestro notable que le introdujo en la obra de los filósofos alemanes, Kant, Fichte, Hegel, y sobre todo en la doctrina de Krause, que le inspiró en su vida de hombre público.

Pocos días después de cumplir veintiún años, fue nombrado auxiliar de Letras del Instituto San Isidro de Madrid (24 de abril de 1859) y meses más tarde auxiliar de la Facultad de Filosofía y Letras de la Central (Real Orden de 12 de noviembre de 1859). En 1862 contrajo matrimonio con Catalina García Pérez; al año siguiente ganó la Cátedra de Historia Universal de la Universidad de Oviedo, de la que no tomó posesión por no estar dispuesto a alejarse de la capital, y posteriormente renunció a su cargo de auxiliar (20 de abril de 1865) por no verse obligado a sustituir a Castelar, que había sido expulsado de la Cátedra. En dos lugares de Madrid acabó de cristalizar su pasión por los problemas de la actualidad: la tertulia del Café Universal, en la Puerta del Sol, y los debates en el Círculo Filosófico de la calle Cañizares, donde realizó prácticas de oratoria en la Academia de Oradores, una de sus secciones.

Ausente momentáneamente de la enseñanza oficial, fundó con José Llanes en 1866 el Colegio Internacional, para ensayar algunos de los principios que inspirarían la Institución Libre de Enseñanza, entre ellos la introducción de disciplinas como Lenguas Vivas, Música, Gimnasia, etc., ayudas para la salida de alumnos al extranjero, supresión de castigos. En el Internacional iniciaron sus estudios Jaime Vera y Manuel Bartolomé Cossío. Sin interrumpir este ensayo de renovación pedagógica, tras nueva oposición tomó posesión como supernumerario de la Cátedra de Filosofía de la Universidad Central (6 de mayo de 1867).

Durante los años finales del régimen isabelino militaba activamente en política, publicando artículos en los periódicos La Discusión y La Democracia, en su condición de miembro del Comité del Partido Demócrata, actividad que provocó su detención, junto a Pi y Margall, Figueras y Orense, y su internamiento durante cinco meses en la cárcel del Saladero. Al salir de prisión, fue resuelto un expediente de expulsión de la Cátedra (junio de 1868) abierto antes de su encarcelamiento y motivado por negarse “a hacer profesión de fe monárquica”, expediente en el que se incluía su alegato de que como ciudadano no debía dar cuenta a nadie de sus ideas y como profesor tenía prohibido ocuparse de política. Con el cambio de régimen producido por la Revolución de Septiembre, en octubre recuperó su puesto docente, hasta que tras vencer en una nueva oposición pasó a desempeñar la Cátedra de Metafísica de la Universidad Central (30 de junio de 1869).

El proceso constituyente abierto por la Revolución de Septiembre desembocó en la elección de Amadeo de Saboya como titular de la Corona de España, salida que alejó del proceso a los republicanos, que se desgajaron del Partido Demócrata. En 1871 Salmerón llegó al Parlamento, ocupando un escaño por Badajoz, como resultado de una elección en la que había derrotado a José Malcampo, presidente del tercer gabinete del régimen amadeísta.

Su llegada al Congreso coincidió con el debate acerca de la Internacional. Ya en 1869 se había planteado en el hemiciclo la cuestión del reconocimiento de las asociaciones obreras. En 1871 las noticias de la Comuna parisina convulsionaron a la opinión de muchos países, y en España se planteó el dilema del trato que debía otorgarse a los refugiados. Varios partidos sostenían que la Internacional suponía una amenaza para la civilización. Aprobada la realización de una encuesta en el mes de junio, en octubre se abrió el debate. El largo discurso de Salmerón del 26 y 27 de octubre, una de sus piezas oratorias más famosas, se centró en la afirmación de que la asociación constituía un derecho de todos los ciudadanos, no un favor o una concesión del gobierno; “lo conveniente, como lo justo, es no proscribir a la sociedad internacional de trabajadores sino ofrecerle el amparo de la Ley”, concluyendo con la proposición de varias medidas para resolver la cuestión social: ley de vivienda barata para los obreros en las ciudades, jornada máxima diaria de ocho horas, establecimiento de escuelas industriales costeadas por el Estado en los barrios obreros, mercados populares donde los víveres tuvieran los precios de la compra al por mayor. La fama que le proporcionó a un orador apenas experimentado en lides parlamentarias le situó en el primer nivel de la política del momento.

Al proclamarse en 1873 la Primera República fue nombrado ministro de Gracia y Justicia en el gabinete de Estanislao Figueras (11 de febrero de 1873), en el cual su hermano Francisco ocupó la cartera de Ultramar; trece días más tarde repetía despacho en un segundo gobierno Figueras. A pesar del ritmo trepidante de la dinámica política, Salmerón proyectó reformar el sistema judicial y establecer una legislación laica, preocupación esta última que figuraría a partir de entonces en la mayoría de sus discursos. El 15 de febrero apareció por vez primera su firma en La Gaceta, al pie del preámbulo al proyecto de ley concediendo amnistía a los procesados por participar en las insurrecciones republicanas y a los encausados con motivo de las manifestaciones contra las quintas, así como para todos los delitos cometidos por medio de la imprenta. En la Junta para la Reforma Penitenciaria colaboraron, con el ministro, Concepción Arenal, Giner de los Ríos y Gumersindo de Azcárate, en los proyectos de leyes referentes a la inamovilidad de los funcionarios y a la separación de Iglesia y Estado.

Se caracterizó la República por su inestabilidad extrema. Los ejecutivos de Estanislao Figueras proporcionaron la imagen del conjunto de los gobiernos republicanos, de duración insuficiente para la realización de un proyecto político. Contribuían a esta inestabilidad varios factores. En primer lugar su origen, al erigirse en un régimen apoyado en una discutible base legal, pues la votación del 11 de febrero se realizó en vigencia de una Constitución monárquica y en debate conjunto de ambas Cámaras (constituidas en Asamblea Nacional), expresamente vetado en el texto constitucional.

Más determinante de la inestabilidad, la división de los republicanos (unitarios y federales, benévolos e intransigentes, rivalidades personales entre Figueras y Pi y Margall, tendencia de Castelar a entenderse con los monárquicos). Finalmente, los graves problemas que hubo de afrontar, hostigada la República por la reactivación bélica de los carlistas, el incendio cantonalista y las insurrecciones sociales de carácter anarquista, así como por la prolongación de la guerra de Cuba. Salmerón no figuró en el ejecutivo de Pi y Margall, quien sucedió a Figueras, pero al final de este período, sacudido por el agravamiento de la guerra carlista y las insurrecciones locales, fue elegido presidente de las Cortes (13 de junio de 1873), presidencia que abrió con un discurso en que pedía la concordia y unidad que faltaban: “Haced que las Cortes, que hasta ahora parecen la representación exclusiva del partido republicano federal, lleguen a ser las Cortes de la nación española”. El 18 de julio Pi presentó su renuncia, solicitando la unión de todos los grupos de la Cámara para hacer frente a la guerra y al movimiento disgregador de los cantones. Y ese mismo día se votó a Salmerón para la presidencia del Poder Ejecutivo, dejando la del Congreso, de la cual se haría cargo su hermano Francisco.

La presidencia de Nicolás Salmerón (del 18 de julio al 6 de septiembre de 1873) se consagró a la lucha contra los cantones que se proclamaron independientes en los primeros días de su mandato: Sevilla, Cádiz, Valencia, Castellón, Granada, Salamanca, y bastantes pueblos levantinos y andaluces, explosión que demostraba la desconfianza de los intransigentes hacia el nuevo gobierno. Salmerón declaró pirata la flota cantonal de Cartagena, autorizando tácitamente a las de las potencias amigas a la detención de sus barcos en alta mar, aumentó las fuerzas de la guardia civil, autorizó a las diputaciones para la imposición de contribuciones de guerra en la provincias donde hubiera partidas carlistas y ordenó la movilización de ochenta mil hombres de la reserva. Su medida más eficaz consistió en el nombramiento de los generales más prestigiosos para la lucha contra los cantones: el antifederal Pavía y el monárquico Martínez Campos. Pavía impidió la proclamación independentista de Córdoba y anuló sin lucha las de Sevilla, Cádiz y Granada; por otra parte Martínez Campos bombardeaba y ocupaba Valencia al mismo tiempo que se desmoronaban los cantones levantinos. Sólo quedaban Málaga y Cartagena. Se ha señalado que en la dimisión de Salmerón influyó su imposibilidad de sofocar sin una crisis de gobierno el cantón malagueño, cuyo jefe era amigo de Palanca, ministro de Ultramar, si bien alegó como motivo decisorio —y en su monumento funerario así se consigna— su negativa a reponer la pena de muerte en el Código de Justicia militar y firmar dos sentencias capitales con las que los generales intentaban restablecer la disciplina en el Ejército. En su discurso de renuncia ante la Cámara reconoció que la izquierda no podía gobernar en aquellas condiciones.

La escisión de los federales por el movimiento cantonalista y las amenazas del extremismo social, evidentes en la insurrección de Alcoy, contribuyeron al recurso a la derecha republicana personificada en Emilio Castelar, en tanto Nicolás Salmerón volvía a ocupar el sitial de la presidencia de las Cortes. En este puesto se enfrentó con Castelar, con quien se enemistó a raíz de la provisión de numerosos obispos para las sedes vacantes. El final de la República provocaría un deterioro de la imagen pública de Salmerón. Había advertido Pavía, capitán general de Madrid, a Castelar acerca de la posibilidad de un golpe de Estado si no recibía el apoyo de la Cámara. Después de un elocuente discurso de éste defendiendo su política como la única posible, fue rechazada su gestión por ciento veinte votos —entre ellos los de Salmerón y los diputados de su grupo— contra cien, votación adversa que provocó la irrupción de Pavía en el hemiciclo y la disolución del Congreso (3 de enero de 1874). Sus adversarios no dejaron de recriminar a Salmerón su responsabilidad en la caída de la República.

Retornó en ese momento a su Cátedra de Metafísica, atendida en su ausencia por su discípulo Urbano González Serrano, y se alejó transitoriamente de la lucha política. Una vez restablecida la Monarquía borbónica con el pronunciamiento de Martínez Campos en Sagunto, protestó, junto a otros catedráticos, contra una Orden Ministerial que limitaba la libertad de cátedra. Esta protesta le granjeó de nuevo, como en 1868, la pérdida de su Cátedra. Por Real Orden de 20 de abril de 1875 el ministro de Fomento marqués de Orovio dispuso la separación de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón, de las Cátedras de las que eran titulares, respectivamente las de Filosofía del Derecho y Legislación Comparada en la Facultad de Derecho y la de Metafísica en la de Filosofía y Letras, y el confinamiento de Giner en Cádiz, Azcárate en Cáceres y Salmerón en Lugo.

A su regreso a Madrid abrió bufete de abogado, pero se vio obligado a suspender esta actividad profesional cuando firmó con Ruiz Zorrilla, exiliado en París, el manifiesto del Partido Republicano Reformista (agosto de 1876). En el programa se postulaba la reposición de la Constitución de 1869 —con supresión de los artículos relativos a la Monarquía—, y se ponía énfasis en el establecimiento del jurado y el reconocimiento de la libertad de cultos, un programa que ahondó sus diferencias con Castelar y Pi y Margall. Informado de la orden de detención del gobierno, sólo aplazada en atención al nacimiento de un hijo, se exilió a Lisboa, pero hubo de abandonar Portugal junto con Fernández de los Ríos por las presiones del Gobierno español. A partir de 1877 vivió con su esposa e hijos en París, sostenido al principio por la ayuda mensual de su amigo el conde del Valle de San Juan, a quien más tarde reintegraría las cantidades remitidas. En los años parisinos, agobiantes por las dificultades del exilio, trabó amistad con Louis Blanc y Clemenceau y encontró tiempo para asistir a cursos de La Sorbona, próxima a su domicilio (n.º 2, rue Rotrou), en las inmediaciones del Odeón. Los sábados organizaba en su casa cenas-tertulia, a las que acudían Víctor Hugo, Gambetta, Bernardino Machado, entre otros intelectuales franceses y portugueses. A pesar de la modestia de sus ingresos como asesor y abogado, procuró compartirlos encargando tareas editoriales y de traducción a otros exiliados. Después de varios gobiernos Cánovas, en febrero de 1881 se formó un ejecutivo presidido por Sagasta, en aplicación del turno previsto como eje del sistema de la Restauración.

A las elecciones de ese año presentaron varios amigos como candidato a Salmerón, con el propósito de que el acta de diputado le confiriera inmunidad para poder regresar a España, pero no la consiguió. Dos años más tarde se anulaba la orden de detención y se le reintegraba en la Cátedra, lo mismo que a los colegas destituidos, lo que le permitió por fin retornar a España —no había podido hacerlo cuando falleció su hermano Francisco en 1878— para tomar posesión, pero solicitó una licencia de dos años con el propósito de terminar los asuntos profesionales pendientes en París, hasta que el 1 de enero de 1885, acabada la licencia, regresó a Madrid y volvió a ocuparse de sus cursos de Metafísica en la Universidad Central.

En el republicanismo español la década de 1880 se caracterizó por una profunda división, que prolongaba la crisis iniciada con la caída de la República. Los posibilistas o históricos de Castelar, los federales de Pi y los progresistas demócratas de Ruiz Zorrilla y Salmerón constituían los grupos principales. Después del fallecimiento de Alfonso XII, las elecciones de abril de 1886, convocadas por Sagasta, suponían una gran oportunidad para los republicanos, quienes, en efecto, obtuvieron veintidós escaños, aunque de ellos diez correspondían a los posibilistas de Castelar, más propensos a entenderse con los monárquicos que con los restantes grupos republicanos. Salmerón, Azcárate y Pi y Margall volvían a ocupar escaño. Ausente de la Cámara desde el 3 de enero de 1874, Salmerón pronunció su primer discurso parlamentario el 1 de julio de 1886 en la respuesta al Mensaje de la Corona, discurso en el que criticó a la Monarquía argumentando que, a diferencia de otros países, no garantizaba la unidad nacional, la restauración se había producido mediante un golpe militar y antiguos jefes cantonales aparecían en ese momento situados en puestos influyentes, en un cambio oportunista de sus anteriores posiciones. El rechazo del sistema político diseñado por Cánovas quedaba ya paladinamente expuesto. Introducidas dentro de los mecanismos del sistema las principales figuras republicanas, había llegado el momento de intentar la unificación de los grupos dispersos; la solicitaban desde 1884 periódicos como La Montaña y El Porvenir.

A partir de 1887 se sucedieron los ensayos de Uniones Republicanas, cuyo instigador más tenaz fue Salmerón, aunque no todas sus iniciativas contribuyeran a la unidad, pues su búsqueda de un partido unitario y legal le separaba de los federales y de los radicales. El primer ensayo tuvo lugar en la Asamblea de Unión Republicana celebrada el 11 de febrero de 1890, una fecha elegida por su valor conmemorativo y a partir de la cual Salmerón sería el jefe de la Unión. Un acontecimiento abrió nuevas expectativas a los republicanos, y sobre todo a las propuestas unitarias de Salmerón. Bajo un gobierno Sagasta fue aprobada la ley de sufragio universal (20 de junio de 1890), demanda histórica de la izquierda que enlazaba con la Revolución de Septiembre y la Constitución de 1869. La extensión del voto a los varones mayores de veinticinco años supuso el incremento exponencial del censo de ciudadanos que decidían en los asuntos públicos, y desencadenó además fenómenos novedosos, entre ellos el nacimiento de campañas electorales propiamente dichas, la diversificación de los programas y el dibujo de zonas sociales diferentes en los recintos urbanos. Para las elecciones de 1891 los zorrillistas presentaron sus propias candidaturas, pero en bastantes distritos se unieron las restantes fuerzas republicanas; así en la candidatura de Madrid figuraban juntos Pi y Margall y Salmerón. Los republicanos consiguieron en esta primera convocatoria situar en el Parlamento una treintena de diputados. En junio de este año Salmerón y dos de sus seguidores, junto a tres diputados (Pedregal, Azcárate y Labra) formaban el directorio del Partido Centralista, que programáticamente apenas se diferenciaba de otros grupos republicanos.

La lección de 1891 se aplicó en 1893. Comprendidos progresistas, federales y centralistas en la coalición Unión Republicana, a la que no se sumó el grupo de Castelar, los republicanos se impusieron, entre otros sitios, en Madrid, donde Salmerón obtuvo veintisiete mil papeletas, despertando la alarma del gobierno. En total cuarenta y siete republicanos llegaban a las Cortes, y se asomaban como una amenaza para el sistema de la Restauración, mostrando que no carecían de base las aprensiones de Cánovas sobre el sufragio universal para la estabilidad del régimen monárquico. Sin embargo se volvería a la fragmentación y a partir de 1896 se produciría la bajamar del republicanismo parlamentario. En 1895 estalló la segunda guerra cubana. Desde el año anterior Salmerón venía sosteniendo en el Congreso (sesión de 29 de noviembre de 1894) el fatalismo del proceso independentista, lo que exigía una política realista, provocando la respuesta airada del jefe del gobierno, Sagasta, y ataques de patriotismo bélico por parte de la mayoría de las formaciones. La derrota de 1898 fue interpretada por Salmerón como una crisis de la Monarquía, que abría otra vez la puerta a la República y exigía nuevos esfuerzos en pro de la unión de los republicanos, y en efecto consiguió bajo su dirección convertir la concentración democrático-republicana surgida por iniciativa de una facción identificada con Castelar, recién fallecido, en el grupo mejor organizado. El 5 de enero de 1903 pronunció en Castellón el “discurso de las cuatro unidades”, en el cual consideró la unidad legislativa, de la justicia, del impuesto y del Ejército como los atributos de la unidad del Estado.

Ya desde la década de 1880, pero más claramente en la de 1890, Salmerón había conquistado influencia en Cataluña, penetración favorecida por la división de los republicanos y por la actividad de los centros locales, que aprovechaban las posibilidades abiertas por el sufragio universal, autonomía que Salmerón estimuló. En el tránsito de siglo comenzó a considerar como posibles aliados frente al sistema de la Restauración a los nacionalistas catalanes. Y con la misma actitud que había trabajado por aproximar a los taifeños grupos republicanos se esforzaría por el entendimiento con los catalanistas. Hacia 1900 el republicanismo federal sólo encontraba apoyos en Cataluña, donde tenía que disputar su clientela electoral con el republicanismo unitario y españolista representado por la figura emergente de Alejandro Lerroux. En 1901 se producía en Cataluña el triunfo electoral de la recién creada Lliga Regionalista y los republicanos, y por consiguiente la derrota de los partidos del “turno”, en los que se cimentaba el sistema de la Restauración. En un discurso pronunciado en la Casa del Pueblo (1904), Nicolás Salmerón se dirigió a los obreros afirmándo que la revolución social, una revolución lenta que atendería las demandas obreras, no era posible dentro de la Monarquía, y para alcanzarla les pedía que no se alejaran de la política, que trabajaran por su propia redención.

Después del triunfo de la Lliga en las elecciones municipales de 1905 en Barcelona, un incidente, el asalto de un grupo de oficiales del Ejército a los locales de dos periódicos de la Lliga por unos chistes antimilitaristas aparecidos en el Cu-Cut, provocaron la Ley de Jurisdicciones, que colocaba bajo jurisdicción militar las ofensas contra la patria, sus símbolos y las fuerzas armadas. En respuesta la Lliga promovió una gran alianza: Solidaridad Catalana (febrero de 1906), que presidió Salmerón. Este entendimiento con otras fuerzas políticas produjo la ruptura entre Salmerón y Lerroux, opuesto radicalmente a los catalanistas. Culminaba en la presidencia de Solidaridad Catalana una evolución de Salmerón hacia la comprensión de los problemas catalanes y del hecho diferencial catalán. En 1905, en un conocido discurso en el Congreso, había afirmado que sin esa comprensión Cataluña podría seguir el camino de Cuba. Solidaridad triunfó en las elecciones de 1907 con un programa centrado en tres puntos: reconocimiento de la personalidad regional de Cataluña, libertad municipal y derogación de la Ley de Jurisdicciones; sin embargo, muy pronto, en las Cortes se comprobarían las diferencias existentes entre republicanos y regionalistas catalanes. En junio de 1907, durante el debate sobre la contestación al mensaje de la Corona, Salmerón reafirmó su fe republicana y describió la debilidad de España después del 98 y el interés nacional en aprovechar la energía de Cataluña respetando su personalidad regional. Para él Solidaridad representaba estos principios. La deriva hacia la alianza con los regionalistas le deparó un alto coste dentro del republicanismo; en acusador del líder de Solidaridad se erigió Alejandro Lerroux, quien en 1908 fundó el Partido Radical.

Al quebrantarse su salud, durante el verano de 1908 Nicolás Salmerón se trasladó por prescripción facultativa a Pau. En Villa les Elfes, en Billére, lugar próximo a Pau, falleció el 20 de septiembre. Trasladados sus restos a Madrid, Antonio Maura, a la sazón presidente del gobierno, intentó rendirle los honores correspondientes a su rango de ex jefe del Estado, pero la familia, cumpliendo su última voluntad, declinó el homenaje oficial. Recibió sepultura en el cementerio civil de Madrid.

Había obtenido Nicolás Salmerón el Premio Extraordinario de licenciatura en la Universidad Central y fue investido doctor con un discurso sobre la naturaleza histórica del hombre, que mereció asimismo el Premio Extraordinario de doctorado. En varios escritos se ocupó de la filosofía alemana, y especialmente de analizar las ideas de Kant, si bien en otros momentos, y dentro de las actividades del Círculo Filosófico y Literario, eligió como tema de su discurso las ideas de Descartes. Preocupado por la influencia de la Iglesia en el orden temporal, consideró el ultramontanismo, que hacía apología de esta influencia, incompatible con el progreso de los sistemas políticos. Se reiteró en exaltar la libertad de enseñanza, cuya defensa provocó sus dos expulsiones de la Cátedra y sobre la cual escribió, reflexionando acerca de los fines de la Universidad. Seguía en la independencia de la ciencia y el pensamiento la doctrina del filósofo alemán Krause, divulgada en España por Sanz del Río. El krausismo adquirió arraigo en España en el terreno ético y en el pedagógico, pues nutrió el pensamiento y los métodos de los renovadores de la enseñanza. Salmerón, Fernando de Castro, Federico de Castro, Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcarate y Leopoldo Alas, entre otros, profesaron las ideas de Krause, que Giner y Salmerón convirtieron en uno de los elementos inspiradores de la Institución Libre de Enseñanza. Aunque la filiación krausista de Salmerón sea el aspecto más conocido de su pensamiento, terminó separándose del krausismo para profesar el positivismo.

Se reflejó su condición de estudioso en su amplia biblioteca, cercana a los veinte mil volúmenes, que sólo pudo ser ordenada cuando trasladó su domicilio a la calle de la Lealtad, n.º 12 (hoy Antonio Maura). Fue uno de los oradores grandilocuentes del XIX, capaz de improvisar discursos de complejos párrafos teóricos y largos desarrollos —a manera de disquisiciones de metafísica—, pronunciados en tono solemne sin apenas altibajos en la voz, a decir de los contemporáneos.

En su intensa biografía política Salmerón aparece varias veces como un hombre puente que intentó unir grupos y elaborar programas de síntesis. La presidencia de Unión Republicana o la de Solidaridad Catalana respondieron a la vocación de encontrar nuevos instrumentos de acción al servicio de su ideal republicano. En sus últimos períodos esta biografía política se decantó claramente hacia Cataluña. Fue diputado por Madrid en 1886; implantado el sufragio universal, en la década de 1890, Gracia (Barcelona) se convirtió en su feudo político. Entendía que Cataluña podía regenerar España y que con su apoyo podría derribar el régimen de la Restauración. Así lo dijo, sin disimulos, otra característica de sus discursos, en una intervención en la Cámara: “Son adversarios del régimen todos los que forman en Solidaridad Catalana, porque yo no he dicho antidinásticos; yo he dicho adversarios del régimen, porque este régimen descansa en el desconocimiento primero del ciudadano, en el atropello sistemático después, de la santa inviolabilidad de la personalidad regional”. Pero el escoramiento hacia Cataluña no le alejó de su tierra. En 1870 su hermano Francisco edificó una casa en medio de un huerto de naranjos en Alhama la Seca. Al fallecer en 1878, sus herederos la vendieron a Nicolás, quien amplió la casa y dispuso que se construyera una cancha y otras instalaciones deportivas para sus hijos, que habían practicado deportes populares en Francia. A partir de entonces su pueblo natal sería el lugar de reposo donde se recuperaba de las extenuantes luchas políticas de Madrid y Barcelona.

 

Obras de ~: con F. de Castro, Brevísimo compendio de Historia Universal por un profesor de la asignatura. Edad Antigua,. Madrid, Imprenta de F. Martínez García, 1863; Discurso leído ante el claustro de la Universidad Central por D. Nicolás Salmerón y Alonso en el solemne acto de recibir la investidura de Doctor en Filosofía y Letras, Madrid, Imprenta F. Martínez García, 1864; “La Historia tiende a restablecer al hombre en la entera posesión de su naturaleza”, en La Internacional defendida por N. Salmerón y F. Pi y Margall, Barcelona, Publicaciones de la Escuela Moderna, 1867; Legalidad de la Internacional (Discursos pronunciados [...] por los ciudadanos Fernando Garrido, Emilio Castelar, Nicolás Salmerón y Pi y Margall), Madrid, F. Escámer, 1871; Proyecto de bases de la Constitución Republicano-Federal de España, por Nicolás Salmerón y Alonso y Eduardo Chao, Madrid, Imprenta Labajos, 1873; “Prólogo”, en J. G. Draper, Historia de los conflictos entre la religión y la ciencia, Madrid, Imprenta Aribau y Cía., 1876; Discursos parlamentarios, pról. de G. de Azcárate, Madrid, Gras y Cía., 1881; Instrucciones para la organización del Partido Unión Republicana, Madrid, Imprenta La Prensa de Madrid, 1903; La obra común de los obreros y de los publicanos, discurso de D. Nicolás Salmerón y Alonso pronunciado ante los obreros ferroviarios que constituyen la Asociación La Locomotora Invencible, Madrid, R. Velasco, 1904; Homenaje a la buena memoria de D. Nicolás Salmerón y Alonso: trabajos filosóficos y discursos políticos seleccionados por algunos de sus admiradores y amigos, Madrid, Imprenta de Gaceta Administrativa, 1911; La cuestión universitaria. 1875. Epistolario de Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate, Nicolás Salmerón, intr., notas e índices por P. de Azcárate, Madrid, Tecnos, 1967.

 

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Antonio Fernández García

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