Álvarez y González Posada, Melquíades. Gijón (Asturias), 17.V.1864 – Madrid, 22.VIII.1936. Catedrático de Derecho, abogado, político y diputado.
Nació en Gijón el 17 de mayo de 1864 en una familia humilde. Su padre, Francisco Álvarez, que era empleado del municipio de Mieres, murió cuando él tenía catorce años. La familia se quedó en una situación económica angustiosa. La madre, Bárbara, se trasladó junto con sus hijos a Oviedo, donde abrió una casa de huéspedes. Y Melquíades, que por entonces terminaba sus estudios de bachillerato en el Instituto Jovellanos de Gijón, hubo de volcarse en ayuda de su familia.
Buen estudiante y aficionado a la lectura, cursó la licenciatura de Derecho por la Universidad de Oviedo, en un centro que por entonces regentaban ilustres profesores, como Adolfo González Posada, Rafael Altamira o Adolfo Buylla. Obtuvo el Premio Extraordinario de licenciatura y en muy poco tiempo, cuando apenas había traspasado los veinte años de edad, consiguió doctorarse con éxito.
A diferencia de otros juristas de su generación que también se dedicaron a la política, Melquíades sí ejerció de abogado. Pronto se convirtió, como señaló Clarín —su mentor y compañero en la capital del Principado en aquellos años ochenta—, en “uno de los abogados con más pleitos de Oviedo”.
Más tarde, al ser elegido decano del Colegio de Abogados de Madrid en 1932, confesó que “antes que política y antes que profesor, he puesto mi orgullo siempre en ser abogado y nada más que abogado”.
Como abogado tuvo, de hecho, algunas actuaciones ilustres. Además de haber ganado ante el Supremo en 1921 el caso de la Compañía Orconera de Bilbao, el que más fama le dio fue el de la Compañía Telefónica Nacional: fue el autor de las cláusulas de la concesión a la compañía americana del monopolio de teléfonos en 1925.
Pero Melquíades Álvarez no sólo fue un ilustre abogado. Fue también profesor de universidad; a los veintiséis años consiguió, en tercera tentativa, la plaza de catedrático titular de Derecho en la Universidad de Oviedo.
Colaboró desde muy joven en distintas publicaciones —como el semanario republicano ovetense La Libertad, El Eco de Gijón, y más tarde La Democracia, también de Oviedo— y publicó numerosos artículos en periódicos nacionales, pero, salvo algunos prólogos, nunca escribió un libro ni fue suya la vocación de escritor. Fue, sobre todo, un político dedicado con entusiasmo y vocación a la gestión de lo público. Y como político destacó desde muy temprano por su condición de orador distinguido.
Inició su carrera política en su tierra natal, en lucha contra el pidalismo, atraído por el republicanismo y entusiasmado con Pi y Margall. En 1885, con veintiún años, tuvo su primer contacto con la política, justo cuando moría el rey Alfonso XII y se producía el relevo en la jefatura de Gobierno, que pasaba a ocupar Sagasta.
Desde el Ayuntamiento de Oviedo, del que fue concejal, Melquíades dio el salto a la política nacional.
Lo intentó, primero, en las elecciones generales de 1898, cuando a pesar de resultar elegido diputado por Oviedo no consiguió que su acta fuera reconocida a tiempo en el Congreso. Lo logró poco después, en las elecciones de mayo de 1901. Como Lerroux, debutó en un parlamento de mayoría liberal en el que le acompañaban otros dieciséis diputados republicanos.
El mismo año del estreno parlamentario, en el que Melquíades Álvarez lloró la pérdida de Clarín, fallecido en junio, y asistió al entierro de Pi y Margall en noviembre, solicitó la excedencia en la cátedra y trasladó su residencia a Madrid. Se había casado años antes, casi a la par de la muerte de su madre, sucedida en 1897, con Sara Quintana Bertrand, la nieta de un industrial belga afincado en Oviedo.
Su llegada a Madrid y su estreno en la vida política nacional coincidió con la resaca de 1898 y muy especialmente con un reavivamiento del conflicto secular entre clericalismo y anticlericalismo. Tenía entonces treinta y siete años. En julio de 1901, el mismo año del estreno polémico de Electra de Galdós, comenzó su carrera parlamentaria con un discurso en el que reclamó la secularización del Estado, sin “las exageraciones y radicalismo de la calle”, y manifestó sus convicciones en materia social: la exigencia de un programa de reformas basado en el reconocimiento del derecho de huelga, la ampliación del presupuesto de instrucción pública y una política de intervención del Estado que sin atentar contra el individuo y su libertad pusiera fin a la amenaza de revolución social.
El joven Melquíades Álvarez, admirador de Pi y Margall, acababa de empezar el camino que le iba a llevar hasta un republicanismo moderado, poco o nada socialista, y, finalmente, accidentalista en cuanto a la forma de gobierno. Poco después de las elecciones de 1903, en las que volvió a repetir su triunfo electoral, se declaró “gubernamental” y rechazó la violencia como medio para traer la república. Destacó entonces, además, con relación al filosocialismo de su juventud, la crítica que hizo del colectivismo y del fundamento marxista del socialismo.
Poco a poco, los elementos que le separaban del discurso de los líderes de la Unión Republicana, y en especial de Salmerón, se acrecentaron. En 1907, después de unas nuevas elecciones presididas por el gobierno conservador de Antonio Maura, repitió victoria electoral por Oviedo, desligado por completo del frente de Solidaridad formado en Cataluña. Ya en el Parlamento, ante la defensa de ese frente y la afirmación de la nacionalidad catalana que hizo Salmerón, Melquíades le acusó de representar lo “anacrónico y viejo” de la política española y juzgó la política de Solidaridad como “mezquina y estrecha”, pues “en el fondo de las aspiraciones de algunos elementos regionalistas y nacionalistas” había, según aseguró, “un pensamiento mezquino” e “impotente para toda obra fecunda y civilizadora de regeneración y progreso”.
Los tres o cuatro años siguientes sirvieron para poner a prueba a ese Melquíades gubernamental y moderado.
Fueron los años, primero, de la formación del bloque de liberales y republicanos contra la legislación antiterrorista de Maura en 1908, y, segundo, de la creación de la Conjunción republicano-socialista a finales de 1909. Melquíades se unió al bloque y respaldó su programa de reforma constitucional. “La Monarquía —aseguró entonces— será liberal o no será. Si se obstina en no serlo, su historia tendrá los días contados.” En 1910, ya pasados los sucesos de la Semana Trágica y caído el Gobierno liberal de Moret, se celebraron elecciones en mayo y Melquíades se presentó por Gijón como independiente y en la candidatura de la Conjunción. Obtenida nuevamente el acta de diputado, aprovechó el discurso del mensaje de la Corona para acentuar sus críticas a la jefatura del Estado, tachando de comportamiento anticonstitucional del Monarca la manera en que había sido cesado Moret y denunciando, nuevamente, la política del Gobierno Maura en relación con la Guerra de África y con el control del orden público durante la Semana Trágica. A pesar de que por entonces Melquíades representaba un republicanismo más respetable y gozaba de un prestigio importante en el Parlamento, su política de oposición, que en muchos aspectos tan alejada estaba del discurso revolucionario, seguía conteniendo algunos de los valores comunes y más conocidos de las oposiciones radicales al sistema.
En 1912 nació un nuevo partido republicano: el Partido Reformista, del que Melquíades fue el alma máter y Gumersindo de Azcárate, su presidente.
Los amigos republicanos de ambos y una importante pléyade de los llamados intelectuales respaldaron la iniciativa. El programa, muy ambicioso, recogió aspectos ya planteados por Melquíades desde su llegada al Parlamento: secularización del Estado, mayor inversión y gasto público para afrontar un plan de obras públicas y de educación, una amplia reforma fiscal que disminuyera el peso de los impuestos indirectos a favor de los directos, y una reordenación territorial del Estado que promoviera la autonomía de gobierno sin poner en peligro la unidad nacional.
Accidentalista y gubernamental, el proyecto reformista ocupó a Melquíades en los siguientes diez años, hasta el comienzo de la dictadura de Primo de Rivera en 1923. Fueron muchas las adhesiones que consiguió y no menos las expectativas que levantó. En 1917 se hizo cargo directamente del partido, tras la muerte de Azcárate y en un momento especialmente importante para su biografía y para el futuro del orden constitucional.
En julio asistió a la asamblea de parlamentarios celebrada en Barcelona y firmó, junto a Cambó, Lerroux o Iglesias, las conclusiones allí aprobadas, comprometiéndose a no apoyar ningún gobierno si no era para convocar Cortes Constituyentes. De este modo, un Melquíades moderado y gubernamental acabó unido a los regionalistas y a la izquierda que estaba fuera del sistema. En agosto, cuando se desencadenó la huelga revolucionaria, no la condenó.
A finales del año siguiente, la asamblea del Partido Reformista aprobó un programa que recogía en gran medida el pensamiento de Melquíades Álvarez: además de insistir en la reforma constitucional —pero manteniendo la Monarquía—, el paquete de propuestas sociales, educativas, fiscales y agrarias se enmarcaba en la línea de ese nuevo liberalismo o liberalismo social que habían patentado no hacía mucho los liberales ingleses y que tantas simpatías y esperanzas había despertado entre muchos políticos e intelectuales españoles.
Con un programa que no negaba la Monarquía por principio y que insistía, teóricamente, en reformar el marco constitucional para conjugar monarquía y voluntad popular, el reformismo y Melquíades Álvarez se acercaron más que nunca a las responsabilidades de gobierno. En el otoño de 1920, frente al nuevo gobierno conservador de Dato, Melquíades Álvarez defendió el pacto con los liberales y la necesidad de involucrarse en el poder: “la nación —dijo— atraviesa por un momento de crisis muy grave que exige un compromiso de los reformistas con la gobernabilidad del país”. Finalmente, en diciembre de 1922, cuando García Prieto formó su gobierno de concentración liberal, un reformista, José Manuel Pedregal, fue el encargado de la cartera de Hacienda. Y meses después, tras unas nuevas elecciones generales, y en un momento especialmente trascendente para la vida política, cuando el Parlamento había tomado la decisión de crear una comisión que juzgara las responsabilidades por el desastre de las tropas españolas en Annual, Melquíades fue elegido presidente del Congreso.
Desde ese lugar privilegiado asistió al derrumbamiento del orden constitucional tras el éxito del pronunciamiento militar del general Primo de Rivera en septiembre de 1923. Casi dos meses después, acompañado del presidente del Senado, el conde de Romanones, Melquíades acudió al Palacio Real para advertir al Rey de que, si no convocaba y reunía a las Cortes, faltaría a su mandato constitucional. El Rey los escuchó, pero ignoró su advertencia y menospreció su lealtad, con las consecuencias nefastas que más tarde pudieron verse. Era el fin del orden liberal de la Restauración y, con él, del proyecto reformista de encauzar en una reforma constitucional la democratización de la vida política española.
Durante los años que duró la dictadura, Melquíades Álvarez participó en algunas iniciativas de la oposición.
Y cuando finalmente Primo de Rivera abandonó el Gobierno, se unió a un nuevo grupo denominado Constitucionalista. En ese año de transición que fue 1930, con una Monarquía a punto de perecer falta de apoyos y de voluntad, Melquíades repitió en el teatro de la Comedia el accidentalismo y planteó la fórmula constitucionalista: la convocatoria de Cortes Constituyentes para que decidieran el futuro político del país.
Pero una posible reforma desde dentro, auspiciada por un Gobierno cuyo primer punto de acción fuera la convocatoria constituyente, se frustró en febrero de 1931 tras la salida de Berenguer y el fracaso, primero, de Sánchez Guerra y, luego, del propio Melquíades Álvarez. El 14 de abril, tras las elecciones locales, el Rey abandonó el país y la República fue proclamada.
A los pocos días, Melquíades, que estaba a punto de cumplir los sesenta y siete años, hizo público su deseo de servir “a la República española con fervoroso entusiasmo y con absoluto desinterés”, pero de acuerdo con sus convicciones. Aunque algo más tarde, en un banquete del Partido Reformista, Pedregal culpó al Rey de haber hecho imposible la evolución reformista y afirmó que los reformistas debían estar con el nuevo movimiento republicano, donde en verdad se colocó el reformismo y Melquíades Álvarez no fue en la izquierda republicana, sino encabezando un nuevo y pequeño partido llamado Liberaldemócrata, mucho más próximo al discurso de orden y libertad del grupo conservador de Alcalá-Zamora que al programa revolucionario de la izquierda.
Había llegado la hora de que el reformismo y el propio Melquíades Álvarez se enfrentaran al problema que había quedado pospuesto en 1923: la incorporación de las masas a la política. Una vez en marcha, la respuesta reformista a la política de masas fue la constitución de un grupo de notables republicanos cercanos a las posturas conservadoras y desbordados por la radicalización del discurso de la izquierda.
Así, en junio de 1931, en plenas elecciones constituyentes, empezó un recorrido tortuoso y amargo para el Melquíades respetable y moderado, un recorrido con un final triste en 1936. En esas elecciones de junio y en su tierra natal, donde durante años había sido un candidato imbatible, hubo de suspender sus mítines por las agresiones y por las intimidaciones de sus adversarios, que no eran en este caso los conservadores monárquicos, sino la izquierda republicano- socialista. Por fin había llegado la democracia competitiva y los reformistas tenían que retirarse de la lucha electoral en Asturias. No obstante, Melquíades pudo conseguir el acta de diputado gracias al ofrecimiento de Lerroux.
Su postura durante el primer bienio no estuvo demasiado lejos de la del nuevo radicalismo moderado y de centro-derecha de Lerroux: en contra de la Constitución aprobada en diciembre, frente al Estatuto de Cataluña y contra la prolongación de las Constituyentes.
En noviembre de 1933, cuando por fin se convocaron las primeras elecciones generales ordinarias, los reformistas acudieron a las mismas en coalición con la derecha accidentalista. Melquíades consiguió nuevamente el acta de diputado para unas Cortes cuya vida, como es sabido, estuvo determinada por la decisión de la izquierda de oponerse violentamente al resultado de las urnas. Republicano histórico y antiguo azote de la monarquía de la Restauración, los acontecimientos del segundo bienio republicano le desbordaron.
No entendió y condenó la revolución de octubre de 1934, y en mayo de 1936, con el acta de diputado perdida y el orden público en proceso de demolición, sus palabras en la tribuna de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación testimoniaron no ya su fracaso personal, sino el de todo el proyecto reformista: denunció entonces a las izquierdas por hacer creer que para “gobernar con acierto es forzoso hacer tabla rasa del pasado, sin escrúpulo alguno y con la fuerza ciega de los iconoclastas”.
Fue elegido académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas el 20 de noviembre de 1917, pero no llegó a leer el discurso de ingreso. Fue electo por segunda vez el 27 de octubre de 1931, pero tampoco se presentó en el plazo fijado por los estatutos, y su plaza se declaró vacante el 8 de enero de 1935.
Tras el levantamiento militar de julio de 1936 y el comienzo de la guerra, un Melquíades bastante mayor y envejecido se negó a refugiarse en una embajada extranjera. Como se temían sus amigos y familiares, acabó siendo detenido y encarcelado por los leales a la República, siendo finalmente asesinado en el asalto a la Cárcel Modelo de Madrid en agosto de 1936. Compartió destino, entre otros muchos, con su amigo y compañero de estudios Ramón Álvarez Valdés y con otros ex ministros del segundo bienio, como Rico Avello o Martínez de Velasco.
Obras de ~: El acta de Medina del Campo. Discurso pronunciado por D. Melquíades Álvarez en el Congreso, Madrid, Hijos de J. A. García, 1907; Discurso pronunciado el 1 de mayo de 1915 en Granada, Madrid, s. f.; Discurso pronunciado en el acto político del teatro de la Comedia de Madrid, el día 27 de abril de 1930, Madrid, Editorial Reus, 1930; “Prólogo” a C. Blanco, La Dictadura y los procesos militares, Madrid, Espasa Calpe, 1931; Discursos de Melquíades Álvarez: Documentos parlamentarios, recopilados por A. Díaz de Masedam, Valencia, Prometeo, s. f.; Antología de discursos, estudio preliminar de J. Girón Garrote, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 2001.
Bibl.: A. Camín, Hombres de España, Madrid, Renacimiento, 1922; M. Cuber, Melquíades Álvarez, Madrid, Editorial Reus, 1935; E. G. Gingold, Melquíades Álvarez and the Reformist Party, 1901-1936, University of Wisconsin, 1973; M. García Venero, Melquíades Álvarez. Historia de un liberal, Madrid, Tebas, 1974; J. Varela Ortega, Los amigos políticos: partidos, elecciones y caciquismo en la Restauración (1875-1900), Madrid, Alianza, 1977; M. Fernández Almagro, Historia del reinado de Alfonso XIII, Barcelona, 1977; C. Seco Serrano, “Melquíades Álvarez y la democratización de la Monarquía”, en Los Domingos de ABC, Madrid, 19 de julio de 1981; M. Suárez Cortina, El reformismo en España. Republicanos y reformismo bajo la monarquía de Alfonso XIII, Madrid, Siglo xxi , 1986; J. García Sánchez, Melquíades Álvarez, profesor universitario, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1988; J. Romero Maura, La rosa de fuego: el obrerismo barcelonés de 1889 a 1909, Madrid, Alianza, 1989; S. G. Payne, La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936, Barcelona, Paidos, 1995; A. L. Oliveros, Un tribuno español. Melquíades Álvarez, Gijón, Silverio Cañada Editor, 1999; I. Fernández, Melquíades Álvarez: un liberal en la Segunda República, Oviedo, Real Instituto de Estudios Asturianos, 2000.
Manuel Álvarez Tardío