Pittaluga Fattorini, Gustavo. Florencia (Italia), 10.X.1876 – La Habana (Cuba), 27.IV.1956. Internista, hematólogo, parasitólogo, catedrático.
Nacido en el seno de una familia aristocrática, de tradición científica, estudió Medicina en Roma, donde se relacionó con Giambattista Grassi (1854- 1925) desde 1895, pero diversificando su interés entre psiquiatría, endocrinología, anatomía patológica y parasitología, doctorándose en 1902 con una tesis sobre la acromegalia. Inmediatamente después marchó a España encargado por la empresa farmacéutica Bisleri, productora de específicos antipalúdicos a base de sulfato de quinina, hierro y arsénico, para realizar ensayos de campo de sus productos de manera análoga a lo que se hacía en otros lugares (Italia y Argentina, principalmente). De los contactos establecidos por Pittaluga con médicos españoles, el más fructífero resultó ser de Francisco Huertas Barrero, el médico personal de Santiago Ramón y Cajal, coautor del primer informe oficial español sobre el paludismo que aceptaba los nuevos supuestos anofélico-parasitarios en los que se movía el italiano. Los resultados de los trabajos de Pittaluga y sus colaboradores se presentaron ante el XIV Congreso Internacional de Medicina celebrado en abril de 1903 en Madrid y Barcelona e incluyeron la confección de un mapa sobre la endemia palúdica en los territorios metropolitanos del Reino de España.
Pittaluga se nacionalizó en 1904 y se casó poco después con María Victoria González del Campillo y Martínez Carballo, cuñada de Huertas, con la que tendría tres hijos. En 1905 revalidó su título de licenciado en Madrid y ganó el de doctor con Sobre el mecanismo patogénico de los síndromes sueroterápicos, trabajo que desarrolló en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas dirigido por Ramón y Cajal. A propuesta de éste fue contratado en 1906 en el Instituto Nacional de Higiene (INH), donde organizó la sección de Parasitología entre 1909 y 1924. En 1909 dirigió la comisión del INH que estudió las condiciones sanitarias de los territorios españoles del Golfo de Guinea, dedicando especial atención a la enfermedad del sueño. En 1911 ganó por oposición la Cátedra de doctorado de Parasitología y Patología Tropical de la Facultad de Medicina de Madrid, que desempeñó hasta su exilio en 1936. Su carrera académica la compaginó siempre con el ejercicio privado de la Medicina, incluyendo el puesto de jefe de laboratorio en el Instituto Rubio de Terapéutica Operatoria, el de médico del Príncipe de Asturias y del Teatro Real.
Pittaluga fue una personalidad clave en la constitución de la biomedicina en España, esto es, en la fundamentación de las tareas sanadoras sobre las aportaciones y métodos de las ciencias biológicas básicas, en particular gracias a su labor de creación de laboratorios y fomento de la formación especializada.
Durante los quince primeros años de su vida en España, se dedicó personalmente a la investigación experimental.
En Parasitología destaca su contribución al estudio histológico de los embriones de filaria, en perros y en humanos (1904, 1905), así como a aspectos de la biología de los mosquitos vectores de la filariasis y el paludismo. Auspició el descubrimiento y estudio en España de la leishmaniosis infantil (1912).
Tras ganar la cátedra, creó el laboratorio de Parasitología de la Universidad de Madrid, que contó con dependencias en la Residencia de Estudiantes y en la Facultad de Medicina, y desde 1930, el Laboratorio de Investigaciones Clínicas de la Facultad de Medicina de Madrid. En 1923 publicó la versión definitiva de su contribución a la patología tropical, Enfermedades de los países cálidos y Parasitología general. En 1928, fundó y dirigió hasta su cierre en 1936, Medicina de los países cálidos, subtitulada Revista española de medicina e higiene colonial, patología tropical y parasitología, cuyos contenidos fueron vehículo de la producción del colectivo profesional aglutinado en torno a Pittaluga, en sus vertientes clínicas y experimentales, tanto en el mundo colonial como, en particular, desde la campaña oficial de lucha antipalúdica, iniciada bajo su dirección en 1920. Desde 1915 había contribuido a organizar los primeros servicios médicos antipalúdicos en Cataluña. En 1920-1921 dirigió el experimento de Talayuela, que sirvió de punto de partida para la organización antipalúdica a nivel nacional.
Su curiosidad por las infecciones parasitarias le condujo al estudio de la morfología y fisiopatología de la sangre, lo que abría las puertas a la Hematología clínica. Desde 1916 organizó cursos de ampliación en Hematología y en 1918 estableció una consulta externa de enfermedades de la sangre. Colaboró en el Manual de Medicina Interna (1916) de Hernando y Marañón con el capítulo dedicado a “Las enfermedades de la sangre”. Esta especialización le abrió las puertas del Palacio Real como médico del Príncipe de Asturias, hijo hemofílico de Alfonso XIII. La publicación de Anales de Parasitología y Hematología, sólo aguantó una entrega (Madrid, 1919), si bien lo intentó de nuevo en 1931, bajo el epígrafe Trabajos 1928-1930, donde recogió los producidos en el Laboratorio central de análisis clínicos de la cátedra de Parasitología y Patología Tropical y consulta pública de enfermedades de la sangre. Mayor entidad y continuidad tuvo la revista Archivos de Cardiología y Hematología (1920-1936), que fundó y codirigió con Luis Calandre Ibáñez. En 1922 publicó un manual de Enfermedades de la sangre, donde se muestra la amplitud y flexibilidad de sus criterios de trabajo, partiendo de un concepto de hematología como “morfología normal y patológica de la sangre” —sujeto, pues, al dominio de las técnicas histopatológicas—, hasta el punto que podemos considerarlo como una vía de abordaje y fundamentación científica de la especialización en Medicina interna. Esto se aprecia en particular en el concepto de “hemodistrofias”, introducido por él en 1915, donde ponía en relación la histopatología, el estudio del metabolismo y la endocrinología, apoyado todo sobre una matriz constitucional. Con Las enfermedades del sistema retículo-endotelial (1934) mostró su altura como hemopatólogo de formación experimental.
En un momento en que se cuestionaba, por Otto Naegeli, la entidad del S.R.E. formulada por Aschoff, Ferrata y otros, Pittaluga planteaba con lucidez un estado de la cuestión sin pretensiones de pontificar; por el contrario, “La consolidación o demolición de esta concepción nosológica […] está supeditada por entero a los resultados de los estudios que se emprendan [en el futuro]” (1934: 467). Lo que ofrece el texto, con esa conciencia histórica de provisionalidad, es una elaborada discusión sobre el estado de los conocimientos del momento, ordenada según las hipótesis de Pittaluga, y ampliamente sustentada en materiales originales, suyos y de sus colaboradores: tres cuartas partes de las doscientas ilustraciones incluidas en él corresponden a fotomicrografías obtenidas en casos clínicos de autores españoles, en particular del propio Pittaluga y sus colaboradores Jiménez Asúa, Goyanes Álvarez, Rof Carballo y Sadí de Buen.
Otra dimensión destacable de la vida científica de Gustavo Pittaluga fue su dedicación a la política científica con miras a la extensión de la formación especializada de base experimental y la integración en redes transnacionales. Sucesivamente desempeñó los puestos de asesor de la Mancomunidad de Cataluña para la organización de su servicio sanitario, que dirigió (1915-1923), presidente de la primera Comisión Antipalúdica (1920-1924) y director de la Escuela Nacional de Sanidad (1930-1932). Fue el pergueñador, junto a Tello y Marañón, de la Comisión permanente de Investigaciones Sanitarias, de la que fue vocal, así como director del Instituto Nacional de Sanidad creado en 1934. En 1930-1931 presidió la comisión preparatoria del Congreso sobre Higiene Rural, que se celebró bajo los auspicios de la Sociedad de Naciones. Desde 1932 y hasta 1936 fue el redactorjefe de la Revista de Sanidad e Higiene pública, órgano oficial de la Sanidad española. En el plano internacional, desempeñó la voz de la España científica de forma regular dentro de la Organización de Higiene de la Sociedad de Naciones, en cuyo Comité Científico tomó parte prácticamente desde su fundación (y del que fue reiteradamente elegido vicepresidente, entre 1932 y 1936) y en su Comisión del paludismo en particular, desde donde participó en diversas misiones internacionales de estudio sobre problemas sanitarios en la Unión Soviética, Grecia, Argentina o México. Como recordó su colaborador José Estellés, fue uno de los principales artífices de la ampliación del concepto de “sanidad” hacia “salud pública”, concediendo valor a cuestiones como la higiene de la alimentación, la ingeniería y la arquitectura sanitarias sin minusvalorar la de la bacteriología, la epidemiología o la estadística. Su proyección científica internacional se vio recompensada con el nombramiento de catedrático de Histología de la Universidad Nacional de México, en el verano de 1935, diversos nombramientos honoris causa, así como su admisión en academias médicas de Roma, Bolonia, Buenos Aires, Bucarest, Río de Janeiro, México y La Habana.
Amigo personal de José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón y Augusto Pi Suñer, entre otras eminencias científicas, lo fue menos, al parecer, de Carlos Jiménez Díaz, catedrático en Madrid desde 1926, cuyo Instituto de Investigaciones Médicas le generó competencia y en cuyo equipo terminaron por integrarse algunos de sus colaboradores después de la guerra.
Fue un excelente orador y un estimable escritor, ateneísta, asiduo de la tertulia del Café Suizo (convocada por Carlos María Cortezo), académico de número en la Real de Medicina desde 1915, vicepresidente y presidente de la Sociedad Española de Historia Natural (1917 y 1918), vicepresidente de la Sociedad Española de Biología y vicepresidente de la Sociedad Española de Higiene. Colaboró en los consejos editores de Los progresos de la clínica (1913- 1936), El Siglo Médico (1918-1924) y Anales de Medicina Interna (1932-1936), junto a las principales figuras de la medicina española del momento. Aconsejó a José Castillejo (1877-1946), el secretario permanente de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, en las cuestiones referidas a salud pública, como demuestran sus cartas conservadas en el archivo de la misma. Participó (1919) en la organización del Instituto de Biología y Sueroterapia, Instituto IBYS, que fusionado en 1929 con THIRF (empresa homóloga que había sido organizada por personal directivo del Instituto Nacional de Higiene), generó una potente empresa de productos inmunológicos.
Igualmente fue una persona activa en el mundo político. Entre 1915 y 1923 tomó parte en distintas iniciativas concitadas en torno a Ortega, como la Liga de Educación Política y la revista España. Su firma se encuentra al pie del primer manifiesto de la Liga Española de los Derechos Humanos (1922).
Formando parte del grupo liberal-reformista de Melquíades Álvarez, consiguió un escaño en las Cortes que cerró el pronunciamiento de Primo de Rivera, y de nuevo en las Constituyentes de 1931, si bien abandonó su militancia en los inicios de la andadura republicana. En 1935 se afilió al partido de Azaña, Izquierda Republicana. El respeto que concitaba su figura le permitió desempeñar cargos por nombramiento tanto con el gobierno provisional republicano- socialista como con el gobierno de la derecha.
El 20 de marzo de 1933 recibió un homenaje de sus discípulos y amigos (como Emilio Luengo, Carlos Zozaya, Jimena Fernández de la Vega, Sadí y Eliseo de Buen, Juan Rof Carballo, Luis Nájera, Luis Fanjul, Pedro de la Cámara, Rafael Ibáñez, José Goyanes Álvarez, Carlos Maclellan y Francisco Fornieles) como desagravio por los ataques recibidos desde la extrema derecha a cuenta de no haber nacido en España.
Como más tarde escribiera José Estellés en recuerdo suyo, “[pese a su amor por España] su destino, como el de otras personalidades semejantes, fue el de tener que ganarse a todas horas una nacionalidad libremente elegida”.
Fue considerado por la Fundación Rockefeller como el hombre mejor preparado de la Sanidad pública española, lo que facilitó el apoyo de aquélla a la organización de la lucha antipalúdica, planeada bajo su dirección y ejecutada bajo la de Sadí de Buen Lozano (1893-1936) y Diego Hernández-Pacheco. Acosado por elementos republicanos en los primeros momentos de confusión tras el levantamiento militar, se trasladó a París, como funcionario adscrito al Comité de Higiene de la Sociedad de Naciones, donde siguió trabajando en el Hospital Conchin y, más adelante y hasta 1940, colaboró con el Centro de Investigaciones Hematológicas del Hospital Saint Antoine, publicando en diversas revistas francesas. Según Eliseo de Buen, fue presidente efectivo de la Sociedad Francesa de Hematología y encargado de cursos de Hematología en Niza. Al producirse la invasión alemana, tras una penosa odisea —pues su buena consideración ante la Fundación mencionada no le proporcionó la ayuda necesaria para marchar a Estados Unidos— consiguió trasladarse a Cuba (donde ya había viajado como invitado en 1937) en 1942, merced a la intervención de las autoridades cubanas del momento ante el Gobierno de Vichy, y allí permaneció hasta su muerte.
En el exilio mostró sus dotes de organizador, convocando en París y presidiendo en 1939 la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero (UPUEE). En La Habana organizó una reunión plenaria de la misma, cambiando el término “extranjero” por Exilio, si bien la abundancia de residentes en México hizo que la sede la Unión se trasladara definitivamente a aquella república.
La larga década de vida en Cuba le supuso una última prueba, pues se le exigió revalidar su título de médico. Pese a su larga relación con médicos cubanos (su primer trabajo habanero apareció en 1908 y el médico cubano Pérez Ara figura entre los que aportaron materiales para su libro de 1934) no pudo obtener un puesto universitario por prohibirlo la Constitución, si bien encontró acomodo a sus trabajos por un tiempo en el Instituto de Hidrología Médica, como jefe del departamento de investigaciones biológicas, desde 1945. Su precaria situación económica fue la causa principal de su grafomanía última, reutilizando materiales anteriores y dando rienda suelta a su amplio bagaje cultural en multitud de artículos periodísticos que más tarde recopilaba en forma de libro, como el divertido Coloquios interplanetarios (1952).
Allí empleó con profusión materiales anteriores sobre la teoría del vicio que ya había expuesto en Revista de Occidente en 1927, a la vez que se adentraba en problemas nuevos, como el de la amenaza nuclear o la guerra fría, con su habitual elegancia humanista y liberal. Su voluminoso estudio sobre La posición de la mujer en la historia (1946), del que dice Vega que llevaba veinticinco años en preparación, si bien defiende una igualdad de potencialidades con los varones, a efectos laborales o artísticos, al mismo tiempo subraya la peculiaridad constitucional femenina, que obligaría a las mujeres a buscar una manera de estar en la historia diferente de la masculina. Esto le llevó a criticar el feminismo contemporáneo que, en su opinión, se proponía solamente objetivos de igualdad sociopolítica.
En Cuba publicó dos nuevas monografías de hematología (1943 y 1945), que actualizaban sus aportaciones anteriores: una tercera parte de las citas contenidas en el capítulo primero de su Diagnóstico y tratamiento de las hemodistrofias (1945) son de trabajos posteriores a 1934. Cuando murió terminaba un Tratado de fisiopatología de la sangre.
El Gobierno republicano lo expulsó del escalafón de Sanidad en diciembre de 1936 y del de catedrático de universidad en febrero de 1939. Por la ley de 17 de julio de 1953 pidió su reingreso, lo que consiguió en marzo de 1955, con la condición de jubilado desde 1946, si bien no llegó a recibir ningún dinero de su retiro ni pudo terminar sus días en suelo español como deseó.
Obras de ~: con B. Grassi, C. Barba Morrihy, G. Noé y G. Riccioli, Relazione dell’esperimento di profilassi chimica contro l’infezione malarica, fatto ad Ostia nel 1901, Milano, Tip. Rancati, 1902; (dir.) Investigaciones y estudios sobre el paludismo en España. Études et recherches sur le paludisme en Espagne (1901-1903), à l’occasion du XIVe. Congrès International de Médecine Madrid-Barcelona, Avril 1903, Barcelona, Tipografía La Académica, 1903; Observaciones morfológicas sobre los embriones de las filarias de los perros, Madrid, Imprenta y librería de Nicolás Moya, 1904; Estudios acerca de los dípteros y de los parásitos que transmiten al hombre y a los animales domésticos, Madrid, Imprenta de la Gaceta de Madrid, 1905; (dir.), Informe de la Comisión del Instituto Nacional de Higiene de Alfonso XIII enviada a las posesiones españolas del Golfo de Guinea para el estudio de la Enfermedad del Sueño y de las condiciones sanitarias de la Colonia, Madrid, Ministerio de Estado-Sección Colonial, 1910; El problema político de la sanidad pública, Madrid, Calpe, 1921; “Trabajos de la Comisión para el Saneamiento de Comarcas Palúdicas”, en Anuario de la Dirección General de Sanidad, 1921, Madrid, 1922, págs. 422-428; Enfermedades de la sangre y hematología clínica, Madrid, Calpe, 1922; Enfermedades de los países cálidos y Parasitología general, Madrid, Calpe, 1923; Las enfermedades del sistema retículo-endotelial, Madrid, Espasa Calpe, 1934; La patología de la sangre y el sistema retículo-endotelial (Fisiología, Semiología y Terapéutica), La Habana, Editorial Cultural, 1943; con A. Alonso Pascual, E. Bardají, E. de Buen, J. Gil Collado y E. Luengo, Paludismo, Madrid, Morata, 1944; Grandeza y servidumbre de la mujer: la posición de la mujer en la Historia, Buenos Aires, Editorial Suramericana, 1946; Coloquios Interplanetarios, La Habana, Editorial Cultural, 1952; Tratado de fisiopatología de la sangre, La Habana, Editorial Cultural, 1956.
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Esteban Rodríguez Ocaña