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Niceto Alcalá-Zamora y Torres

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Biografía

Alcalá-Zamora y Torres, Niceto. Priego (Córdoba), 8.VII.1877 – Buenos Aires (Argentina), 18.II.1949. Presidente de la Segunda República Española.

Nacido en el seno de una familia muy vinculada al progresismo decimonónico, su padre, Manuel, militar frustrado, debido a su acentuada miopía, pero buen conocedor del Derecho, fue secretario durante algún tiempo del Ayuntamiento de Priego. Hacendado con un buen respaldo económico, y muy fiel a la tradición política familiar, él orientó los primeros pasos intelectuales y morales de su hijo, ya que éste quedó huérfano de madre —Francisca Torres— cuando sólo contaba dos años: hicieron las veces de aquélla su tía y madrina, Enriqueta, y su prima Gloria, que cuidaron de Niceto y de sus hermanos: Manuel, el mayor, y Pilar, la menor.

Cursó estudios de bachillerato, por libre, en el Instituto de Cabra, y de Derecho, también por libre, en la Universidad de Granada. Terminada la carrera con brillantes calificaciones en 1894, tres años después se trasladó a Madrid, doctorándose en la Universidad Central: sus más destacados profesores —y orientadores— en las aulas madrileñas fueron Azcárate y Ureña. Pasante en el despacho de Díaz Cobeña, en 1899 gana, con el número uno, las oposiciones a letrado del Consejo de Estado. Habiendo contraído matrimonio, ese mismo año, con Purificación del Castillo —natural de Priego, como él—, todo le sonreía al despuntar el nuevo siglo, y el reinado personal de Alfonso XIII. Por entonces (1903) se vinculó al círculo liberal de Romanones; junto al conde haría sus primeras armas en la política de la Restauración, y adscrito a su facción progresista habría de transcurrir buena parte de su carrera política.

En las elecciones liberales de 1905 ganó su primer acta de diputado, por el distrito de La Carolina, que sería en adelante “su” distrito —hasta 1923, pero recuperado en 1931—. Dotado de brillantes dotes oratorias —aunque ya por entonces un tanto démodés, muy dentro de la ampulosa tradición castelarina—, pero también de una sólida preparación en materias jurídicas y administrativas, destacó muy pronto en el Parlamento. En el gobierno de Canalejas (1910-1912), en el que Romanones asumió la cartera de Instrucción Pública, Alcalá figuró como subsecretario; pero, a la muerte de Canalejas y al dividirse el Partido liberal, se sumó a la fracción democrática de García Prieto. Cuando éste formó su primer Gobierno (1917), Niceto Alcalá-Zamora figuró en él como ministro de Fomento, y ya con un grupo político propio, en el Nacional que en 1918 presidió Maura. A partir de la crisis de este Gobierno, su significación se hizo más patente: sostuvo por entonces un resonante debate en oposición a las pretensiones autonomistas de Cataluña, defendidas por Cambó. Fue tajante su frase: “Autonomía y hegemonía son dos cosas absolutamente incompatibles. No se puede ser a la vez Bolívar de Cataluña y Bismarck de España”.

Ministro de la Guerra en el Gobierno del bloque liberal que presidió García Prieto en 1922, su grupo político sólo contaba con nueve diputados en las nuevas Cortes. Dimitió por discrepancias con el ministro de Estado, Santiago Alba, especialmente en lo relativo a la cuestión marroquí —consideró un error sus negociaciones con Abdelkrim y con el Raisuni—. Al sobrevenir la Dictadura, en septiembre de 1923, se mostró, de momento, en una actitud de benevolencia expectante: “Al General le consta —declaró entonces— mi sincero y leal deseo de que este régimen, a cuyo nacimiento e iniciativa nada me liga, realice una misión útil, que por mi parte no encontrará obstáculos”.

Pero esa postura evolucionó a una oposición tajante cuando el Dictador decidió prolongar su Régimen tras el éxito marroquí (el decisivo desembarco en Alhucemas), mediante el Directorio Civil; oposición que derivó a una decidida ruptura con la Monarquía, en giro similar al de Miguel Maura, con el que fundó, ya en 1930, la Derecha Liberal Republicana.

En ese mismo año, ya caído el Dictador, y en una resonante conferencia pronunciada en Valencia, Alcalá-Zamora se atrevió a prometer una República conservadora, respetuosa con la Iglesia [...] “con el cardenal de Toledo a la cabeza”. Sin duda, esta definición contribuyó a atraer hacia la República a un amplio sector de las timoratas clases medias, enojadas con el Dictador —y con el Rey, que le había sostenido—.

En agosto de ese mismo año tomó parte en el encuentro y pacto de San Sebastián, y fue designado presidente del Comité Revolucionario (que, al producirse el cambio de Régimen, se titularía Gobierno Provisional). Confinado en la Cárcel Modelo, de Madrid, tras el frustrado pronunciamiento de Jaca, su liberación, tras el juicio rotundamente absolutorio, provocó una significativa manifestación popular que preludió ya la caída de la Monarquía.

Al advenimiento de la República conservó su puesto al frente del Gobierno provisional; pero, reunidas las Cortes constituyentes, dimitió por disconformidad con la legislación anticlerical defendida eficazmente por Azaña. Sin embargo, una vez aprobada la Constitución, el Gobierno encabezado por aquél decidió designarle Presidente de la República —para neutralizar las primeras reacciones de los católicos, y dar al Régimen una apariencia de continuidad moderada—.

Ya Presidente, confirmado por las Cortes el 18 de diciembre de 1931, hubo de enfrentarse con el frustrado pronunciamiento de Sanjurjo (agosto de 1932), que a su vez, como réplica, permitió acelerar la aprobación del Estatuto autonómico catalán (para Alcalá-Zamora, un giro total respecto a su actitud de 1919), y estimuló las reformas jacobinas de Azaña.

Las elecciones de noviembre de 1933, que supusieron un vuelco político total —con el triunfo de un centro-derecha representado por el radicalismo templado de Lerroux y por la modalidad demócratacristiana de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), liderada por Gil Robles— iniciaron la crisis del Régimen, ya que las izquierdas no supieron perder, y se mostraron reacias a la aceptación del nuevo mapa parlamentario por el presidente, al paso que éste, para no disgustar a aquéllas, sólo se avino a un Gobierno Lerroux con reducida participación de las derechas, pese a la representación mayoritaria de éstas en la Cámara.

Aun así, el Partido socialista, dominado por Largo Caballero, se lanzó en octubre de 1934 a una intentona revolucionaria de carácter muy grave, que tuvo su principal escenario en Asturias, mientras Companys, en Barcelona, rompía con el Gobierno proclamando el Estado Catalán. A ambos desafíos hicieron frente, con energía, Alcalá-Zamora y el jefe del Gobierno, Lerroux. Dominadas las dos secesiones —la marxista y la nacionalista—, Alcalá-Zamora se esforzó en reducir al mínimo las condenas subsiguientes. No hubo penas de muerte, pero tanto Largo Caballero como Companys fueron reducidos a prisión, y Azaña se vio sometido a un proceso que se resolvería a su favor.

Un nuevo Gobierno Lerroux-Gil Robles, formado en mayo de 1935 (con mayoría cedista), se esforzó en restaurar el Ejército presuntamente “triturado” por Azaña, y en centrar la política; pero los escándalos surgidos en el seno del Partido radical (la “denuncia Tayá” y el famoso straperlo) obligaron a Lerroux y los suyos a salir del Gobierno. Un tecnócrata próximo a la posición política de Alcalá-Zamora, Chapaprieta, prolongó con dificultades la situación, que hizo crisis definitiva a principios de diciembre de 1935, sin que hubieran podido aprobarse las medidas económicas de Chapaprieta ni la reforma constitucional, en la que había puesto gran empeño el propio Alcalá-Zamora.

Eludió éste (y sería su gran error) confiar el poder a Gil Robles, y prefirió entregarlo a Portela Valladares, que disolvió las Cortes y convocó unas elecciones de las que saldría triunfante el Frente Popular, integrado por los azañistas y por un socialismo radicalizado por la obsesión revolucionaria de Largo Caballero (que había salido de la cárcel en noviembre del año anterior): el intento de Alcalá-Zamora de crear una fuerza propia, de centro, capaz de ganar las elecciones, había fracasado rotundamente. Reunidas las Cortes, éstas, en un gesto a todas luces anticonstitucional, iniciaron sus tareas deponiendo a Alcalá-Zamora (al que, de manera absurda, se acusaba de haber disuelto sin justificación las Cortes anteriores, pese a que esa di solución la estaban exigiendo, desde el mismo día en que fueron elegidas, tanto Azaña como los socialistas).

Alcalá-Zamora se apartó prudentemente de toda actividad política, y a comienzos de julio embarcó en Santander, con su familia, para realizar un viaje de placer por el norte de Europa, sin sospechar que jamás retornaría vivo a su patria. Durante este viaje le sorprendió, en efecto, el estallido de la Guerra Civil.

Instalado en Francia —primero en París, y en Pau luego— sin más recursos económicos que los obtenidos con sus colaboraciones en la prensa americana, y repudiado por las dos Españas combatientes, decidió emigrar a Buenos Aires, al comenzar la Segunda Guerra Mundial. Su esposa había muerto en Pau; dos de sus hijos habían acudido a España, contra la voluntad de su padre, para luchar a favor de la España frentepopulista.

Su viaje, iniciado en enero de 1941, pero prolongadísimo por causas diversas (duró 411 días) le llevó a México, pero desde allí logró trasladarse finalmente a Buenos Aires, donde vivió acompañado por dos de sus hijas, Pura e Isabel; también estaba en la capital platense su primogénito, Niceto. Tanto los llamados rojos como los llamados nacionales le habían despojado de todos sus bienes; en febrero de 1941 había sido condenado mediante una sentencia absurda, dictada por los tribunales franquistas. Se sostuvo no obstante, con cierta holgura, gracias a sus artículos para la prensa francesa y argentina, amén de numerosas publicaciones de todo género. Falleció en su residencia bonaerense el 18 de febrero de 1949. Hasta 1977 no serían repatriados sus restos, enterrados hoy en el panteón familiar de Madrid.

Alcalá-Zamora tuvo tres hijos de su matrimonio. El mayor, Niceto, había casado en 1932 con una hija del general Queipo de Llano, Ernestina. José y Luis murieron en España durante la Guerra Civil. María Teresa quedó en “zona nacional”. Las otras dos, Pura e Isabel, le acompañaron, como ya se ha indicado, hasta su muerte.

Perteneció a tres Reales Academias: Jurisprudencia y Legislación (en la que ingresó en 1913); Ciencias Morales y Políticas (1920) y Española (1932).

Tanto en su dimensión personal como en la política, Alcalá-Zamora, convencido católico, fue un hombre fundamentalmente honesto; pero precisamente su concepción de la alta magistratura que le tocó asumir, como una institución arbitral y equidistante de las diversas facciones políticas, le acarreó el rechazo de quienes, llamándose demócratas, le exigían una supeditación a sus propios intereses partidistas: su imperdonable destitución, en 1936, fue buena muestra de ello. Pero también es verdad que su negativa —poco ortodoxa, constitucionalmente hablando— a dar el poder a Gil Robles, para evitar una crispación revolucionaria, fue su gran error: más bien provocó lo que quería rehuir. Le absuelve, en todo caso, la pretensión conciliadora en que siempre trató de inspirarse.

A este respecto, quizá el juicio más certero sobre la persona y el político sea el de Amadeo Hurtado, que le conoció muy de cerca: “De una elocuencia frondosa, de una memoria sorprendente, de una cordialidad atractiva y de una buena fe indiscutible, la cualidad predominante en él era la de jurista, la cual venía a ser una segunda naturaleza, porque todos los problemas políticos, por muy enrevesados que fuesen, se les presentaban como la materia viva de una fórmula jurídica. Su sólida preparación en cuestiones de derecho público, ayudada de una provechosa experiencia como abogado del Consejo de Estado, le daba una gran autoridad en las discusiones de temas constitucionales que difícilmente le cogían desprevenido, y no se puede negar que esta cualidad era un defecto para todos los intuitivos y para muchos que, sin serlo, se inclinaban por sistema a tirar del derecho más que a ir de acuerdo con el derecho.

Sería inútil decir que con esta preparación se tomó muy seriamente la función arbitral del poder moderador al llegar a jefe del Estado, con la pretensión de dar a la República el valor de una institución nacional por encima de los intereses circunstanciales de los partidos, y eso, que era sin duda un pensamiento de hombre de Estado, es lo que en definitiva le había de perder, ya que no casaba con la anormalidad de aquellos tiempos revolucionarios de la implantación de un nuevo régimen [...]. Alcalá-Zamora, con una apariencia de ligereza por su verbosidad, por la camaradería de su trato, por la modestia excesiva de sus costumbres hogareñas y por la revelación ingenua de sus inquietudes, desconfianzas y recelos [...] era todo un carácter, y tenía mucha fortaleza de espíritu para revestir con coraje todas las adversidades, y en cambio, otra figura capital de la República, como era don Manuel Azaña, con una apariencia de firmeza por su palabra precisa y tajante, por un trato serio y poco hablador, por un concepto prestigioso de los atributos del poder y por el hermetismo de sus sentimientos más íntimos, tenía una flaqueza de carácter insospechada para enfrentarse con las situaciones personales difíciles. Si Alcalá-Zamora se hubiese hallado como presidente de la República a la hora de la guerra civil, habría muerto sin duda asesinado, mientras que Azaña, que sí se halló, había de morir de pasión de ánimo” (A. Hurtado, 1967-1969: 116-118).

 

Obras de ~: La concesión como contrato y como derecho real, Madrid, Julián Espinosa, 1918; El Estatuto catalán. Necesidad de discutirlo, Madrid, Tipografía Moderna, 1919; La crisis de las ideas en los fundamentos del Ejército, Excelsior, Madrid, 1919; Los derroteros de la expropiación forzosa, Madrid, Instituto Nacional de Sordomudos y de Ciegos, 1922; “La unidad del Estado y la diversidad de sus legislaciones civiles”, en Revista general de Legislación y Jurisprudencia (RGLyJ), abril de 1924; Los intentos del pacifismo contemporáneo, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1925; La potestad jurídica sobre el más allá de la vida, Madrid, Colegio Nacional de Sordomudos y de Ciegos, 1926 (2.ª ed., Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres, 2001); “Aspectos sociales y políticos de I promessi sposi”, en RGLyJ, junio de 1928; La condena en costas, Madrid, Colegio Nacional de Sordomudos y de Ciegos, 1930; Repercusiones de la Constitución fuera del Derecho Público, Reus-Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 1931; Los problemas del Derecho como materia teatral, Discurso de recepción en la Real Academia Española, Madrid, Real Academia Española, 1932; “El Derecho y sus colindancias en el teatro de D. Juan Ruiz de Alarcón”, en Boletín de la Real Academia Española, octubre-diciembre de 1934 (reed. en México, Imprenta Universitaria, 1945, y en Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, julio-septiembre de 1949); Reflexiones sobre las Leyes de Indias, Madrid, Tipografía de Archivos, 1935 (2.ª ed. ampliada: Nuevas reflexiones sobre las Leyes de Indias, Buenos Aires, Kraft, 1944, y México, 1979); Los defectos de la Constitución de 1931, Madrid, R. Espinosa, 1935 (2.ª ed. junto con Tres años de experiencia constitucional y apéndice con el texto de dicha Constitución, Madrid, Civitas, 1931); [“artículos”], en La Nación, Buenos Aires, junio de 1936-abril de 1939; [“artículos”], en L’Ere Nouvelle, París, noviembre de 1936-septiembre de 1939 (reed. en Confesiones de un demócrata (artículos de L’ère nouvelle), Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres, 2000); Régimen político de convivencia en España. Lo que no debe ser y lo que debe ser, Buenos Aires, Claridad, 1945 (2.ª ed. con La Guerra Civil ante el derecho internacional; Régimen político de convivencia en España, Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres, 2000); Gramática de la lengua española, Buenos Aires, Sopena Argentina, 1945; Diccionario de galicismos de Rafael María Baralt (1855). Prólogo de Eugenio Hartzenburch. Puesto al día con una introducción, cinco apéndices y más de setecientas notas y adiciones, Buenos Aires, Hemisferio, 1945; La oratoria española: figuras y rasgos, Buenos Aires, Atalaya, 1946 (2.ª ed., Barcelona, Grijalbo, 1976); Paz mundial y organización internacional, Buenos Aires, Compañía Impresora Argentina, 1946 (2.ª ed. Buenos Aires, Ballesta, 1981); El pensamiento de “El Quijote” visto por un abogado, Buenos Aires, Kraft, 1947 (2.ª ed., Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres, 2001); Dudas y temas gramaticales. Aclaraciones y complementos puntualizados sobre la índole, destino y uso de las distintas clases de palabras y otras cuestiones gramaticales hispanoamericanas, Buenos Aires, Sopena Argentina, 1948 y 1952 (ed. de F. Córdova y Rodríguez, Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres, 2001); Pensamientos y reflexiones. En paraíso final, México, Porrúa, 1950 (2.ª ed., Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá-Zamora y Torres, 2001); Los protagonistas en la historia y en el arte, Buenos Aires, Sudamericana, 1958; “La guerra civil ante el Derecho Internacional”, en Revista de la Facultad de Derecho de México, 1953; Memorias, Barcelona, Planeta, 1977 y 1998; Discursos, pról. de M. Tuñón de Lara, Madrid, Tecnos, 1979.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, Exp. personal de ~, sign. 119, n.º 14; 121, n.º 24; 123, n.º 24; 125, n.os 15 y 24; 127, n.º 24; 129, n.º 24; 131, n.º 24; 133, n.º 24; 135, n.º 24; 137, n.os 25 y 51.

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Carlos Seco Serrano

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