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Indalecio Prieto Tuero

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Biografía

Prieto Tuero, Indalecio. Oviedo (Asturias), 30.IV.1883 – Ciudad de México (México), 12.II.1962. Político socialista, gobernante y periodista.

Aunque nació en Oviedo, Indalecio Prieto llegó a Bilbao antes de cumplir los ocho años, con su madre viuda y un hermano menor, por lo que su trayectoria vital no se comprende sin la ciudad vasca en la que creció y se formó como persona, como periodista y como líder político. La familia, empobrecida súbitamente en 1888 tras la muerte del padre, Andrés Prieto, se trasladó en 1891 a la capital vizcaína, donde vivió modestísimamente en el barrio obrero de las Cortes. Indalecio fue a clase en una escuela protestante, al parecer la única existente en la ciudad, y aprendió el oficio de taquígrafo con Miguel Coloma, gracias a una beca sufragada por la Diputación provincial.

El tipógrafo socialista Rufino Laiseca le animó a solicitar empleo en La Voz de Vizcaya y así entró en contacto con el mundo del periodismo. El Liberal de Bilbao, diario fundado en 1901 por Miguel Moya, fue su “universidad política y periodística”. Empezó con 18 años a trabajar como taquígrafo y terminó siendo director gerente y propietario, pues el empresario Horacio Echevarrieta le vendió la cabecera en 1932. En la profesión periodística hizo de todo: vocear periódicos por la calle, escribir crónicas parlamentarias, crítica taurina y teatral, editoriales políticos y corresponsal de guerra en Marruecos.

En el Bilbao de la revolución industrial, cuna del socialismo español, se produjo también su bautismo político. En cuanto cumplió la edad reglamentaria, dieciséis años, se afilió al Partido Socialista más “por sentimiento” que por “convicción teórica”. En 1904 fundó las Juventudes Socialistas con su amigo Tomás Meabe. Desde 1911 fue diputado provincial y, a partir de 1915, teniente de alcalde y concejal en el Ayuntamiento. Dio entonces la batalla interna a Facundo Perezagua, el hombre que había dirigido el socialismo vizcaíno desde sus orígenes y, a partir de 1915, sus tesis moderadas, afines al entendimiento con otras fuerzas democráticas, y especialmente con los republicanos, se impusieron en la organización. El suyo fue un socialismo reformista y humanitario, impregnado de la tradición liberal de su ciudad de adopción. Como dijo en una conferencia en la sociedad El Sitio en 1921, en la que citó extensamente al socialista francés Jean Jaurès y se declaró “socialista a fuer de liberal”, la libertad individual era “la base esencial del socialismo”.

En 1916 abandonó la actividad política y se trasladó a Madrid con su familia: su esposa, Dolores Cerezo, con la que contrajo matrimonio civil en 1904 y que falleció en 1922, sus hijos Luis, Blanca y Concha, y su madre, Constancia Tuero, de la que se hizo cargo hasta su muerte en 1929. En Madrid, al tiempo que mantenía su colaboración con El Liberal, comenzó a trabajar como gerente de la Compañía Ibérica de Telecomunicación, fundada por varios empresarios amigos vascos y madrileños para explotar en España las patentes sobre telegrafía y comunicaciones inalámbricas del inventor Lee de Forest. En abril de 1917 incluso viajó a Nueva York para negociar la licencia de explotación de esas patentes en España. Mes y medio después, la Ibérica comenzó la construcción de una estación radiotelegráfica para el Ministerio de Marina y de otras instalaciones en la costa.

Una llamada de Pablo Iglesias en julio de 1917 puso fin a la aventura empresarial de Prieto. El PSOE preparaba una huelga general para el mes de agosto y “el abuelo” le quería de vuelta en Bilbao al frente del movimiento revolucionario. Prieto aceptó “sin chistar”. Fracasada la huelga, el gobernador militar de Vizcaya pidió su captura vivo o muerto y le responsabilizó de todos los actos de violencia ocurridos durante las jornadas de lucha. También del descarrilamiento de un tren que dejó cinco muertos. Tuvo que ponerse a salvo al otro lado de la frontera. Desde Hendaya viajó a París, donde vivió el primero de sus cuatro exilios políticos (1917, 1930, 1934 y 1938) y sufrió en sus propias carnes los bombardeos aéreos alemanes de la Primera Guerra Mundial.

En febrero de 1918 fue elegido por primera vez diputado a Cortes por Bilbao, elección que se repetiría de forma ininterrumpida hasta en siete ocasiones. La última, en 1936. Regresó a España, pasó por el Tribunal Supremo para aclarar su situación judicial, tomó posesión del escaño y el 17 de abril habló por primera vez en el Congreso de los Diputados, donde se reveló como notable orador y formidable polemista. Comentando esta primera intervención suya en el hemiciclo, Tomás Borrás escribió en La Tribuna: “Es en el debate como un descamisado, contundente, sincero y mordaz”.

Entre 1921 y 1923, Prieto adquirió gran protagonismo en la política nacional por su exigencia de responsabilidades por el desastre colonial en Marruecos y por su denuncia constante del grado de corrupción al que había llegado el sistema de la Restauración. Su campaña apuntaba en última instancia al rey Alfonso XIII y solo se detuvo por la censura que se impuso tras el golpe de Estado del general Primo de Rivera.

Su actitud ante la dictadura contribuyó a aumentar su prestigio ante la opinión democrática del país, pues mientras la dirección del PSOE (Besteiro y Largo Caballero) optó por contemporizar con los militares que habían cerrado las Cortes y disuelto por decreto los ayuntamientos, Prieto y Fernando de los Ríos encabezaron una corriente minoritaria que propugnaba un “apartamiento higiénico y saludable” respecto de quienes ocupaban el poder: “No producir insensatamente estorbos cuyo surgimiento justifique represiones y sirva, además, de explicación a la esterilidad de la función gubernativa; pero tampoco avenirse, a pretexto de mantener posiciones conquistadas, al desempeño de puestos de colaboración en organismo oficiales, cualquiera que sea su carácter”. Cuando en octubre de 1924 Largo Caballero ingresó en el Consejo de Estado, Prieto presentó su dimisión como vocal de la ejecutiva en señal de protesta.

En la coyuntura de transición que se produjo entre el final de la dictadura en enero de 1930 y la caída de la monarquía en abril de 1931, Prieto se convirtió en la punta de lanza del proceso revolucionario en favor de la República con su famoso dilema de “con el rey o contra el rey”, que pronunció por primera vez en Irún en el recibimiento a Unamuno a su vuelta del exilio y que obligó a posicionarse a todas las fuerzas políticas. También a los socialistas, que en agosto de 1930 aún no habían decidido su adhesión al movimiento republicano. Por eso, la presencia de Prieto en el Pacto de San Sebastián, celebrado el 17 de agosto, fue a título personal y disgustó a la dirección de su partido. La esencia de dicho pacto consistió en el acuerdo alcanzado entre los líderes republicanos españoles y los catalanistas de centro-izquierda para que, en contrapartida al apoyo de estos últimos al cambio de régimen en España, la República otorgase la autonomía a Cataluña. La posibilidad de que la solución autonómica se aplicase también al País Vasco fue aceptada por Prieto con la condición de que fuese dentro del espíritu liberal y democrático de la República española. El Estatuto vasco, como dijo en 1931, debía ser “obra de concordia” y transigencia. El acuerdo con el PNV de Aguirre no fue posible hasta 1936, pero entonces Prieto fue uno de los artífices del Estatuto de autonomía que aprobaron las Cortes en el mes de octubre y jugó un papel clave en la constitución del primer Gobierno vasco de la historia.

Como diputado por Vizcaya-capital en las tres legislaturas de la Segunda República, además de ministro de Hacienda y Obras Públicas en los gobiernos del primer bienio, Indalecio Prieto fue, con Manuel Azaña, el político más representativo del nuevo régimen republicano. En dos ocasiones recibió del presidente de la República, Alcalá-Zamora en junio de 1933 y el propio Azaña en mayo de 1936, el encargo de formar y presidir el Gobierno, pero en ambas fue incapaz de salvar los obstáculos impuestos por su propio partido.

Como ministro de Hacienda, cargo que desempeñó durante ocho meses como una “penosa carga”, sorteó con éxito la triple crisis (cambiaria, bursátil y bancaria) del verano de 1931 y aprobó la Ley de Ordenación bancaria que tenía como objetivo reforzar la posición pública en el Banco de España, dominado entonces por intereses privados. Prieto dio con ello un primer paso, ciertamente moderado, hacia la nacionalización del banco emisor que se produciría en 1962.  

En Obras Públicas su gestión brilló desde el primer momento. Desde el Centro de Estudios Hidrográficos, al frente del cual nombró al ingeniero Manuel Lorenzo Pardo, puso en marcha un sinfín de proyectos hidráulicos, como el de las vegas alta y baja del Guadiana (después llamado Plan Badajoz), el del valle inferior del Guadalquivir o el de la región levantina. Juan Velarde, después de estudiar todos estos planes en profundidad, concluye que “otra hubiera sido, probablemente, toda la historia española, si se hubiese nombrado desde el primer Gobierno Azaña a Indalecio Prieto ministro de la Reforma Agraria con poderes adecuados”. De hecho, la Ley de Obras de Puesta de Riego, de 13 abril de 1932, fue conocida también como “la Reforma Agraria de Prieto”. Otra línea de actuación prioritaria del ministro fue la relativa a los accesos a tres capitales, Madrid, Barcelona y Bilbao. Los trabajos más importantes en este sentido se llevaron a cabo en la capital de España, donde Prieto, asesorado por el arquitecto Secundino Zuazo, ejecutó un plan con dos ejes principales: la prolongación de la Castellana y la creación de los Nuevos Ministerios, y la solución del sistema de enlaces ferroviarios con un eje central subterráneo que desde la estación de Atocha atravesaba Madrid de sur a norte. En reconocimiento a su labor, el alcalde Pedro Rico le impuso en julio de 1936 la medalla de oro de la capital. Las obras ferroviarias de Bilbao y Barcelona, en las que fue de la mano de Ricardo Bastida y José Cabestany, no pasaron de la fase de estudio. Otros proyectos que llevó a cabo en esta etapa fueron las obras de dragado del puerto de Mahón (Menorca), la ampliación y mejora de los de Bermeo y Ondárroa (Vizcaya) y la urbanización de la playa de San Juan en Alicante.

Desde el punto de vista político, Prieto fue el portavoz de la minoría socialista en las Cortes republicanas y su representante más significado durante el primer bienio. El compromiso del PSOE con el proyecto democrático que representaba la República se mantuvo hasta que, en el verano de 1933 y de forma bastante repentina, Largo Caballero y una parte mayoritaria del partido lo dieron por finiquitado. Prieto pensaba todavía que “el régimen republicano, aun con su matiz burgués, suponía un avance colosal en el orden político y social”, pero su posición quedó en minoría tras la salida de los socialistas del gobierno y la victoria de las derechas en las elecciones de noviembre de 1933.

Decidido el recurso a la vía insurreccional para la toma del poder, Prieto se sumó a la revolución que los socialistas desencadenaron en octubre de 1934, tras la entrada de tres ministros de la CEDA en el Gobierno de Lerroux. El fracaso del movimiento, que años después llegó a calificar de error político, le llevó de nuevo al exilio en Francia y Bélgica, donde se volcó en reconstruir la alianza electoral del PSOE con los republicanos de Azaña, pues achacaba la derrota de las izquierdas en las elecciones de 1933 a la ruptura de esa coalición. Así lo expuso en un artículo, publicado en El Liberal el 14 de abril de 1935, que tuvo gran repercusión y por el que fue duramente atacado por el ala izquierda y las juventudes de su propio partido. No obstante, en diciembre de 1935 entró clandestinamente en España y consiguió imponer sus tesis en el Comité Nacional que acordó reeditar la coalición electoral con los republicanos de izquierda, junto con otros partidos obreros.

Desde mayo de 1935, Prieto atisbó “negros nubarrones” sobre el horizonte político español. Dos eran las razones para este pesimismo: la extensión de la violencia política y el extremismo que estaba ganando a las masas obreras y desbordando a los líderes de izquierda. Un mes después, estimaba evidente, “porque las señales son harto claras en la designación de mandos militares y en otras medidas, que las cosas se preparan para un golpe de Estado”. Un golpe que estallaría en “el instante en que pudiera adivinarse un inmediato cambio de rumbo en la política”. Prieto hizo este pronóstico un año antes de la sublevación militar del 18 de julio y advirtió a sus inspiradores de la insensatez de sus propósitos. “Si creen que se va a repetir la mansedumbre del 13 de septiembre de 1923 (en alusión al golpe de Primo de Rivera durante la monarquía), se equivocan de medio a medio. Lo que harán será desencadenar sobre España una tormenta verdaderamente espantosa”.

Azaña y Prieto, con la complicidad de Felipe Sánchez Román, pusieron las bases del Frente Popular que ganó las elecciones de febrero de 1936. Juntos maniobraron después para apartar a Alcalá-Zamora de la Presidencia de la República y elevar a Azaña a la jefatura del Estado. Desde allí, Azaña encargó a Prieto la formación de gobierno, pero éste declinó el ofrecimiento al no contar con el apoyo de su partido, decidido a no colaborar de nuevo con los republicanos en la gobernación del país. Se perdió así la ocasión de un gobierno de Prieto que, tras el discurso que pronunció en Cuenca el Primero de Mayo, era para muchos de sus contemporáneos, tanto de izquierda como de derecha, el hombre del momento y quizá el único político capaz de evitar un enfrentamiento entre españoles.

Desde el inicio de la guerra civil, Prieto desplegó una actividad arrolladora con el objetivo de reforzar la autoridad del Estado republicano y contener la revolución social desencadenada por la sublevación militar. Aunque era solo diputado, pues no tuvo otro cargo oficial hasta que fue nombrado ministro de Marina y Aire en el Gobierno de Largo Caballero constituido el 4 de septiembre, se convirtió, en palabras del socialista italiano Pietro Nenni, en “el animador, el coordinador de la acción gubernativa”, atendiendo las demandas de todos los frentes y preparando a la población para una guerra larga desde las columnas de la prensa y las ondas radiofónicas. El 8 de agosto, pronunció por radio una arenga memorable en la que pidió a los combatientes “pechos duros, de acero, para el combate”, pero al mismo tiempo “corazones sensibles, capaces de contraerse ante el dolor humano y que sean albergue de la piedad” con el vencido. Hacía así el primer llamamiento de un líder político a no imitar en la retaguardia republicana los métodos de terror que los franquistas iban extendiendo en las zonas bajo su control para reprimir a sus enemigos políticos.

Al acceder Juan Negrín a la presidencia del Gobierno por decisión de Azaña en mayo de 1937, Prieto se hizo cargo de la cartera de Defensa Nacional, pasando a ser el máximo responsable político del esfuerzo bélico de la República. En este tiempo, le tocó presidir el hundimiento de todo el frente del Norte, desde Bilbao hasta Asturias. No obstante el durísimo golpe moral que esto supuso, procedió a una profunda reforma del Ejército popular, orientada a reforzar la autoridad de los militares de carrera frente a los comisarios políticos, muchos de ellos comunistas, lo que le valió muy pronto la enemistad de este partido y de los influyentes asesores rusos. El ministro puso al entonces teniente coronel Vicente Rojo al frente del Estado Mayor y, junto a él, lanzó en 1937 tres operaciones ofensivas: Brunete (julio), Belchite (agosto) y Teruel (diciembre). Esta última ciudad aragonesa sería tomada el 8 de enero de 1938, convirtiéndose en la única capital de provincia que los republicanos lograron recuperar.

El 5 de abril de 1938 el tándem Negrín-Prieto se partió por el eje. Prieto, acusado de derrotista por la prensa comunista, salió del Gobierno y Negrín se hizo cargo personalmente de la cartera de Defensa. Para entonces, sus visiones sobre el devenir de la guerra eran antagónicas: Negrín estaba decidido a continuar la lucha a toda costa (su lema sería “resistir es vencer”) y Prieto estaba ya convencido de que, sin el auxilio de las potencias democráticas, la República estaba perdida. Ante la inminente llegada de las tropas franquistas al Mediterráneo (que finalmente se produjo en Vinaroz, Castellón, el 15 de abril, partiendo en dos el territorio republicano), Prieto propuso que el Gobierno se trasladara a la zona centro. Negrín consideró más conveniente permanecer en Barcelona, cerca de la frontera por la que entraban los suministros soviéticos.

Tras su salida del Gobierno, a finales de 1938, Prieto emprendió un viaje a Sudamérica con la misión oficial de representar a la República en la toma de posesión del presidente de Chile, Pedro Aguirre Cerdá, y con el encargo oficioso de la dirección del PSOE de preparar la evacuación de refugiados españoles a México. En diciembre había recibido la invitación personal del presidente Lázaro Cárdenas para trasladarse a la capital azteca, a la que llegó el 18 de febrero de 1939. De este modo, Prieto se convirtió en la primera personalidad política de la España republicana en instalarse de manera definitiva en México, circunstancia que unida a su amistad y sintonía ideológica con el presidente Cárdenas iba a ser determinante para la suerte de los exiliados.

El 24 de marzo de 1939 se produjo la llegada del yate Vita al puerto mexicano de Veracruz con bienes procedentes de la Caja de Reparaciones del Gobierno republicano. Cárdenas confió su contenido a Prieto, aunque el destinatario era el doctor José Puche, enviado a México por Negrín (sin avisar a Prieto) para recibir el cargamento. Esta prueba de desconfianza hacia su persona, unida a los reproches mutuos que ambos se intercambiaron por carta durante los meses siguientes, motivó la ruptura definitiva entre los dos políticos socialistas, y la creación a la postre de dos organizaciones de auxilio a los refugiados enfrentadas: el Servicio de Evacuación de los Refugiados Españoles (SERE), en torno a Negrín, y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE), auspiciada por Prieto, con representantes de los partidos republicanos, socialista, la UGT, la CNT y la Esquerra catalana.

A finales de julio de 1939, Prieto reunió en París a la Diputación Permanente de las Cortes republicanas con el objeto de poner fin a la existencia del Gobierno que presidía Negrín. Por catorce votos a favor y cinco en contra, el Ejecutivo fue declarado disuelto. A pesar de que la decisión era constitucionalmente discutible, a partir de ese momento Indalecio Prieto se convirtió en el dirigente principal del exilio republicano. Entre 1939 y 1950, año en que dejó la presidencia del PSOE, y aun hasta su muerte en 1962, la recuperación de la libertad en España fue el objetivo central de su política. Casi desde el término mismo de la guerra, Prieto, sin abdicar de su lealtad republicana, fue consciente de que el restablecimiento de la democracia en España requería de una política de reconciliación nacional, y de que el logro de este objetivo exigía a su vez altas dosis de posibilismo y flexibilidad respecto a cuál había de ser la naturaleza –monárquica o republicana– del futuro régimen español, algo que habría de resolverse mediante un plebiscito tras la victoria de los aliados en la Segunda Guerra Mundial y la desaparición de Franco.

El 13 de febrero de 1945, nada más terminar la conferencia de Yalta, en la que Churchill, Roosevelt y Stalin se comprometieron a ayudar, no sólo “a los pueblos liberados del dominio de Alemania”, sino también “a los antiguos satélites del Eje a fin de que resuelvan por medios democráticos sus urgentes problemas políticos y económicos”, Prieto escribió a Fernando de los Ríos para advertirle de que en la conferencia de San Francisco, prevista para el mes de abril, iba “a ventilarse el porvenir político de España”. La carta fundacional de las Naciones Unidas condenó a los regímenes que habían recibido ayuda militar del Eje y, en consecuencia, dejó a la España franquista al margen de la ONU. Este triunfo, unido a la derrota definitiva de los fascismos en Europa, creó un ambiente de esperanza y optimismo entre los exiliados.

En febrero de 1947, convencido de que la única posibilidad de sacar a Franco del poder pasaba por una restauración monárquica apoyada por una parte del ejército en el interior y por las potencias anglosajonas en el exterior, Prieto escribió un artículo titulado “O Plebiscito o monarquía”, con el que trataba de convencer a los republicanos de la necesidad de un pacto con otras fuerzas opositoras. En julio, se trasladó a Francia para imponer en el PSOE su plan de transición con plebiscito, y retomar personalmente los contactos con los monárquicos. El 28 de septiembre, gracias a las gestiones de Araquistain en el Foreign Office, se entrevistó con Bevin, quien le expresó la “gran simpatía” con que Gran Bretaña vería un acuerdo entre republicanos y monárquicos antifranquistas como paso previo para la formación de un gobierno provisional en España. El hombre clave en esta especie de “tercera vía” impulsada por Londres era José María Gil Robles, que se entrevistó con Prieto el 15 de octubre.

Prieto regresó precipitadamente a México a finales de año por la enfermedad terminal de su hijo Luis, pero en marzo de 1948 volvió a Europa decidido a lograr que el III Congreso del PSOE en el exilio avalara sus tratos con los monárquicos y a dar a éstos un ultimátum: o cerraban ya el acuerdo o él se volvía a México dando por rotas las negociaciones. Entre el 7 y el 10 de mayo asistió en La Haya al primer Congreso de Europa, que reunió a 800 personalidades de 19 países en favor de una Europa unida, libre y democrática. El acuerdo entre monárquicos y socialistas españoles aún tardó unos meses, pero finalmente el Pacto de San Juan de Luz se firmó el 3 de septiembre de 1948. La declaración suscrita decía en su punto octavo: “Previa devolución de las libertades ciudadanas, que se efectuará con el ritmo más rápido que las circunstancias permitan, consultar a la Nación a fin de establecer, bien en forma directa o a través de representantes, pero en cualquier caso mediante voto secreto al que tendrán derecho todos los españoles, de ambos sexos, capacitados para emitirlo, un régimen político definitivo. El Gobierno que presida esta consulta deberá ser, por su composición y por la significación de sus miembros, eficaz garantía de imparcialidad”.

El 4 de noviembre de 1950 la ONU eliminó su recomendación a los países miembros de no mantener a sus embajadores en Madrid. Era, en palabras de Prieto, “la última hoja que estaba por caer en este otoño agitado por vientos de tempestad, la hoja de parra que encubría la impudicia triunfante”. Dos días después, envió a la ejecutiva su carta de dimisión como presidente del Partido Socialista. Su posición política a partir de este momento y hasta el final de sus días quedó reflejada en la propuesta que redactó en octubre de 1951 y que fue aprobada por la asamblea de la Agrupación Socialista Española. Este texto proclamaba roto el Pacto de San Juan de Luz, arremetía contra las instituciones republicanas del exilio y recomendaba al Partido Socialista una “cura de aislamiento”, replegándose dentro de sí mismo.

 

Obras de ~: Dentro y fuera del Gobierno: discursos parlamentarios, Madrid, Índice, 1935 (Barcelona, FIP-Planeta, 1992); Del momento. Posiciones socialistas, Madrid, Índice, 1935; Siento a España. Discurso del Primero de Mayo de 1936 en Cuenca, Barcelona, 1938; Discurso pronunciado en Barcelona el 28 de agosto de 1938, Madrid, 1938; El auxilio de América para la reconstrucción de España, conferencia pronunciada en la sala Studium, Barcelona, 1938; Palabras de ayer y hoy, Santiago de Chile, Ercilla, 1938; Mexicanos y españoles: palabras de confraternidad, México, 1940; Discursos en América: con el pensamiento puesto en España, México, Federación de Juventudes Socialistas de España, 1944; Esbozo de un programa de socialización en España: conferencia pronunciada en México el Primero de Mayo de 1946 con motivo de la Fiesta del Trabajo, Toulouse, Impr. du Sud-Ouest, 1946; Pasado y futuro de Bilbao: charlas en Méjico, México, Imprenta Vizcaya, 1946 (Bilbao, El Sitio, 1980); L. Romero Solano, Vísperas de la guerra de España, pról. de ~México, El Libro Perfecto, 1947; Entresijos de la guerra de España: intrigas de nazis, fascistas y comunistas, Buenos Aires, Bases, 1956 (Barcelona, FIP-Planeta, 1989); M. Albar, Cartas, artículos y conferencias de un periodista español en México, pról. de ~, México, Impresiones Modernas, 1958; Cartas a un escultor. Pequeños detalles de grandes sucesos, Buenos Aires, Losada, 1961 (Barcelona, FIP-Planeta, 1989); T. Meabe, Apuntes de un moribundo, pról. de ~, México, Impresiones Modernas, 1963; De mi vida: recuerdos, estampas, siluetas, sombras…, México, El Sitio, 1965 (Madrid, Fundación Indalecio Prieto, 1999, 4 vols.); Convulsiones de España: pequeños detalles de grandes sucesos, México, Oasis, 1967-1969, 3 vols.; Con el rey o contra el rey, México, Oasis, 1972 (Barcelona, FIP-Planeta, 1990, 2 vols.). Discursos fundamentales, pról. de E. Malefakis, Madrid, Turner, 1975; Cómo y por qué salí del Ministerio de Defensa Nacional: Intrigas de los rusos en España, Barcelona, FIP-Planeta, 1989; Epistolario Prieto-Negrín: puntos de vista sobre el desarrollo y consecuencias de la guerra civil, Barcelona, FIP-Planeta, 1990; Discursos en América, 1 y 2. Con el pensamiento puesto en España 1939-1944, Barcelona, FIP-Planeta, 1991; con T. Echevarría, Epistolario 1941-1946, pról. de J. P. Fusi, Éibar, Ayuntamiento de Éibar, 1991; Palabras al viento, Barcelona, FIP-Planeta, 1992; La tragedia de España. Discursos pronunciados en América del Sur, México, FIP-Sitesa, 1995; Palabras de ayer y de hoy. Discursos pronunciados en España antes y durante la guerra civil, FIP-Sitesa, México, 1996; Trayectoria de una actitud. Documentos históricos que explican una actitud trascendental frente al drama político de España, México, FIP-Sitesa, 1997; Textos escogidos, estudio prelim. de R. Miralles, Llanera, Junta General del Principado de Asturias, 1999; Selección de artículos, pról. de O. Salcedo, Madrid, Gráficas Reunidas, 2000, 2 vols.; Crónicas de guerra: Melilla, 1921, Málaga, Algazara, 2001; Discursos parlamentarios sobre la guerra de Marruecos, Málaga, Algazara, 2003; Las Cortes del desastre. Impresiones parlamentarias, M. Montero (ed.), Bilbao, UPV, 2006; con F. de los Ríos, Epistolario 1924-1948, ed., est. introd. y notas de O. Ruiz-Manjón, Madrid, FIP-Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2010; ¿República o Monarquía? Libertad. Correspondencia entre Araquistain, Prieto y Largo Caballero entre 1945 y 1949, introd. de L. C. Hernando, Madrid, Fondo de Cultura Económica - Cátedra del Exilio - FIP, 2012; con M. de Unamuno, Correspondencia, 1916-1934, prólogo de M. del Mazo y estudio prelim. de L. Sala, Madrid, FIP, 2014.

 

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Luis Sala González

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