Sánchez-Guerra Martínez, José. Córdoba, 28.VI.1859 – Madrid, 26.I.1935. Periodista, abogado y político, ministro, presidente del Congreso y presidente de Gobierno.
Hijo del escribano José Sánchez Guerra, de Antequera, y de Emilia Martínez, nacida en Córdoba, estudió el bachillerato en su ciudad natal, concluido a los doce años. Pese a su inclinación por los clásicos, estudió Derecho en Madrid, donde empezó a asistir a las conferencias del Ateneo y a la tertulia de la Cantina Americana, lo que despertó su afición por la política, que le llevó a dedicarse al periodismo de combate partidista, asistiendo a los debates del Congreso de los Diputados del reinado de Alfonso XII. En sus “Crónicas parlamentarias” para La Iberia, que llegó a dirigir, sostuvo los planteamientos políticos de Sagasta. En 1888 alcanzó la dirección de la Revista de España y colaboró con otras publicaciones, como La Administración, El Español (que dirigió, por su vinculación política con su fundador, Gamazo) o El Nuevo Mundo. Esta sintonía juvenil con los planteamientos del Partido Liberal le valió el acta de diputado, al poco tiempo de contraer matrimonio (11 de septiembre de 1884) con Luisa Sainz, con quien tuvo siete hijos. A la muerte de Alfonso XII, Sagasta formó un gobierno integrado por los jefes de todas las facciones liberales y convocó las elecciones del 4 de abril de 1886, preparadas por el ministro de la Gobernación Venancio González que incluyó a Sánchez-Guerra como candidato gubernamental por el distrito cordobés de Cabra, donde consiguió por primera vez el escaño. En el Congreso se vinculó al grupo de Gamazo, en el que empezó a destacar por sus intervenciones parlamentarias su cuñado, A. Maura, por quien Sánchez-Guerra sintió una admiración como orador que se tradujo en fidelidad política e íntima amistad, que le promocionó políticamente, hasta que las disensiones partidistas los distanció. Cuando Gamazo y Maura desempeñaron, respectivamente, las carteras de Hacienda y de Ultramar en el llamado “Gobierno de Notables” liberales, presidido por Sagasta, en 1892, Sánchez-Guerra fue nombrado subsecretario de este último departamento, y como periodista defendió en El Nuevo Mundo “la brillante gestión financiera del partido liberal”, que los conservadores, a través de Navarro Reverter, criticaban en La Época y La Estafeta. En sus artículos, Sánchez-Guerra defendió la gestión presupuestaria de Gamazo, que se había confesado en el Congreso “financiero debutante y neófito”, de los ataques del “distinguido hacendista conservador”, que cuestionaba los incrementos recaudatorios esgrimidos por el Partido Liberal en la liquidación presupuestaria del ejercicio 1893-1894. No obstante esta defensa del Gobierno liberal, la disidencia de Gamazo del partido y el acercamiento de Maura al frente de los gamacistas, al fallecer su suegro, a las filas conservadoras de Silvela, tras la crisis del 98, le llevó finalmente a integrarse en las filas del Partido Conservador. Fiel a Maura, al desempeñar éste la cartera de Gobernación en el Gobierno presidido por Silvela en 1902, le nombró gobernador civil de Madrid, y como tal preparó, en colaboración con el ministro, las elecciones del 26 de abril de 1903, que fueron interpretadas por la prensa como una derrota moral del gobierno conservador por el ascenso de los republicanos en la capital y otras grandes ciudades.
La retirada de Silvela tras las elecciones y la dimisión como presidente del Gobierno de Villaverde, que le sucedió, al comprobar que Maura era reconocido como jefe del Partido Conservador, llevó a Sánchez-Guerra, pese a los resultados electorales obtenidos, a desempeñar por primera vez una cartera ministerial. Al recibir Maura el encargo de formar Gobierno (5 de diciembre de 1903), le nombró ministro de la Gobernación en un gabinete que duró poco más de un año por discrepancias del presidente con el Monarca, que, bordeando la inconstitucionalidad, le retiró la confianza. Durante su gestión, Sánchez- Guerra se mostró como inflexible defensor del orden público para acabar con los rescoldos de la eclosión huelguística andaluza de 1903 y como un activo y altivo polemista en el Congreso ante las críticas e interpelaciones de la oposición. En un debate, el diputado republicano R. Soriano, le acusó de cacique y le llamó “hijo de cabra”, en malévola alusión al distrito homónimo por donde el ministro era diputado. Dimitió del cargo, quedando el Rey “muy satisfecho del celo, inteligencia y lealtad con que lo ha desempeñado”, según consta en la Gaceta, para ventilar la ofensa en un duelo que presidió Romanones. Cuando Maura fue llamado por el Rey a formar Gobierno en 1907, al fracasar el liberal de Moret, no contó para llevar a cabo su programa reformista de “descuaje del caciquismo” desde Gobernación con su anterior ministro, sino que le dio esta cartera a Juan de la Cierva, que había logrado suplantarlo en la confianza del jefe conservador por la relación con su hijo, Gabriel Maura. El propio Sánchez-Guerra, confesó: “Yo vi que en la casa y en el ánimo del jefe encarnaban nuevos prestigios, y poco a poco me retraje en mi soledad, y no luché por recuperar lo perdido” (Armiñán). Sin embargo, como en este “Gobierno largo” de Maura, empeñado en llevar a cabo la “revolución desde arriba”, González-Besada, que desempeñaba la cartera de Fomento, tuvo que hacerse cargo, por su idoneidad, de la de Hacienda debido a la enfermedad irreversible de su titular, Sánchez-Guerra fue llamado a desempeñar, el 14 de septiembre de 1908, la cartera de Fomento hasta la caída del Gobierno el 20 de octubre de 1909 a raíz de la Semana Trágica. En la oposición, Maura decidió reorganizar el Partido Conservador, y encargó esta tarea a La Cierva, Dato, Sánchez-Guerra y Allendesalazar, lo que se plasmó en la creación de la Juventud Conservadora, organización de base donde pronto aparecieron las rivalidades entre ellos, y en la proliferación de conferencias en los Círculos Conservadores de las capitales de provincia. En estas conferencias, Sánchez-Guerra criticó el abuso de la inmunidad parlamentaria de los diputados republicanos por las injurias vertidas contra las instituciones en sus campañas de propaganda. En una, pronunciada en el Círculo Conservador de Zaragoza (26 de noviembre de 1911), afirmó “que no hay cosa que subleve más a una conciencia honrada que el ver a los españoles divididos en dos razas distintas, en dos castas de ciudadanos: unos, sometidos a la ley; otros, no sólo con billete de circulación por las líneas férreas del país, sino con billete de circulación para filtrarse entre las mallas del Código Penal”, lo que le valió ser tachado de reaccionario al defender la restricción de la inmunidad parlamentaria cuando de “delito de imprenta” se tratara, en la sesión del Congreso de los Diputados el 7 de febrero de 1912 que discutió el dictamen de reforma del Reglamento de la Cámara. Al sentirse relegado por el jefe del partido, se acercó a Dato, quien se negó a secundar la “implacable hostilidad” preconizada por Maura en la oposición contra los liberales, impulsores del “Maura, no”. Dato se puso al frente del sector de “los idóneos”, en el que se integró Sánchez-Guerra como uno de los artífices de la maniobra que dio lugar a una escisión del partido cuando Maura se vio forzado a dimitir de su jefatura y renunciar al escaño en 1913. En el otoño de ese año, cuando cayó el gabinete liberal presidido por Romanones, el Rey le encargó formar Gobierno a Dato. En el entorno de Maura, la aceptación de la cartera de Gobernación, que desempeñó desde el 27 de octubre de 1913 al 9 de diciembre de 1915, por quien había sido considerado “como el hijo espiritual de D. Antonio”, fue prueba de una defección preparada de antemano. Para A. del Olmet, su secretario político en el Ministerio, Sánchez-Guerra fue “el motor de la disidencia antimaurista” en connivencia con Dato; pero para su amigo y biógrafo, Armiñán, aceptó la cartera porque se lo pidió personalmente el Rey como “un deber inexcusable”.
En todo caso, la ruptura con el maurismo fue total. Y según su secretario político, en un almuerzo con prebostes conservadores, el ministro afirmó que el Gobierno se encontraba en situación de indefensión y que había que emprender “una campaña antimaurista”, a cuyo fin acordaron fundar un nuevo periódico, El Parlamentario, objeto de numerosas querellas.
Niceto Alcalá-Zamora lo acusó en las Cortes de haber “convertido a los Gobernadores civiles en propagandistas y agentes de recaudación de cierto periódico nuevo”. Como ministro de Gobernación, se transformó, según su secretario político, en “un sargento de Orden público a quien se le ha llenado de humo la cabeza”, y a pesar de perpetuar la perversa práctica del “encasillado” y del “fondo de reptiles” sin reparo, lo que en conexión con su cuñado y ex ministro, A. Barroso, le acreditó como cacique en varios distritos cordobeses, no consiguió que las elecciones del 8 de marzo de 1914 dieran una mayoría gubernamental, si bien considerados en conjunto los conservadores las ganaron. Ningún Gobierno de la Restauración había sufrido tan adverso resultado electoral como el obtenido, a pesar de la maquinaria gubernamental.
Agotado el turno liberal con el breve Gobierno de García Prieto, volvió al poder por voluntad regia, en una situación de profunda crisis política y social del régimen, el 11 de junio de 1917, Eduardo Dato y con él, Sánchez-Guerra desempeñó otra vez la cartera de Gobernación hasta el 3 de noviembre de 1917. El Gobierno tuvo que hacer frente al desafío institucional lanzado por los parlamentarios catalanistas, constituidos en asamblea ilegal para exigir una reorganización territorial del Estado basada en el reconocimiento de la autonomía regional y la inmediata reunión de Cortes con funciones constituyentes. Apenas solventado este problema, se encontró con otro de mayor envergadura, la huelga general revolucionaria organizada por el Partido Socialista Obrero Español-Unión General de Trabajadores (PSOE-UGT), mediante un comité de huelga integrado por Largo Caballero, Besteiro, Anguiano y Saborit, y lanzada con carácter indefinido el 13 de agosto de 1917 con el objetivo de lograr un “cambio de régimen, necesario para la salvación de la dignidad, del decoro y de la vida nacionales”. El Gobierno declaró el estado de guerra y la huelga fue dominada enérgicamente por el Ejército y la Guardia Civil en Asturias y Bilbao, y los miembros del comité organizador, localizados, detenidos, juzgados, condenados y encarcelados; pero fueron amnistiados, al resultar elegidos diputados, por las Cortes salidas de la elección general de 3 de enero de 1918 convocadas por el gobierno de concentración presidido por García Prieto, que sucedió al de Dato y que, a su vez, dio paso a un gobierno nacional presidido por Maura, con quien se inició en el Congreso, a finales de mayo de 1918, un debate parlamentario para exigir la responsabilidad del anterior gobierno por la represión de la huelga. En sus intervenciones parlamentarias los diputados socialistas acusaron al ex ministro de la Gobernación, Sánchez-Guerra, de ser él quien había provocado la huelga por amparar la actitud de una compañía ferroviaria que se negó a readmitir a los obreros represaliados por participar en una huelga reivindicativa en Valencia, de que las fuerzas del orden se habían extralimitado y ensañado en la represión del movimiento y que desde el Ministerio se había criminalizado la acción reivindicativa y pacífica de los trabajadores para aplastar despiadadamente las organizaciones obreras. En su intervención parlamentaria del 29 y 31 de mayo de 1918, Sánchez- Guerra negó todas las acusaciones y afirmó que no había sido una huelga reivindicativa pacífica, sino un movimiento revolucionario violento que pretendía un cambio de régimen mediante la formación de un Gobierno provisional presidido por Unamuno. La huelga general revolucionaria, según el ex ministro, se inició con un acto criminal, el descarrilamiento intencionado del tren Castellón-Bilbao, aspecto que negó Indalecio Prieto, aunque reconoció expresa y socarronamente que las armas y municiones descubiertas por la policía en Bilbao habían sido adquiridas por él con dinero de procedencia ilícita que le había entregado el Sindicato Obrero Metalúrgico de Vizcaya para el movimiento revolucionario. Sánchez-Guerra terminó su intervención diciéndole a los diputados socialistas del comité de huelga que sentirían “hondo remordimiento al advertir la diferencia entre aquellos que murieron y las ventajas por vosotros logradas”, en alusión a la amnistía que los había excarcelado y que él también votó en la Cámara: “¿Convencido? No; era programa de Gobierno”. Tras las elecciones convocadas por Maura (1 de junio de 1919), cuyos resultados no fueron favorables al Gobierno, aunque consideradas en su conjunto las fuerzas conservadoras lograron mayoría, Sánchez-Guerra intentó alcanzar la presidencia del Congreso de los Diputados, y al no conseguir llegar a un acuerdo con ciervistas y mauristas, que promovieron como presidente interino al marqués de Figueroa, buscó y logró el apoyo de liberales, socialistas y republicanos, quienes olvidando recientes odios, sumaron sus votos a los datistas para darle la presidencia del Congreso (29 de julio de 1919-27 de abril de 1920), tras la caída del Gobierno de Maura, por quedar en minoría en la Cámara al discutirse el acta de Coria, y formar Gobierno Sánchez de Toca, seguidor de Dato.
En esta sucesión de gobiernos vertiginosa que ilustra la profunda crisis del sistema político, Eduardo Dato volvió a ser llamado al poder en mayo de 1920, al fracasar Sánchez de Toca y dimitir Allendesalazar. Pero Dato, que había ganado las elecciones, cayó asesinado y tuvo que asumir interinamente la Presidencia del Consejo Bugallal, en tanto que Sánchez-Guerra sería quien alcanzara la jefatura del Partido Conservador, tras una llamada al cierre de filas. En su discurso institucional como presidente del Congreso (9 de marzo de 1921), elegido por segunda vez (del 7 de enero de 1921 al 20 de diciembre de 1921), después de condenar el magnicidio en nombre de todos los diputados, se dirigió a las filas conservadoras de la Cámara exhortándoles a “depositar en la tumba todavía abierta del Sr. Dato”, una ofrenda, “y esa ofrenda es, ponernos todos por encima de nuestras discordias, es sofocar todos nuestras pequeñeces”. Reconocido como jefe del Partido Conservador, pasó de la Presidencia del Congreso a la Presidencia del Gobierno (8 de marzo de 1922) cuando dimitió Maura ante la exigencia de responsabilidades por el Desastre de Annual, ocurrido con el anterior Gobierno. En la Presidencia del Consejo, Sánchez-Guerra restableció inmediatamente las garantías constitucionales, puso fin con su reconocida energía en semejantes asuntos a la huelga del personal de Correos en el mes de agosto, destituyó sin contemplaciones en octubre al general Martínez Anido como gobernador civil de Barcelona, y prohibió por Real Decreto las Juntas Militares de Defensa que pesaban como una losa sobre los débiles gobiernos de la posguerra y ningún presidente se había atrevido a ello. Pero el expediente instruido por el general Picasso fue elevado al Consejo Supremo de Guerra, lo que obligó a dimitir al ministro de ese departamento, y en el Congreso de los Diputados se nombró la Comisión “de los veintiuno”, presidida por Alcalá-Zamora, para informar sobre el expediente referido, lo que provocó la dimisión de otros dos ministros que formaban parte del Gobierno de Allendesalazar cuando en 1921 ocurrió el desastre militar en Marruecos. La situación parlamentaria se volvió muy tensa en ambas cámaras.
En el Congreso de los Diputados se presentó el 5 de diciembre de 1922 una proposición acusatoria contra el Gobierno conservador de Allendesalazar, firmada por Cambó y seis diputados, que ocasionó la inmediata dimisión del presidente del Congreso, Bugallal. Y el presidente del Gobierno, Sánchez-Guerra, ante el temor a una desbandada conservadora en la votación de la proposición, que cuestionaría su jefatura en el partido, solicitó de la Presidencia del Congreso la suspensión de la sesión y abandonó precipitadamente la Cámara para dirigirse a Palacio a presentar la dimisión de todo el Gobierno (7 de diciembre de 1922) sin dar ninguna explicación. En la oposición, al formar Gobierno García Prieto cuando él presentó la dimisión, Sánchez-Guerra leyó su discurso de ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, ocupando el sillón que dejó vacante Eduardo Dato. El discurso aborda la Crisis del régimen parlamentario en España y fue pronunciado el 3 de junio de 1923. Curiosamente, después de trazar la accidentada evolución histórica del constitucionalismo español, al abordar el golpe de Estado de Pavía que disolvió las Cortes de la Primera República por la fuerza (3 de enero de 1874), afirmó que para la opinión nacional fue un acto “de liberación más que de coacción”, en tanto que de las Cortes de la Regencia, en las que él ocupó escaño, no tiene empacho en decir que “no representaban la opinión pública” y se deslizaron por la “pendiente que nos ha conducido al estado presente del sistema parlamentario”, cuyos defectos más graves son, a su entender, los siguientes: “absentismo ciudadano, corrupción electoral, suplantación de la voluntad popular genuina por artes de cacicazgo, ni siempre desinteresado ni siempre patriótico, incompetencia de muchos elegidos para la representación popular, Cámaras que no responden debidamente a los anhelos del País, Gobiernos acechados en las encrucijadas, tiempo perdido, fiscalizaciones abandonadas, buenas voluntades consumidas en la infecundidad”.
A pesar de ostentar la jefatura del Partido Conservador en esos momentos, también responsabilizó de la crisis del sistema a los partidos políticos, convertidos “en facciones, preocupados del caudillaje más que del progreso nacional” y de las “intrigas y sorpresas” parlamentarias. Lo que, sin embargo, brilla por su ausencia en el discurso, es la menor veleidad crítica del más que discutible ejercicio de la regia prerrogativa por parte de Alfonso XIII. Pero como Sánchez-Guerra era un confesado defensor del parlamentarismo monárquico, propuso, para superar su crisis, una reforma electoral que introdujera la representación proporcional con escrutinio de lista y una división en circunscripciones amplias. “Un barbarote analfabeto puede ser cacique de una aldea; no arraigaría como cacique de provincia”. Era partidario, también, de que no se siguiera manteniendo la exclusión de la mujer del derecho de sufragio: “Las razones de inferioridad del bello sexo no han pasado de ser frases de mal gusto”. Y, en fin, de introducir además toda una serie de prácticas que prestigiarían las instituciones parlamentarias: un presidente con autoridad moral, discusión reglamentada y respetuosa para las personas y de tolerancia para las ideas, inmunidad para garantizar la inviolabilidad pero no la impunidad del parlamentario, regulación de las incompatibilidades para que la Cámara no se convierta “en sindicato de intereses”; y para garantizar la independencia de criterio del diputado, que sea retribuida su labor en forma de dietas por asistencias, pero no como retribución fija por su representación. Apenas un mes después de este discurso, de candente actualidad, Sánchez-Guerra, como jefe de la oposición y defensor de la supremacía civil, acreditó la vehemencia de su carácter en un incidente que protagonizó en el Senado, donde se tramitaba la discusión del suplicatorio para poder procesar al general Berenguer, ex alto comisario en Marruecos, al propinarle, el 3 de julio de 1923, una sonora bofetada al general Aguilera en el despacho del presidente de la Alta Cámara, conde de Romanones, por insistir en que los militares tenían un concepto del honor más elevado que los civiles. En total y como colofón a su carrera parlamentaria, hay que decir que mantuvo el escaño conseguido la primera vez por Cabra en todas las Cortes de la Restauración, salvo en las elecciones de 1891, que no lo consiguió, y en las de 1918, que lo obtuvo por Córdoba, si bien en cuatro elecciones obtuvo su escaño sin votación, por el célebre artículo 29.
Ante el pronunciamiento del general Primo de Rivera (13 de septiembre de 1923), Sánchez-Guerra adoptó una actitud pasiva y expectante. Y cuando vio en la Gaceta el Real Decreto por el que el Rey nombraba al general golpista presidente del Directorio Militar y disolvía indefinidamente las Cortes, ni se opuso ni colaboró. Consciente de la profunda crisis en que había derivado el régimen parlamentario, optó por callarse, esperar y ver, actitud que reflejó en la frase “mejor mudo, que tartamudo”. En plena vorágine del golpe de Estado en una larga entrevista con el Rey le expuso su punto de vista sobre el acontecimiento y cuál era su actitud. “En ella me he mantenido durante tres años —afirmó posteriormente—, sin ayudar, porque la dignidad lo vedaba, y sin estorbar porque ello podría parecer, no siéndolo, como falta de patriotismo”.
Sánchez-Guerra, que hasta entonces había vivido para la política, con vehemencia y convicción, y también de la política, pero sin lujos ni ostentación, no contaba con más ingresos que los procedentes de su participación en el consejo de administración de varias empresas. Hombre honrado en lo tocante a sus intereses privados, sufrió en silencio el desprecio y la denigración de la clase política desplazada del poder por la intemperancia verbal del dictador. Pero lo que más le dolía eran las recurrentes y genéricas acusaciones de agio proferidas por el general, que, a medida que pasaba el tiempo, no sólo no daba muestras de querer abandonar el poder, sino que se afianzaba en él. Por eso cambió de actitud, a pesar de que el Rey, con quien coincidió en marzo de 1925 en el acto de homenaje a Dato celebrado en Vitoria, intentaba atraerlo con halagos. En mayo de ese año hizo pública en la prensa una “Declaración política” que hay que considerar el punto de partida de su oposición a la Dictadura y a la Monarquía que la mantenía inconstitucionalmente: “Rompo el silencio para formular una sencilla declaración, que el solo transcurso del tiempo hacía ya difícil retrasar [...]. No tengo, ni tomo para hacerla la representación de nadie, ni busco, ni quiero, ni acepto la compañía de nadie para mantenerla. Aspiro únicamente a fijar con toda claridad mi actitud [...]. Monárquico de toda mi vida y dispuesto a morir monárquico; quiero decir que no he sido, ni soy, ni quiero, ni puedo, ni debo ser monárquico de la Monarquía absoluta. A ello se oponen mis convicciones, mis antecedentes, mis deberes y los juramentos que repetidas veces presté en la Cámara regia y el Salón de sesiones del Congreso”. A renglón seguido afirmaba que sus palabras no debían interpretarse como anuncio de un paso a la acción o el inicio de una campaña de propaganda, sino como firme decisión de no colaborar políticamente con un rey que ignoraba la Constitución que había jurado. Primo de Rivera, proclive a la réplica en la prensa, le contestó: “Dejar entrever que vivimos en régimen de monarquía absoluta, es completamente arbitrario, pues el rey no da un solo paso, no toma una determinación o iniciativa que no refrenden sus actuales consejeros”. Establecido el Directorio Civil, tras el regreso victorioso del General de la campaña de Marruecos, Sánchez-Guerra se dirigió por carta al rey (19 de septiembre de 1926) para advertirle que la situación creada por las medidas adoptadas por el Presidente del Gobierno era de tal gravedad, que debía poner inmediatamente en marcha la vuelta a la normalidad constitucional, porque “quizá por última vez” tuviera en sus manos la opción de “salir de la situación presente en condiciones de dignidad y en postura ventajosa para que sea posible a hombres que se respeten defender su conducta pasada, explicar la presente y entregar con relativa confianza su figura al juicio de la Historia”. El conflicto con los artilleros era para el remitente motivo “del desconcepto creciente del rey ante muchos elementos del Ejército”, en situación “cada día más difícil y peligrosa”. Y por si esto fuera poco, “después de tres años de dominación arbitraria y a veces desenfrenada”, no “se le ocurre al jefe del Gobierno, tras un llamado plebiscito sin garantías y sin seriedad”, otra cosa que “anunciar como próxima la convocatoria, diría mejor el nombramiento o designación por el Gobierno, de una llamada Asamblea Consultiva Única”. La creación de esta asamblea “traería consigo la ruptura definitiva y el apartamiento inmediato del monarca, cuando no de la Monarquía, de todos los hombres monárquicos constitucionales de España”. Por eso, considera “un deber de lealtad manifestar con todo respeto, pero con la más firme y meditada resolución, que juzgaría el intento y su realización como un acto ilegítimo y faccioso, y así lo declararía desde el extranjero o desde España, afrontando todas las responsabilidades”. El autor concluye negando que alguien tenga autoridad, Monarca incluido, “para constituir un país sin la voluntad clara y libremente manifestada mediante el sufragio universal por el país mismo”, aconsejándole al Rey que se niegue a firmar el decreto de convocatoria, que, de paso, sería el mejor medio de “salir de la situación presente” para emprender “la vuelta a la normalidad” a través de un gobierno “presidido por un general prestigioso” como Berenguer. En el mismo momento que el Rey firmó el decreto de convocatoria de la Asamblea, Sánchez-Guerra escribió un Manifiesto que entregó a los periodistas en el mismo momento de cruzar la frontera francesa (13 de septiembre de 1927): “No cabe soportar por más tiempo este espectáculo. España es una nación demasiado noble y demasiado grande para que pueda resignarse a que todos los derechos y prerrogativas de la ciudadanía resulten de un modo definitivo y permanente desconocidos, hollados y atropellados. [...] Contra todo eso levanto yo, de un modo enérgico y resuelto, bandera de protesta y rebeldía, y a defenderla y a promover su triunfo fío en que habrán de acudir todos los hombres constitucionales españoles, sin distinción de matices, antecedentes, ni partidos”. Antes, había empeñado su Gran Cruz de Carlos III para obtener dinero para el viaje hasta París, instalándose en el Cayre’s Hotel del bulevar Raspail, donde a los pocos días se reunieron con él su mujer y sus hijas. Para cubrir los gastos de la estancia contaba con los ingresos que Luca de Tena le ofreció por su colaboración con dos artículos al mes para ABC y la pensión que percibía de la Sociedad de Seguros Fénix. En estos artículos describe las impresiones de un desterrado que, deambulando por las calles, trata de aprehender lo francés a través de los cuadros y escenas de la vida cosmopolita parisina, intercalando referencias a la situación española. Y lo primero que descubre y describe es que hace falta, incluso para asistir a misa de once en la Madeleine, “muchos francos” porque en París nada se puede hacer sin dinero. No todos los artículos enviados eran políticamente inofensivos para la Dictadura, por lo que algunos fueron rechazados por la censura. El titulado Diversiones Públicas [...], por decir que la “propensión milagrera del pueblo español [...] se acentúa más y más cada día [...] y no hay nada más peligroso para un pueblo como la perezosa inacción a que le invita, y en que a veces le sume, esta deplorable propensión milagrera”. Y también fue prohibido el titulado El Orden y el Estómago, donde alusivamente acusa al dictador de manipular o “cloroformizar a una nación” con su paternalismo pesebril, “trocando en rebaño lanar la masa ciudadana y no dejando a los que no se avienen a tal humillación otra salida que la violencia y la rebeldía”. Este fue, precisamente, el medio que finalmente adoptó Sánchez-Guerra para derrocar la Dictadura.
Tras rechazar varias propuestas, su hijo Rafael le convenció para que acaudillara el “movimiento revolucionario” de Valencia. A pesar de considerarlo mal preparado, trasmitió la consigna telegráfica de aceptación, “Maruja bien. Pepe”, y al día siguiente, 25 de enero de 1929, tomó el tren con destino al puerto donde le esperaba el buque Onsala, para trasladarlo a Valencia. Al desembarcar el día 29, el capitán general, Castro Girona, le comunicó que el movimiento había fracasado en otras partes y que saliera de la ciudad en espera de “una ocasión más propicia para derribar al Gobierno”, a lo que le contestó en una nota: “Cumpliendo mi deber aquí estoy y espero que usted cumplirá el suyo”, presentándose en el Cuartel del V Regimiento Ligero de Artillería, donde fue recibido con las puertas abiertas en plena noche; pero al comprobar que el movimiento no era secundado por otras guarniciones, se dirigió a Capitanía para autoinculparse y entregarse.
Ni Castro Girona ni el arzobispo de la ciudad lograron convencerle para que se ocultara, por lo que fue detenido y conducido al Gobierno Civil para ser interrogado y encarcelado con su hijo en la prisión militar de las Torres del Cuarte, hasta que fueron trasladados al buque Canalejas y, posteriormente, al Dato, donde recibió la visita de Marañón y Romanones y escribió una carta al periodista E. Herrero, cuya divulgación causó gran impacto: “La Monarquía niega la soberanía nacional. Yo niego derecho a la Monarquía —que existe y subsiste por la voluntad del pueblo mediante el pacto que representa la Constitución— para arrebatar artera y violentamente a España —que no es, no ha sido ni será patrimonio de una familia— el derecho a disponer libremente de sus destinos”. Ante el Consejo de Guerra, sus defensores, Alcalá-Zamora y Bergamín, adujeron la ilegitimidad del Gobierno para sostener la inexistencia de delito, y el procesado al final del juicio, puesto en pie, manifestó: “Yo vine a Valencia, no con propósito de delinquir, si no con resolución de hacer honor a mis juramentos en Palacio y en el Congreso de hacer guardar y cumplir la Constitución”.
El Consejo de Guerra dictó sentencia absolutoria pero hasta el 22 de noviembre de 1929 no fue puesto en libertad por orden del Consejo Supremo de Guerra. A pesar del fracaso, la intentona y su absolución tuvieron una gran trascendencia porque acentuaron la crisis de la Dictadura, lo que precipitó la dimisión de Primo de Rivera (27 de enero de 1930). El Rey, para llevar a cabo la “vuelta a la normalidad constitucional”, le encargó la formación de Gobierno al general Dámaso Berenguer, quien nada más jurar (30 de enero de 1930), anunció la convocatoria de elecciones generales a Cortes y permitió la reanudación de la actividad política. El primer acto autorizado fue el mitin del ex líder del Partido Conservador, el 27 de febrero de 1930 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid. Este acto, al que acudieron más de medio centenar de periodistas, levantó gran expectación y, aunque desilusionó a muchos, creó tal convulsión política que el general Mola lo consideró “la sentencia de muerte de la Monarquía”. En un teatro abarrotado, cuando el orador abordó el advenimiento de la Dictadura, echó mano de una décima atribuida a Góngora y, cambiando una palabra, recitó: “La verdad del caso ha sido/ Que el dictador fue Bellido/ Y el impulso soberano”, y el auditorio respondió con atronadores aplausos.
Al tratar “la cuestión batallona” de las anunciadas elecciones, afirmó que “convóquense como se convoquen, van a ser constituyentes”. Y, para terminar, matizó: “Yo no soy republicano, pero [...] os digo, que yo he perdido la confianza en la confianza”, en clara alusión crítica a la práctica constitucional de la regia prerrogativa ejercida por Alfonso XIII. Al responsabilizar al Rey de la Dictadura, el nuevo jefe conservador, Bugallal, exculpó públicamente al Rey y se puso expresamente al lado del Gobierno Berenguer, que para aplacar los ánimos tras el levantamiento de Jaca y Cuatro Vientos, anunció la convocatoria de elecciones legislativas para el 1 de marzo de 1931. Ante esta decisión, Sánchez-Guerra, al frente del grupo llamado los constitucionales, exigieron públicamente (17 de diciembre de 1930) la convocatoria de Cortes Constituyentes para “dar solución satisfactoria al arduo problema político planteado”, y proclamaron, tras otra reunión en el Hotel Ritz (29 de enero de 1931), la postura de “abstenerse totalmente de participar en la lucha electoral”, lo que fue secundado al instante por todos los partidos republicanos y el 3 de febrero de 1931 por el PSOE-UGT. El Gobierno, sin embargo, publicó en la Gaceta el Real Decreto de 7 de noviembre de 1931 convocando elecciones legislativas para el 1 (diputados) y 15 de marzo (senadores); pero cuando los liberales se sumaron al abstencionismo, con un subterfugio diseñado por Romanones (14 de febrero de 1931), Berenguer presentó la dimisión. El Rey consultó con varios líderes monárquicos y le encargó formar Gobierno a Sánchez-Guerra, quien al salir de Palacio manifestó: “Soy un encargado in partibus y voy a tratar de dar a España el Gobierno que creo necesita en estos momentos”, dirigiéndose a la Cárcel Modelo para recabar la participación del Comité Revolucionario, presidido por Alcalá-Zamora, encarcelado a raíz de la intentona de Jaca y Cuatro Vientos; pero al no conseguir su colaboración porque M. Maura le cortó en seco, declinó ante el Rey el encargo (16 de febrero de 1931). El Gobierno del almirante Aznar que se formó al día siguiente, derogó (3 de marzo de 1931) el Real Decreto electoral, para cambiar por otro Real Decreto (6 de marzo de 1931) el proceso, celebrando en primer lugar las elecciones administrativas y después las legislativas, que no llegaron a realizarse porque las municipales del 12 de abril determinaron la expatriación del Rey y la proclamación de la República el 14 de abril, día que Sánchez-Guerra fue llamado por el Rey a Palacio a las 16:40 horas y apenas cinco minutos después, a la salida, declaraba a los periodistas que le había expuesto la situación “con claridad”, añadiendo que siempre había sido y seguiría siendo monárquico, “por convicción y honor a su historia política”.
Sin embargo, anunciadas las elecciones constituyentes por el Gobierno Provisional de la República, dio un mitin en el Teatro del Gran Capitán de Córdoba (10 de junio de 1931) en el que anunció su cambio de postura: “Soy monárquico —dijo— pero considero que las Monarquías han pasado a la Historia. Por eso deseo que la República se consolide y arraigue, porque antes que monárquico soy español”.
Elegido diputado a las Constituyentes por Madrid en una candidatura de apoyo a la República, al obtener 36.503 votos, adoptó una postura acomodaticia.
Por su relación con Alcalá-Zamora, apoyó en las Cortes, con su presencia y su prestigio, las posiciones del republicanismo conservador durante el Bienio Reformista, al final del cual cayó enfermo de hemiplejia, con episodios de pérdida de coherencia intelectual, que también había padecido su padre, por lo que no salía de su domicilio en Madrid, donde le visitaba el presidente de la República, cuya Secretaría desempeñaba su hijo Rafael, de filiación republicana. En estos años, sus ingresos se reducían a los haberes de cesantía que le fueron reconocidos por la República como ex ministro de la Monarquía, ya que, como se puede comprobar en su testamento, carecía de todo patrimonio, por lo que a sus hijos les legó “un nombre respetable” en vez de “bienes materiales”. Según la certificación facultativa, falleció de “arterioesclerosis generalizada cerebral”. Y dada la precaria situación económica en que quedó su viuda, que le sobrevivió apenas un año, y sus hijas solteras, por el reconocimiento que le profesaban los líderes republicanos debido a su, sobrevenida, valiente actitud ante la Dictadura, por Ley votada en las Cortes (15 de febrero de 1935), se le concedió “la pensión de 20.000 pesetas anuales, transmisible a sus hijas mientras estas no contraigan estado” (Gaceta, 17 de febrero de 1935), lo que el franquismo respetó.
Obras de ~: El Presupuesto liberal y su liquidación, Madrid, Librería de Fernando Fé, 1895; Curiosidades parlamentarias: el No de Negrete, Madrid, 1901; Fomento de las industrias: comunicaciones marítimas nacionales, Madrid, Ricardo Rojas, 1909; Inviolabilidad e inmunidad parlamentarias: conferencia [...] y Discurso [...], Madrid, Jaime Ratés, 1912; La crisis del régimen parlamentario en España: la opinión y los partidos, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1923; Al servicio de España. Un manifiesto y un discurso, Madrid, Morata, 1930; El pan de la emigración, Madrid, CIAP, 1930.
Bibl.: L. Antón del Olmet, La horrenda política: los idóneos, Madrid, Juan Pueyo, 1917; E. Ayensa, Yo no merezco ser ministro del rey ni gobernante de España, Madrid, Rafael Caro Raggio, 1930; Vista de la causa seguida contra el señor Sánchez Guerra, Rafael Caro Raggio, Madrid, 1930; R. Sánchez Guerra, El movimiento revolucionario de Valencia, Madrid, CIAP, 1930; C. Blanco, La Dictadura y los procesos militares, Madrid, Javier Morata, 1931; C. Esplá, Unamuno, Blasco Ibáñez y Sánchez Guerra en París, Buenos Aires, Araujo, 1940; L. de Armiñán, Sánchez Guerra, Madrid, Imprenta Alonso-Ed. Purcalla, 1947; M. Maura, Así cayó Alfonso XIII..., Barcelona, Ariel, 1968; M. Martorell Linares, José Sánchez Guerra: un hombre de honor (1859-1935), Madrid, Marcial Pons, 2011.
José Rodríguez Labandeira