Sánchez Román y Gallifa, Felipe. Madrid, 12.III.1893 – Ciudad de México (México), 21.I.1956. Político y jurista.
Era hijo de Felipe Sánchez Román, jurista que renovó la ciencia del derecho civil a finales del siglo xix, y también político, que militó en las filas liberales y fue ministro de Estado con Montero Ríos.
Estudió Derecho en la Universidad de Madrid, y se doctoró en ella el 14 de diciembre de 1915 con una tesis sobre la obligación natural, publicada en 1916 bajo el título Sobre las dos últimas palabras del artículo 1901 del Código Civil. Antes había ingresado como oficial letrado en la Dirección General de los Registros y del Notariado, sustituyendo a Azaña como auxiliar de recursos gubernativos.
Muerto el padre, que era catedrático de la Universidad Central de Madrid, el 12 de enero de 1916, opositó a la Cátedra vacante, y la obtuvo el 30 de diciembre de 1916, frente a Demófilo de Buen. Al año siguiente (7 de julio de 1917) casó con María de los Ángeles Correa Ruiz, que era hija de un militar.
Más dedicado a la abogacía —actividad que desempeñó desde 1918 y en la que llegó a alcanzar renombre— que a la labor universitaria, prácticamente reducida a la docencia, ejerció, sin embargo, notable ascendiente sobre otros profesores de su disciplina, algo más jóvenes que él, que gozaron de relevancia política de muy diverso signo, como Demófilo de Buen, al que prologó su Introducción al estudio del Derecho civil, Alfonso García Valdecasas o Blas Pérez González. Hacia 1928, unió a sus actividades profesionales otras de carácter político, movido como otros profesores y escritores del momento por el rechazo a la dictadura de Primo de Rivera. Con ellos conformó esa fuerza —la más importante en la inmediata preparación de la República— a la que se dio en llamar de “los intelectuales”, y a la que Prieto denominará “la masa encefálica de la República”.
Contra Primo de Rivera, y por la instauración de la República, se manifestó desde la Real Academia de Jurisprudencia —como otros lo hicieron desde el Ateneo o desde el Colegio de Abogados de Madrid—: durante la primavera de 1929, dictó tres conferencias sobre las diversas consecuencias jurídicas de la dictadura. Al igual que Ortega, De los Ríos, Asúa y otros profesores, dimitió de su cátedra (1929) con motivo del Decreto de Reforma Universitaria de Callejo. Su casa, en la calle de Alcalá, fue, en fin, un lugar de encuentro para todo un grupo de descontentos.
El 17 de agosto de 1930, en el Casino Republicano de San Sebastián, participó a título personal en lo que puede considerarse como el acto fundacional de la República, el denominado Pacto de San Sebastián, junto con Alcalá Zamora, Domingo, Albornoz, Maura, De los Ríos, Indalecio Prieto y otros líderes políticos.
A principios de diciembre, asistió en calidad de asesor jurídico a las reuniones del Comité Revolucionario, que se celebraron en el Ateneo de Madrid. Una vez fijada la fecha del levantamiento, que luego se retrasó al lunes 15 de diciembre, y redactado un manifiesto, el Comité puso a Sánchez Román al frente del movimiento, en Burgos. Allí se desplazó éste, acompañado de Antonio Sacristán y de José Bergamín, “en el Rolls Royce de un Grande de España”, pero el general Núñez de Prado, que debía esperarles, no lo hizo.
Fracasado el movimiento militar, detenidos Alcalá Zamora, Maura y Albornoz, y mientras se buscaba a los demás firmantes del manifiesto, De los Ríos, Largo Caballero y Sánchez Román decidieron presentarse ante el juez de Instrucción para hacerse corresponsables del manifiesto. A Sánchez Román no se le procesó, por no figurar su firma en el manifiesto, y eso le permitió defender a Largo Caballero.
Al constituirse el Gobierno Provisional de la República, rehusó formar parte de él. Sólo aceptó la presidencia de la Comisión Técnica Agraria de la República, de efímera vida, que se encargó del Proyecto de Reforma Agraria. El Gobierno Provisional creó también la Comisión Jurídica Asesora, en sustitución de la Comisión General de Codificación, y Sánchez Román vino a ocupar más adelante su presidencia, después de haberla desempeñado Ossorio y Gallardo.
En las elecciones de junio de 1931, salió elegido diputado por Madrid, quedando integrado en la agrupación “Al servicio de la República”. Desde el 13 de agosto de 1931, en que participó en el debate del Proyecto de la Comisión de Responsabilidades, sus intervenciones fueron múltiples y resonantes. Es conocida su oposición al Estatuto de Cataluña (aprobado allí por plebiscito el 2 de agosto de 1931), especialmente en lo relativo a Hacienda, Justicia y Enseñanza, que le llevó a explicar a la Cámara, a finales de septiembre, el contenido del Pacto de San Sebastián y lo que él entendía como una deslealtad al mismo de los políticos catalanes.
Desde que comenzó en las Cortes el debate del Estatuto, y a lo largo de los meses de mayo y junio de 1932, Sánchez Román reiteró su contraria opinión. La mantuvo hasta el final, siendo el suyo uno de los veinticuatro votos en contra, frente a los trescientos catorce que aprobaron el Estatuto el 9 de septiembre.
Hasta la disolución de las Constituyentes, intervino otras muchas veces: con motivo de la propuesta de Azaña de expropiación sin indemnización a los partícipes de La Sanjurjada, para ajustarla a la Constitución y al espíritu jurídico; con ocasión de los Presupuestos de 1933, ya que en el último artículo de la Ley de Presupuestos se preveía el traspaso de tributos a Cataluña; y con motivo de los sucesos de Casas Viejas.
Sánchez Román fue aparentemente un actor secundario en la escena del poder. Rechazó los cargos que se le ofrecían; se negó a militar en partido político alguno; declaró que el poder personal le repugnaba y se calificó a sí mismo de “espectador”, como recuerda Azaña. Y, sin embargo, actuó.
Algunos diputados, a lo largo de las Constituyentes, se aproximaron a él. Se hablaba de “los amigos de Sánchez Román”, un círculo de diputados de diversos grupos —Radical- Socialista y Acción Republicana— o independientes sobre los que influyó y con los que acabó creando un nuevo partido (en julio de 1933 circulaba ya el rumor de su creación): el Partido Nacional Republicano, un partido “moderado, parlamentario y pacífico”, en el que se integraron Antonio Sacristán Colás, catedrático de Derecho Mercantil y diputado independiente; Ramón Feced Gresa, registrador de la Propiedad y diputado radical-socialista; Manuel Ruiz de Villa, también diputado radical-socialista; y Gonzalo de Figueroa O’Neill, duque de las Torres y Grande de España, de Acción Republicana. También, Justino de Azcárate y Flórez, que había sido subsecretario de Justicia con Fernando de los Ríos; Antonio Güemes, conde de Revillagigedo, igualmente, Grande de España; Alfonso de la Mora, Alfredo Correa y otros más, pero tan pocos que se dijo —e hizo fortuna la expresión— que todos cabían en media docena de taxis.
En las Cortes salidas de las elecciones de 1933, Sánchez Román ya no fue diputado. Sus discursos tuvieron desde entonces otras tribunas: el 17 de noviembre de 1933, pronunció uno en el Hotel Ritz de Madrid; el 12 de diciembre de 1933, fue una conferencia en el Teatro Victoria; y el 13 de enero de 1934, otro discurso, también en ese teatro. El 24 de julio de 1934 constituyó la Agrupación Madrileña de su partido, y el 27 pronunció un importante discurso en el Teatro Benavente de Madrid. En ese verano, rechazó la propuesta de fusión que le hicieron los Partidos Radical Demócrata, de Diego Martínez Barrio, y Radical Socialista, de Félix Gordón Ordás, y con ello, la presidencia de la formación resultante, que también se le había ofrecido. Y, en abril de 1935, suscribió con Azaña y Martínez Barrio una declaración conjunta para “la regular convivencia dentro del régimen republicano”.
Disueltas las Cortes el 7 de enero de 1936, y ante las inminentes elecciones, auspició, junto con otros líderes republicanos, la concentración de partidos republicano- izquierdistas. García Venero llegó a decir que la conjunción republicano-socialista —el Frente Popular— “se elaboró bajo la dirección de Felipe Sánchez Román, y [...] en el domicilio de uno de sus amigos íntimos”. Antonio Sacristán redactó el programa junto con Amós Salvador, Bernardo Giner de los Ríos, Cordero y Vidarte. El acuerdo inicial era que no entraran en el bloque los comunistas, por exigencia de Sánchez Román, compartida con otros, que le enfrentó a un sector del Partido Socialista, deseoso de incluir a los comunistas en la coalición.
La noche del 14 de enero de 1936 se discutió acaloradamente la cuestión. Ante la negativa de Sánchez Román, Largo Caballero advirtió que si los comunistas, el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y las Juventudes Socialistas no firmaban el pacto, él tampoco lo haría. Sánchez Román no cedió —fue el único— y se fue. A la mañana siguiente se firmó, sin él, el pacto del Frente Popular.
En los cruciales acontecimientos del 18 de julio, tuvo también una intervención relevante. Sobre las ocho y media de la tarde, dimitido ya Casares Quiroga, le telefoneó Azaña para decirle que Martínez Barrio, Marcelino Domingo, Antonio Lara, Prieto y Enrique Ramos irían a su casa.
A las once de la noche se reunieron los convocados en el domicilio de Sánchez Román, en el paseo de la Castellana. El propósito de Azaña era la formación de un gobierno presidido por Martínez Barrio en el que las piezas clave fueran Prieto y Sánchez Román: una combinación que nombres que pudiera ser aceptada por los rebeldes —de hecho, el proyecto de Gobierno de reconciliación que José Antonio Primo de Rivera elaboró en la cárcel de Alicante, incluía a Martínez Barrio como presidente y ministro de la Guerra, a Sánchez Román como ministro de Estado y a Prieto como ministro de Obras Públicas—. Pero Prieto acudió a la reunión autorizado únicamente por su partido a unirse al Gobierno de Casares Quiroga, por lo que se frustró la formación de uno nuevo.
La siguiente reunión era a las doce de la noche en el Palacio Nacional. Ya no asistió Prieto, pero sí Sánchez Román. Este segundo intento de constituir Gobierno tampoco prosperó por la amenaza —luego desmentida— de la sublevación de los Regimientos de Carabanchel y Getafe.
Por fin, sobre las tres de la madrugada, Martínez Barrio reunió en su domicilio de la calle Villanueva a Domingo, Lara, Miaja, Barcia Trelles y Sánchez Román, y logró formar el Gobierno en el que este último era ministro sin cartera, y dos miembros de su partido ministros también: Justino de Azcárate, de Estado, y Ramón Feced, de Agricultura. El proyecto de Gobierno lo proporcionó Sánchez Román, y fue un detallado programa de conciliación que habría de ofrecerse a los generales insurrectos, que tiene su precedente en la ponencia que el Partido Nacional Republicano (PNR) había aprobado el 25 de mayo, en la que ya se proponían medidas heroicas.
Sánchez Román, que, como los otros, había estado levantado toda la noche, fue convocado a las siete de la mañana, por teléfono, de nuevo a Palacio. Llegó a las siete y media, pero no se reunió con el nuevo gabinete, como hubiera correspondido, sino con Azaña, Martínez Barrio, Prieto, Antonio Lara, Largo Caballero, Marcelino Domingo y otros. Allí se opuso sin éxito a la entrega de armas al pueblo, lo mismo que Martínez Barrio. Fue, como dijo Cela en San Camilo 1936, la “voz de la sensatez” que nadie quiso escuchar.
Precedido por su mujer e hijos, que salieron de Madrid a los dos o tres meses del 18 de julio, con destino a Alicante, para embarcar allí hacia Marsella, Sánchez Román partió con idéntica ruta hacia el mes de octubre de 1936. La familia —y los que a ella se agregaron— se reunió en Niza. Para la Semana Santa de 1937, el matrimonio se instaló en París, desde donde Sánchez Román atendió asuntos de la República. Todavía volvió a España en alguna ocasión: en diciembre de 1936, estuvo en Madrid, pues consta su presencia en una recepción en el Ayuntamiento; en septiembre de 1937, pasó por La Pobleta, camino de Madrid, para entrevistarse con Azaña; en septiembre de 1938, acudió a Barcelona, citado por Negrín, que quiso que mediara ante Prieto para que aceptase la embajada en México.
Tras la anexión de Checoslovaquia (marzo de 1939), los Sánchez Román decidieron abandonar Francia, contando con el ofrecimiento que Lázaro Cárdenas había hecho a los intelectuales republicanos, para instalarse en México. Salieron por el puerto de El Havre, en el Normandie, rumbo a Nueva York. Desde allí viajaron en tren hacia México, donde entraron, por Nuevo Laredo (Tamaulipas), el 18 de abril de 1939. El 5 de mayo de 1939, Sánchez Román fue presentado a Lázaro Cárdenas por Indalecio Prieto, en Torreón.
Desde el primer momento, aceptó la nueva situación como definitiva. No intervino en los asuntos del Gobierno de la República en el exilio, ni en las querellas de los republicanos, aunque, en el mes de junio de 1939, intermedió entre Prieto y Negrín, en el asunto del Vita, cuyo control tenía aquél. Apenas tomó parte en los círculos que los exiliados organizaron, salvo en los de carácter universitario, como fue la Unión de Profesores Universitarios Españoles en el Extranjero y la Unión de Intelectuales Españoles en México. Se incorporó de inmediato a la vida mexicana (aunque no aceptó esa nacionalidad) y fue, de todos los profesores exiliados en México, él que posiblemente mejor resolvió su situación económica.
Habilitado de inmediato para ejercer la abogacía, se asoció al despacho de Antonio Martínez Báez. Actuó como abogado-consultor de la Presidencia de la República, tanto con Lázaro Cárdenas como con Ávila Camacho (de 1940 a 1946), y emitió dictamen con ocasión de las “indemnizaciones” por la expropiación de los bienes de las compañías petroleras, y de otras cuestiones surgidas de la expropiación, como la de la propiedad del petróleo transportado a Europa.
Con una importante cartera de clientes (el Banco Central de Venezuela, por ejemplo), ejerció también la asesoría jurídica de varias empresas del sector minero y siderúrgico, siendo en las oficinas de una de ellas, Fundidora de Fierro y Acero de Monterrey, S.A., donde tuvo su último despacho.
A la llegada de los exiliados españoles, los estudios jurídicos de la Universidad de México se impartían en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, por profesores no doctores que, a la vez, ejercían una profesión jurídica. Los españoles, que en principio no podían ejercer profesiones jurídicas, se dedicaron por completo a la docencia en aquella Escuela y dieron vida a diversos seminarios. Sánchez Román no quiso ser profesor de Derecho Civil por entender que, como extranjero, no le correspondía, y escogió la docencia del Derecho Comparado. En 1940, fundó el Instituto de Derecho Comparado —hoy, Instituto de Investigaciones Jurídicas— y fue su primer director (actualmente, la biblioteca del centro lleva su nombre). Con esta fundación, puede decirse que se inició en México la investigación jurídica organizada.
Su esposa murió en 1949, a los cincuenta y seis años. De ella había tenido cinco hijos: Felipe, Ángeles, Ana María, Alfredo y María Soledad. Él enfermó hacia 1953, año en que se vio obligado a dejar la enseñanza y la asesoría de la Presidencia de la República, que había retomado el año anterior con el nuevo presidente, Ruiz Cortines. Murió el 21 de enero de 1956.
Fue miembro de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación (1919) y académico electo de la de Ciencias Morales y Políticas (1934). Perteneció al Consejo de Dirección del Instituto Internacional para la Unificación del Derecho Privado (UNIDROIT), desde 1928 (año de su fundación) a 1938, y al grupo español del Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya (1931).
Obras de ~: Sobre las dos últimas palabras del artículo 1901 del Código civil, civil: tesis doctoral, Madrid, Hijos de Tello, 1916; “Prólogo”, en D. de Buén, Introducción al estudio del Derecho civil, Madrid, Editorial de Derecho Privado, [1932]; “Prólogo”, en A. García González, El poder judicial, Madrid, Instituto Editorial Reus, [1932]; “Prólogo”, en R. Carrancá y Trujillo, Las causas que excluyen de la incriminación, México, 1944.
Fuentes y bibl.: Archivo del Congreso de los Diputados, Serie documentación electoral, 137 n.º 30.
N. Alcalá-Zamora y Castillo, “Felipe Sánchez Román” [necrológica], en Revista de Derecho de México, 56 (1956), págs. 217-219; M. García Venero, Historia de las internacionales en España, t. III, Madrid, Ediciones del Movimiento, 1957; B. Bolloten, La Guerra civil española: Revolución y contrarrevolución, Madrid, Alianza Editorial, 1989; I. Fernández Marrón, “Un jurista en el exilio mexicano: Felipe Sánchez Román (1939-1956)”, en J. M. Balcells y J. M. Pérez Bowil, El exilio cultural de la Guerra Civil (1936-1939), Salamanca-León, Universidad de Salamanca-Universidad de León, 2000, págs. 85-93; M. Ferrer Muñoz, “Felipe Sánchez-Román y Gallifa”, en F. Serrano Migallón (ed.), Los maestros del Exilio español en la Facultad de Derecho, México, Editorial Porrúa-Facultad de Derecho, 2003, págs. 365-388; A. Núñez Iglesias, “Felipe Sánchez-Román Gallifa, un jurista en el centro de la Segunda República”, en J. L. Casas Sánchez y F. Durán Alcalá (coords.), II Congreso sobre Republicanismo en el Historia de España. Historia y Biografía en la España del siglo xx, Priego de Córdoba, Patronato Niceto Alcalá Zamora y Torres, 2003, págs. 485-505; R. Domingo, “Sánchez-Román y Gallifa, Felipe”, en R. Domingo (ed.), Juristas Universales. 4.
Juristas del s. xx. De Kelsen a Rawls, Madrid-Barcelona, Marcial Pons, 2004, pág. 791.
Álvaro Núñez Iglesias