Maeztu y Whitney, Ramiro de. Vitoria (Álava), 4.V.1874 – Aravaca (Madrid), 29.X.1936. Pensador y ensayista, periodista, político, embajador.
Ramiro de Maeztu nació el año en que murió la Primera República. Sus primeros años de vida coinciden, por tanto, con el inicio del reinado de Alfonso XII y la aprobación de la Constitución de 1876, la más longeva de las constituciones liberales de la España contemporánea.
Su abuelo había sido uno de los españoles que había hecho fortuna en Cuba gracias al cultivo y el comercio del azúcar. Eso permitió a la familia vivir de forma acomodada y al joven Maeztu recibir, inicialmente, una buena educación, que por deseo expreso de su padre tuvo una clara impronta anglosajona. No duró mucho, sin embargo, el bienestar material, pues, en muy poco tiempo, lo que antaño había sido un próspero negocio se vino abajo tras la muerte de su fundador. Maeztu tuvo entonces que abandonar los estudios y empezar una nueva vida caracterizada por la austeridad y, lo que es más importante para su carácter y su futuro profesional, una vida de autodidacta.
En enero de 1891, el joven Ramiro viajó a Cuba, cuando la ruina paterna estaba a punto de consumarse, y allí trabajó en un ingenio azucarero durante toda una zafra. Ejerció diversos oficios, entre ellos el de lector en una fábrica de tabacos. En 1894, visiblemente enfermo, regresó a España a instancias de su madre, Juana Whitney, quien asimismo le animó a iniciar su carrera periodística en El Porvenir Vascongado.
En 1897 dejó atrás sus idas y venidas profesionales y se instaló en Madrid. Fue entonces cuando empezó la que iba a ser su principal actividad profesional: el periodismo. Alejado de la Universidad y con una formación de autodidacta, se convirtió tiempo después en un escritor famoso y apreciado, en un pensador y un analista político al que no le iba el traje de intelectual vinculado al mundo académico. La vida de los cafés, de las tertulias, de los periódicos, una vida ciertamente desordenada y muy vinculada a la actualidad; ese es el marco en que Maeztu construyó poco a poco un pensamiento original y poderoso.
Hecho a sí mismo, desprovisto de los favores y las comodidades del mundo académico, condicionado por la escasez de medios económicos, Maeztu no fue un periodista sin más. El periodismo le ayudó a vivir, es cierto, pero fue ante todo el vehículo que utilizó para conocer la realidad, para pensar y escribir. Fue colaborador de muy distintos e importantes periódicos: Heraldo de Madrid, Nuevo Mundo, La Correspondencia de España, El Imparcial, El País, El Sol y otros diarios.
Con la Guerra de Cuba y el desastre de la flota española en 1898, apareció un primer Maeztu, que con Azorín y Baroja formaría el núcleo principal de la Generación del 98. Su análisis no quedó muy lejos del que formularon Unamuno o Costa y en el que denunciaban una España moribunda. Suscribió el regeneracionismo costista, la idea de un Estado parasitario alejado de la realidad que impedía al país desplegar todo su potencial y acceder al desarrollo. En su opinión, la crisis sólo podía superarse con fe y sacrificio, debiendo producirse un recambio de las elites directivas del país, donde tomaran el mando las burguesías del rico litoral español, para construir un mercado nacional y llevar al resto de España la revolución burguesa. En definitiva, España necesitaba una clase media nacida del ahorro, del trabajo y del esfuerzo.
No había demasiada originalidad en ese joven Maeztu, aunque, influido por la voluntad nietzscheniana, empezaba ya a diferenciarse de quienes hacían la crítica por la crítica, empeñado en transformar esa actitud crítica en un programa positivo. Atraído incluso por el socialismo, se mostró preocupado en esos años por la cuestión social y el papel del naciente regionalismo en la política española; y, asimismo, también en la línea de actualidad del momento, se aferró a un anticlericalismo militante que le llevó a involucrarse en el famoso estreno de Electra de Galdós en el Madrid de principios del siglo XX.
Poco tiempo después, el diario La Correspondencia de España, para el que trabajaba, le envió como corresponsal a Londres. La influencia del pensamiento y la vida inglesa, que habían hecho ya acto de presencia en su infancia, retomaron entonces, gracias a las obligaciones del periodismo, una nueva fase. La estancia en la Inglaterra de la primera década del siglo XX le brindó la posibilidad de conocer de primera mano, entre otras cosas, la transformación del Partido Liberal y el ascenso político de un nuevo liberalismo “social” y estatista. Maeztu, uno de los primeros españoles en ser europeos y en preocuparse de verdad por la cultura universal, se movía como pez en el agua en la cultura anglosajona. En mejores condiciones económicas que años atrás, con una vida más burguesa, entró en contacto con la Sociedad Fabiana y estrechó relaciones con el círculo de la revista New Age. En ese ambiente configuró un nuevo pensamiento social y político, transformándose en un creyente del nuevo liberalismo social y llegando a convencerse de la que será una idea central en todo su pensamiento: la posibilidad de una reforma del sistema liberal sobre la base de la alianza de los intelectuales, las clases medias y los obreros, con un programa de cambio social que propugnaba más gasto en educación, más servicios públicos, salarios mínimos y una nueva política fiscal que gravara a las grandes fortunas.
Su proximidad a la cultura anglosajona fue un rasgo que le diferenció de forma sustancial del prototipo de intelectual español de la época. No obstante, también Maeztu consideró que le restaba por aprender mucho de otras formas de interpretar el mundo y a la estancia en Londres le siguió un viaje a la Universidad de Manburgo, que resultó, a la postre, decisivo para su pensamiento. Allí conoció y estudió a los neokantianos, y con ellos empezó a concebir un mundo real en sí mismo, en el que no todo es puro subjetivismo. Fue ese el momento, además, en el que Maeztu, siempre muy atento a la cultura mundial del momento, empezó una labor de autocrítica de consecuencias muy importantes, y abandonó la visión noventayochista, convirtiéndose en un crítico del pesimismo y el análisis de la Generación del 98.
Más tarde, ya de vuelta en Madrid, participó en la fundación de la revista España y apoyó en sus comienzos a la Liga de Educación Política de Ortega, con el que mantenía en ese momento buenas relaciones. En esos años, empezó a cuestionar el nuevo liberalismo que tanto le había interesado en su estancia en Inglaterra, convencido de que ese modelo de reformismo conducía a un estatismo peligroso. Con todo, la que en verdad fue su “conversión” más o menos definitiva llegó en los años de la Gran Guerra, entre 1914 y 1917. Cuando estalló el conflicto, Maeztu estaba envuelto en plena evolución intelectual. Aliadófilo convencido y apasionado, quiso ser corresponsal en el frente y conocer de primera mano el desarrollo y la dureza tremenda de la batalla.
Muy influido por la hecatombe que supuso la guerra para la civilización europea, escribió La crisis del humanismo, el trabajo con el que dio el giro decisivo que le convirtió en un crítico de la modernidad. La crisis del mundo moderno, dijo, era la consecuencia de la crisis del principio de autonomía individual. Había que retornar a los valores clásicos, a los valores eternos por encima de la subjetividad individual.
Se instaló así en una ética del sacrificio enfrentada a la libertad individual, una ética comunitarista en el sentido de hacer de lo social algo previo al individuo, algo en lo que el individuo encontraría sentido y función. La coherencia social y la necesidad de orden permitirían, en ese esquema, una recuperación del valor de la religión.
En 1919 regresó a España e inició su colaboración con El Sol, que le mandó como enviado especial a la conferencia de Ginebra. Para entonces, con la Revolución Bolchevique en marcha, Rusia estaba convirtiéndose en un modelo para muchos sectores de la izquierda revolucionaria europea. Maeztu, como tantos otros contemporáneos, tomó conciencia del peligro de contagio revolucionario y así lo expresó en algunos trabajos brillantes sobre las posibilidades de extensión del comunismo a Europa; fue el momento, además, de la desilusión definitiva con la Europa liberal e ilustrada.
En septiembre de 1923 tuvo lugar el golpe de Estado del general Miguel Primo de Rivera y la ruptura del régimen constitucional y parlamentario inaugurado en 1876. Maeztu, convencido ya de la crisis del parlamentarismo liberal, recibió el golpe con satisfacción, actitud, por otra parte, nada excepcional en la opinión pública española. En los siete años escasos que duró la dictadura se volcó en la tarea de justificarla y consolidarla, afiliándose a la Unión Patriótica —el movimiento ciudadano creado por el régimen—, escribiendo en el diario oficial La Nación, y participando en la Asamblea que se reunió en 1927 para elaborar un nuevo proyecto de Constitución —en la que se mostró partidario de establecer algún tipo de sufragio corporativo y subordinar los derechos individuales a la defensa del orden.
Pero, además de su trabajo a favor de la dictadura, en 1927 realizó un viaje decisivo a los Estados Unidos, invitado como profesor de Cultura Hispánica. Pudo conocer la sociedad americana anterior al crack de 1929 y volver deslumbrado por la combinación de puritanismo y espíritu capitalista. Elaboró entonces su trabajo sobre El sentido reverencial del dinero, en el que expuso la idea de que la regeneración española habría de venir de una combinación acertada de catolicismo y capitalismo, esto es, un nuevo individuo imbuido de una férrea ética del trabajo capaz de construir, con su sacrificio personal y con su esfuerzo creador, una sociedad más próspera y moderna, a la vez que filtrada por los valores católicos, una sociedad cohesionada, no desvirtuada por el individualismo liberal, regida por una clase media nacional emprendedora y dispuesta a sacrificarse.
Finalmente, la dictadura fracasó en su intento de dar lugar a un nuevo régimen y Primo de Rivera abandonó el gobierno en enero de 1930. Hasta marzo de ese año, Maeztu vivió la descomposición de la dictadura fuera de España, como embajador en Argentina. De vuelta a Madrid, en medio de un clima de afirmación del republicanismo y de descomposición de las fuerzas monárquicas, insistió en que lo prioritario debía ser una política antirrevolucionaria. Pero lo que él no deseaba en ningún caso y lo que pensaba que podía provocar una guerra civil, esto es, el régimen republicano, finalmente se hizo realidad. En su opinión, la República sería el acto final que abriría la puerta a la revolución.
El período constituyente y el primer bienio republicano (1931-1933) lo vivió, por tanto, con una creciente angustia. Participó de las denuncias conservadoras del nuevo régimen y salió en defensa del cardenal primado, monseñor Segura, cuando las nuevas autoridades lo expulsaron del país bajo la acusación de que estaba conspirando contra la República.
Además, en octubre de 1931, en pleno debate constitucional, participó activamente de la fundación de la Sociedad Cultural Acción Española, cuya revista del mismo nombre hubo de dirigir más adelante. Monárquicos, católicos y de inspiración tradicionalista, este grupo destacó por sus críticas del accidentalismo que sustentaba al principal partido de la derecha española, la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), que lideraba José María Gil-Robles.
En agosto de 1932, junto con toda la dirección de Acción Española, fue detenido y encarcelado, acusado de participar en el intento de golpe de estado de Sanjurjo. Él, que debía conocer los preparativos del golpe, pero que no había participado directamente, padeció, como otros destacados líderes y pensadores de la derecha antirrepublicana, así como los principales periódicos católicos, la persecución un tanto arbitraria emprendida por el gobierno Azaña tras el golpe.
En enero de 1933, tras haber secundado a Antonio Goicoechea en su enfrentamiento con Gil-Robles y en su crítica del posibilismo, prestó su apoyo a la fundación de un nuevo partido conservador y monárquico, Renovación Española, de cuya junta directiva formó parte.
El año 1933 fue el del ascenso de los nazis al poder en Alemania, acontecimiento que atrajo la atención de un Maeztu demasiado crédulo, dispuesto incluso a defender algunas de las que él entendía como bondades del nuevo régimen hitleriano. Llegó incluso a sostener en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que formaba parte desde 1931, que las medidas antisemitas del régimen nazi estaban siendo intencionadamente exageradas y desvirtuadas por las agencias de prensa internacionales controladas por los judíos.
Tras las elecciones generales de noviembre de 1933, que convirtieron al centro-derecha republicano y a la derecha cedista en los dos grupos mayoritarios de las Cortes, Maeztu obtuvo el acta de diputado en representación de la derecha monárquica. A partir de entonces, pudo observar la vida política del segundo bienio desde el interior del parlamento, donde, no obstante, intervino muy poco.
El acontecimiento que confirmó sus temores acerca del inminente peligro revolucionario fue la revolución de octubre de 1934, protagonizada por la izquierda socialista y catalana tras la entrada de varios ministros cedistas en el Gobierno. Un Maeztu obsesionado con la muerte y convencido de que su vida corría peligro —no sin algo de razón, como luego se demostraría en el verano de 1936—, apoyó en diciembre de 1934 la formación del Bloque Nacional, el partido de la derecha monárquica, contrarrevolucionaria y enemiga del posibilismo, que lideró el exministro José Calvo Sotelo.
En el invierno de 1935-1936, la vida política se deterioró hasta un extremo harto peligroso. Con el Partido Republicano Radical en declive, el presidente de la República, Niceto Alcalá-Zamora, se negó a encargar el Gobierno a la CEDA, disolvió el Parlamento y convocó elecciones. Fueron las elecciones ganadas por el Frente Popular de las izquierdas en febrero de 1936. Maeztu participó activamente en los mítines del Bloque Nacional, al lado de los líderes monárquicos, insistiendo, como hará en los meses siguientes, en el peligro inminente que provocaba, en su opinión, el avance del socialismo revolucionario.
Durante la agitada primavera de 1936, aumentó su angustia y el temor sobre su propia vida. Seguramente conocía los distintos planes de conspiraciones militares, pero, curiosamente, en la semana en que Calvo Sotelo fue asesinado, no fue informado de que el levantamiento militar iba a producirse el 17 de julio. Dado que no había preparado su salida de Madrid, se escondió en casa de su amigo Luis Vázquez Dodero, pero el 30 de julio varios milicianos le descubrieron y le condujeron a la improvisada cárcel de las Ventas. Fueron casi tres meses los que permaneció recluido junto a otros ilustres políticos republicanos y monárquicos. Al final, como a tantos otros, le llegó el turno y en la saca del 29 de octubre fue conducido a las afueras de Madrid y fusilado en Aravaca.
Maeztu fue miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, en la que ingresó el 20 de marzo de 1932 con un discurso titulado El arte y la moral, contestado por el académico de número Eduardo Sanz y Escartín. Formó parte, asimismo, de la Real Academia Española desde 1935.
Obras de ~: Hacia otra España, Bilbao, Biblioteca Vascongada, 1899 (Madrid, Rialp, 1967); Los hombres y las ideas: debemos a Costa, Zaragoza, Tipografía de Emilio Casaña, 1911; Inglaterra en armas: una visita al frente, London, Darling & Sar Limited, 1916; La crisis del humanismo, Barcelona, Minerva, 1919; Don Quijote, Don Juan y la Celestina. Ensayos en simpatía, Madrid, Calpe, 1926; El espíritu de la economía ibero-americana, Madrid, E. Giménez, 1927; Defensa de la Hispanidad, Madrid, Gráfica Universal, 1934; “Prólogo”, en Marqués de Quintanar, Bismarck artífice de la tercera república francesa, Madrid, Cultura Española, 1936; En vísperas de la tragedia, Madrid, Cultura Española, 1941; España y Europa, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1947; Frente a la República, Madrid, Rialp, 1956; El sentido reverencial del dinero, Madrid, Editora Naciona, 1957; Con el Directorio militar, Madrid, Editora Nacional, 1957; Liquidación de la Monarquía parlamentaria, Madrid, Editora Nacional, 1957; Norteamérica desde dentro, Madrid, Editora Nacional, 1957; Defensa del espíritu, Madrid, Rialp, 1958; Las letras y la vida en la España de entreguerras, Madrid, Editora Nacional, 1958; El nuevo tradicionalismo y la revolución social, Madrid, Editora Nacional, 1959; Un ideal sindicalista, Madrid, Editora Nacional, 1961; Autobiografía, Madrid, Editora Nacional, 1962; Don Quijote o el amor, Salamanca, Anaya, 1964; Los intelectuales y un epílogo para estudiantes, Madrid, Rialp, 1966; Obra, pról. y selec. de V. Marrero, Madrid, Editora Nacional, 1974; Artículos desconocidos (1897-1904), Madrid, Castalia, 1977; Liberalismo y socialismo, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1984; Obra literaria olvidada (1897-1910), Madrid, Biblioteca Nueva, 2000.
Bibl.: V. Marrero, Maeztu, Madrid, Rialp, 1955; G. Fernández de la Mora, Maeztu y la teoría de la Revolución, Madrid, Rialp, 1956; VV. AA., En torno a Ramiro de Maeztu, Vitoria, Biblioteca Alavesa Luis de Ajuria, 1974; R. A. H. Robinson, Los orígenes de la España de Franco: Derecha, República y Revolución. 1931-1936, Barcelona, Grijalbo, 1974; R. Morodo, Los orígenes ideológicos del franquismo: Acción Española, Madrid, Alianza, 1985; J. Tusell y J. Avilés, La derecha española contemporánea. Sus orígenes: el maurismo, Madrid, Espasa, 1986; R. Santervas, La etapa inglesa de Ramiro de Maeztu, tesis doctoral, Madrid, Universidad Complutense, Facultad de Filología, 1987; J. M. Fernández Urbina, La aventura intelectual de Ramiro de Maeztu, Vitoria, Diputación Foral de Álava, 1990; J. Gil Pecharromán, Conservadores subversivos. La derecha autoritaria alfonsina, 1913-1936, Madrid, EUDEMA, 1994; S. G. Payne, La primera democracia española. La Segunda República, 1931-1936, Barcelona, Paidos, 1995; A. Lago Carballo, “Visión y misión de América en Maeztu”, en América en la conciencia española de nuestro tiempo, Madrid, Trotta, 1997; P. C. González Cuevas, Acción Española (1913-1936). Teología política y nacionalismo autoritario en España, Madrid, Tecnos, 1998; J. L. Villacañas, Ramiro de Maeztu y el ideal de la burguesía en España, Madrid, Espasa, 2000; P. C. González Cuevas, Maeztu. Biografía de un nacionalista español, Madrid, Marcial Pons, 2003; D. Jiménez Torres, Nuestro hombre en Londres. Ramiro de Maeztu y las relaciones angloespañolas (1898-1936), Madrid, Marcial Pons, 2020.
Manuel Álvarez Tardío