Chapaprieta y Torregrosa, Joaquín. Torrevieja (Alicante), 26.X.1871 – Madrid, 15.X.1951. Abogado y ministro.
Nació en una modesta familia de ascendencia italiana. Un accidente sufrido en la niñez le deformó gravemente la columna vertebral, mermándole la movilidad y las capacidades físicas, lo que dio lugar, en el transcurso de su vida política, a caricaturas y chistes deleznables por parte de sus adversarios. Cursados los estudios de bachillerato en el seminario de la Inmaculada Concepción de María de Orihuela, realizó los de Derecho en la Universidad Central, que amplió en el famoso Colegio Español de Bolonia.
Dueño de una sólida base profesional, su primera escuela política fue, al igual que en casi todas las biografías de los políticos de la Restauración, de condición abogacía, en su caso el prestigioso bufete de uno de los prohombres del partido liberal, el valenciano Joaquín Puigcerver. Diputado provincial en 1898, fue elegido para el Congreso por el distrito murciano de Cieza en los sufragios generales de mayo de 1901. adherido a la corriente regeneracionista encarnada por Rafael Gasset, fue designado dos años más tarde director general de Propiedades del Estado y un bienio después, en 1905 —diputado ahora por Loja (Granada)—, subsecretario del ministerio de Gracia y Justicia.
Al tiempo que acreditaba su propio despacho como el más reputado del país en temas contenciosoadministrativos, consolidaba también su ascendiente en las filas del Partido Liberal con el afianzamiento de su escaño parlamentario —diputado por La Coruña— en las elecciones de 1910, 1914 y 1916, año este en que se le nombró subsecretario del ministerio de Hacienda, pilotado por Santiago Alba en el gabinete encabezado por Romanones como tercer y último de sus titulares —30 de abril de 1916, 19 de abril de 1917—. Justamente en dicha coyuntura, las grandes mudanzas sobrevenidas en el tejido económico y social de la nación por las incidencias y secuelas en ella de la primera guerra mundial provocaron que alzase su voz de alarma frente al imparable acrecentamiento del déficit presupuestario padecido por la Hacienda pública, muy alejada ya de las roderas abiertas por las grandes reformas de R. Fernández Villaverde tras la crisis del 98; se iniciaba con ello la fama de Casandra que habría de acompañarlo hasta el término de su larga vida pública. El mismo Chapaprieta aludirá más tarde, con la contenida emoción que constituye un rasgo definidor de su estilo literario, al hercúleo trabajo que, perfilando un vasto paquete de proyectos para reformar de fond à comble la Hacienda pública, desplegó en dicha etapa: “el máximo esfuerzo de mi vida. En madura juventud, me entregué con el mayor entusiasmo a una labor ni interrumpida ni un solo día, que comenzaba a las ocho de la mañana y terminaba casi siempre en la madrugada siguiente” (La paz fue posible. Memorias de un político, Barcelona, Ariel, 1971, pág. 122).
Adscrito a la facción albista tras la tercera escisión padecida por su partido durante el transcurso de la Gran Guerra, las presiones de su jefe Santiago Alba motivaron su retorno a la subsecretaría de Hacienda en los gabinetes de García Prieto —9 de noviembre de 1918-5 de diciembre del mismo año— y Romanones —5 de diciembre de 1918-15 de abril de 1919—. Finalmente, en el postrero de los gobiernos rectorados por Manuel García Prieto y último propiamente dicho de la Restauración —7 de diciembre de 1922-13 de septiembre de 1923—, teniendo como colega en la cartera de Fomento a su admirado Rafael Gasset y Chinchilla, se le encomendó la flamante de Trabajo, Comercio e Industria. Su gestión, dinámica y brillante, semeja confirmar, al menos en cuanto a su actuación particular, la tesis sobre las posibilidades del régimen de Sagunto de algunos contemporaneístas, según la cual el advenimiento de la dictadura de Primo de Rivera, en lugar de asestar el golpe mortal a un moribundo, vino a estrangular a un recién nacido... Sea lo que fuere, la agudización del problema de las “responsabilidades” marroquíes y de la crítica coyuntura del país en el despegue de los años veinte no propició el camino para la aclimatación en la opinión pública de la filosofía y el grand desein económico proyectado por el que ha sido muy bien definido como “un técnico anterior a la tecnocracia” (C. Seco).
Su hora llegó con la Segunda República. En las elecciones generales del otoño de 1933 obtuvo el escaño como representante del Partido Republicano Independiente por su provincia natal, cargo revalidado en los comicios del Frente Popular, en febrero de 1936.
En la primera de dichas legislaturas, algunos de los discursos pronunciados por Chapaprieta en las Cortes dibujaron el contexto en que, según él, debiera acometerse sin dilación alguna la regeneración del sistema impositivo español y de la maquinaria hacendística, toda ella en una nación sin cultura económica alguna y en la que las minorías dirigentes de todo signo manifestaban una pesarosa ignorancia y desatención por la materia. “[Que] la Cámara adopte —decía en el Parlamento el 30 de mayo de 1934— una resolución definitiva, heroica, que demuestre ante el país y ante el Gobierno su propósito decidido, cueste lo que cueste, pese a quien pese, de imponer, de exigir que se presente un proyecto o unos proyectos de Ley que ataquen y resuelvan los graves problemas que en el orden económico y financiero tiene planteados España.” Poco antes, en otra intervención parlamentaria —la de 20 de marzo de 1934—, había ponderado la exactitud y trascendencia que, para medir el alcance de cualquier programa de gobierno, tenía la radiografía facilitada por los Presupuestos Generales del Estado: “[...] basta asomarse a La Ley de Presupuestos de un país para ver no ya sólo cuál es su vida económica, sino la de toda la nación, en su aspecto social, jurídico, político, etc.”. En 1909, con el obligado abandono del poder por parte de Maura, comenzó a dilapidarse la gran herencia de los hacendistas de comienzos de siglo y desde entonces todo habían sido alegrías y frustraciones en orden al retorno a la disciplina presupuestaria y, sobre todo, a nivelar, en beneficio de las clases desfavorecidas, el Presupuesto. Con todas las bazas en sus manos, la Dictadura había dejado pasar la ocasión: “El señor Calvo Sotelo propuso hacer una profunda reforma tributaria; tuvo el gesto gallardo de hacerla; publicó un anteproyecto de reforma tributaria creando el de renta, y el señor Calvo Sotelo, asustado de su propia obra, retrocedió, y su paso por el Ministerio de Hacienda, como el paso de toda la Dictadura, no ha dejado huella en materia económica”. (Apud R. Calle Sáiz, La Hacienda en la II República Española, Madrid, 1981, II, págs. 1651- 1652).
Con tales pensamientos sobre el presente y el futuro del país, precedido de una justa celebridad de rectitud y competencia, fue designado ministro de Hacienda en el último de los gobiernos presididos por A. Lerroux —6 de mayo-25 de septiembre de 1935—. Pocas veces cuenta la historiografía contemporaneísta española con un tramo del pasado reciente y un protagonista más y mejor analizado, por un conjunto sobre todo de sobresalientes textos memoriográficos.
Ahondando en la crítica más generalizada de que fue objeto su política ministerial, la de falta de sensibilidad política y social, alguien que lo respetaba pero no lo quería —N. Alcalá-Zamora— pergeñó así su semblanza política: “Su sola deficiencia era el exceso de especialización económica, que es corriente en todos los grandes solistas ministeriales, algo descuidados al dirigir la orquesta gobernante. Y ese defecto genérico se acentúa en todos los maestros del contrabajo financiero, siempre más fríos en la ejecución. Observóse ya en Sánchez de Toca, en Villaverde, en Bravo Murillo.” (Memorias (Segundo texto de mis Memorias), Barcelona, Planeta, 1977, pág. 341). Y de su lado, otro de los grandes actores de la escena política republicana, José María Gil Robles, le describirá en sus recuerdos como “un hombre de más terquedad que auténtica energía”, para flagelar, sin embargo, a continuación la actitud opositora del núcleo duro de la CEDA, “aferrado a rígidas fórmulas capitalistas, poco compatibles con una concepción cristiana de la vida, y superadas, además, históricamente” (No fue posible la paz, Barcelona, Ariel, 1968, pág. 349).
Penetrado de la bondad de sus planes y avisado de la urgencia de aplicarlos si no se deseaba abocar a una situación límite de bancarrota estatal, el ministro alicantino se apresuró a acometer la última iniciativa del Ejecutivo del bienio radical-cedista: un plan de estabilización más o menos encubierto. “El plan global de Chapaprieta —al que Ricardo de la Cierva califica, muy justamente, de ‘Primer Plan de Estabilización’, cuyo objetivo esencial sería la nivelación del presupuesto del Estado—, tenía las mismas características deflacionistas que la famosa ordenación conseguida por Fernández Villaverde a comienzos de siglo (C. Seco Serrano, “Estudio preliminar” a la obra de J. Chapaprieta, La paz fue posible. Memorias de un político. Barcelona, 1972, pág. 52).
Aprobada la Ley de restricciones en la sesión de Cortes de 26 de julio, quedó para el otoño la regulación de sus medidas: “[...] di [en su desarrollo] en los últimos días de septiembre —escribirá ulteriormente— de dieciséis a dieciocho decretos-leyes —no recuerdo exactamente el número—. Atendían a las clases más humildes de la administración, que se simplificaba con la supresión de ministerios, subsecretarías, direcciones generales y otros muchos organismos cuya necesidad no estaba justificada [...] a pesar de herir tantos intereses —concluirá con notable distorsión de la realidad—, ninguna seria protesta se levantó contra ellos, ni en las Cortes, ni en la Prensa ni en ninguna otra forma” (La paz fue posible..., pág. 167).
En este y otros muchos pasajes de un texto redactado largo tiempo después se observa con patencia al hombre que, absorbido enteramente por la entrega a la idea-fuerza de su actividad, margina u olvida todo su entorno. Pues éste era, en verdad, muy complicado y confuso. Desgastada y desacreditada la jefatura de Lerroux, el 25 de septiembre, a manera de solución provisional y gabinete puente, Chapaprieta fue investido presidente de Gobierno como resultante de un de fuerzas enfrentadas. De un lado, Alcalá-Zamora, resueltamente contrario a entregar el poder a Gil-Robles, consideró a su ministerio como antesala de otro formado a su hechura personal, en tanto que el líder cedista pretendía erosionarlo definitivamente como obstáculo interpuesto para su acceso a la dirección del Ejecutivo, y, finalmente, un náufrago Lerroux, que veía en él su única tabla de salvación para evitar su definitivo hundimiento en el maremoto provocado por el escándalo del “Straperlo”. Que hasta mediados de diciembre, a través de dos gabinetes —el segundo, constituido el 29 de octubre, ya sin Lerroux, obligado a abandonar la cartera de Estado que tenía en el primero—, el hacendista alicantino permaneciera al frente de un ministerio remecido a izquierda y derecha, colinda con lo milagroso.
Pero fue así; y sus loables afanes prosiguieron centrados primordialmente en la aprobación de un Presupuesto que, en sus líneas maestras y metas, se situaba en el surco de sus grandes predecesores finiseculares, así como en la promulgación de las leyes que implementaban la reforma tributaria. Dos nuevos gestos de las postrimerías de la vida política del hacendista levantino ratifican su calidad moral y limpieza de actuación.
Pese a las obstrucciones de Alcalá-Zamora a su esfuerzo, por lo que él creía lo mejor para la gobernabilidad de la nación en un trance crítico, aceptó la cartera de Hacienda en el primer gabinete de M. Portela Valladares —14-30 de diciembre—, formado a medida y deseo del Presidente; y, una vez decidida su salida, la última de sus decisiones fue la de suspender, a través del correspondiente Decreto, las restricciones impuestas a los funcionarios estatales, ya que “equidad aconseja que si la carga no se reparte entre todos, se aplace y no pese sobre una sola clase [...]”.
Acontecido el pronunciamiento militar cuando se hallaba en Suiza, se reintegró a su despacho de abogado al término de la guerra. Desechada ulteriormente la oferta que le había llegado de la Universidad de Caracas para ejercer la docencia en sus aulas, estuvo ocho años recluido a cal y canto en su domicilio particular madrileño, como simbólica protesta contra el régimen de Franco.
Obras de ~: Voto particular y discurso pronunciado por D. Joaquín Chapaprieta sobre la totalidad del presupuesto para 1920- 21, Madrid, Sucesores de Rivadeneyra, 1920; Fomento de la edificación (proyecto de Ley redactado por Joaquín Chapaprieta, siendo ministro de Trabajo, Comercio e Industria), Madrid, 1923; Crédito agrícola (proyecto de Ley redactado por Joaquín Chapaprieta, siendo ministro de Trabajo, Comercio e Industria), Madrid, Núñez Samper, 1924; Proyecto de ley: oficinas de colocación y seguro contra el paro forzoso. Cotos sociales de previsión, Madrid, Talleres de la Editora Núñez Samper, 1924; La paz fue posible: memorias de un político, Barcelona, Ariel, 1971.
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José Manuel Cuenca Toribio