Palacio Valdés, Armando. Entralgo (Asturias), 4.X.1853 – Madrid, 29.I.1938. Escritor y novelista.
De ascendencia hidalga por vía materna, y burguesa y urbana por la paterna, el escritor asturiano da cuenta de su propia familia en La novela de un novelista (1921). En Palacio Valdés se conjugan ambas herencias. Su padre, Silverio Palacio, abogado, abandonó Oviedo —donde había comenzado a ejercer su profesión brillantemente— para dedicarse, tras contraer matrimonio, a la administración de las tierras que su mujer poseía en Avilés. Fue Silverio hombre sencillo y espontáneo, católico, de talante liberal, de gran inteligencia y exquisita sensibilidad, gozó de simpatía y prestigio en su ciudad y dejó honda huella en sus hijos, a los que educó en un clima de tolerancia. La madre, Eduarda Valdés, de carácter enérgico y temperamento activo, padecía una afección pulmonar. Dado que a ambos les gustaba el trato social, la casa de los Palacio fue lugar de tertulias permanentes que sirvieron posteriormente de inspiración al novelista.
Entralgo, Avilés y Oviedo fueron los tres escenarios en que discurrió la infancia y la adolescencia de Palacio Valdés. Entralgo, donde pasó algunos veranos, le dejó unos recuerdos imborrables rememorados más tarde en sus obras de ambiente campesino. Avilés, en la que transcurrió la mayor parte de su infancia, le dejó un recuerdo muy vivo. Si en Entralgo interiorizó las vivencias del mundo campesino, en Avilés se sintió atraído por la vida del hombre de mar. Los campesinos, pescadores y marineros que aparecen en sus obras tienen rasgos que, de seguro, había comenzado a archivar desde la infancia.
A los doce años marchó a Oviedo para estudiar el bachillerato y se instaló en casa de su abuelo paterno. Con cierto orgullo e ironía, recuerda la brillantez con que empezó su vida académica en el Instituto, y con cierta dosis de nostalgia recuerda también sus aventuras amorosas de adolescente. Rica y fecunda adolescencia la del futuro novelista, que inició por aquellas fechas su amistad con Tuero y con Leopoldo Alas. Durante estos años, adquirió Palacio Valdés su afición a la lectura; primero, gustó de la literatura de folletín; luego, saboreó las grandes obras europeas y, finalmente, la literatura clásica. Resultado de todo este conjunto de lecturas y reflexiones fue una profunda inquietud intelectual. Inquietud que posiblemente le llevó a Madrid, el 1 de octubre de 1870 —donde estudió Leyes y Administración— desoyendo los consejos familiares, que intentaban retenerle en Oviedo, y desatendiendo también el gran tirón que debió de ejercer el propio Clarín, que cursaba su licenciatura en la Facultad ovetense. Es muy posible que el alicorto ambiente de la Universidad asturiana —condenado por Alas en un artículo publicado en La Unión en 1878— no resultara atractivo para un joven que aspiraba a encontrar respuesta al conjunto de interrogantes que las múltiples lecturas habían despertado en su espíritu. Ya en Madrid, la Universidad Central —cuyos profesores eran en su mayoría krausistas— y el Ateneo constituyeron el mundo intelectual del joven Palacio Valdés.
En el comienzo de la década de 1870, el pensamiento krausista imperaba en el ámbito universitario, que comenzaba a verse conmovido por los primeros vientos positivistas. Completaba este horizonte cultural una fuerte corriente de pensamiento tradicional, alimentada por las directrices que llegaban de Roma: el Concilio Vaticano I, la encíclica Quanta Cura y el Syllabus. En este contexto, no es difícil explicar el desconcierto que dominó el ánimo del joven universitario, que pasaba en la biblioteca del viejo caserón de la calle de la Montera ocho o diez horas diarias dedicado al estudio. Nombrado secretario de la Sección de Ciencias Morales y fundador junto con otros intelectuales en ciernes de la Cacharrería, el joven asturiano se constituyó en testigo de excepción de la vida intelectual de los primeros años de la Restauración, que encontró en el Ateneo madrileño el marco adecuado para reflexiones y debates.
Aunque no sea posible determinar el grado de identificación que tuvo Palacio Valdés con el krausismo, se puede afirmar que fue seducido por esta corriente de pensamiento. Con los krausistas creyó en la regeneración de España mediante la transformación del individuo, y presagió en la recién fundada Institución Libre de Enseñanza: “Uno de los focos más poderosos de luz que tendrá nuestra oscurecida nación” donde “la ignorancia [que] nos ahoga y humilla, es la rémora más formidable que se opone al perfeccionamiento de nuestras formas políticas” (Revista Europea, 1876). El objetivo de Palacio Valdés todavía a mediados de la década de 1870 no era la vida literaria, sino el razonamiento filosófico y la carrera docente, que constituían su meta y el objeto de sus primeras ilusiones. Jefe de Redacción en 1875 de la Revista Europea —que disputaba por aquel entonces a la Revista de España el primer puesto en el horizonte intelectual—, comenzó a escribir una serie de artículos sobre temas de actualidad. El interés despertado por ellos le valió, a la edad de veintidós años, la dirección de dicha revista.
Y fue a partir de ese momento cuando Palacio Valdés se orientó definitivamente hacia la literatura en detrimento de lo que él creía su auténtica vocación: el mundo de la filosofía y el de la docencia.
Sus artículos encarnan la actitud polémica que preside el horizonte sociopolítico y sociocultural de la vida española, y muestran la postura ideológica de Palacio Valdés. Las dos Españas se dan cita en estas semblanzas de los oradores del Ateneo que aparecen en la Revista Europea: la tradicional y ultramontana, alicorta, hipócrita y crispada; y la que ha alumbrado el Sexenio democrático, racionalista, sincera y optimista, atravesada por el viento de utopía que recorre la Europa de la década de 1860. Armando Palacio, a la altura de 1878, tomó partido incondicional por esta última; sin embargo, avanzada la década de 1890 experimentó un deslizamiento tanto en sus reflejos sociales como ideológicos hacia posturas más conservadoras o menos comprometidas. Ahora bien, aunque en los últimos años de su vida, esto es, en la cuarta década del siglo xx, sea más difícil ponderarlo, mantuvo siempre un profundo respeto a la libertad del individuo y a la persona considerada como ser humano, y mostró un firme rechazo a la intolerancia y al radicalismo viniera éste de donde viniera.
En la década de 1870, el pensamiento krausista no sólo trató de analizar los temas políticos, religiosos, científicos, literarios..., sino que tendió a insertarlos en su complejo contexto histórico, lo cual supuso un cambio respecto a la crítica romántica y moralista vigente. Tal vez por ello, Palacio Valdés, como otras destacadas figuras del momento, se orientó por el camino de la crítica; una crítica que concibió como la única vía de hacerse oír en esos “tiempos de silencio”, en los no se puede decir todo lo que se piensa, y en los que denunciar “aquello que es incompatible con un mediano sosiego [...] es una prueba de amor a la libertad y a la justicia”. Por ello, el recurso a este medio de expresión constituye, en su sentir, una muestra de que las ideas no se subordinan a los intereses (Revista Europea, 1877). En esos años, el escritor se valió de la pluma para ejercer la crítica y expresar su inconformismo con la situación que oficialmente había impuesto en España el sistema canovista. Una serie de semblanzas aparecidas en la Revista Europea entre 1875 y 1878, junto con La literatura de 1881 escrita conjuntamente con Alas, constituye la obra crítica de Palacio Valdés. Pero el sarcasmo y la dureza, que eran de uso frecuente en este género, no se compatibilizan bien con el temperamento tranquilo de Palacio Valdés (La novela de un novelista). Por ello, a partir de 1881 abandonó definitivamente el campo de la crítica para dedicarse a la ficción, a lo que el éxito de su primera novela, El señorito Octavio, debió de animarle en gran medida.
Desde mediados de la década de 1870, se había impuesto en España una forma de novelar que suponía una protesta frente a la sensibilidad romántica; es decir, se había producido un giro respecto a la novela idealista. Si, como escribiera Larra, “la literatura es la expresión del progreso de un pueblo”, es lógico que los cambios acontecidos en los años del Sexenio tuvieran su traducción en el ámbito literario. A ello responde el trasfondo que subyace a la polémica naturalismo- idealismo, expresión literaria de un dualismo mucho más hondo, referible a la dualidad de la sociedad española y polarizado en torno a dos núcleos de pensamiento: liberalismo y tradicionalismo.
Palacio Valdés optó desde el primer momento por el realismo de cuño francés e influencia zolesca, si bien desde fines de la década de 1880 se vio influido por un naturalismo espiritualista de influencia rusa, sobre el cual teorizó en el “Prólogo” de La Hermana San Sulpicio. En la década de 1890, el novelista experimentó —como otros intelectuales— una honda crisis espiritual. Esa crisis del escritor asturiano, mal conocida y apenas estudiada, requiere ahora una breve explicación. Para ello se dispone, además de su obra que permite seguir su trayectoria personal, de una carta escrita a Clarín de 12 de noviembre de 1899 en la que se refiere a lo que él llama su “conversión al cristianismo”, y de otra, escrita un día antes, a su primo Armando Miranda Palacio, que se publicó en 1985 (G. Gómez-Ferrer). En ella el autor da cuenta, en primer lugar, de su segundo matrimonio y señala el cambio que se ha operado en su espíritu: “conversión”, que ha motivado “una revolución de ideas y sentimientos”. En segundo lugar, señala la causa de este profundo viraje: “Harto de ciencia y filosofía que no me han dado ni la felicidad ni la certidumbre, ni el sosiego siquiera me he convertido al cristianismo”. Ahora bien, el novelista conoce muy bien la doble moral señalada por Nietzsche y es, sin duda, muy sensible en el contexto vitalista del momento a la valoración peyorativa que se asigna a la moral cristiana, entendiéndola como moral de “resentimiento”. Tal vez por ello, subraya Palacio que su orientación hacia el cristianismo no procede de un sentimiento de debilidad, ni de desconfianza en la vida, sino que la decisión ha sido tomada “en la plenitud de la salud y de la fuerza“. Y añade: “No he sido llevado a la Fe por dolores domésticos, ni por quebrantamiento de mi hacienda”. El texto resulta muy expresivo de la sensibilidad del escritor hacia el vitalismo que domina el horizonte cultural, y muestra su desconfianza en la razón en plena crisis del positivismo. En fin, esta carta explicita también su radical discrepancia acerca de la primacía de la fuerza como fundamento, que conduce a la justificación de la violencia y el poder; todo ello viene a certificar la lógica y la coherencia del pensamiento valdesiano, en cuyo centro estuvo siempre, a pesar de su larga vida y de su misma evolución ideológica, el profundo respeto al hombre de carne y hueso, respeto de honda raíz humanista y de clara filiación cristiana.
Hay que referirse a dos etapas dentro de su producción novelística: la del siglo xix: 1881-1899 y la del siglo xx: 1899-1938. Es imposible hacer un vaciado de la obra valdesiana. Baste recordar únicamente media docena de temas que se repiten a lo largo de toda su obra. La insistencia en ellos puede deberse fundamentalmente a dos razones: o afectan ostensiblemente al funcionamiento de la vida política, social y cultural de España, o sin ser ajenos a ésta, se encuentran arraigados en motivos o sentimientos personales que constituyen referentes de su propia vida. Entre estos últimos se encuentran el mundo campesino y el papel social de la mujer; entre los primeros hay que referirse al quehacer de los políticos, a la tensión social y familiar que la manera de entender la religión ocasiona en la vida cotidiana y en la vida privada; a la postura de la Iglesia ante la ciencia moderna que no sólo viene a coartar el desarrollo científico, sino a plantear graves conflictos personales y, finalmente, a los efectos a que está conduciendo el desconocimiento de los principios en que se fundamenta la revolución liberal, esto es, al atropello de la dignidad de la persona. Este último punto explica su cercanía al pensamiento socialista en la década de 1890 (La espuma, 1890) y su comprensión y hasta defensa del socialismo en uno de los capítulos —“ Los socialistas franceses”— de La guerra injusta, escrita en 1916, con el fin de defender la prevenciones que entre los españoles católicos y tradicionalistas, partidarios de Alemania, pudiera suscitar la Francia “republicana, laica y demócrata”.
Ahora bien, Palacio Valdés fue siempre enemigo de posturas extremas, tanto más durante la Segunda República, cuando raya en los ochenta y tiene una salud muy quebrantada. En estos años escribe una serie de artículos en ABC en los que, en medio de las tensiones de todo orden que vive el país, apela como solución a la caridad, entendida ésta como amor al prójimo, es decir como solidaridad y fraternidad, y hace omisión de los graves problemas que vive la sociedad española. El tono apolítico de su discurso y la utilización de un término de clara resonancia católica, favorecerá que sea encasillado entre las derechas conservadoras.
Encasillamiento que requeriría, sin embargo, muchas matizaciones. Por una parte, habría que tener en cuenta su viejo apoliticismo y su repudio de los extremismos; y por otra, habría que recordar lo que dice en uno de estos artículos: “Tiempos borrascosos”, en el que se manifiesta la auténtica postura del novelista: “Hemos ganado una ciudadanía más valerosa, un sentimiento más vivo de nuestros derechos y deberes [...]. La tempestad nos ha regalado el voto de la mujer, el más grande acontecimiento de la historia de España [...]. No es fácil calcular las felices consecuencias que la intervención de la mujer aporta a la política [...]. Por último, hemos ganado también ciertas justas reivindicaciones de la clase obrera que teníamos olvidada”.
Palacio Valdés se casó dos veces, una en 1883 con Luisa Maximina Prendes, el gran amor de su vida que inspiró muchos de sus personajes femeninos; de este matrimonio breve —ya que la esposa murió al año y medio de la boda— nació un hijo que murió todavía joven y también viudo: sus dos hijas, Luisa y Julia, fueron criadas y educadas por el escritor que contrajo un segundo matrimonio, el 8 de noviembre de 1899, con Manuela Vela y Gil, gaditana de nacimiento. La Guerra Civil Española fue muy dura para el novelista que sufrió la penuria que era habitual en Madrid.
Murió el 29 de enero de 1938 en el Sanatorio de Santa Alicia, dirigido por el doctor Vital Aza. Sus restos fueron trasladados a Avilés el 26 de noviembre de 1945, por expresa voluntad del escritor que deseaba descansar en el cementerio de la Carriona.
Armando Palacio Valdés había sido objeto de diversas distinciones. Fue elegido miembro de la Real Academia Española el 3 de mayo de 1906 para ocupar el sillón de José María de Pereda, si bien no leyó su discurso de entrada hasta el 12 de diciembre de 1920; fue miembro de la Royal Society of Literature of the United Kingdom y de la Société des gens de Lettres de France; el Gobierno francés le nombró oficial de la Legión de Honor en 1916 y en 1920 recibió la Gran Cruz de Alfonso XII. En 1924 fue elegido presidente del Ateneo de Madrid, si bien a las pocas semanas la institución fue cerrada por orden de Primo de Rivera; cuatro años más tarde, en 1927 —y 1928— fue propuesto para el Premio Nobel. A lo largo de su vida disfrutó de numerosos homenajes en Francia y en diversos lugares de la geografía española, en los que participaron, entre otros, Fermín Canella, Pío Rubín, Pérez de Ayala, Altamira, Santiago Rusiñol, Melquíades Álvarez y Ortega y Munilla. En distintas ciudades de España hay calles, monumentos y grupos escolares que constituyen vivientes testimonios del novelista, y que contribuyen a que su nombre permanezca vivo en la actualidad. Algunas de sus obras fueron llevadas al cine —e incluso al teatro— con notable éxito. Una buena parte de su producción fue traducida al inglés, al francés, al checo, al portugués, al italiano, al holandés, al sueco, al ruso y al alemán, lo que constituye un argumento incuestionable de su popularidad en el extranjero.
Su éxito en España ha seguido una línea zigzagueante. Aunque muy leído en su época, fue objeto de cierta relegación a segunda línea, tanto por formar parte de una gran generación de novelistas como por su propio temperamento, sencillo y poco amigo de protagonismos. Además, tanto su opción por el catolicismo, aunque fuera un catolicismo liberal, como su marginación de la vida política favoreció que se le tachase de conservador. Durante el franquismo, por diversas razones, fue un escritor olvidado y minusvalorado.
Sólo en los últimos lustros ha comenzado a ser objeto de una atención creciente que descubre en su obra tanto los valores literarios como la inmensa riqueza que encierra su obra para los historiadores, una vez que la historiografía valora cada vez más las posibilidades que ofrecen los textos literarios para adentrarse en los entresijos de la sociedad. Asturias —hasta hace poco polarizada casi exclusivamente en Clarín— se ha interesado también por la figura de Armando Palacio, restauró su casa natal en Entralgo que ha recibido el nombre de “Centro de Interpretación Palacio Valdés”, y ha propiciado la investigación sobre su vida y su obra; en septiembre del 2003 se celebró el I Congreso Internacional en torno al escritor asturiano. Todo ello permite augurar la recuperación de una figura de nuestras letras que había sido injustamente postergada; recuperación de una figura que enriquecerá el conocimiento de la historia intelectual, de la historia literaria y de la historia sociocultural española entre 1875 y 1938.
La obra de Palacio Valdés —autor también de numerosos cuentos y artículos en la prensa— ha sido objeto de numerosas ediciones populares, y en los últimos lustros han aparecido ediciones críticas de algunas de sus novelas.
Obras de ~: Los oradores del Ateneo: semblanzas y perfiles críticos, Madrid, Casa Editorial de Medina, 1878; Los novelistas españoles. Semblanzas literarias, Madrid, Casa Editorial de Medina, 1878; Nuevo viaje al Parnaso: poetas contemporáneos, Madrid, Casa Editorial de Medina, 1879; El señorito Octavio, Madrid, Tipografía Correspondencia Ilustrada, 1881; La literatura en 1881, Madrid, Alfredo de Carlos Hierro, 1882; Marta y María, Barcelona, Francisco Pérez, 1883; El idilio de un enfermo, Madrid, Est. Tipográfico de Ricardo Fé, 1884; Aguas fuertes, Madrid, Est. Tipográfico de Ricardo Fé, 1884; José, Madrid, 1885 (ed. de J. Campos, Madrid, Cátedra, 1975); Riverita, Madrid, Tip. de Manuel G. Hernández, 1886; Maximina, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1887; El cuarto poder, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1888; La hermana San Sulpicio, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1888; La espuma, Barcelona, Imprenta de Henrich y Cía., 1890 (ed. de G. Gómez-Ferrer Morant, Madrid, Castalia, 1990); La fe, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1892; El Maestrante, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1893; El origen del pensamiento, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1893; Los majos de Cádiz, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1896; La alegría del capitán Ribot, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1899; La aldea perdida, Madrid, Tipografía de Manuel G. Hernández, 1903; Tristán o el pesimismo, Madrid, Librería Victoriano Suárez, 1906; Papeles del Doctor Angélico, Madrid, Bernardo Rodríguez, 1911; Seducción, Madrid, Renacimiento, 1914; La guerra injusta, Madrid, Bloud & Gay, 1916; Páginas escogidas, Madrid, Saturnino Calleja, 1917; Años de juventud del Doctor Angélico, Madrid, 1918; Qué es un literato, qué papel representa y debe representar en la sociedad, discurso leído ante la Real Academia Española, Madrid, Hijos de M. G. Hernández, 1920; La novela de un novelista. Escenas de la infancia y de la adolescencia, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1921; Cuentos escogidos, Madrid, 1923; La hija de Natalia. Últimos días del Doctor Angélico, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1924; El pájaro de nieve y otros cuentos, Madrid, 1925; Santa Rogelia, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1926; Los cármenes de Granada, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1927; Testamento literario, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1928; A cara o cruz, Madrid, Pueyo, 1929; Sinfonía pastoral, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1931; El gobierno de las mujeres. Ensayo histórico de política femenina, Madrid, 1932; Tiempos felices, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1933; Los contrastes electivos, Madrid, Editores Reunidos, 1936; Álbum de un viejo, Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1940; Obras completas, ed. de V. Suárez, desde 1896 (pról. de L. Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 1948): Obras selectas, sel., intr. y pról. de J. Entrambasaguas, Barcelona, Planeta, 1963-1969, 3 vols.
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Guadalupe Gómez-Ferrer Morant