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Aureliano de (padre) Beruete y Moret

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Biografía

Beruete y Moret, Aureliano de. Madrid, 27.IX.1845 – 5.I.1912. Pintor y crítico de arte.

Figura de gran relieve, tanto en su faceta de paisajista como en la de crítico de arte, en la pintura española de finales del siglo XIX y principios del XX. Beruete nace en el seno de una acomodada familia. Su padre, Aureliano de Beruete y Larrinaga, senador y caballero de la Orden de Carlos III, era de origen navarro, mientras su madre, María de los Ángeles Moret y Quintana, pertenecía a la influyente familia Moret, de origen catalán.

Su posición social y su familia, bien relacionada con los más altos círculos de la capital, le obligan a seguir la carrera de Derecho en la Universidad de Madrid, obteniendo el grado de Doctor Civil en 1867. No obstante, ya desde muy joven muestra su afición por el arte, como prueba que en 1864 solicitara copiar en el Museo del Prado, alternando sus estudios universitarios con lecciones de dibujo a cargo del pintor logroñés Carlos Múgica.

En 1871 inicia su corta incursión en política, siendo elegido diputado por voluntad popular en este año, ya con Amadeo de Saboya instalado en Madrid, y, de nuevo, en 1872, figurando entre los compromisarios que en asamblea general votaron la Primera República en febrero de 1873. No obstante, ese mismo año abandona la política activa, aunque siempre mantendrá una actitud liberal en su trayectoria intelectual y vital.

Siguiendo su auténtica vocación, acto seguido entra en la Escuela Superior de Pintura y Escultura, de la Academia de San Fernando, para matricularse en la asignatura de Paisaje, materia que en esos momentos impartía Haes. No tardaría en surgir una estrecha amistad entre profesor y alumno, reforzando el belga las aptitudes de Beruete para el citado género y realizando juntos, entre 1874 y 1876, diversas excursiones al norte de España y Segovia, impregnado el muchacho del entusiasmo del belga hacia el aire libre. El gusto de Haes por mostrar, con minucioso realismo, el paisaje cotidiano totalmente despojado de anécdota, sin más aliciente que el de su propia belleza y los valores lumínicos del entorno, será plenamente asumido por Beruete, quien por esta época realiza cuadros como Paisaje de la Cordillera Cantábrica y Paisaje de Segovia, muestra de un naturalismo evidente plasmado con sólido dibujo.

Mientras, en 1875 contrae matrimonio con su prima hermana, María Teresa Moret y Remisa, nieta del potentado banquero catalán Gaspar de Remisa. La esposa hereda parte de los bienes de la familia, como una finca en El Plantío o gran parte de la colección de pintura reunida, asimismo, por el abuelo. Así, en su domicilio de la calle Bailén Beruete se encontraría con cuadros del Greco, Zurbarán y Goya, obras que impulsarán, sin duda, su faceta como crítico de arte. Durante el verano de 1877 pinta directamente, sin retoques de estudio, las cumbres del Guadarrama, visitando también varias ciudades de Castilla. En octubre de este año se funda la Institución Libre de Enseñanza, participando Beruete como socio accionista fundador junto a Nicolás Salmerón y Francisco Giner de los Ríos, a los que ya conocía del Colegio Internacional, y Segismundo Moret y Gumersindo de Azcárate, entre otros. El grupo, ante la realidad de un país en declive, rechaza la ampulosa España oficial en busca de una nueva definición de la identidad nacional, encontrando en su paisaje, sobre todo en el de la austera Castilla, el reconocimiento de la propia y auténtica realidad del país, paso obligado para su necesaria regeneración. Beruete, identificado totalmente con esta nueva valoración de la realidad geográfica, conectaría de inmediato con Giner de los Ríos, uno de los principales teóricos del grupo y patrocinador de las excursiones instructivas, participando ambos del mismo ideario.

En 1878, ya sin el magisterio directo de Haes, se presenta por primera vez a la Exposición Nacional de Bellas Artes con Orillas del Manzanares, paisaje invernal influido por el belga en lo acabado de la factura y en la primacía de los tonos pardos y grisáceos, consiguiendo una Tercera Medalla. Acude a continuación a París para exhibir en el pabellón español de la Exposición Universal su óleo ya premiado y, pronto, entra en contacto con Martín Rico, con el que examina atentamente los cuadros del certamen, lo que le permite conocer de primera mano las nuevas tendencias pictóricas, desde el ya consolidado realismo a los nuevos impresionistas. Durante el verano ambos pintan al aire libre en Meudon, donde Beruete se ha instalado para trabajar a orillas del Sena, traspasándole Rico su interés por la escuela de Barbizón y por el estilo practicado por él mismo en esos momentos, sobre todo en la aplicación de un delicado repertorio de verdes y grises al plasmar los suaves paisajes del centro de Francia, influjo que se percibirá en la paleta de Beruete durante gran parte de la década de los ochenta.

Gustoso de recorrer durante el verano el norte de España en busca de clima fresco, durante los siguientes años, en los que visitará habitualmente Vigo, la impronta de Rico se manifiesta, en efecto, a través de sus numerosos rincones gallegos, ya superada la influencia de Haes. No descuida Beruete, por otro lado, su presencia en las diversas muestras celebradas en la capital, acudiendo en 1880 a la Exposición del Círculo de Bellas Artes de Madrid con dos temas gallegos, o participando, en la primavera de 1882, tanto en los salones Bosch como en los de Hernández, evento éste al que remite tres paisajes que no pasan inadvertidos para la crítica por su soltura, tal como señala Fernanflor en El Liberal.

En la Nacional de 1884 presenta la Puerta de Bisagra en Toledo, panel realizado para una de las salas de convención del nuevo edificio del Ateneo, junto a nuevos temas gallegos, donde, como en Orillas del Avia, es evidente la huella de Rico. Con este último tema alcanzará otra Tercera Medalla y un renovado reconocimiento de la crítica, valga Parada Santín como ejemplo. A finales de ese año participa en la Exposición Literario-Artística, organizada por la Asociación de escritores y artistas, con Recuerdos de Sada, Galicia. Durante el verano de 1885 acude con su mujer y su hijo a la segoviana quinta de Párraces, propiedad de la familia del pintor, y a la capital de la provincia, aunque, ante la epidemia de cólera surgida en la ciudad, tienen que retornar rápidamente a Madrid.

En 1886 firma el manifiesto de la Sociedad para estudios del Guadarrama, creada a instancias de la Institución Libre de Enseñanza, y participa activamente en la misma organizando excursiones a dicha sierra, dando también por esta época clases gratuitas de dibujo en la propia Institución. Un año después acude a París para ocuparse de los trabajos previos de la futura Exposición Universal de 1889, donde participará como jurado suplente junto a Mélida, vicepresidente del jurado internacional y gran defensor de los intereses españoles en dicho evento, como el propio Beruete reconocería. A continuación visita Holanda, país donde, además de pintar en la playa de Zandvoort, recorre sus museos para admirar, sobre todo, la obra de Rembrandt.

Tras obtener una nueva medalla de 3.ª clase en la Nacional de 1890, en 1891 pinta con asiduidad en la Sierra del Guadarrama, plasmando desde sus dilatadas panorámicas hasta sencillos parajes de sus alrededores, como Paisaje de Torrelodones. Como resultado de esta actividad, en la Exposición Internacional de Madrid de 1892 presenta únicamente temas serranos, situados por Pedro de Madrazo entre los paisajes más sobresalientes del certamen. En 1893 participa en las dos muestras organizadas por el Círculo de Bellas Artes, ya en la de primavera, con un apunte, En el pinar de Cercedilla, o en la de diciembre, denominada Impresiones de viaje, con diversos estudios de marinas realizados en Galicia, muy alabados por su verismo.

En ambas ocasiones sus cuadros serán reproducidos por La Ilustración Española y Americana. chando la estancia para tomar algunos apuntes de sus afueras. Tras el estío trabaja en Toledo, ciudad a la que suele acudir durante sus soleados días de otoño y que ejerce sobre él gran sugestión, y también en las cercanías de Madrid. Así, en la Nacional de 1895 presentará dos de los cuadros pintados a orillas del Tajo y otros dos de los alrededores de la capital, no obteniendo más que una modesta “propuesta de condecoración”.

Al objeto de aumentar su selecto conjunto de cuadros, durante la primavera de 1896 participa en la subasta de la antigua colección de la casa de Osuna celebrada en Madrid, adquiriendo por siete mil quinientas pesetas uno de los retratos del IX duque firmado por Goya.

En 1898 aparece en París, y en francés, su monografía sobre Velázquez, donde por primera vez se analiza y cataloga a fondo la producción del sevillano.

Ese mismo año pinta en la localidad francesa de San Juan de Luz, a la que retornará en años sucesivos y de donde trae algunas marinas, no sin publicar un artículo en La Ilustración Española y Americana en honor de Haes, fallecido el año anterior. Tras el éxito de su libro, en 1899 se inaugura en el Museo del Prado la sala de Velázquez según sus criterios de selección e instalación, siempre en colaboración con Álvarez Catalá, director de la pinacoteca. La pieza ocupaba el lugar de la antes conocida como Sala de la Reina Isabel, la más destacada de la galería, colocándose Las meninas en solitario, en una habitación adjunta.

Mientras, presenta en la Nacional cinco paisajes, tres de los cuales reflejaban la verde y luminosa campiña de Toledo, y otros dos motivos cercanos a Madrid, como Árboles de otoño, destacable por su sugerente efecto de rojos. El conjunto, en definitiva, muestra una modernidad y claridad de factura que, en opinión de José Ramón Mélida, coloca al Beruete de finales de siglo al frente de los paisajistas castellanos.

Por otro lado, la contemporánea generación del 98, que, en su peculiar interpretación de la realidad española, no muy distinta, por cierto, de la propugnada por la Institución Libre de Enseñanza, tiene en el paisaje de Castilla todo un referente al mostrar la esencia del país en la plenitud de su carácter, encontrará en Beruete, con sus austeras y sobrias vistas de la meseta o, sin eludir los motivos ásperos, sus fragmentos de arrabal con sus humildes construcciones, al paisajista más puro con el que se podía identificar plenamente el nuevo grupo literario.

En marzo de 1900 participa en la primera y amplia exposición artística organizada por los hermanos Amaré, formando a continuación parte del Jurado Internacional de la Universal de París. Pinta luego, como todos los años, en Madrid y Toledo, siempre visible su notable capacidad de evitar lo reiterativo pese a tratar varias veces el mismo tema. En 1901 sube un escalón en la Nacional al alcanzar Segunda Medalla por el conjunto de sus once telas presentadas, viajando durante el verano por Francia para visitar la Bretaña. Así, en Quimperlé, localidad muy cercana al mar, realiza Paisaje de Bretaña. Orillas del Laita, donde el denso arbolado que rodea el río, plasmado con una amplia gama de verdes, es el auténtico protagonista de la escena. Con motivo de la exposición sobre el Greco celebrada en el Museo del Prado en 1902, Beruete aporta varios cuadros de su colección, como el supuesto Autorretrato del artista y Jesús arrojando del templo a los mercaderes.

Como fruto de la continua evolución hacia la luz en su obra, Beruete sintonizará cada vez más con las innovaciones paisajísticas del impresionismo, aunque sin perder por ello su personalidad. No en vano tendrá que reconciliar, en tarea nada fácil de llevar a la práctica, la amplitud de factura de raíz velazqueña propia de su paleta, con el mosaico de vibraciones del impresionismo, aunque, una vez lograda la síntesis, el maestro se mostrará dueño de renovados recursos coloristas. Al respecto, sus paisajes de Toledo y Madrid de 1903 mostrarán gran vivacidad cromática, a menudo bañados por un claro amanecer, aunque a veces abandone las grandes vistas para mostrar los suburbios de la ciudad. En marzo del citado año asiste a la recepción de José Villegas, director en esos momentos del Museo del Prado, en la Academia de San Fernando, para pasar luego parte del verano en la estación balnearia de Vichy, localidad que reflejará en numerosos estudios y a la que acudirá ya asiduamente, siempre al término de la temporada estival.

En 1904 vuelve a acudir con once paisajes a la Exposición Internacional de Bellas Artes de Madrid, obras plenas de matices lumínicos como fruto de sus nuevas indagaciones, muy alabadas por Rafael Doménech; el maestro obtendrá otra Segunda Medalla con El cementerio viejo.

Al celebrarse en el Prado, durante la primavera de 1905, otra muestra monográfica, en este caso dedicada a Zurbarán, Beruete colabora de nuevo con la pinacoteca y remite un San Bruno y un notable San Francisco de su última etapa. Vuelve en julio a contemplar las representaciones wagnerianas de Bayreuth, mientras, acusando cada vez más el influjo impresionista, capta el natural con la luz del momento en los cuadros pintados durante este verano en los Alpes suizos cercanos a Berna, como los tomados desde el pintoresco pueblo de Mürren. En años sucesivos volverá a esta zona para, con ligera y amplia pincelada y sin alardes de paleta, plasmar las nevadas cumbres del Jungfrau o los picos cercanos a Grindelwald. Tras el verano mostrará inéditas vistas de la ciudad imperial, como en El Tajo, Toledo, obra donde, con la misma desenvoltura y sencillez tonal mostradas en Suiza, busca el contraste entre las masas rocosas que ciñen el Tajo con los tonos verdosos del propio río.

En marzo de 1906 participa en la creación de la denominada Asociación de Artistas Españoles, junto a artistas como Sorolla, Lhardy o Muñoz Degrain, entrando luego a formar parte de la Junta de Iconografía Nacional, entidad creada para catalogar los retratos de españoles ilustres que, a lo largo de la historia, hubieran destacado en cualquier órbita de la vida nacional.

Siempre a la búsqueda de nuevos efectos plásticos en su encuentro con sus habituales motivos, su Vista de Toledo desde los cigarrales, de este año, supone toda una sinfonía de grises y ocres donde se diluyen las formas, mientras en Afueras de Madrid (Barrio de Bellas Vistas) sabe encontrar la belleza pictórica en las sencillas construcciones bajo la atmósfera de un suave otoño.

Entre 1907 y 1909 pintará diversas y amplias vistas de Madrid en formato apaisado y desde diferentes ángulos, siempre con las riberas del río y las modestas casas de sus cercanías en primer término y la atalaya del oeste de la ciudad al fondo. Así, con pastosa y rápida factura, plena de transparencia, realiza Madrid desde el Manzanares, El Manzanares, La casa del sordo y, sobre todo, su Pradera de San Isidro, ágil y sintética vista de la ciudad donde, tras los verdes de la pradera y bajo un purísimo cielo azul, destaca al fondo la blanca silueta del Palacio Real junto a las cúpulas de San Francisco el Grande y San Andrés. En los paisajes de Ávila, pintados casi en paralelo, también reducirá las formas a lo esencial, aunque ahora dentro de un terroso cromatismo.

Tras lo expuesto, no es de extrañar que al presentarse por última vez a la Nacional, en 1910, con tres obras, Balsa, ante su Paisaje del Pardo, perciba su evolución en el dominio de los trazos hasta alcanzar lo esquemático, aunque, en contrapartida, en su Paisaje de Otoño en Madrid muestre un brioso empleo de la espátula al plasmar, junto al río, una lavandería rodeada de un frondoso arbolado que proyecta sus diversas tonalidades otoñales sobre las aguas, obra de paleta cálida y encendida que constituye lo más avanzado de su técnica. Este mismo año, ya nombrado miembro de la Hispanic Society of America de Nueva York desde 1908, mostrará su obra con especial interés, pues participa en el Salón Amaré, en la muestra Internacional de Santiago de Chile y en la Universal de Bruselas. Socio, además, del Ateneo, tras las elecciones para los cargos en las mesas de las diversas secciones, Beruete es nombrado vicepresidente de la de Artes Plásticas, con Sorolla como presidente.

Durante 1911 pinta con espontáneo pincel diversos paisajes invernales, como La tapia del Pardo o el Guadarrama, telas donde las desoladas llanuras son a menudo sustituidas por la densa vegetación mediterránea de la Casa de Campo o El Plantío, aunque siempre se perciba en la lejanía la delgada línea de las cumbres nevadas de la sierra. A continuación, tras su habitual y veraniego periplo por Centroeuropa, visita Vichy y plasma, de nuevo, sus rincones cotidianos, resultando su Parque de Vichy, con sus esquemáticas y menudas figuras sentadas plácidamente a la sombra, uno de sus pocos acercamientos a esa vida mundana de la época que él nunca gustó de reflejar.

Personaje de porte elegante y mirada viva e indagadora, tal como figura en el retrato que le hizo su amigo Sorolla, Beruete, siempre ajeno a la vanidad pese a sus éxitos como artista y crítico, fallecería, de pronto, a comienzos de 1912, de una angina de pecho, dejando para el recuerdo su innovadora impronta de gran paisajista.

 

Obras de ~: Paisaje de Segovia, c. 1875; Orillas del Manzanares, 1878; Un rincón de Galicia, 1880; Orillas del Avia, 1884; Puerta de Bisagra, Toledo, 1884; Tren en la noche, 1891; Paisaje de Torrelodones, 1891; En el pinar de Cercedilla, 1893; Un rincón de Galicia, 1893; Vista de la vega baja desde el Cambrón, Toledo, 1895; Hospital de Tavera desde el río, 1899; San Juan de Luz, 1899; Orillas del Laita, 1901; El arrabal de Afuera en Toledo, 1901; El cementerio viejo, 1904; Lavaderos del Manzanares, 1904; El puente de Alcántara, 1906; Vista de Toledo desde los cigarrales, c. 1906; Vista de la Jungfrau, 1907; Paisaje cerca de Grindelwald, c. 1907; Orillas del Manzanares, c. 1908; Pradera de San Isidro, 1909; Ávila desde los cuatro postes, 1909; Remanso del Júcar, Cuenca, 1910; Paisaje de otoño en Madrid, 1910; La tapia del Pardo, 1911; Parque de Vichy, 1911.

Escritos: “Enrique Mélida”, en La Ilustración Española y Americana (15 de mayo de 1892), pág. 293; Velázquez, Paris, Laurens, 1898; “Carlos de Haes”, en La Ilustración Española y Americana (1.er de semestre 1898), pág. 379; “La Venus del espejo”, en Cultura Española, vol. I (1906), págs. 155-166.

 

Bibl.: Fernanflor, “Exposición Hernández”, en El Liberal, 12 de junio de 1882; M. Ossorio y Bernard, Galería biográfica de artistas españoles del siglo xix, Madrid, Ediciones Giner, 1884 (reed. 1975), págs. 83-84; J. Parada Santín, “Lo que se pinta”, en El Liberal, 24 de marzo de 1884; P. de Madrazo, “Exposición Internacional de Bellas Artes de 1892, III”, en La Ilustración Española y Americana, 8 de diciembre de 1892, pág. 390; J. R. Mélida, “La Exposición Nacional de Bellas Artes, III”, en La Ilustración Española y Americana, 15 de junio de 1899, pág. 367; R. Doménech, “Exposición de Bellas Artes, IV”, en El Liberal, 25 de mayo de 1904; R. Balsa de la Vega, “Exposición de Bellas Artes. Pintura”, en La Ilustración Española y Americana, 15 de octubre de 1910, pág. 218; R. Faraldo, Aureliano de Beruete, Barcelona, Omega, 1949; J. A. Gaya Nuño, Pintura española del siglo xix, en M. Almagro Basch et al., Ars Hispaniae: historia universal del arte hispánico, Madrid, Plus Ultra, 1958, vol. 19, págs. 383-389; X. de Salas, Museo Del Prado. Pintores españoles del siglo xix, Madrid, Ediciones Orgaz, 1978, págs. 7 y 56-59; B. de Pantorba, Historia y crítica de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes celebradas en España, Madrid, Jesús Ramón García- Rama, 1980, págs. 108 y ss.; P. Armada, “Beruete, el triunfo del paisaje”, en Antiquaria, n.º 10 (septiembre de 1984), págs. 36-41; J. de la Puente, Museo del Prado. Casón del Buen Retiro. Pintura del siglo xix, Madrid, Ministerio de Cultura, 1985, págs. 34-47 y 262-263; VV. AA., Cien años de pintura en Epaña y Portugal (1830-1930), Madrid, Antiquaria, 1988, t. 1, págs. 324-334; A. M. Arias de Cossío, La pintura del siglo xix en España, Barcelona, Vicens-Vives, 1989, págs. 56-57 y 188-189; VV. AA., Pintura española del siglo xix. Del Neoclasicismo al Modernismo, Madrid, Ministerio de Cultura, 1992, págs. 21, 190-193 y 219; M. E. Gómez-Moreno, Pintura y Escultura española del siglo xix, en J. Pijoan (dir.), Summa Artis: historia general del arte, vol. XXXV, Madrid, Espasa Calpe, 1994, págs. 409-412; VV. AA., La mirada del 98. Arte y literatura en la edad de plata, Madrid, Ministerio de Educación y Cultura, 1998, págs. 78-80, 88-89 y 138; A. Díez de Baldeón y M. Oropesa, Pintura española del siglo xix, Toledo, Caja de Castilla-La Mancha, 2003, págs. 16 y 80-83; VV. AA., El siglo xix en el Museo del Prado, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2008, págs. 376- 383.

 

Ángel Castro Martín

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