Arredondo y Calmache, Ricardo. Cella (Teruel), 21.X.1850 – Toledo, 5.XII.1911. Pintor.
Nacido en el seno de una familia de adscripción liberal, fue el hijo menor de un militar cristino retirado con el grado de comandante, en cuya compañía llegó a Toledo en 1862. Allí su tío clérigo, Francisco Arredondo y Villanueva, ostentaba la dignidad de capellán mayor de reyes, como premio a su fidelidad a la Corona a lo largo de una accidentada carrera política en su Teruel natal. Como el joven Arredondo, destinado en principio a la milicia, demostrase una inclinación natural por el dibujo, fue presentado al pintor Matías Moreno, profesor establecido en Toledo en 1866. En su taller y en las clases del instituto se reveló como su más aventajado alumno, y conoció a los significados artistas que visitaban la ciudad y al maestro. Habiendo sido Moreno discípulo de Federico de Madrazo, y muy relacionado con la familia, recibía con frecuencia a sus hijos, con quienes llegaba Mariano Fortuny, que influyera decisivamente en la primera visión pictórica de Arredondo.
Habiendo trabado relación con el más selecto círculo artístico español —señala Rafael Brun—, marchó Arredondo a París casi en plena adolescencia, y frecuentó los salones de la oficialidad artística francesa, gracias a las referencias de Moreno. Pero su verdadera escuela fueron los monumentos y los paisajes de la Ciudad Imperial, a la que dedicó su vida y su arte.
Amigo de Galdós desde sus primeras visitas a Toledo hacia 1870, Arredondo le enseñó a separarse de los prejuicios que se oponían al aprecio de la obra del Greco. Diletante en el estudio de sus monumentos, Galdós compartió con Arredondo un espíritu excursionista y una visión positiva que el pintor haría fructificar durante años de colaboración con la comisión inspectora para la publicación de los Monumentos Arquitectónicos de España. Habiendo adquirido en Toledo los elementos de un realismo visual de cuidada técnica, en 1872 pasó Arredondo a estudiar en la Escuela Especial de Pintura, para lo cual no le faltaron buenas cartas de presentación. Allí alternó, entre 1872 y 1875, la asistencia a las clases con los ejercicios de copista en el Museo del Prado, e hizo grandes amistades, como los pintores Vicente Cutanda y Casimiro Sainz. La Ilustración Española y Americana también publica por entonces algunas xilografías trazadas sobre sus obras. Pablo Gonzalvo, habitual de Toledo, le inculcó su ciencia perspectiva, pero sobre todo fueron las enseñanzas de Carlos de Haes, las que afirmaron la posición de Arredondo en las vías del paisaje realista. No obstante, hoy se considera su intensa colaboración en la publicación de los Monumentos Arquitectónicos de España, el episodio determinante de su formación. Entre 1875 y 1881, la comisión editora le encomendó dibujos de arquitecturas, restos arqueológicos y detalles decorativos para nutrir sus entregas, siendo sucesivamente enviado a trabajar en Toledo, Zamora, Mérida, Córdoba, Granada, Burgos y Asturias, a la vez que realizaba otras ilustraciones para la revista de Rada y Delgado, Museo Español de Antigüedades. En Mérida trabajó bajo la dirección del veterano José Amador de los Ríos, en 1876. Sus trabajos se caracterizaron siempre por el rigor técnico, científico y su virtualidad visual.
Hacia 1878 Arredondo fue centrando su actividad en Madrid y Toledo, continuando los encargos de la comisión que tuvieron como objeto preferente la Ciudad Imperial, donde tomó la decisión de establecerse definitivamente. En 1880 muere su padre Vicente Arredondo, y es entonces cuando el artista instala su estudio en el antiguo casón renacentista conocido como palacio de los Adrada, apoyado sobre la muralla norte, cuya adaptación y decoración trazó y ejecutó personalmente. Su taller, que al principio compartía con el amigo Cutanda, fue desde entonces referencia en Toledo de viajeros y artistas, como Paul Lafond, quien dató en 1882 la primera exposición comercial de algunas de sus obras, en las galerías de Pablo Bosch, de Madrid. Pinta a diario al aire libre, y sus parajes preferidos son los molinos y alamedas del río, los arroyos, las huertas y los cigarrales con sus norias y arboledas, bajo luminosos cielos azules que ocasionalmente se nublan confiriendo al terreno y las arquitecturas una tonalidad gris ceniza, desarrollando una visión analítica sobre la naturaleza y calidades visuales de las rocas, de la vegetación y del agua. A la vez, prodiga otro tipo de producción de menor formato de vistas urbanas y monumentos, fácilmente comercializable, a veces fantástica y propagandística del tipismo toledano, en cuya virtualidad visual pone Arredondo en juego su gran bagaje técnico.
Aunque celoso de su visión personal, lo que le hizo a veces parecer retraído, participó con frecuencia en la vida social y cultural de su ciudad. Profesando un republicanismo humanitario comprometido con los más desfavorecidos, prestó arriesgados servicios sanitarios en los barrios marginales de Toledo durante la epidemia de cólera de 1884. También creó por entonces una escuela de arte en el seno de la Sociedad Cooperativa de Obreros local, de cuya sección de Instrucción fue presidente. Igualmente se distinguió, y mereció el aplauso de la Academia de San Fernando, como arqueólogo, habiendo dirigido en nombre de la Sociedad Arqueológica de Toledo, en 1885, las excavaciones realizadas en la vega, sobre los restos del circo romano. Aunque consagrado al paisaje, fue un retrato colectivo, donde varios miembros de la citada sociedad excursionista escenifican un accidente de montería, el cuadro que le valió su primer galardón en un certamen oficial, en 1884, mas las críticas que recibió le llevaron a renegar por años de las exposiciones. Años en los que siguió estudiando el arte y la naturaleza de su ciudad adoptiva, que sintetizaba en una imagen visual tan verdadera como característica, poéticamente abandonada por sus moradores, con trazos de vida latente puestos de manifiesto por doquier en jardines, rinconadas, callejas, o al pie de sus monumentos, reales o imaginarios, indicios del fondo social activo y real de aquella ciudad arruinada.
A su regreso de un largo viaje a Italia renació su interés por la vida artística. Era el año de 1890, cuando Galdós se asentaba en Toledo durante temporadas para nutrir de referentes reales las páginas de su novela Ángel Guerra, siendo Arredondo su conductor por todos los vericuetos de la urbe. Su retorno a las exposiciones, en la del Círculo de Bellas Artes de 1891, coincidió con el inicio de una breve experiencia política, como concejal por las filas republicanas durante dos años en Toledo. Así puso al servicio de la comunidad sus grandes saberes sobre la naturaleza hidrológica de los contornos de la ciudad, como responsable del abastecimiento de aguas, y en otras tareas que requirieron también de su conocimiento de los problemas sociales y de su propia personalidad y cultura artística. Desde 1893 intensificó su relación con Aureliano de Beruete, que entonces comenzó a visitar anualmente la ciudad, y con quien coincidía con frecuencia en las exposiciones del Círculo y en las Nacionales, ambos con Toledo en el punto de reflexión visual. En 1894 se vieron sus obras en las exposiciones de la Academia de Cádiz, del Círculo de Madrid, y de Bellas Artes de Bilbao, donde obtuvo Medalla de 3.ª clase. A las Nacionales de 1895 y 1897 presentó obras que le valieron cierta caracterización de pintor social, imágenes de la sencilla vida cotidiana de los patios y talleres de Toledo, como Las Tenerías de Ubide. Pero fueron sus escenas del Toledo más pintoresco, pequeñas vistas de calles y monumentos, donde el verismo y la fantasía concebían la imagen de una ciudad perdida, las mejor retribuidas y reconocidas internacionalmente. Tal fue el caso de la segunda medalla que le reportaron en la Internacional de Berlín de 1896, la tercera que obtuviera en la Universal de París de 1900 y la frecuente presencia en lo sucesivo de sus cuadros en las galerías comerciales alemanas.
Fue en la Universal de 1900 donde nuevamente el éxito puso de manifiesto sus contradicciones. Si sus obras eran apreciadas bajo el añejo referente de Fortuny por los coleccionistas y la crítica oficial francesa, la crítica española invirtió los términos, caracterizando este perfecto tipo de trabajos comerciales como amanerados y poco verdaderos. Qué mejor revulsivo para Arredondo, quien desde entonces hace de la luz su material básico de trabajo, y tratando de consolidar una posición en el mercado español, realiza masivos envíos de obra a las Nacionales de 1901, con treinta piezas, y 1904, con catorce. Vivirá ya prácticamente encerrado en Toledo, donde su pintura se reafirma en el paisaje puro, con dramáticas perspectivas visuales y valores atmosféricos que trabaja al aire libre, a veces junto a su amigo Beruete, en los alrededores de la ciudad. Siendo desde 1894 correspondiente de la Academia de San Fernando, y por ello miembro de la Comisión Provincial de Monumentos, será de 1904 en adelante cuando despliegue Arredondo su mayor actividad en este campo, dirigiendo y ejecutando personalmente la restauración de la Puerta Antigua de Visagra en 1907, e interviniendo luego en trabajos semejantes en el castillo de San Servando. Ocupado en estas tareas, tuvo los primeros síntomas de la enfermedad que acabó con su vida, tras una dolorosa operación, el 5 de diciembre de 1911.
Obras de ~: Paisaje junto al Tajo, 1882; Una desgracia en montería, 1884; Claustro de San Juan de los Reyes, c. 1885; Subida al Zoco, 1894; Las Tenerías de Ubide, c. 1897; Las Viciosas; Vista de Toledo; Arredondo, pintor de Toledo, Museo de Santa Cruz, Toledo, mayo-junio 2002, catálogo exposición, textos de J. P. Muñoz Herrera et al., Cuenca, Caja Castilla-La Mancha, 2002.
Bibl.: C. García Valiente, “D. Ricardo Arredondo. Una visita a su estudio”, en La Campana Gorda (Toledo), 23 de febrero de 1902; P. Lafond, “Arredondo y Calmache, Ricardo”, en Algemeines Lexikon der bildenden künstler, Leipzig, 1908; F. Alcántara, “Ricardo Arredondo”, en El Imparcial (Madrid), 10 de diciembre de 1911; V. Cutanda, “Arredondo” y E. Martín, “Arredondo en la restauración de la Antigua Puerta de Visagra”, en Toledo, Revista de Arte, n.º 63, 15 de diciembre de 1916; J. Rubio Pérez Caballero, “Ricardo Arredondo y Calmache”, en Teruel, n.º 11 (1954); R. Brun Vivas, “Pintores Toledanos: Ricardo Arredondo”, en El Alcázar, 12 de enero de 1957; S. Sebastián, “Arredondo y otros paisajistas toledanos”, en Arte Español (Madrid), vol. XXIII (1960) págs. 113-127; E. Lafuente Ferrari, “El Pintor de Toledo: Ricardo Arredondo (1850-1911)”, en Arte Español, t. XXVI (1968-1969); A. Serrano de la Cruz Peinado, “El paisaje de Ricardo Arredondo, entre la estética y la literatura de fin de siglo”; F. del Valle y Díaz, “Los patios en la pintura de Arredondo”, y J. P. Muñoz Herrera, “Trazas de la vida y la obra de Ricardo Arredondo y Calmache (1850-1911)”, en Arredondo, Pintor de Toledo, op. cit.
José Pedro Muñoz Herrera