Barcia Martí, Roque. Sevilla, 4.X.1821 – Madrid, 2.VII.1885. Filólogo, escritor y político republicano.
Hijo de la sevillana Teresa Martí Duboy y del gallego Roque Barcia Terrano, nació en el seno de una familia de posición desahogada. Su padre, que se había beneficiado de una sustancial herencia, desempeñó el cargo de escribano en Redondela (Huelva), donde tuvo una destacada actuación como secretario de la Junta local de Sanidad durante la epidemia de cólera de 1833-1834 y en la segregación de la real isla de La Higuerita para crear el municipio de Isla Cristina; en Madrid, donde fue representante de las Costas Marítimas de España, publicó varias obras de índole política e ideología liberal en 1822 y 1835-1838.
Barcia pasó su niñez en Redondela, donde asistió a la escuela desde los siete años. En 1835 se trasladó a la Corte para reunirse con su padre y estudiar con su hermano mayor, Nicolás, en el Real Colegio de San Isidro, donde aprendió gramática con José Igartua y matemáticas con Francisco Travesedo. Tras morir su padre en 1838, y siendo un brillante alumno de Lógica, abandonó sus estudios para volver con su madre a Redondela, en 1839. En los años siguientes estudió francés con el maestro José de los Reyes, latín con el padre Sacramento, de Ayamonte, y filosofía con José Mirabent, cura párroco de Isla Cristina, que le influyó poderosamente. Desde 1843 hasta 1848 amplió estudios en Sevilla, Madrid y Barcelona, probablemente de forma autodidacta, pues no consta que fuera admitido en las facultades de Leyes.
Al terminar su educación en España, y con poco más de un drama patriótico en su haber literario, viajó tres años por el extranjero, consultando las bibliotecas de Montpellier (1848), Liorna, Roma (1849), Ferrara y otras ciudades, en las que asimiló las ideas liberales, democráticas y republicanas al calor de las revoluciones de esos años. De vuelta a Madrid en 1850, y militando ya en el Partido Demócrata, publicó cuatro tomos de Viajes, colaboró en España Literaria (1853), donde sostuvo una polémica con Pedro Mata, y dirigió, en 1854, El Círculo Científico y Literario, revista de la asociación de igual nombre que él presidía. Ese mismo año de 1854, la Librería Española y Extranjera de Madrid editó su Diccionario de la lengua castellana, escrito por una sociedad de literatos bajo su dirección, que había aparecido en París en 1853 y que conoció una inmediata segunda edición en 1855. Durante el Bienio Progresista, en el que se declaró republicano federal, vieron la luz sus trabajos Cuestión pontificia, La verdad y la burla social y Cantón político (con un prólogo de Emilio Castelar), en los que propagó sus ideas religiosas panteístas y otras morales y políticas, de fuerte raíz cristiana, para instruir al pueblo en las virtudes democráticas, que fueron prohibidos más tarde por el Gobierno. Iniciado en el periodismo político, fue director del diario demócrata La Voz del Pueblo (1855-1856), aunque sus repetidas ausencias de Madrid hicieron que la verdadera dirección de la publicación recayese en Romualdo Lafuente, que contó con periodistas de la talla de Pi y Margall, Cervera, Becerra y García Ruiz. En 1856 publicó La filosofía del alma humana, libro que tuvo una importante repercusión en los medios intelectuales.
Tras ser influido por Castelar y haber trabajado diez años en su obra El progreso y el cristianismo, ésta fue prohibida por sus concepciones político-religiosas, recogidos los ejemplares y quemados públicamente en 1858, teniendo el autor que exiliarse a París. Entre sus once obras secuestradas por los gobiernos isabelinos se encontraban también Historia de los Estados Unidos, Las armonías morales y El nuevo pensamiento de la Nación. De regreso a España, dirigió, con la ayuda de Miguel Vicente Roca, el efímero semanario El Teatro Español (1859), colaboró en La América y La Discusión y publicó Un viaje por París y Sinónimos castellanos (1863-1865), obras que le proporcionaron notoriedad como literato y lexicógrafo. Fue uno de los firmantes de la Declaración de los Treinta (1860), por la que se admitía en el Partido Demócrata a todo defensor de los derechos individuales y del sufragio universal, y, desde enero de 1864, primer redactor de La Democracia de Castelar, al que le unían sus concepciones cristianas liberales y sus principios republicanos individualistas, enfrentados a los socialistas de Pi y Margall, alcanzando gran popularidad como periodista. En enero de 1866 se trasladó a Cádiz, donde fundó y dirigió El Demócrata Andaluz, periódico que apareció el 1 de abril, financiado por Manuel Francisco Paúl y Picardo. La publicación fue multada repetidas veces por defender sus ideas panteístas y democráticas basadas en la vuelta a la “verdadera religión”: atacó con dureza a la Iglesia católica, sus privilegios y su autoridad moral dogmática, por considerarla alejada del mensaje de Jesucristo, así como a los neocatólicos, que estaban muy combativos desde el reconocimiento del reino de Italia. A consecuencia de su discurso anticlerical y “herético”, el periódico fue condenado y el Apóstol de la Democracia Española (sobrenombre por el que se le conocía), fue excomulgado, al igual que sus lectores, por el obispo gaditano Félix María de Arriete. Se dice que Barcia fue excomulgado sesenta veces en su vida y que, para antes del año 1868, había sido condenado a trescientos años de presidio por diferentes procesos, acumulando en una ocasión once causas a la vez. Aunque con merma de su patrimonio, afrontó las multas, la destrucción material de sus obras censuradas y los exilios, con las ventas de sus diccionarios, las ayudas familiares y la herencia de su mujer, Ana Cantos (natural del Puerto de Santa María); sin que los anatemas católicos afectasen su fe de cristiano puro, siguió considerando como lo más sagrado a Dios y su obra, la “Humanidad”, a la que buscó redimir por el “amor” y la “libertad”.
Como consecuencia de la insurrección de junio de 1866, se dictó contra él auto de prisión y su casa de Cádiz fue allanada por la policía, motivando esta persecución el que huyese desde Isla Cristina, donde se encontraba visitando a sus hermanas, a Portugal, donde tuvo noticia del cierre de su periódico. En el país lusitano sufrió dos breves detenciones, presidió la junta revolucionaria de los exiliados demócratas y publicó varios manifiestos clandestinos. Acompañado de Cristino Martos, regresó a España con el triunfo de la revolución en septiembre de 1868, fijando su residencia en Madrid. Fue uno de los líderes más populares del nuevo Partido Republicano Democrático Federal, siendo vocal, desde noviembre, del Comité Central de Madrid (y del de la Latina) y, desde diciembre, del Comité Nacional del Partido. Aprovechando la nueva libertad de expresión, publicó aquel año Teoría del Infierno, donde respondía a su excomunión con una dura crítica a la Iglesia, y otros folletos políticos que alcanzaron gran difusión; El Evangelio del Pueblo conoció su quinta reimpresión en 1869. En sus escritos unió las críticas a la Iglesia a las de la Monarquía por considerar ambas instituciones causantes de la decadencia de España y de su alejamiento de la Europa “civilizada”. Entusiasta iberista, fue un ferviente defensor del federalismo como antídoto contra el centralismo monárquico.
Por las filas republicanas fue elegido diputado por Badajoz de las Cortes Constituyentes en enero de 1869. Abandonó temporalmente su escaño como protesta contra la Constitución monárquica de ese año, que consideró una traición al republicanismo del pueblo, del que formaban parte “todos” a excepción de las “clases privilegiadas”. Durante esos años colaboró en los más importantes diarios republicanos madrileños (La Igualdad, La Discusión, La República Ibérica, El Combate...). En 1870 —año en el que nació su hijo Roque— prologó el Anuario Republicano Federal y escribió en el semanario La Federación Española de Enrique Rodríguez Solís, de cuya dirección se hizo cargo el 4 de noviembre. Recién elegido diputado por Alcoy para las primeras Cortes amadeístas, fue acusado de complicidad en el asesinato del general Prim, al que le unía su condición de masón, y encarcelado en las prisiones militares de San Francisco, en Madrid, el 13 de marzo de 1871. Desde la cárcel continuó con la dirección de la revista y publicó una hoja suelta, Roque Barcia a los Señores Diputados de la Nación (30 de mayo), para defender su inocencia. En ella aseguraba que llevaba veinte años defendiendo la última revolución social, la “revolución verdaderamente cristiana” basada en la caridad y el amor, y que juraba por su hijo, por Dios y por la “sombra” de Prim que era inocente.
Una vez probada su no intervención en el magnicidio, salió libre a mediados de agosto de 1871, redoblando entonces en su publicación las críticas a Amadeo I, al que llamaba “el cacique de toda España, el cacique nacional”. Formó parte del Directorio del partido republicano que eligió la segunda Asamblea Federal (1871) y que quedó reducido a tres de sus miembros: Pi, Castelar y él mismo. En 1872, tras cesar su revista en enero y representar a la provincia de Orense en la tercera Asamblea Federal (abierta en febrero), publicó La formación de la lengua española y fue elegido, en septiembre, senador por la provincia de Barcelona, presentando al mes siguiente una exposición en las Cortes —encabezada por Manuel Hiráldez de Acosta— en la que pedía la abolición de la pena de muerte. Miembro de la Asamblea Nacional que proclamó la República en febrero de 1873, fue elegido, en mayo, diputado de las Constituyentes por Vinaroz. En Madrid, donde dirigía desde abril el periódico republicano intransigente La Justicia Federal, en convivencia con el general Juan Contreras, fue elegido presidente del Comité de Salud Pública que, al crearse en la reunión del Centro Republicano Federal Español del 29 de junio, desconoció los poderes legítimos de la República.
Desde el Comité y las páginas del periódico promovió el alzamiento cantonal de julio, llegando el día 28 a Cartagena, en compañía de Antonio de la Calle, para ponerse al frente de los insurrectos y dirigir, tras hacerlo su acompañante, el diario oficial de la proclamada Federación española, El Cantón Murciano. En el Cantón de Cartagena fue sucesivamente presidente del Gobierno provisional de la Federación y vicepresidente primero de la Junta Soberana de Salvación Pública, resultando reelegido para el mismo cargo en los comicios locales de noviembre de 1873. En sus artículos de prensa defendió que la revuelta cantonal era una revolución por la Humanidad y para “salvar a España” de las garras del centralismo (monárquico) y de los frailes, “verdaderos enemigos de la humanidad”, y en su afán por proteger la propiedad, el domicilio y la familia, llegó a proponer que al ladrón se le amputase una mano en presencia del pueblo. Tras caer el Gobierno de Castelar y producirse el golpe de estado de Pavía, el devastador bombardeo de la ciudad por las tropas del general José López Domínguez hizo que Barcia firmase como presidente efectivo de la Junta revolucionaria la capitulación de Cartagena, que se verificó el 13 de enero de 1874. Antes de huir, dejó un manifiesto manuscrito en el que culpaba del fracaso del federalismo al atraso del país: no habían arraigado en las costumbres de los españoles la República, la Democracia y la Libertad, por lo que, en la práctica, la realización de estos ideales debía posponerse para un futuro lejano e incierto en que estuviesen difundidas la “virtud” y la “ciencia” y se estuviese en presencia de “otro hombre”, nuevo y redimido. Desde Cartagena, emigró a París, donde pasó los cinco primeros años de la Restauración dedicado a sus tareas literarias. Al volver a España se mantuvo retirado de la vida política y siguió inmerso en sus trabajos filológicos. Habiendo aceptado el perdón y el mecenazgo de Alfonso XII, murió pobre y prácticamente olvidado.
Estudioso erudito y polifacético, incansable propagandista, apasionado educador y redentor del pueblo, amigo de las formas lógicas en su retórica política, fue autor de multitud de artículos de prensa, de bastantes hojas y folletos políticos, de obras de filosofía moral, de composiciones literarias, de prólogos (a Miguel Bibiloni y Corró, Eduardo Zamora y Caballero, Rodríguez Solís, Manuel Fernández Herrero, Antonio Ignacio Fornesa) y de una obra filológica que mantuvo cierta vigencia hasta el siglo XX. Éste es el caso de sus diccionarios: el de la Lengua castellana (ampliado por el autor hasta su novena edición, de 1884, y reeditado hasta 1928), el de Sinónimos (que revisó para su segunda edición, de 1870, y que reapareció entre 1890 y 1961) y, sobre todo, el Etimológico (1880-1883), que amplió Eduardo de Echegaray en 1887 y que siguió publicándose hasta 1945.
Obras de ~: Solicitud que se eleva al gobierno provisional de la nación, en pretensión de que sea admitido su autor en el Colegio público de la Corte para el curso de leyes, próximo venidero. Escrito en prosa y verso, Sevilla, Est. Tipográfico Plaza del Silencio, 1843; Ensayos poéticos, Sevilla, Plaza del Silencio, 1843; ¡El dos de mayo! Drama original en cuatro actos, dividido el tercero en dos cuadros, en verso, Madrid, Imprenta de la Sociedad de Operarios del mismo Arte, 1846; (dir.), Nuevo diccionario de la Lengua castellana, arreglado según la última edición de la Academia Española, París, Librería de Rosa, Bouret y Cía., 1853 (reeds., 1854-1928); Generación de ideas dedicadas al profesorado español, Madrid, Imprenta de la Viuda de Antonio Yenes, 1853; Cuestión pontificia, Madrid, Imprenta de Tomás Núñez Amor, 1855 [1854] (reeds., 1868, 1885); La verdad y la burla social, Madrid, Núñez Amor, 1855; Catón político, Madrid, Núñez Amor, 1856 (reed., 1884); Filosofía del alma humana, o sea Teoría de los actos externos e internos del hombre. Precedida de unos apuntes etimológicos, para que sirvan de complemento a la instrucción primaria, Madrid-París, Agencia General de la Librería-Quai de l’Ecole, 1856 (reed., 1857); El progreso y el cristianismo, s. l. [1858]; Cuestión de Italia. Juicio del autor sobre la situación de Austria, Italia e Inglaterra para poder sacar conclusiones con respecto al desenlace de la Guerra, s. l., Imprenta de J. Casas y Díaz, 1859; Juan Pérez. Comedia original en tres actos y en verso, Madrid, Imprenta de José Rodríguez, 1862; Un paseo por París. Retratos al natural, Madrid, Imprenta de Manuel Galiano, 1863 (reed., 1865); Filosofía de la lengua española. Sinónimos castellanos, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de José Cuesta, 1863-1865, 2 vols. (2.ª ed., Madrid, Librería de Victoriano Suárez, 1870; pról. de A. Herrero Mayor, Buenos Aires, Joaquín Gil, 1960); El pedestal de la estatua. Drama en dos actos y en verso, Madrid, Imprenta de F. Martínez García, 1864; Historias. Verdadera y fiel exposición de los grandes principios cristianos contra el falso catolicismo que nos devora, Madrid, Imprenta de La Democracia, 1865; Influencias y protestas neocatólicas, Madrid, La Democracia, 1865; Poesía a El Tajo. Con el juicio crítico de la “Ilustración Ultramarina”, periódico que ve la luz pública en Londres, en el cual fue inserta dicha poesía, Lisboa, Typ. Franco-Portuguesa, 1867 (trad. port., 1877); con J. Pico Domínguez y J. Guisasola, Manifiesto democrático, Gibraltar, Imprenta de Wilson, 1868; Teoría del infierno o La ley de la vida, Madrid, Galiano, 1868 (reed., 1869); El Evangelio del pueblo, Madrid, Galiano, 1868 (6.ª ed., corr. y aum., 1885); Cartilla religiosa, dedicada al ilustrísimo señor doctor D. Pedro Lagüera y Menezo, obispo de Osma. Revolución de la Iglesia en España, Madrid, Imprenta de la Viuda e Hijos de M. Álvarez, 1869; Cartilla política, dedicada [...], Madrid, Álvarez, 1869; Cartas a su Santidad Pio nono. Precedidas de una carta que desde el otro mundo envían a su Santidad los masones Monti y Togneti, Madrid, Álvarez, 1869; La Federación española, Madrid, José María Faquineto, 1869; ¡Dios salve el país! ¡Dios salve al rey! Manifiesto a los Sres. Diputados, Madrid, Álvarez, 1869; Conversaciones con el Pueblo Español, 1.ª y 2.ª serie, Barcelona, Est. Tipográfico-Editorial de Manero, 1869 (reed., 1872); La revolución por dentro ó sea la República Federal explicada por ella misma. Constitución federal, cantonal, provincial y municipal, Madrid, Álvarez, 1870; El testamento de los reyes, Madrid, Álvarez, 1870; ¡Ahora ó Nunca! Rumores interiores, Madrid, Álvarez, 1870; El Papado ante Jesucristo o La cuestión magna. Proposiciones presentadas al Concilio ecuménico, por medio de su Santidad Pío IX, Madrid, Álvarez (2.ª ed., 1870); Manifiesto a la nación, con la carta de la esposa de Maximiliano a María Victoria Enriqueta, Madrid, Faquineto, 1870; Otro emplazamiento papal. Segunda parte de El Papado ante Jesucristo, Madrid, Álvarez, 1870; Defensa, Mahón, Tipografía Hnos. Fábregas, 1871; ¿Quieres oír, pueblo? o La cabeza de Barba Azul, Madrid, Imprenta de Manuel Minuesa, 1872; Abolición de la pena de muerte. El nuevo catón (ejercicios de lectura). Exposición dirigida a las Cortes contra la infame pena de garrote vil, Madrid, Minuesa, 1872; El nuevo catón. Lectura para niños de las escuelas. Comprende la ley de familia y de la sociedad, Madrid, Minuesa, 1872; Confesiones, Madrid, Álvarez, 1872; La Ley natural o El premio y el castigo. Lectura para hombres, mujeres y niños, Madrid, Álvarez, 1872; Formación de la lengua española derivada de la formación natural racional e histórica del idioma humano, Madrid, Álvarez, 1872; Prólogo del primer diccionario general etimológico de la lengua española, París, Tipografía de A. Lahure, 1878; Primer diccionario general etimológico de la lengua española, Madrid-Barcelona, Est. Tipográfico de Álvarez Hnos.-Seix Editor, 1880-1883, 5 vols. (ampl. por E. de Echegaray, 1887-1889; reeds., 1894-1945); (ed.), Teatro selecto de Don Ramón de la Cruz. Colección completa de sus sainetes, Madrid, Faquineto, 1882 (reed., 1902); A blusa côr de café. Episodio da vida de Fulton, o inventor dos navios a vapor, Lisboa, s. f.; Viajes, s. l., s. f., 4 ts.; Historia de los Estados Unidos, s. l., s. f.; Las armonías morales, s. l., s. f.; Reseña de un viaje a Tierra Santa, s. l., s. f.; El nuevo pensamiento de la Nación, s. l., s. f.; Ángela o Leonardo de Vinci (novela), s. l., s. f.
Fuentes y bibl.: Archivo del Senado, HIS-0049-07.
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Gregorio de la Fuente Monge