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José Posada Herrera

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Biografía

Posada Herrera, José. Llanes (Asturias), 31.III.1814 – 7.IX.1885. Estadista y jurisconsulto.

Al que fuera uno de los iniciadores de la ciencia jurídico- administrativa en España y al que por su política electoral como ministro de la Gobernación se le tildara de “gran elector”, José Posada Herrera, a los ocho años de su muerte en su villa natal de Llanes se le erigió una estatua para perpetuar su memoria. Un recuerdo que comienza en el seno de la familia numerosa procreada por el descendiente del ilustre linaje de Posada, Blas Alejandro Posada Castillo —coronel liberal, gobernador militar y miembro de la Junta de Asturias durante la Guerra de la Independencia— y Josefa Herrera Sánchez Tagle, emparentada con la acrisolada casa de los Rivero, también de Llanes.

Como el hijo menor que era, en su formación José siguió los pasos de sus hermanos, no de los dos que abrazaron la carrera de las armas, sino de otros cuatro que optaron por la “literaria”. Para ello, tras estudiar las primeras letras en el Convento de benedictinos de Celorio, durante los tiempos oscuros de la década ominosa pasó, primero, a la Academia de la Purísima Concepción de Matemáticas y Nobles Artes de Valladolid y, después, al palacio arzobispal de Toledo, bajo la tutela del reaccionario cardenal Pedro Inguanzo y Rivero. En 1832, al reabrirse las universidades con el tímido aperturismo que trajeron los sucesos de La Granja, ingresó en la de Oviedo, donde en junio del siguiente año obtuvo el grado de bachiller en Leyes.

Continuó con la carrera judicial, siendo recibido como abogado por la Audiencia territorial de Oviedo en junio de 1837 e incorporándose al Colegio profesional de esta ciudad en octubre de 1839. Pero no sólo no desatendió su formación matemática, sino que fue el primer ámbito donde obtuvo un empleo público reconocido. Así es, en octubre de 1835 fue nombrado catedrático de Geometría y Mecánica con Aplicación a las Artes en la Sociedad Económica de Amigos del País de Asturias, que ocupó hasta enero de 1843.

Paralelamente a esas preocupaciones profesionales, en Posada Herrera creció un verdadero interés por la política. Los años que sucedieron a la muerte de Fernando VII y al Estatuto Real fueron los del desarrollo del régimen representativo recogido en la Constitución de 1837. Pues bien, Posada Herrera no sólo apoyó este cambio liberal desde las filas de la milicia de Oviedo, en la que en mayo de 1838 alcanzó el grado de teniente, sino que, ubicándose en la tendencia progresista, quiso participar directamente en el mismo como representante a Cortes por su provincia, siendo candidato en las elecciones de julio de 1839.

Alcanzando sólo el acta de diputado suplente, lo intentó de nuevo, esta vez con éxito, en los comicios inmediatos a la revolución del verano de 1840, que puso fin a la Regencia de María Cristina y elevó a los progresistas al poder.

En esta su primera representación destacó por su defensa ardorosa de la regencia trina frente a la unitaria.

Triunfante ésta y convertido Espartero en regente, Posada Herrera fue de los diputados trinitarios que apoyó a los gobiernos arropados por éste, a pesar de las extralimitaciones y excesivo rigor de sus actuaciones. Lógicamente detrás de ello se encuentra su designación en junio de 1841 como miembro de la comisión establecida en el Ministerio de la Gobernación para poner en armonía la legislación local y, sobre todo, su nombramiento en enero de 1843 de catedrático de Ciencia de la Administración en la Escuela Especial de Administración, establecida en Madrid el mes anterior. Aquí fue donde impartió el curso magistral de setenta y seis lecciones, publicado el mismo año bajo el título de Lecciones de Administración.

Este año también fue el del cansancio frente al autoritarismo y militarismo de Espartero, que a Posada Herrera le generó una clara oscilación al moderantismo.

Una involución perceptible ya cuando fue reelegido diputado por el mismo distrito asturiano en los comicios de marzo, pero sobre todo, cuando, después de que la amplia coalición progresista-moderada terminara con la regencia de ese caudillo militar, revalidó el escaño en las elecciones de septiembre. Así, ocupando en el Congreso resultante el cargo de secretario, fue uno de los diputados que más se involucró en la maniobra urdida por los dirigentes moderados contra Olózaga para impedir la continuidad del progresismo en el poder. Y lo hizo firmando el acta que le acusaba de haber forzado a la Reina para obtener el decreto de disolución y sosteniéndola en un discurso particularmente duro, pero que, realizado desde la posición equidistante entre los dos partidos en la que quería mantenerse, daba mayores visos de verosimilitud a la denuncia.

El dominio que a partir de entonces tendrían los moderados durante diez años le deparó, en primer término, aparte de su nombramiento en diciembre de 1843 como miembro y secretario de la comisión encargada de proponer las bases y reglamentos para la formación del Consejo de Estado, su continuidad como catedrático de Administración con la integración de los estudios de la suprimida Escuela Especial de la Administración en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Madrid. Concluido entonces el tomo IV de sus Lecciones, en noviembre de 1845 se le encargó en comisión la secretaría general del Consejo Real, confiriéndosela en propiedad en febrero del siguiente año. No debe olvidarse que durante este tiempo Posada Herrera también fue diputado por el distrito asturiano en las Cortes que, elegidas en septiembre de 1844, procedieron a articular la Constitución conservadora de 1845. Sin embargo, situado en la órbita del moderantismo puritano, su posición contraria a este texto y a favor de la Constitución “transaccional” de 1837 y del principio de la soberanía nacional, parece que estuvo detrás de la penalización sufrida en las elecciones de diciembre de 1846 que le apartaron del Congreso.

Fue un alejamiento momentáneo porque en los siguientes comicios de septiembre de 1850 Posada Herrera no sólo recobró la representación, ahora por el distrito de Astorga (León), sino que la mantuvo atravesando los sucesivos procesos electorales (mayo de 1851 y febrero de 1853) hasta el final de la década moderada.

En estas Cortes, tras manifestar su rechazo a la contrarreforma política de Bravo Murillo, ocupó la vicepresidencia en la última legislatura. También durante este tiempo, aparte de su designación en febrero de 1853 como vocal de la comisión que debía proponer las reformas que hubieran de hacerse en el sistema vigente de Administración, en mayo de 1854 fue nombrado jefe superior de administración y fiscal del Consejo Real. Y algo más, en este último mes contrajo matrimonio con Carmen Ibáñez Corvera y Velarde, descendiente de una ilustre casa de Miengo (Cantabria) e hija del acaudalado Joaquín Ibáñez Corvera.

La situación cambió sobremanera con el triunfo de la revolución de julio de 1854, que supuso el retorno de los progresistas al poder. Durante el bienio de dominio de éstos, Posada Herrera, en represalia por su comportamiento pasado, tras ser cesado en agosto del anterior cargo, vio cerradas todas las puertas al empleo o encargo público, así como las de las Cortes.

Fueron los moderados tradicionales los que se las abrieron cuando regresaron a las instancias del poder en el otoño de 1856. Así, en noviembre, Posada Herrera recuperó el cargo de fiscal del Consejo Real, pero, bajo la protección del ministro de Fomento, Moyano Samaniego, desde el mes anterior era ya director general de Instrucción Pública, a partir de julio de 1857 vocal encargado de examinar el texto de ley de Instrucción Pública y desde septiembre individuo del Real Consejo de Instrucción Pública (en el que se mantuvo hasta 1866). Lógicamente, Posada Herrera tuvo una notable intervención en la articulación de la duradera “ley Moyano” y en su defensa en el Congreso, como diputado que era desde marzo de 1857, esta vez, aprovechando las nuevas influencias familiares, por el distrito de Torrelavega (Cantabria).

A pesar de que con el moderantismo histórico Posada Herrera estaba alcanzando las mayores cotas en su carrera pública, paralelamente empezó a colaborar, y muy estrechamente, con el moderno moderantismo que, bajo el liderazgo de O’Donnell, representaba la embrionaria Unión Liberal. Ésta es la única manera de entender su actuación en el ejecutivo presidido por Istúriz, cuando el 14 de mayo de 1858, sustituyendo a Ventura Díaz, pasó a ocupar la cartera de Gobernación.

Casi de inmediato Posada Herrera, de acuerdo con ese caudillo militar, propuso a sus colegas la rectificación de las listas electorales y la disolución de las Cortes, que, siendo algo hostiles al gabinete, lo serían aún más de llevarse adelante tales proyectos.

Esto produjo tal desacuerdo, que al final el ministerio en pleno presentó su dimisión. El 30 de junio O’Donnell asumía las riendas del ejecutivo, en el que Posada Herrera no sólo se mantenía en Gobernación, sino que se convertía en el “alma” del conglomerado de moderados puritanos y progresistas templados (resellados) que era la Unión Liberal.

A él se debió la célebre circular a los gobernadores civiles de 21 de septiembre, que contenía el ideario y el programa de esa fuerza política a desarrollar por el Gobierno: mantener la legalidad constitucional de 1845; imprimir la moralidad en los negocios públicos y en el régimen representativo, estableciendo una tolerante legislación de prensa; fomentar los intereses materiales, impulsando la desamortización civil y eclesiástica; introducir reformas descentralizadoras en la administración local, y potenciar una política de prestigio y engrandecimiento nacional. En definitiva, lo que se buscaba era una transacción entre los dos partidos constitucionales históricos —muy presente en el pensamiento de Posada Herrera— para, manteniendo la estabilidad política y el orden social, profundizar en la revolución burguesa.

Pero por lo que verdaderamente se ha conocido esa circular es porque en la misma, el político asturiano estableció la doctrina del influjo moral, por la que arrogaba para el Gobierno el derecho a orientar las elecciones. Esta formalización y, sobre todo, su magistral aplicación, de lo que hasta entonces había sido práctica habitual, le confirieron a Posada Herrera la fama de gran elector. Y lo fue. En las elecciones de noviembre de 1858 celebradas bajo sus auspicios se perfeccionó y llevó al extremo la intervención gubernativa, movilizando, previamente depurado, todo el aparato político y funcionarial del Estado, poniendo a su servicio los progresos técnicos (telégrafo) y todos los recursos legales y coactivos, y estableciendo una tupida red de relaciones clientelares, a favor del partido unionista. Lógicamente, se consiguió la mayoría (y a la misma pertenecía el escaño que él obtuvo por el distrito de Torrelavega), pero con la presencia de unas discretas minorías moderada y progresista para guardar la apariencia de normalidad representativa.

Con el triunfo en los comicios no terminó la tarea de Posada Herrera. Identificó al partido con el gobierno, al convertirse en el portavoz de ambos en el parlamento y en el organizador de la mayoría, dándole unidad y cohesión, asignando los distintos cometidos e imponiendo una estrecha disciplina (el llamado tacto de codos). De ahí que él tuviera mucho que ver en que ambas instituciones fueran las de más duración del reinado de Isabel II.

Ello no quiere decir que no hubiera disidencias; tarde, pero las hubo. Y a su aparición también contribuyó la labor realizada por Posada Herrera como ministro de la Gobernación. Las diferencias a este respecto afloraron, en primer término, por el mantenimiento y aplicación estricta de la restrictiva legislación de prensa moderada y por el apocado aperturismo que contenía la tardía reforma planteada.

En segundo término, por la contradictoria política de administración local, recogida bajo su lema de “descentralizar robusteciendo la autoridad”, porque la tímida descentralización otorgada a las diputaciones provinciales, quedaba contrapesada con la afirmación previa del gobernador civil y el profuso desarrollo bajo su égida de una paralela administración periférica del Estado. Pues bien, los desacuerdos por ambas cuestiones coadyuvaron a la remodelación del gabinete el 17 de enero de 1863 y a la salida de Posada Herrera. Con todo, hasta este momento fue el ministro que más tiempo había desempeñado el cargo sin interrupción.

Tras el cese al poco tiempo de ese nuevo ejecutivo de O’Donnell, se sucedieron tres ministerios a dos aguas entre el unionismo y el moderantismo hasta que en septiembre de 1864 se estableció el formado sólo por esta última fuerza política presidido por Narváez. Durante estos cambios se celebraron dos procesos electorales en octubre de 1863 y en noviembre de 1864, en los que Posada Herrera obtuvo representación, en ambos, por Torrelavega y Lorca, optando en el primero por el distrito cántabro y en el segundo por el murciano. Pues bien, en las últimas Cortes, el patricio asturiano, se opuso a la política intransigente y represiva del ministerio moderado, que estaba provocando una ampliación de la oposición al régimen y convirtiendo en irreversible el retraimiento progresista.

Por eso el gobierno unionista, que le sucedió el 21 de junio de 1865 bajo la presidencia de O’Donnell y contó con él de nuevo en la cartera de Gobernación, intentó llevar adelante una política conciliadora para restañar las fisuras del sistema y reintegrar al mismo a los progresistas. Aquí jugó un importante papel Posada Herrera, con la mayor tolerancia en el ejercicio de la libertad de prensa y, sobre todo, con la nueva normativa electoral de julio que triplicaba el cuerpo electoral. A pesar de este avance y de las promesas de imparcialidad y neutralidad del Ministerio de la Gobernación no se logró que los progresistas participaran en los comicios de diciembre, en los que entre la mayoría unionista se encontraba el escaño por Lorca de Posada Herrera.

Pero no sólo no se pudo atraer a los progresistas, sino tampoco frenar su opción por la vía insurreccional.

Pues bien, frente a su primera expresión, el fallido levantamiento de Prim en enero de 1866, el ejecutivo unionista olvidó las veleidades aperturistas y recuperó la política de su antecesor, produciendo idénticos resultados.

Así, la cruenta represión infringida a sublevados en junio junto a los sargentos del cuartel de San Gil, acabó ocasionando el 10 de julio el reemplazo del Gobierno, escindió al unionismo y precipitó el camino a la revolución de septiembre de 1868 que terminó con el régimen isabelino.

Con el fin de ese ejecutivo Posada Herrera se retiró a Miengo, pero tras la muerte de O’Donnell debió acercarse al sector del unionismo vinculado a la revolución, ya que es la única forma de entender su integración en la nueva situación. A ella corresponde el nombramiento en diciembre de embajador ante la Santa Sede, que no pudo ejercer porque al rechazar ésta el cambio político español no le otorgó el plácet.

Finalmente, en marzo de 1869, se aceptó la dimisión y pasó a ocupar el escaño por Lorca (también fue elegido por Oviedo y Santander) en las Cortes Constituyentes.

Aunque formó parte de la comisión constitucional, apenas si intervino en la articulación de la nueva Constitución demoliberal, que instituía una monarquía parlamentaria.

Contrario al cambio dinástico, al fallecimiento de su esposa en mayo de 1870 le alejó de la actividad política, refugiándose en Llanes. Aquí fue donde en septiembre de 1871 contrajo su segundo matrimonio con su sobrina carnal, Dolores Posada Posada (hija de su hermano Fernando) y donde recibió los llamamientos de Cánovas para que se sumara a la empresa de la Restauración. Finalmente, bien porque compartieran un mismo pasado unionista y éste hubiera ocupado la subsecretaría durante su primer mandato como ministro de la Gobernación, bien por el espíritu transaccional que se quería informar a la operación, Posada Herrera aceptó.

Esta vinculación a la restauración alfonsina le deparó la elección en enero de 1876 como diputado por Llanes (también obtuvo representación por Torrelavega) y en marzo, por unanimidad, como presidente del Congreso, que se encargaría de ratificar el nuevo texto constitucional de este año. La excesiva influencia del moderantismo que, para Posada Herrera, tenía esta Constitución, le fue separando paulatinamente del canovismo. Progresivamente, ya que todavía en 1879 seguía coqueteando con los conservadores y, en calidad de tal, obtuvo en los comicios de abril el acta de diputado por Llanes y en diciembre participó en las consultas regias para formar gobierno.

La articulación a mediados de 1880 de las fuerzas de la oposición en el Partido Liberal-Fusionista le situó en su órbita. Así, cuando en febrero de 1881 esta fuerza política de la mano de Sagasta alcanzó el gobierno, Posada Herrera, primero, fue nombrado ese mismo mes presidente del Consejo de Estado y, después, una vez revalidada en las elecciones de agosto su representación en el Congreso (ahora por Madrid), logró en septiembre la presidencia.

Pero todavía le faltaba un nuevo desplazamiento político. A finales de 1882, bajo el liderazgo del general Serrano, se fundó la Izquierda Dinástica, que recogía la bandera abandonada por el Partido Liberal- Fusionista del restablecimiento de la Constitución de 1869. Pues bien, Posada Herrera se comprometió con este nuevo partido hasta el punto de que cuando el 13 de octubre de 1883, tras el agotamiento del ejecutivo de Sagasta, formó gobierno, integró, además de amigos personales, a importantes figuras del mismo.

Pero este ministerio, que no contaba ni iba a contar con el decreto de disolución, duró el tiempo que le llevó exponer en las Cortes su programa reformista, cuyos presupuestos centrales eran el sufragio universal y la revisión constitucional. La sorprendente defensa de estos puntos por parte de quien nunca había creído en ellos, Posada Herrera, y oposición por parte de quien otro tiempo los había avalado, Sagasta, se saldaron el 18 de enero de 1884 con una votación parlamentaria contraria al primero. Acto seguido, el patricio asturiano presentó a Alfonso XII la dimisión, aconsejándole perplejamente que otorgara la confianza a Cánovas, como así lo hizo.

Aunque cuando Posada Herrera asumió la presidencia del Gobierno tuvo que abandonar la del Consejo de Estado, para entonces ya había superado los dos años en el ejercicio del cargo que le conferían, por derecho propio, la calidad de senador. En esta Cámara Alta simplemente se limitó a prestar juramento en mayo de 1884, ya que a continuación se retiró definitivamente a Llanes. Aquí, sin descendencia, el 7 de septiembre de 1885 falleció.

A lo largo de su versátil vida política Posada Herrera recibió distintas condecoraciones: la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden de Carlos III (1846), cuya elevación a caballero (1864) no aceptó; la de caballero de la Concepción de Villaviciosa de Portugal (1866); la Gran Cruz de Isabel la Católica (1883); y la de caballero del Toisón de Oro (1884).

Además, el patricio asturiano fue un destacado jurista, que perteneció a la generación “prodigiosa” de los grandes creadores de la ciencia y el derecho administrativo español. Formando parte, por ello, de la elite intelectual, sobre todo, isabelina, se vinculó a las instituciones que la albergaban. Así, desde 1843 fue miembro del Ateneo Científico, Literario y Artístico, alcanzando la presidencia en 1865. En 1857, elegido por cooptación, fue uno de miembros fundadores de la Academia de Ciencias Morales y Políticas.

Al tiempo lo fue de la Matritense de Jurisprudencia y Legislación, en la que en 1864, cuando asumió la presidencia, pronunció una conferencia sobre “la moral como fundamento de la política y el derecho”. Por último, en 1872 fue nombrado correspondiente de la Real Academia Española.

 

Obras de ~: Lecciones de Administración del Sr. ~, Catedrático de esta Ciencia en la Escuela Especial de Madrid. Trasladadas por sus discípulos D. Juan Antonio de Bascón, D. Francisco de Paula Madrazo y D. Juan Pérez Calbo, taquígrafos del Diario de Sesiones del Senado, Madrid, Est. Tipográfico C/ del Sordo, número 11, 1843, 3 ts. (reed., Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, 1978); Estudios sobre la beneficencia pública. Lecciones de Administración del Sr. ~ Catedrático de esta Ciencia en la Escuela Especial de Madrid, Madrid, Imprenta de la Sociedad de Operarios del mismo Arte, 1845, t. IV (reed., Oviedo, Universidad de León-Universidad de Oviedo, 1995); “Prólogo” a J. Gallostra y Frau, Lo contencioso-administrativo, Madrid, Imprenta Manuel Tello, 1881; Veinticinco discursos y un prólogo, est. prelim. de F. Sosa Wagner, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1997.

 

Bibl.: J. Martín Olías, José Posada Herrera. Políticos contemporáneos (Estudios biográficos), Madrid, Imprenta y Librería de Miguel Guijarro, 1877; VV. AA., “Suplemento” al n.º 24 dedicado a J. Posada Herrera, en El Oriente de Asturias, 12 de septiembre de 1885; A. Aguilar y Correa, marqués de Vega Armijo, “Necrología del Excmo. Señor Don José Posada Herrera leída ante la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas por [...] en la sesión ordinaria de 16 de marzo de 1886”, en Necrologías de los Señores Académicos de número fallecidos desde el 1º de julio de 1885, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1898, págs. 1-15; M. Cossío y Gómez Acebo, “José Posada Herrera”, en Jurisconsultos Españoles. Biografías de los ex-presidentes de la Academia y de los jurisconsultos anteriores al siglo xx inscritos en sus lápidas, t. II, Madrid, Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, 1911, págs. 309-322; S. Álvarez Guendín, “El régimen administrativo según Posada Herrera”, en Centenario de los iniciadores de la Ciencia jurídico-administrativa, Madrid, Instituto de Estudios de Administración Local, 1944, págs. 39-51; L. Taxonera, Posada Herrera, Madrid, Purcalla, 1946; C. Suárez, Escritores y artistas asturianos. Índice biobibliográfico, t. VI, Oviedo, Instituto de Estudios Asturianos, 1957, págs. 267-277; M.ª C. Morales Saro, Posada Herrera. Del liberalismo progresista al conservador (1814-1868), Llanes, El Oriente de Asturias, 1974; E. Roca Roca, “Posada de Herrera y la iniciación de derecho administrativo español”, en J. Posada Herrera, Lecciones de Administración, Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, 1978, págs. 7-38; N. Durán, La Unión Liberal y la modernización de la España Isabelina. Una convivencia frustrada, 1854-1868, Madrid, Akal, 1979; F. Cánovas Cervantes, “Los partidos políticos”, en J. T. Villarroya et al., La era isabelina y el sexenio democrático (1834-1874), pról. de J. M.ª Jover Zamora, en J. M.ª Jover Zamora (dir.), Historia de España de Menéndez Pidal, t. XXXIV, Madrid, Espasa Calpe, 1991, págs. 371-499; F. Sosa Wagner, Posada Herrera: actor y testigo del siglo xix, Llanes, El Oriente de Asturias, 1995 (reed., León, Universidad, 2000); L. López Rodó, “José Posada Herrera”, en Académicos vistos por académicos. Seis Políticos españoles, Madrid, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1996, págs. 93-115; F. Sosa Wagner, La construcción del Estado y el Derecho Administrativo. Ideario jurídico-político de Posada Herrera, Madrid, Marcial Pons, Ediciones Jurídicas y Sociales, 2001; Posada Herrera y los orígenes del Derecho Administrativo española. I Seminario de historia de la Administración (Madrid, 21 al 23 de febrero de 2001), Madrid, Instituto Nacional de Administración Pública, 2001.

 

Javier Pérez Núñez

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