Pezuela y Ceballos, Juan Nepomuceno Manuel. Marqués de la Pezuela (I), conde de Cheste (I). Lima (Perú), 15.V.1809 – Madrid, 1.XI.1906. Militar y literato.
Hijo de Joaquín de la Pezuela, de origen cántabro, y de María Ángela Ceballos, de ascendencia vasca, fue bautizado en la iglesia del Santísimo Corazón de Jesús de la Ciudad de los Reyes de Perú, pasando allí su infancia y cursando los primeros estudios en el Colegio de San Felipe Neri. En 1818 fue enviado a España con parte de su familia y, tras un complicado viaje, llegó a Cádiz el 13 de septiembre de 1819, ciudad en la que permaneció hasta el 7 de abril de 1820. Establecido en Madrid, continuó su educación en el Colegio de San Mateo, dirigido por Alberto Lista y José Hermosilla, compartiendo el aprendizaje con Diego de León, José Gutiérrez de la Concha, Roca de Togores, Espronceda, Ventura de la Vega y otros condiscípulos llamados a desempeñar un importante papel en el mundo de la literatura, la política o la milicia española, en el segundo tercio del ochocientos.
Cuando apenas contaba nueve años había comenzado la carrera militar de Juan de la Pezuela, al ingresar en la Guardia de Honor de Arqueros del virrey del Perú, de menor edad, por decisión de su padre.
Situación incierta profesionalmente que mantuvo en su primera juventud. En tales circunstancias estudió Filosofía en el Colegio de San Isidro de Madrid, desde 1825 hasta 1829. Adquirió de este modo una sólida cultura clásica a la par que escribía sus primeras obras: la tragedia Temístocles, en 1827, que no llegó a concluir y, poco después, Augusto o el modelo de los Reyes, drama en cinco actos; El Abecenrraje, otro drama que estrenaría en Zaragoza; La extranjera o la mujer misteriosa; La dicha viene durmiendo; Las dos hermanas y varias más. Por entonces mostraba mayor inclinación hacia la gloria literaria que a la militar. Así, ingresó en la Academia de los Arcades de Roma, donde figuraba con el pseudónimo de Olmisto Isaurense, mientras formaba parte, con los ya mencionados Espronceda, Ortiz y Zárate, Escosura, Ventura de la Vega y otros, de la llamada “partida del trueno” que, más que un cónclave literario, venía a ser una forma de vida conforme al romanticismo que iba dominando el ambiente cultural español.
Sin embargo, daría un paso decisivo para su carrera militar cuando en diciembre de 1829 recibió el despacho de capitán de Caballería, quedando incorporado al Regimiento de Caballería del Príncipe, 3.º de Línea, de cuartel en Almagro, en el cual permaneció hasta febrero de 1831, en que fue destinado al Regimiento de Caballería de Borbón, 5.º de Línea, donde ingresó en abril del mismo año. Con esta unidad estuvo desplazado en Elche y Zaragoza hasta comienzos de 1834. Casi de inmediato fue ascendido a comandante de Caballería.
La guerra contra los carlistas le llevó a combatir en diversos puntos de Aragón, Navarra, el Maestrazgo, Valencia y las provincias Vascongadas, desplazándose de unos a otros escenarios varias veces a lo largo de toda la contienda, sirviendo en el Regimiento de Húsares de la Princesa, hasta noviembre de 1835; en el de Castilla, 1.º de ligeros, hasta finales de 1836; en el de León, 2.º de ligeros, hasta enero de 1838 y con el de Vitoria, 4.º de ligeros, hasta el 24 de enero de 1840. Sus méritos le valieron el ascenso a teniente coronel, el 26 de mayo de 1836; logrando el grado de coronel, unos meses después, en noviembre, y el correspondiente empleo el 17 de agosto de 1837. Apenas tardaría un año más en conseguir los entorchados de brigadier, el 19 de agosto de 1838.
Mientras, aprovechando sus descansos en el guerrear, además de casarse, en 1837, con Javiera de Ayala y Ortiz de Urbina, continuó ligado al mundo de las letras y a sus amigos de la infancia; aunque, a tono con los usos románticos, se viera forzado a batirse en duelo con Espronceda, resultando éste herido sin que la amistad entre ambos se resintiera.
El nombre de Juan de la Pezuela aparece unido a multitud de hechos de armas de aquel período, como los de Estella y Montejurra, en noviembre de 1835, por los cuales le fue otorgada la Cruz de San Fernando de 1.ª Clase. Pero, por encima de todo, destacaron sus actuaciones en Lidón, en 1834, y Más del Rey y Cheste, en 1838. Precisamente en Más del Rey batió a Cabrera, arrebatando la capa y el caballo al propio caudillo carlista, y por la última de las acciones referidas mereció un voto de gracias de las Cortes.
Años más tarde, en 1864, le fue concedida, por aquel mismo hecho, con el título de conde de Cheste, la Grandeza de España.
Próximo el fin de la Guerra Carlista, solicitó permiso para reponer su salud y se desplazó a los baños de Bigorre, en el Bearn francés, donde estuvo entre septiembre y diciembre de 1839. A su regreso fue nombrado, el 24 de enero de 1840, comandante general y jefe superior político de la provincia de Santander, hasta que le fue aceptada la dimisión, en mayo del mismo año, pasando de guarnición a Madrid.
Las circunstancias políticas, con el desplazamiento de María de Cristina de la Regencia a favor de Espartero, le llevaron a la conspiración organizada por un grupo de militares moderados contra el conde de Luchana. El 7 de octubre de 1841 dirigió en Madrid, junto a Diego de León, Manuel Gutiérrez de la Concha y otros generales y jefes, el intento para derrocar a Espartero que acabó fracasando. Pezuela pudo escapar, aunque herido, hacia El Escorial y, de allí, a Salamanca, cruzando la frontera portuguesa por Barca de Alva. Condenado a muerte, en rebeldía, hubo de permanecer exiliado en Francia, donde llegó a finales de 1841, después de un periplo breve por Portugal e Inglaterra y un corto viaje a Italia en 1842.
En 1843 volvió a España, por Valencia, para sumarse al movimiento antiesparterista que culminaría con la expulsión del Regente y la entrada de quienes le habían combatido en la capital, tras la refriega de Torrejón de Ardoz. Como recompensa fue ascendido a mariscal de campo, el 17 de julio de 1843, y propuesto para la Gran Cruz de San Fernando.
Pronto trató de iniciar su vida parlamentaria presentándose a los comicios celebrados el 15 de septiembre de 1843 para el Congreso de los Diputados, por las circunscripciones de Barcelona, Santander y Valencia. Fue elegido por la primera y como suplente por las otras dos, pero no llegó a aprobarse su acta y se disolvieron las Cortes sin haber sido admitido.
Mejor suerte iba a correr tras las siguientes elecciones, convocadas para el 3 de septiembre de 1844, en las cuales había logrado Narváez el acta como candidato por Valencia y Pezuela acabó sustituyendo al de Loja, en diciembre de 1845, tomando asiento en la Cámara Baja el 3 de enero de 1846. Paralelamente su carrera militar avanzaba con rapidez, siendo nombrado segundo cabo de Castilla la Nueva y gobernador de la plaza de Madrid. Casi de inmediato, el 26 de enero de 1844 se le encargó, por primera vez, la Inspección General de Caballería, que mantuvo hasta el 16 de marzo de 1846.
Hombre de plena confianza de María Cristina e Isabel II, consejero real extraordinario, prohombre de las huestes moderadas, Juan de la Pezuela formó parte del fugaz Gobierno Narváez, que discurriría del 16 de marzo al 5 de abril de 1846, como ministro de Marina, Comercio y Gobernación de Ultramar. Al cesar en el Ministerio fue nombrado capitán general de Castilla la Nueva, recobrando el cargo de inspector general de Caballería, y, unos meses más tarde, ascendió a teniente general, por disposición de 7 de noviembre.
Si bien, no cesaron aquí sus éxitos en aquel año de 1846, extraordinariamente favorable para él, pues, el 16 de diciembre, se le nombró senador del Reino, con carácter vitalicio.
A principios de 1847 cesó en su destino al frente de la Capitanía General de Castilla la Nueva y en abril fue enviado de capitán general a Andalucía, aunque a las pocas semanas quedó en situación de cuartel primero en Málaga y luego en Cádiz. La sombra de la revolución hizo que el Gobierno le confiara de nuevo la Capitanía General de Castilla la Nueva para afrontar los sucesos que se desarrollaron en Madrid, el 7 y el 8 de mayo de 1848. Controlada la situación, sería nombrado gobernador y capitán general de Puerto Rico.
Durante su mandato dejó el conde de Cheste profunda huella en aquella Antilla. Mostró una especial sensibilidad ética, e incluso estética, ante el fenómeno de la esclavitud, que procuró atenuar. Así, entre otras medidas, derogó el Código Negro, conjunto de normas extremadamente duras que su antecesor Prim había impuesto. No por ello dejó de buscar la mayor eficacia de la Administración española y asegurar la existencia de mano de obra autóctona. A tal fin publicó un interesante Bando de Policía y buen gobierno de la Isla de Puerto Rico, que entró en vigor el 1 de enero de 1850. Tras serle aceptada la dimisión de este cargo, el 4 de marzo de 1851, regresó a la Península para desempeñar, una vez más, la Capitanía General de Castilla la Nueva, de la cual dimitió en enero de 1852. Ese mismo año se le hizo merced del título de marqués de la Pezuela.
Su carrera política y militar continuó brillando en los últimos compases de la década moderada. En febrero de 1853 ocupó la vicepresidencia del Senado y en septiembre sería nombrado gobernador y capitán general de la isla de Cuba. Durante su estancia en La Habana dio muestras, de nuevo, de su preocupación por los esclavos, aunque esta actitud le acarreó bastantes enemistades y disgustos.
La Revolución de 1854 le apartó del mando de la Gran Antilla y durante el llamado bienio progresista permaneció de cuartel en Madrid. Desde 1856 hasta el final del reinado isabelino su trayectoria discurrió entre acusados contrastes de luces y sombras. La larga etapa de O’Donnell al frente del poder le mantuvo apartado de los altos puestos de la política y la milicia.
Pero, a la vuelta de los moderados al gobierno no sólo se le concedió, en 1864, el título de conde de Cheste, como se ha dicho, sino que fue nombrado gentilhombre de cámara de Su Majestad y director general de Caballería, cargo que ejerció de modo intermitente, al hilo de los sucesivos cambios ministeriales.
Tras un nuevo paréntesis de oscuridad, entre junio de 1865 y julio de 1866, en el curso del último gabinete presidido por conde de Lucena, recuperó un notable protagonismo hasta 1868. Otra vez al frente de la Capitanía General de Castilla la Nueva, entre julio de 1866 y febrero de 1867; comandante general del Real Cuerpo de Guardias Alabarderos, entre abril y junio de este año, fue promovido al grado de capitán general, el 10 de octubre, y se le destinó a la Capitanía General de Cataluña que alternó con la de Castilla la Nueva y fugazmente, en vísperas de la Revolución de 1868, se le nombró también para los cargos de ingeniero general y jefe del Ejército de Aragón y Cataluña.
El derrocamiento de Isabel II representó un punto de inflexión decisivo en la vida del marqués de la Pezuela.
Triunfante el movimiento revolucionario, se dispuso su salida al extranjero por orden de 31 de octubre de 1868. A principios de noviembre se trasladó a París para regresar al mes siguiente a Madrid. El Gobierno le ordenó entonces que fijara su residencia en Canarias, a lo cual se negó, por lo que fue apresado y conducido al castillo de Santa Catalina, en Cádiz; aunque un Consejo de Guerra celebrado en Sevilla, en agosto de 1869, le absolvió. Insistieron desde el Ministerio de la Guerra en mantenerle alejado de Madrid, y Pezuela volvió a desobedecer saliendo de España sin permiso. Un nuevo Consejo de Guerra, reunido también en la ciudad del Betis, le condenó en esta ocasión a ser dado de baja en el Ejército. Sin embargo, al aplicársele un decreto de amnistía, de agosto de aquel año, volvió a nuestro país y fue repuesto en su empleo de capitán general, al cual quiso renunciar aunque no le fue tenido en cuenta su deseo.
No pasaría mucho tiempo, sin verse envuelto en más complicaciones. Fiel al lema de su casa, “Prius mori quam foedari” (primero morir que traicionar), se negó a prestar juramento a Amadeo de Saboya, “por deberes de conciencia”. Arrestado con tal motivo hubo de comparecer ante el correspondiente Consejo de Guerra, que tuvo lugar en Palma de Mallorca el 12 de abril de 1871. La sentencia le condenaba a perder su empleo, sueldo y honores. Con la natural amargura, embarcó para Barcelona y fijó su residencia en Segovia.
Los avatares de la política le devolverían al seno del Ejército, con el rango que le correspondía, y sería curiosamente la Primera República quien lo haría al relevar del juramento a todas las clases del Estado, por decreto de 16 de febrero de 1873. Pero ya no volvería a ejercer ningún cargo dentro de la vida militar a la que acabaría dedicando un total de más de ochenta y cuatro años.
En otro orden de cosas, la restauración alfonsina le procuró nuevos honores, como la concesión del Toisón de Oro, por Real Orden de 12 de enero de 1875, y desde luego, le repuso en su condición de senador vitalicio por derecho propio, en abril de 1877, pero sus intervenciones parlamentarias, siempre escasas, fueron desde entonces verdaderamente raras. Apegado a Segovia, donde pasaba largas temporadas en un bello palacio que había adquirido en la plazuela de San Pablo, hoy plaza del Conde de Cheste, dedicó la mayor parte de su tiempo durante más de los treinta últimos años de su vida a dirigir la Real Academia Española. Ejerció la presidencia de esta institución con un tacto exquisito, que incluso algunos oponentes suyos en política, como Julio Burrel, reconocieron públicamente. Su asistencia asidua y el cumplimiento escrupuloso de sus deberes le hicieron acreedor al respeto de la mayoría de los académicos. Seguramente por este motivo fue reelegido en sucesivas ocasiones, hasta 1905 por última vez, al frente de aquella “docta casa”, a la cual accedieron por esos años, gentes tan distintas y tan distantes, en muchos aspectos, como Cautelar (que le profesaría sincera amistad), Núñez de Arce, Echegaray, Balaguer, del Palacio, Galdós, Balart, Sellés, etc. La dirección de la Academia Española fue para él motivo de satisfacción y orgullo, aunque no le faltaran las críticas de las entonces nuevas generaciones literarias que le motejaban de “Cheste el danticida”, por la traducción que realizó de la obra magna de Dante. A cambio contó con el afecto de Tamayo y Menéndez Pelayo, entre otros muchos. Cuando vino a buscarle la muerte, bien entrado ya el siglo xx, Juan de la Pezuela y Ceballos, caballero de la Orden de Calatrava, Gran Cruz de la Orden Americana de Isabel la Católica, Gran Oficial de la Legión de Honor, etc., poseedor de innumerables títulos y condecoraciones, guerrero y poeta, imbuido de espíritu caballeresco, era un hombre que había sobrevivido ampliamente a su tiempo.
Obras de ~: Dalmiro a Fileno. Carta sobre religión, Madrid, 1826; Programa de la justa y torneo que la Escma. ciudad de Barcelona dispone en celebridad de la real jura de la escelsa Princesa Doña María Isabel Luisa, primogénita de los muy poderosos reyes NN.SS. de Fernando VII y D.ª Cristina de Borbón por don ~, Barcelona, 1833; Las gracias de la vejez: comedia en un acto acomodada a nuestra escena, Barcelona, c. 1833; Discurso que el día 2 de enero de 1849, en la solemne Apertura de la Real Audiencia de Puerto Rico dijo don ~, Puerto Rico, 1849; Breve contestación de don ~, Capitán general que ha sido de la isla de Cuba, sobre algunas aserciones ofensivas al mismo, enunciadas por el capitán general Marqués del Duero, […] en sus discursos de 26 y 27 de junio último, al discutirse en el Congreso el negocio de la inmigración en la isla de Cuba de trabajadores gallegos, Madrid, 1855; Apuntes para la historia sobre la administración del Marqués de Pezuela en la isla de Cuba desde 3 de diciembre de 1853 hasta 21 de setiembre de 1854, Madrid, 1856; Reglamento que establece y manda observar en los presidios de la isla de Cuba el capitán general […], Habana, 1858; Bando de Policía y buen Gobierno de la Isla de Puerto-Rico redactado por […], Puerto-Rico, 1868; Discurso en la Real Academia Española para solemnizar el segundo centenario de la muerte de D. Pedro Calderón de la Barca, Madrid, 1881; Discursos leídos ante sus Majestades y Altezas Reales el día 1.º de abril de 1894 en la solemne inauguración del nuevo edificio de la Real Academia Española por los señores […] y D. Alejandro Pidal y Mon, Madrid, 1894. Además tradujo La Divina Comedia, La Jerusalén conquistada y El Orlando furioso.
Bibl.: Carta de don José de la Pezuela al público en desagravio del teniente general Marqués de la Pezuela, Habana, 1854; G. Bono Serrano, Epístola al Excmo. Sr. D. Juan de la Pezuela, Conde de Cheste, sobre la protección a la poesía en España, Madrid, 1869; M. Seco y Shelly, La pluma y la espada. Apuntes para un diccionario de militares escritores, Madrid, 1877; A. M.ª Segovia, Figuras y figurones: biografías de los hombres que más figuran actualmente así en la política como en las armas, ciencias, artes, magistratura, alta banca […[, Madrid, 1881- 1882; J. Ugarte-Barrientos, condesa de Parcent, Poesías selectas con un soneto prólogo del Excmo. Sr. Conde de Cheste y un proemio de D. Pedro de Répide, Málaga, 1904; A. de Urbina y Melgarejo, marqués de Rozalejo, Cheste o todo un siglo (1809-1906): el isabelino tradicionalista, Madrid, Espasa Calpe, 1935; J. de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya, Recuerdos del Conde de Cheste: IX exposición de arte antiguo, Segovia, 1958; A. Cibes Viadé, El gobernador Pezuela y el abolicionismo puertorriqueño (1848-1873) (etapas históricas y grandes sucesores), Río Piedras, Editorial Edil, 1978; J. Torres de la Arencibia, Diccionario biográfico de literatos, científicos y artistas militares españoles, Madrid, E y P Libros Antiguos, 2001.
Emilio de Diego García