Rodil y Galloso, José Ramón. Marqués de Rodil (I). Santa María de Trobo (Lugo), 5.II.1789 – Madrid, 19.II.1853. Militar y político.
Venido al mundo en un hogar de media fortuna, era hijo de Esteban Méndez Rodil y Cancio y de María Gayoso Pampillo. Cursó Latinidad y Filosofía en el Seminario de Mondoñedo.
Como en la de tantos otros de sus coetáneos, la Guerra de la Independencia implicó una inflexión completa en el curso de su vida. Estudiante en la Universidad compostelana al desencadenarse el conflicto, secundó la conducta de la mayoría de sus compañeros de aulas, al alistarse en el célebre Batallón Literario de Santiago. Sin tardanza, en las acciones bélicas en que participará evidenció notables dotes para el oficio de las armas, en el que, una vez profesionalizado, seguiría ya toda su existencia. Comandante al término de la contienda, pronto marcharía a América —verano de 1816— con el Regimiento Infante don Carlos para combatir a los llamados “insurrectos” desde la Península. Integrado en las fuerzas al mando del virrey Pezuela, su carácter disciplinado así como su cercanía a la tropa, le granjearon pronto un sólido prestigio entre sus compañeros de armas y superiores, aunque también envidias e inquinas, favorecidas por la rudeza de su temperamento y prolongadas hasta el fin de su carrera militar. La energía y decisión con las que interviniera en la batalla de Maipú (5 de abril de 1818), protegiendo con su regimiento —el II de Arequipa, constituido íntegramente por “indios, mulatos y negros” — parte de la retirada y evitando la desbandada de varias unidades realistas ganadas por el pánico, elevó su reputación al tiempo que le merecía el ascenso a coronel, otorgado por Pezuela en abril de 1820, poco antes de su designación como gobernador militar de Guamanga y luego de Lima.
Inclinado hacia el absolutismo, la implantación del Trienio Liberal y sus importantes consecuencias en el teatro de guerra americano le acarrearon contratiempos y sinsabores con los mandos castrenses ganados a la causa constitucional, en especial con el general Canterac que había reemplazado al virrey Laserna, con el que mantuviera, como con su antecesor Joaquín de la Pezuela, estrecha relación. Al igual que Espartero y otros significados “ayacuchos”, no luchó en el último gran combate de las guerras de emancipación hispanoamericanas (9 de diciembre de 1824), derrota que acentuó su animadversión hacia Canterac, por considerarle en gran parte responsable único de la derrota. Durante cerca de dos años (del 1 de octubre de 1824 al 22 de enero de 1826), resistió numantinamente con mil ochocientos hombres en casi su totalidad americanos —quinientos treinta rioplatenses— en El Callao el vigoroso asedio de las fuerzas peruanas, hasta que, alimentados sus defensores sólo de ratas y muchos de entre ellos “escorbutados”, con muy honrosa capitulación, rendiría la última posesión española en la América continental. La dureza de su personalidad volvería a ponerse de relieve en la ejecución que decretase durante el asedio de treinta y seis conspiradores, rasgo que alumbraría un limpio episodio de la historia castrense hispánica y de la presencia española en América.
Regresado a la Península, fue recibido, a ruego de su poderoso protector el célebre ministro de Hacienda Luis López Ballesteros, con los máximos honores por Fernando VII, que le otorgaría un marquesado y le nombraría jefe de la Brigada de Cazadores Provinciales de la Guardia Real y mariscal de Campo, en claro contraste con la acogida desfavorable y esquiva que tanto el Monarca como la opinión pública acogieran a todos los jefes y generales retornados a España. A poco, una vez sobrevenido en tierra lusitana el pleito dinástico, fue designado segundo jefe del Ejército de Observación de Portugal, mandado por Longa. Retornado a la Corte en las postrimerías de 1827, a comienzos de 1829 fue el creador —de nuevo a instancias de su coterráneo López Ballesteros, verdadero impulsor de la idea— y recibió el mando de la Inspección General de Carabineros, que a partir de 1830, simultaneó cargo con la Capitanía General de Aragón. Desde el primer momento, el Cuerpo de Carabineros poseyó un tinte y una reputación liberales a causa de su enconada rivalidad con el de los Voluntarios Realistas y de la integración en sus filas de muchos de los oficiales y jefes de sentimiento constitucionalista, conforme en amplia medida a las directrices del gran ministro de la Guerra fernandino marqués de Zambrano, deseoso de constituir un Ejército eminentemente profesional.
Iniciada la primera guerra carlista, no vaciló Rodil en decantarse a favor del bando cristino. Dado su conocimiento directo de la frontera con Portugal y de la difícil situación de este país —residencia del Pretendiente en los primeros meses del conflicto—, fue encargado por el gabinete Cea de Bermúdez de impedir a toda costa la entrada del Infante en España.
Triunfante en tal misión, Rodil recibiría el encargo en la primavera de 1834 de sustituir a Jerónimo Valdés al frente de las tropas isabelinas combatientes en el Norte.
Ese año, con fecha de 17 de julio de 1834, se le concedió por fin la merced de Marqués de Rodil, con el vizcondado previo de Trobo —el 6 de diciembre de 1835 se comunicaba al director general de Rentas que dicha merced era libre de lanzas y media annata, exipìdiéndose la carta el 25 de febrero de 1836—.
No obstante el fracaso de sus iniciales llamamientos de paz a las unidades enemigas así como del de su táctica contra Zumalacárregui —Plan de columnas de penetración en lugar de grandes enfrentamientos— y sus adictos, y del pánico de la población civil —quema, por sus órdenes directas, del Monasterio franciscano de Santa María de Aránzazu—, se responsabilizaría del ministerio de la Guerra en la etapa final del gobierno de Mendizábal, cuya caída provino parcialmente de la pretendida imposición por Rodil de cesar al frente del Ejército del Norte a Luis Fernández de Córdoba, apoyado resueltamente por el nuevo presidente de Gobierno, el gaditano Francisco Javier de Istúriz (15 de mayo de 1836). El término de éste se produjo, según se sabe, a consecuencia del motín de la Granja o Sargentada (12 de agosto), una crisis en cuya resolución jugó un papel importante Rodil, volviendo a desempeñar éste las mismas tareas ejecutivas que en el de Mendizábal en el gabinete de José María Calatrava, favoreciendo ahora la carrera de numerosos “ayacuchos” —singularmente, la de Espartero— y sufriendo fuertes críticas por su acusado nepotismo.
Con el fin de desbaratar la famosa expedición del general Gómez, se le encargó que, sin abandonar sus competencias ministeriales, se pusiera a la cabeza del Ejército del Centro, desprovisto del vestuario y armamento más elementales. A causa de la frustración cosechada en la persecución de la columna del general jiennense, sería destituido de dicho destino así como exonerado de su puesto en el gabinete (26 de noviembre) a raíz de la formidable polémica política y periodística —acusaciones de negligencia y pasividad, imputaciones de traición— desatada tras la ocupación de Almadén por Gómez el 24 de octubre de 1836. Sometido a un consejo de guerra, fue absuelto con todos los pronunciamientos favorables, después de una enérgica defensa del propio procesado, que se exiliaría voluntariamente a Lisboa.
En septiembre de 1840, la Junta Revolucionaria de la capital de la nación le designó capitán general de Madrid; ocupando en el trienio esparterista otras Capitanías Generales así como el cargo de virrey de Navarra, puesto desde el que aplastó el pronunciamiento del legendario Montes de Oca en octubre de 1841, decretando su fusilamiento en Vitoria. El 17 de junio de 1842 sustituyó a Antonio González González en la Presidencia del Consejo de Ministros en un gobierno del que sería igualmente su ministro de la Guerra. Su creciente radicalismo no le evitó ser un instrumento en manos del círculo íntimo castrense y civil que rodeaba e inspiraba la política de Espartero. Tras secundar la línea de fuerza desplegada por el Regente frente a la contestación suscitada en Cataluña y, de manera particular, en Barcelona, por su política económica, que implicaba a los ojos de los habitantes del Principado el desmantelamiento y ruina de su industria textil ante la competencia de los productos ingleses, los intentos de corrupción electoral a cargo de unos elementos castrenses comandados subrepticiamente desde el Ministerio de la Guerra, según opinión muy generalizada, acabaron con su crédito y posibilidades de gobierno, cesando en sus dos responsabilidades días antes del triunfo de la coalición antiesparterista.
Resueltos de forma favorable los primeros juicios a que diera lugar su fidelidad al duque de la Victoria, su enconado enemigo Francisco Javier Istúriz, le desproveyó en el segundo gabinete que presidiera (del 5 de abril de 1846 al 28 de enero de 1847) de todos sus cargos y honores, restituidos por su sucesor, el también andaluz Joaquín Francisco Pacheco. Desde tal reparación pasaría el resto de su vida pública como anodino miembro de la Cámara Alta, de la que fue designado senador vitalicio en 1849.
Marqués de Rodil y laureado de San Fernando, estuvo en posesión de todas las grandes condecoraciones castrenses y civiles.
Obras de ~: Manifiesto del Marqués de Rodil a la Nación española, campaña de 21 de septiembre a 13 de noviembre de 1836, Lisboa, Typ. de A. S. Coelho, 1837; Manifiesto y Causa del Teniente General Marqués de Rodil: documentos importantes á la época contemporánea publicados por él mismo, Madrid, V. Hernando, 1838; Memoria del sitio del Callao, ed. y nota prelim. de V. Rodríguez Casado y G. Lohmann Villena, Sevilla, Escuela de Estudios Hispano-Americanos, 1955.
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José Manuel Cuenca Toribio