O’Donnell y Álvarez de Abreu, Carlos Manuel. Duque de Tetuán (II). Valencia, 1.VII.1834 – Madrid, 8.II.1903. Militar, diplomático y político.
Hijo primogénito del brigadier carlista Carlos O’Donnell y Joris, y de María del Mar Álvarez de Abreu y Rodríguez de Albuerne, VIII marquesa de Altamira. A los dos años obtuvo merced de alférez de menor edad hasta que pudiese empuñar las armas en el ejército del infante don Carlos donde militó su padre, jefe de la caballería de Zumalacárregui, hasta su heroica muerte en la batalla de Echauri (17 de mayo de 1835). Acogido al Convenio de Vergara, fue incluido provisionalmente y a efectos económicos en el Cuerpo de Carabineros de la Hacienda Pública hasta cumplir los doce años, en que ingresó como cadete supernumerario en el Colegio Militar de Toledo.
Sus primeros destinos en el Arma de Caballería a la que pertenecía fueron los Regimientos de Lanceros de Alcántara y Lusitania. Con motivo de haberse enfrentado con el gobierno del conde de San Luis su tío el teniente general Leopoldo O’Donnell y Joris, fue destinado forzoso en represalia a las Filipinas, a las órdenes del capitán general marqués de Novaliches (21 de noviembre de 1853), para pasar después al Regimiento de Lanceros de Luzón. De regreso en la Península, prestó servicio en el Regimiento de Húsares de la Princesa, siendo nombrado ayudante de campo de otro de sus tíos, Enrique O’Donnell y Joris, segundo cabo de la Capitanía General de Castilla la Nueva (5 de julio de 1858). Al año siguiente fue comisionado junto con otros oficiales distinguidos como observador en las operaciones de campaña del ejército franco-sardo en la Guerra de Unificación de Italia, trasladándose a continuación a Francia para estudiar sus plazas fuertes y sus establecimientos militares.
Reclamado por su tío Enrique, que había sido nombrado jefe de la 2.ª División del 2.º Cuerpo de Ejército Expedicionario de África, actuó en esta campaña con gran brillantez. En el combate de Anghera fue ascendido al grado de comandante por méritos de guerra (9 de diciembre de 1869) y por su heroico proceder en las batallas de Los Castillejos, Monte Negrón y Río Asmir le fue concedida la Cruz de San Fernando de 1.ª Clase. Dos días después obtuvo el ascenso efectivo a comandante por otra acción singular y, tras protagonizar una famosa carga al mando de su unidad de Caballería en el paso de Cabo Negro, y de recibir un balazo en la cabeza en la acción de Samsa, fue premiado finalmente sobre el campo de batalla con el grado de teniente coronel (11 de marzo de 1860). Todos estos hechos y su divulgación por parte de la prensa de guerra le convertirían en un personaje popular y conocido —Galdós le denominaría “O’Donnell el Chico”—, lo que facilitaría su posterior actuación política.
A su regreso, contrajo matrimonio con María Josefa de Vargas y Díez de Bulnes (1 de junio de 1861), que le dio seis hijos, y fue nombrado gentilhombre de cámara con ejercicio y servidumbre al año siguiente, desempeñando una comisión de servicio en Cuba durante varios meses. De nuevo en Madrid, y como ayudante de su tío Enrique, ahora comandante del Real Sitio de Aranjuez durante las estancias de los Reyes, empezó a interesarse por la política activa, afiliado al partido de la Unión Liberal que lideraba el propio jefe de Gobierno Leopoldo O’Donnell.
En aplicación de la Ley de Incompatibilidades tuvo que dejar el servicio activo con motivo de haber salido diputado a Cortes por Valladolid en 1863, circunstancia que se repitió en las dos convocatorias a elecciones siguientes, y a partir de ese momento se entregó preferentemente a la política y a la diplomacia, aunque retornó esporádicamente a la vida militar alcanzando los empleos de coronel (1873) y de general de brigada (1889), obteniendo en 1890 la Gran Cruz de San Hermenegildo.
Al morir a su tío Leopoldo, que le había legado por testamento sus armas, sucedió en los títulos nobiliarios de duque de Tetuán y conde de Lucena y ese mismo año de 1867 sucedió también en el marquesado materno de Altamira. Carlos también heredó de su tío buena parte de su clientela política, especialmente influyente en la provincia de Castellón, donde durante la Restauración recibió el nombre de “els cossiers” y que le fue mayoritariamente fiel en sus sucesivos movimientos políticos ocasionados por su vocación centrista y su vinculación al general Martínez Campos.
Como los demás miembros de la Unión Liberal, acaudillada ahora por Francisco Serrano, se sumó al Pacto antidinástico de Ostende y secundó la Revolución Septembrina que derrocó a Isabel II. En las elecciones a las Constituyentes de 1869 volvió a salir diputado por Valladolid, colaborando con su voto en la elección de Amadeo I, de quien fue jefe superior de Palacio, y la duquesa de Tetuán, camarista de la reina María Victoria.
A consecuencia de la situación caótica de la Primera República, restableció relaciones con el partido alfonsino y el Gobierno “de orden” del general Serrano, que se hizo con el poder, y a principios de 1874 le dio su primera comisión diplomática como embajador en Bruselas. Al producirse un año después la Restauración a la que se había adherido, continuó en ese destino, siendo nombrado poco después enviado extraordinario y ministro plenipotenciario cerca del emperador y rey de Austria-Hungría, donde continuó hasta 1878 en que fue trasladado en iguales circunstancias a Lisboa.
Elegido senador por Castellón de la Plana para las legislaturas 1876-1877, 1877 y 1879-1880, en mayo de 1879 fue llamado a ocupar la cartera de Estado en el Gobierno canovista presidido por el general Arsenio Martínez Campos, en sustitución del marqués de Molíns. El proyecto de ley sobre la esclavitud enfrentó a ambos con un amplio sector del Partido Conservador, incluido el propio Cánovas, contrario a decretar la total libertad para los negros por las consecuencias que podría tener entre los hacendados cubanos partidarios de España. Esto provocó la caída del Gobierno y el retorno de Antonio Cánovas (9 de diciembre de 1879).
Carlos O’Donnell escuchó las propuestas del sector del Partido Fusionista favorable a establecer un entendimiento con sus seguidores, del que Jaime Bellver era el principal partidario, y se unieron a las filas opositoras de Práxedes Mateo Sagasta, como también hizo Martínez Campos. Con Sagasta en el poder, fue nombrado por Alfonso XII senador vitalicio (9 de mayo de 1881), y uno de los vicepresidentes de la Alta Cámara en las legislaturas de 1881-1882, 1882-1883, 1886 y 1887. La permanencia del duque de Tetuán entre los fusionistas, entre los que abundaban políticos de procedencia progresista, duró hasta 1890, en que retornó al seno del Partido Conservador a la vez que se producía la reconciliación entre Cánovas y Martínez Campos. De esta etapa data la amistad que llegó a unir a Cánovas con Carlos O’Donnell, en quien el ilustre estadista llegó a depositar toda su confianza.
En el nuevo Gobierno que inauguró Cánovas del Castillo el 5 de julio de 1890, Tetuán volvió a ocupar el Ministerio de Estado, correspondiéndole tratar los problemas suscitados por un sector de la prensa extranjera en torno a las decisiones gubernamentales, y los incidentes sobre Las Carolinas y Marruecos. Continuó a cargo del mismo departamento en el siguiente Gobierno de Cánovas (23 de noviembre de 1891), en el que fue el único ministro en mantenerse, juntamente con el titular de Guerra, Marcelo Azcárraga. En este mandato se solucionaron las dificultades en el golfo de Guinea promovidas por Francia y se firmó un tratado comercial entre España y los Estados Unidos (1 de agosto de 1891), celebrándose al año siguiente con gran pompa el IV Centenario del Descubrimiento, circunstancias ambas que contribuyeron a crear un ambiente más cordial con la potencia norteamericana como parte de la política con relación a Cuba. En el área del Pacífico y ante el rearme del Japón que podía suponer una amenaza sobre las Filipinas, se intensificaron las relaciones y se institucionalizó la visita anual de unidades navales potentes con efectos disuasorios.
La secesión regeneracionista de Silvela y las grandes disensiones en el seno del Partido Liberal-Conservador determinaron la crisis de este gabinete (11 de diciembre de 1892), que fue sustituido por un nuevo Gobierno de Sagasta que cortó con la línea política iniciada en materia de relaciones exteriores.
Al acceder de nuevo y por última vez Antonio Cánovas al poder (23 de marzo de 1895), volvió a contar con el duque de Tetuán para el despacho de Estado, en unos momentos en los que la situación exterior era extremadamente preocupante por el creciente intervencionismo norteamericano y el aislamiento internacional, ocasionado por una política contraria a contraer compromisos internacionales que implicaran a España en las tensiones continentales europeas, concentrándose todo el esfuerzo en Ultramar.
Tras su victoria en la guerra sino-japonesa (1 de agosto de 1894) y la anexión de Taiwán, Japón se manifestó como un Estado expansionista y peligrosamente poderoso, que originó un comprensible temor a las autoridades españolas en las Filipinas. Con la “Declaración de Tokio” que O’Donnell consiguió (7 de agosto de 1895) y gracias a la cual se lograron mantener las relaciones amistosas, España obtuvo mucho más de lo que su aislamiento internacional le permitía esperar.
En febrero de ese año su amigo el general Martínez Campos había sido enviado a Cuba para reprimir el nuevo brote rebelde surgido con el Grito de Baire (24 de febrero de 1895) durante el poco acertado ministerio anterior. Se había confiado en la experiencia y en las grandes dotes humanitarias demostradas por el general, pero la chispa independentista se propagó al contar con la ayuda de las expediciones filibusteras organizadas en los Estados Unidos, muchas de las cuales pudieron abortarse gracias a la red de espionaje organizada desde el Ministerio español de Estado. A comienzos de 1896 y ante el enfrentamiento producido entre Martínez Campos y destacados miembros de algunos partidos pro-españoles de Cuba, Cánovas decidió sustituirle pese a la defensa que de él y de su sistema hicieron el duque de Tetuán y el ministro de Hacienda, Juan Navarro Reverter. Al ser relevado Martínez Campos y puesto en su lugar el general Valeriano Weyler, de métodos más expeditivos y contrarios a su criterio, en lo que venía a coincidir con Sagasta, Carlos O’Donnell dimitió para evitar la crisis total del Gabinete (19 de enero de 1896), siendo sustituido por José de Elduayen.
Durante los tres meses siguientes, la situación internacional no hizo sino empeorar al incrementar la presión norteamericana, y el duque de Tetuán volvió a ocupar el Ministerio (5 de marzo de 1896), una vez puesto de acuerdo con Cánovas en no ceder a la propuesta de mediación, pero sin llegar a una situación que provocase un ultimátum.
La política seguida durante este período por el Ministerio de Estado respecto a la crisis cubana fue la de no ceder a las pretensiones del representante norteamericano Taylor de mediar y de conceder una autonomía tal que quebrase en beneficio de esta potencia el cerrado mercado insular, en tanto que esta actuación no provocase un ultimátum por parte del Gobierno del presidente Cleveland, que, por otro lado, no parecía proclive a adoptar tal determinación extrema. En este sentido y siempre de acuerdo con Cánovas, desechó los consejos de los representantes de Londres (Mr. Wolff) y París (marqués de Reverseaux), considerados como “amigos dudosos”. Decepcionado ante la actitud neutral de Francia, su relación con este último, que aconsejaba que España aprovechase el momento final de la administración demócrata americana para negociar con su ayuda la paz con los cubanos, no fue buena.
Se volcó en su lugar en consolidar el recientemente conseguido entendimiento con Japón, cuya única posible vía de expansión, y la de menor resistencia, sería hacia el sur, en inevitable detrimento de las posesiones españolas, firmándose un “Tratado de amistad y relaciones generales entre España y Japón”, acompañado de un “Protocolo” y una nota concediendo ventajas arancelarias, en el que actuaron como ministros plenipotenciarios Simichiro Kurino Shoshii, por parte de Japón, y el propio Carlos O’Donnell y Abreu, duque de Tetuán, por parte española (2 de enero de 1897).
En mayo de ese año, protagonizó un incidente que pudo tener mayores consecuencias y que fue muestra del estado de exaltación política existente en ese momento en las Cámaras, dando una inoportuna bofetada en los pasillos del Senado al político demócrata y catedrático madrileño Augusto Comas y Arqués, que estuvo a punto de determinar su cese.
Al producirse el asesinato de Cánovas (8 de agosto de 1897), continuó en el Gobierno presidido por Marcelo Azcárraga (agosto-septiembre de 1897) hasta que el poder pasó a Sagasta (29 de septiembre de 1897). Rompió con el nuevo líder del partido, Francisco Silvela, como también lo hicieron Azcárraga y Elduayen. Este último, presidente del Senado, y el antiguo ministro de Fomento y alcalde de Madrid, Alberto Bosh, eran decididos partidarios de que O’Donnell ocupase la presidencia del Consejo de Ministros como más fiel heredero y hombre de confianza de Antonio Cánovas.
Con sus más afines pasó el duque de Tetuán a constituir la fracción conservadora independiente conocida como “tetuanistas” como nueva familia disidente de un partido que ya había experimentado la fisura de los “mauristas”, con la polémica del posible pacto con los liberales como fondo. Cuando se produjo el manifiesto de la Unión Conservadora (21 de enero de 1898), síntesis del ala más derechista y que abrió aún más el desacuerdo personal entre Romero Robledo y el duque de Tetuán, éste expuso que no acataba la jefatura de Silvela porque prefería mantener enhiesta la bandera programática de Cánovas, por lo que sus seguidores pasaron a ser irónicamente conocidos también como “caballeros del Santo Sepulcro”.
Finalizadas las hostilidades con los Estados Unidos, Sagasta intentó nombrar como representantes en las conversaciones que terminarían con la Paz de París a Silvela y al duque de Tetuán, pero ambos se negaron. Carlos O’Donnell aceptó, en cambio, como su última misión oficial diplomática la representación de España en la Conferencia para la Paz y Congreso de La Haya de 1903, en la que le cupo presidir una de las secciones.
El II duque de Tetuán estuvo en posesión de numerosas condecoraciones, entre las que destacan las españolas, el Collar de Carlos III y la Gran Cruz del Mérito Naval, y entre las extranjeras, el Gran Cordón de la Orden de Leopoldo de Bélgica, el Collar y Gran Cruz de la Torre y la Espada de Portugal, la Gran Cruz de la Corona de Hierro de Austria, la de San Mauricio y San Lázaro de la Corona de Italia, la del Sol Naciente del Japón, la del Dragón Doble de China y la Medalla de Oro con borlas de la Orden del Dragón volante de Siam.
Carlos Manuel O’Donnell fue el único político de su época que fue designado por cinco veces para un mismo ministerio, y el único militar que se mantuvo en la cúpula del poder ocupando una cartera, la de Estado, distinta a la castrense.
Obras de ~: “Habla Tetuán”, en El Heraldo de Madrid, 20 de septiembre de 1898; “Declaración de un testigo”, en El Nuevo País, 21 de septiembre de 1898; Responsabilidades del desastre colonial. Discursos pronunciados en el Senado por el Excmo. Sr. Duque de Tetuán [...], Madrid, Hijos de J. A. García, 1901; Apuntes del ex Ministro de Estado Duque de Tetuán, para la defensa de la política internacional, y de la gestión diplomática del Gobierno liberal-conservador desde el 28 de marzo de 1895 a 29 de septiembre 1897, Madrid, Raoul Péant, 1902.
Fuentes y bibl.: Archivo Histórico Militar (Segovia), Secc. 1.ª , letra O, Exp. de D. Carlos Manuel O’Donnell y Álvarez de Abreu; Archivo del Senado, sign. HIS-0462-06.
M. Ibo Alfaro, Apuntes para la Historia de don Leopoldo O’Donnell, Madrid, Imprenta de Don Francisco Martínez Zambrano, 1867, págs. 42-43; A. Ossorio y Gallardo, Diccionario político español: histórico y biográfico (desde Carlos IV hasta 1936), Madrid, Editorial Mundo Atlántico, 1945; VV. AA., Enciclopedia Universal Ilustrada Europeo-Americana, t. XXXIX, Madrid, Espasa Calpe, 1958, págs. 721-722; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, “Sociología Ministerial de la Restauración (1875-1902)”, en Revista de Estudios Políticos (Nueva Época) n.º 78 (octubre-diciembre de 1992), pág. 74; M. Zabala Menéndez, Historia española de los títulos concedidos en Indias, vol. I, Madrid, Editorial Nobiliaria Española, 1994, pág. 429; B. Pozuelo Mascaraque, “Las relaciones hispano-japonesas en la era del Nuevo Imperialismo (1885-1898)” y A. R. Rodríguez González, “España y Japón ante la crisis de Extremo Oriente en 1895”, en Revista Española del Pacífico, n.º 5 (1995), págs. 81-107 y págs. 108- 129, respect.; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Actas, 1998, págs. 696-697.
Hugo O’Donnell y Duque de Estrada, duque de Tetuán