Valera y Alcalá Galiano, Juan. Cabra (Córdoba), 18.X.1824 – Madrid, 18.IV.1905. Ensayista, novelista y poeta.
Su padre, José Valera, fue oficial de Marina retirado, perseguido por sus ideas liberales. En su juventud navegó hasta la India Oriental, permaneciendo largo tiempo en Calcuta. Muerto Fernando VII, fue nombrado comandante de armas de Cabra y poco después gobernador de Córdoba. Por dicho motivo, la familia se trasladó a esta capital, más tarde a Madrid y finalmente a Málaga, donde se incorporó de nuevo a la Marina. La madre de Juan Valera fue la marquesa de La Paniega, casada en segundas nupcias con José Valera; su primer marido fue un brigadier suizo al servicio de España, José Freuller, de quien tuvo un hijo.
La infancia de Valera transcurrió en Cabra hasta el año 1833. Los sucesivos traslados de la familia condicionaron su formación, al igual que la de sus hermanos José, Sofía y Ramona. Siguiendo el ejemplo de su padre, el entonces joven Valera demostró aficiones militares y se preparó para cadete de Artillería. Estudió Matemáticas y Álgebra. Alternó las ciencias con las letras, y abandonó sus veleidades militares por oposición de sus padres.
En 1837 ingresó en el Seminario Conciliar de Málaga para estudiar Leyes y Filosofía. Su vocación humanística y el aprendizaje de lenguas extranjeras nacieron, precisamente, en esta temprana edad. El mismo Valera confiesa que “a los doce o trece años había leído a Voltaire y presumía de sprit fort, si bien me asustaba cuando estaba a oscuras y temía que me cogiese el diablo. El romanticismo, las leyendas de Zorrilla y todos los asombros, espectros, brujas y aparecidos de Shakespeare, Hoffman y Scott reñían en mi alma una ruda pelea con el volterianismo, los estudios clásicos y la afición a los héroes gentiles”. Relación que se podría ampliar con los nombres de Byron, Víctor Hugo, Espronceda, autor, este último, considerado por el propio Valera como figura cimera de nuestra literatura. Tras su breve permanencia en Granada marchó a Madrid a continuar los estudios de Derecho. En 1844 se graduó bachiller en Jurisprudencia, y en 1846, de licenciatura. Con anterioridad había publicado versos en el periódico malagueño El Guadalhorce y en la revista granadina La Alhambra. Sus lecturas románticas fueron gradualmente desapareciendo; por el contrario, los escritores clásicos —Propercio, Catulo, Horacio...— acapararon la atención de Valera.
Instalado en Madrid, asistió con no poca asiduidad a tertulias y reuniones de buen tono. En los círculos sociales de la aristocracia aparecieron los primeros escarceos amorosos y sentimentales. No faltaron tampoco las relaciones conducentes a la consecución de un buen empleo. Por Real Orden de 14 de enero de 1847, Istúriz firmó el nombramiento de agregado sin sueldo en la legación de Nápoles. Valera describió puntualmente en sus cartas sus primeras impresiones diplomáticas, escarceos y aventuras amorosas.
A finales de 1849, conoció al escritor costumbrista Serafín Estébanez Calderón, hombre culto, refinado, docto en lengua arábiga y en numismática, bibliófilo empedernido y escritor festivo y castizo que influyó decisivamente en Valera. Al regresar a Madrid visitó a personajes de la vida política, asistió a las tertulias y reuniones de buen tono, sin embargo, no encontraba un puesto digno y bien remunerado. El 23 de febrero de 1850 comunicó a su padre que, “para buscar relaciones, ganar amigos y valedores, y darme a conocer en todos los círculos, he estado bastante activo, y si bien se puede asegurar que no he perdido el tiempo desde que estoy en Madrid, aunque hasta ahora no me hayan dado un buen turrón”. Más tarde (27 de marzo de 1850), en una nueva carta enviada a sus padres, confesaba sentirse desalentado. No encontraba el lugar apropiado para sus afanes e inquietudes políticas y literarias. Asomaba ya la insistente preocupación por el dinero. Con razón dijo a su madre en carta fechada desde Lisboa el 5 de septiembre de 1850 que “El ser pobre es la mayor / joroba que hay en el mundo, y esa joroba la llevo yo a cuestas desde que nací, y en vano he hecho por quitármela de encima”. El 26 de agosto de 1850 fue nombrado agregado de la legación de Lisboa con el sueldo de 12.000 reales anuales. Uno de los temas que más le preocupó a Valera en Lisboa fue la unión de la Península Ibérica. El 11 de agosto de 1851 fue ascendido a secretario de la legación de Brasil con el sueldo de 18.000 reales. Los recuerdos de su estancia en Río de Janeiro se plasmaron en su novela Genio y figura, relato que, según el propio Valera, es una historia más verdadera que divertida. La correspondencia mantenida con Serafín Estébanez Calderón describe con toda suerte de detalles su experiencia en Brasil, desde la anécdota erótica hasta los curiosos comportamientos del personal de la embajada. El 4 de marzo de 1853 empezaron los preparativos para su vuelta a España. En septiembre de 1853 llegó a Madrid y publicó en la Revista Española de Ambos Mundos su primer ensayo, “Del Romanticismo en España y de Espronceda”, homenaje y tributo de admiración a un autor, que causó una gran impresión en el entonces joven Valera.
Establecido el gobierno de la Unión Liberal, Valera aceptó ir a Dresde con la misma categoría administrativa y sueldo. Más tarde, en 1857, marchó en misión diplomática a Rusia bajo las órdenes del duque de Osuna. En Rusia, donde no pensaba permanecer sino pocas semanas, Valera vivió seis meses, hasta junio de 1857. Su experiencia en esta nueva misión diplomática se refleja en el no menos sustancioso epistolario de Valera, desde convenios comerciales, imposición de medallas y asuntos relacionados con la Corona española, hasta las descripciones de la Corte rusa, fiestas y aventuras amorosas. De todo ello se desprende que a Valera le fascinó esta primera impresión de la Corte rusa, informando a Cueto que le “gusta más que París”. No menos sugestivas son las cartas que describen el comportamiento del duque de Osuna, de quien llega a afirmar que no entiende nada de asuntos de Estado. Leopoldo Augusto Cueto, principal receptor de este epistolario, mandó copiar las cartas que le escribía Valera, y, pensando favorecerle, las publicó. De esta forma, pues, fueron leídas y comentadas tanto en los cenáculos literarios como en el propio palacio.
En 1858, estando en París en la boda de su hermana Sofía, recibió la noticia de su elección como diputado por Archidona. Por esta época publicó numerosos artículos en la prensa —El Semanario Pintoresco Español, La Discusión, El Museo Universal, La América...—.
Fundó, junto con Caldeira y Sinibaldo de Mas, la Revista Peninsular. Participó activamente en los círculos literarios madrileños, e, interesado por las publicaciones de corte satírico y literario, fundó La Malva y El Cócora. En diciembre de 1860 José Luis Albareda pidió a Valera que aceptase el puesto de redactor principal en el periódico El Contemporáneo, de tendencia moderada y patrocinado por el marqués de Salamanca. El 10 de febrero de 1860 publicó, en la sección de folletones, su novela Mariquita y Antonio. En 1861 fue elegido miembro de la Real Academia Española.
La Revolución de 1868 es ampliamente comentada por Valera en su correspondencia dirigida a Dolores Delavat, su esposa. De todo este mar de revueltas y enfrentamientos ideológicos surgió un nuevo nombramiento. Bajo el amparo de su antiguo protector, el general Serrano, fue nombrado por decreto del Gobierno Provisional, 11 de octubre de 1868, subsecretario del Ministerio de Estado. Por estas fechas fundó la Revista de España, publicación que tuvo una gran incidencia en su quehacer literario. El 24 de febrero de 1872 fue nombrado director general de Instrucción Pública, cargo político que perdió a causa de los sucesos acaecidos por estas fechas. Ostracismo político que duró hasta el año 1881 y permitió al autor sumergirse en una aurea mediocritas que le permitiría escribir páginas de excelente calidad literaria. En mayo de 1874 empezó a publicarse Pepita Jiménez en la Revista de España y, meses más tarde, Las ilusiones del doctor Faustino. Pepita Jiménez, su mejor obra, se reduce al proceso de seducción seguido por la hermosa viuda, Pepita Jiménez, para casarse con el seminarista Luis de Vargas. En forma epistolar casi toda la obra, describe con maestría un proceso amoroso en el que no están exentos otros motivos tradicionales, como la rivalidad amorosa entre padre e hijo o el engarce de la veta costumbrista con la peripecia argumental. En el momento en que se escribe Pepita Jiménez predominaba en España la novela de tesis, de ahí que la crítica se esforzara por desentrañar la que, sin género de duda, debía encerrar la de Valera. La hipótesis más sostenida fue que se trataba de una sutil burla del misticismo mal entendido; otro sector de la crítica quería canonizar a Valera por haber sabido señalar tan admirablemente los peligros de una débil vocación. En realidad, Valera se propuso simplemente y ante todo hacer una obra de arte, pues, como es bien sabido, se pasó la vida defendiendo la teoría del “arte por el arte”. De todas formas, con tesis o sin ella, se trata de una novela lograda. Valera, en plena madurez, conocedor del mundo y del corazón humano, un poco pagano y otro poco escéptico sabía muy bien lo que hacía y por qué lo hacía. Al enfrentar a un místico con una mujer joven, bella y sensual era seguro el fracaso del primero por falta de experiencia como por sobra de teoría. Las ilusiones del doctor Faustino ha sido considerada por un sector de la crítica como descripción y análisis de la generación del propio autor. Dicho relato es, tal vez, el más “novelesco” de sus novelas. Aquí sí hay una sátira manifiesta, la del materialismo de la época, empeñado en resolver con escasos recursos los grandes problemas de la vida y del espíritu. El protagonista, “un doctor Fausto en pequeño”, según palabras del propio Valera, sin magia, sin diablo y sin poderes sobrenaturales que le den auxilio, encarna con fidelidad al filósofo frustrado y al artista afanado inútilmente en traspasar los lindes del misterio.
A finales de 1876 publicó El comendador Mendoza, páginas en las que se perciben las preocupaciones religiosas de Valera. Dicha novela fue considerada por su autor como próxima y tal vez imitada por Galdós en La familia de León Roch. Con ello, aludía Valera a los rasgos más acusados de los dos protagonistas de sus respectivas novelas: flexibilidad del librepensador educado en las ideas enciclopedistas francesas (el comendador Mendoza) e intransigencia fanática en doña Blanca. Pocos meses más tarde, publicó Pasarse de listo, breve relato no exento de encanto poético. El autor quiso demostrar en esta relación los peligros a que está abocado un espíritu razonador. Desenlace fatal en el que don Braulio acaba suicidándose al considerar que le engaña su mujer.
El 30 de julio de 1878, en carta dirigida a Menéndez Pelayo, confesaba que “ha empezado una nueva novela —Doña Luz—”, de la que había escrito cuatro largos capítulos. Novela que, por su temática, ha sido comparada con otros relatos de la época. La Regenta, de Clarín; La fe, de Palacio Valdés; El crimen del padre Amaro, de Eça de Queiroz y La falta del abate Mouret, de Zola, serán novelas utilizadas para tal propósito; sin embargo, lo que más destaca en Doña Luz es la ausencia de determinismo y la presencia insistente del análisis psicológico de sus personajes. Pese a ello las coincidencias existen entre Doña Luz y las novelas citadas, aunque la técnica narrativa es distinta, pues todas ellas son plenamente naturalistas y Doña Luz no puede encuadrarse en dicha escuela. Lo que interesa a Valera sobre todo es el proceso psicológico de sus personajes, y, aunque tan empeñado en “el arte por el arte”, Valera no vacila en asignar a su relato una tesis bien definida: la de que nadie, religioso o seglar, está exento del amor humano.
Tras un prolífico período literario, Valera regresó a la vida política. El 24 de marzo de 1881 tomó posesión de su cargo —ministro de España en Lisboa— y el 25 presentó sus credenciales en el palacio de Ajuda. Antes de que finalice el año, la familia de Valera decidió establecerse en Lisboa. El 22 de noviembre de 1883 fue nombrado ministro plenipotenciario en Washington y, más tarde, ocupó las embajadas de Bruselas y Viena. Su epistolario, dirigido tanto a compañeros de la Academia como a sus amigos y familiares, revela hondas preocupaciones por la política y la literatura, así como el acercamiento a sus hijos y su insistente y monótona obsesión por la falta de medios económicos.
Ya septuagenario, publicó Juanita la Larga. En carta fechada en Madrid, el 21 de agosto de 1895, le comunicó a Menéndez Pelayo que estaba escribiendo dos novelas. La primera, Juanita la Larga; la segunda, Elisa la Malagueña: “La scribendi cacoethes vence en mí a la pereza y a la vejez, a la ceguera y a la persuasión que tengo de que se escriba demasiado y, aunque con lentitud y premioso, he empezado a escribir nada menos que dos novelas a la vez. La una es de casos contemporáneos que ocurren en un lugar de Andalucía, y lleva por título Juanita la Larga”. Dicha novela es, junto a Pepita Jiménez y Doña Luz, la más lograda de su creación literaria. Valera, septuagenario, publicó una bellísima narración llena de ingenio y, desde luego, la más humana de cuantas salieron de su pluma. En la vida y trazas de sus dos protagonistas, madre e hija, hay mucho de amable humor, encanto y alegre desenfado. Toda la trama se reduce a los ardides de que se vale Juanita la Larga, hija natural de Juana Gutiérrez y de un apuesto oficial de Caballería, de paso por Villalegre, para cazar en la red de matrimonio al viudo ya cincuentón don Paco, secretario del Ayuntamiento de Villalegre. En 1897 apareció su novela Genio y figura que, como sugiere el título, se fundamenta en la inutilidad de luchar contra el carácter, contra la propia naturaleza del ser humano. El tema de Genio y figura, un tanto escabroso, aunque suavizado en el fondo y en la forma, relata las aventuras galantes de Rafaela, que pone punto final a su vida al enterarse de que Lucía, su única hija, ingresa en un convento avergonzada de la conducta de su madre. El ciclo novelesco se cierra con Morsamor, relato que describe las peregrinaciones del religioso franciscano, Miguel de Zueros, con su criado Tiburcio de Simahonda.
Finalmente cabe señalar que tanto sus trabajos de crítica literaria —Del romanticismo en España y de Espronceda, Del misticismo en la poesía española, La moral en el arte, De la naturaleza y carácter de la novela, Consideraciones sobre el Quijote y las diferentes maneras de comentarle...— como sus ensayos histórico-políticos o de carácter filosófico —Metafísica a la ligera, El racionalismo armónico, De la filosofía española...— dan probada muestra de la dimensión humanística de Valera. Su ideario estético, expuesto admirablemente en su agudo ensayo sobre La liberta en el arte, y sus cuentos y relatos breves —Parsondes, El pájaro verde, El bermejino prehistórico...— completan el rico conglomerado literario de Valera. Incluso facetas literarias poco conocidas para el lector, como su teatro —La venganza de Atahualpa, Estragos de amor y celos, Amor puesto a prueba...— y su corpus poético —Canciones, romances y poemas— demuestran la innata predisposición de Valera por todos los géneros literarios. No hay que olvidar tampoco sus artículos en colaboraciones costumbristas o sus innumerables prólogos y recensiones de libros, sagaz escrutinio del panorama literario de la segunda mitad del siglo XIX. Es evidente, pues, que en Valera están presentes múltiples facetas sumamente enriquecedoras, desde el humanista y filósofo hasta el esteta y crítico. Perfil que se completaba con su lado provinciano que sentía la ausencia de su tierra y del alma andaluzas y su incansable peregrinaje por consulados y embajadas europeas y americanas. Todo ello mezclado con una no pequeña dosis de escepticismo y de sentimiento epicúreo de la vida. Si hubiera que definir su carácter, se podría recurrir a su concepción pagana, que le hacía ser indulgente e irónico a la vez con cuanto le rodeaba.
Los últimos años de Valera se redujeron casi exclusivamente a la conocida tertulia de la Cuesta de Santo Domingo. En dicha reunión aparecían el conde de las Navas, Luis Vidart, Blanca de los Ríos, los hermanos Álvarez Quintero, Emilia Pardo Bazán, Narciso Campillo, los Vázquez de Parga, Menéndez Pelayo, Cejador... Valera, mermado en sus condiciones físicas, hizo gala, en ocasiones, de un humor poco común.
La principal distracción de Valera durante esta época era atender a la lectura de los últimos libros publicados. El autor, ciego, se valía de un egabrense, Pedro de la Gala, para redactar sus impresiones y observaciones críticas. El 18 de diciembre de 1904 fue elegido miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Meses más tarde, el 18 de abril de 1905, falleció Valera.
Obras de ~: Ensayos poéticos, Granada, Benavides, 1844; Poesías, Madrid, Rivadeneyra, 1858; Florilegio de cuentos, leyendas y tradiciones vulgares, Madrid, Manuel Galiano, 1860; Estudios críticos sobre literatura, políticos y costumbres de nuestros días, Madrid, Durán, 1864; A. F. de Schack, Poesía y arte de los árabes en España y Sicilia. Traducido de alemán por ~, Madrid, Rivadeneyra, 1867, 1868 y 1871, 3 vols.; Pepita Jiménez, Madrid, Imprenta de J. Noguera, 1874; Las ilusiones del doctor Faustino, Madrid, Noguera, 1875; El Comendador Mendoza, La cordobesa, Un poco de crematística, Madrid, Ilustración Española y Americana, 1877; Disertaciones y juicios literarios, Madrid, Perojo, 1878; Pasarse de listo. Novela original, Madrid, Biblioteca Perojo, 1879; Doña Luz, Madrid, Biblioteca Perojo, 1879; Tentativas dramáticas, Madrid, Perojo, 1879; Dafnis y Cloe o las pastorales de Longo. Traducción directa del griego, con introducción y notas, por un aprendiz de helenista, Madrid, Fe, 1880; Cuentos y diálogos, Sevilla, Álvarez, 1882; Algo de todo, Sevilla, Álvarez, 1883; Canciones, romances y poemas, Madrid, Tello, 1885; Apuntes sobre el nuevo arte de escribir novelas, Madrid, Tello, 1887; Cuentos, diálogos y fantasías, Madrid, Tello, 1887; Nuevos estudios críticos, Madrid, Tello, 1888; Cartas americanas, Madrid, Fuentes y Capdeville, 1889; Nuevas cartas americanas, Madrid, Fe, 1889; Pequeñeces... Currita Albornoz al padre Luis Coloma, Madrid, Pérez Durán, 1891; La metafísica y la poesía. Polémica por don Ramón de Campoamor y don Juan Valera, Madrid, Sáenz de Jubera, 1891; Las mujeres y las academias. Cuestión social inocente, por Eleuterio Filogyno, Madrid, Fe, 1891; Ventura de la Vega: estudio biográfico crítico, Madrid, Pérez Dubrull, [1891]; El hechicero. El bermejino prehistórico o las salamandras azules, Madrid, Fe, 1895; La buena fama, Madrid, Fe, 1895; Juanita la Larga, Madrid, Fe, 1896; Cuentos y chascarrillos andaluces, tomados de la boca del vulgo, coleccionados y precedidos de una introducción erudita y algo filosófica por Fulano, Zotano, Mengano y Perengano, Madrid, Fe, 1896; Los Estados Unidos contra España, por un optimista, Madrid, Fe, 1896; A vuela pluma. Colección de artículos literarios y políticos, Madrid, Fe, 1897; Genio y figura, Madrid, Fe, 1897; De varios colores, Madrid, Fe, 1898; Morsamor. Peregrinaciones heroicas y lances de amor y fortuna de Miguel de Zuberos y Tiburcio de Simahonda, Madrid, Fe, 1899; Asclepigenia, Madrid, Rojas, 1900; Ecos argentinos. Apuntes para la historia literaria de España en los últimos años del siglo xix, Madrid, Fe, 1901; Garuda o la cigüeña blanca y la Padmini, Madrid, Tello, 1902; Florilegio de poesías castellanas del siglo xix, con introducción y notas biográficas y críticas por ~, Madrid, Fe, 1902-1903, 5 vols.; El superhombre y otras novedades. Artículos críticos sobre producciones literarias de fines del siglo xix y principios del xx, Madrid, Fe, 1903; Terapéutica social, Madrid, Fe, 1905; Obra histórica, ed. de L. Romero Tobar, Pamplona, Urgoiti Editores, 2005.
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Enrique Rubio Cremades