Marchena y Ruiz de Cueto, José. Abate Marchena. Utrera (Sevilla), 18.XI.1768 – Madrid, 31.I.1821. Escritor y político revolucionario.
Hijo único de una familia acomodada —el padre era fiscal del Consejo de Castilla— que le destinó a la carrera eclesiástica. Sin embargo, su falta de vocación religiosa hizo que muy pronto su vida siguiera otros derroteros. Entre 1780 y 1783, cursó estudios secundarios en el colegio de Doña María de Aragón, en Madrid, y a continuación Filosofía Moral en los Reales Estudios de San Isidro. En 1784 se desplazó de la Corte a Salamanca para iniciar en esta Universidad la carrera de Leyes. Cuando en 1788 obtuvo el grado de bachiller en Leyes había dado ya las primeras manifestaciones de heterodoxia filosófica y religiosa, favorecida por la influencia que ejercieron en él algunos de sus maestros, principalmente Ramón de Salas y Juan Meléndez Valdés. Ya por entonces, consta su familiaridad con el pensamiento de Adam Smith, Rousseau, Mably, Montesquieu, Voltaire y otros autores de la Ilustración. En 1787 publicó en Madrid el periódico El Observador, del que salieron sólo seis entregas o “discursos”. La obra fue muy pronto denunciada al Santo Oficio y su lectura quedó prohibida por un edicto inquisitorial de 1791. Se le ha atribuido asimismo la autoría de un librito titulado Reflexiones sobre la poesía, publicado en Madrid en 1787 con el seudónimo N. Philoaletheias, sin que se hayan aportado pruebas sobre tal identificación.
Entre 1788 y 1792, Marchena vivió entre Madrid y Sevilla. A esta etapa oscura de su vida corresponde una buena parte de su producción poética conocida, que reviste en estos años un carácter marcadamente neoclásico. Alguno de estos poemas tiene un explícito contenido político, como la “Oda a la Revolución francesa”, en la que expresa su júbilo por los sucesos acaecidos en Francia a partir de julio de 1789. De esta época data asimismo su traducción de De la naturaleza de las cosas, de Lucrecio, fechada en 1791, que permaneció inédita hasta su publicación un siglo después por Menéndez Pelayo, compilador de muchas de sus obras. Poco antes de abandonar España, en abril de 1792, dirigió una carta al conde de Aranda, nuevo ministro de Estado, solicitando alguna pensión o empleo, pues decía hallarse, tras la reciente muerte de su madre, “absolutamente sin medios para subsistir”.
Acompañaba su solicitud de un Discurso preliminar a una obra sobre pedagogía que tenía en proyecto y con la que esperaba demostrar su valía intelectual.
La razón de su viaje a la Francia revolucionaria pudo ser la falta de respuesta del conde de Aranda a su petición de auxilio, el miedo a la persecución inquisitorial ante la notoriedad de sus posiciones heterodoxas o, simplemente, el deseo de participar en una experiencia histórica que seguía con vivo interés.
Primero se instaló en Bayona (1792-1793), donde alcanzó cierto renombre por sus ideas revolucionarias, que expresó en público, en algún club patriótico, y en escritos propagandísticos destinados a ser difundidos clandestinamente en España, como el folleto A la Nación española (1792). Su entusiasmo revolucionario y sus dotes para el discurso y el panfleto, tanto en español como en francés, no escaparon a las autoridades francesas, sobre todo al girondino Brissot, con el que desde septiembre de 1792 mantuvo una fluida correspondencia.
A principios de 1793 viajó a París en compañía de otros exiliados españoles: José Hevia y Juan Antonio Carrese. La recién proclamada República francesa (21 de septiembre de 1792) se hallaba gobernada entonces por el partido girondino, con el que se había alineado Marchena en sus textos e intervenciones públicas. El día en que Marchena hizo su entrada en París (7 de marzo de 1793), se anunció la declaración de guerra entre Francia y España.
Todo favorecía, pues, el protagonismo del exiliado español en la nueva fase histórica en que parecía entrar la Francia revolucionaria.
Sin embargo, la rápida caída en desgracia del partido girondino y la subida al poder de Robespierre y la Montaña habrían de desencadenar la primera de las persecuciones políticas que sufrió Marchena en Francia. En octubre de 1793 fue detenido, en plena huida, cerca de Burdeos y trasladado a París, donde permaneció encarcelado con otros girondinos hasta finales de 1794. Tras su liberación desarrolló una frenética actividad política y publicística a favor de una República moderada. A lo largo de 1795, en los meses de transición entre el régimen termidoriano y el Directorio, Marchena se convirtió en un personaje muy conocido en la vida política de la capital. Sus discursos, carteles, folletos, artículos de prensa y cartas en los periódicos suelen tener un tono vehemente y polémico en una línea política algo más conservadora que la de los propios termidorianos. Defiende, sobre todo, el respeto a la propiedad privada, la vuelta de los emigrados de la Monarquía constitucional, la normalización de la vida pública tras la vorágine revolucionaria y la eliminación de cualquier vestigio de jacobinismo. Se vehemencia y escaso sentido de la oportunidad le costaron nuevas persecuciones: entre 1795 y 1797 fue detenido en varias ocasiones y, en una de ellas, condenado al destierro en Suiza, de donde regresó clandestinamente a los pocos meses. Su desencanto revolucionario no le hizo abandonar sus principios liberales. En 1797 editó en París la revista Le Spectateur français, escrita casi íntegramente por él, que motivó una nueva orden de detención. Éstos y otros textos suyos de la época muestran —además de la maduración de su pensamiento—, su intensa dedicación al estudio de nuevas disciplinas, como las Matemáticas y la Economía Política. Ese mismo año publicó también el folleto Essai de théologie, que contiene una mezcla, muy suya, de materialismo, utilitarismo moral y panteísmo. Dos años después, a mediados de 1799, dio a las prensas su traducción de El contrato social de Rousseau —la primera en lengua española—, aparecida sin su nombre, pero con una interesante “Advertencia” original sobre la obra y su autor.
Tras el golpe de Estado del 18 Brumario (9 de noviembre de 1799), que llevó a Napoleón Bonaparte al poder, pareció cambiar la suerte de Marchena, nombrado poco después inspector de contribuciones en el estado mayor del Ejército del Rin. Fue entonces cuando publicó una de sus obras más conocidas: el Fragmentum Petronii, falso fragmento del Satiricón de Petronio escrito en latín por Marchena, que acompañó el texto de una jocosa introducción sobre las artes amatorias en la Antigüedad. A pesar del tono general de la obra, el Fragmentum, publicado por Marchena en Basilea en 1800, fue recibido por los especialistas como un verdadero original de Petronio. El engaño terminó cuando Marchena reconoció que todo había sido una broma literaria. Unos años después publicó con la misma intención un falso Fragmentum Catulli (1806). Tras la firma de la paz en Alemania, regresó a París (marzo de 1801), donde permaneció hasta 1808 ocupado en diversas tareas literarias, sin intervenir apenas en la vida política del Consulado y del Imperio, aunque la policía de la época lo menciona de vez en cuando en sus informes como un personaje intrigante digno de vigilancia. Tradujo varias obras al francés, tanto del italiano como del inglés, colaboró en la revista Décade philosophique, que publicaba el grupo de los idéologues, hizo incursiones en los campos literarios y científicos más diversos —literatura hindú, estadística, economía política...— y reanudó su relación con España a través del Correo Literario y Económico de Sevilla y de las Variedades de Ciencias, Literatura y Artes, que dirigía en Madrid M. J. Quintana.
En estas dos revistas vieron la luz, entre 1803 y 1807, algunos poemas suyos —siempre firmados con sus iniciales— y varios fragmentos de su traducción del ciclo de Ossian. De esa época anterior a su repatriación data un largo y documentado ensayo titulado “Description géographique et historique des trois provinces dites Vascongandes” y publicado en París en la revista Annales des Voyages.
El escritor sevillano había hecho ya algún intento fallido de regresar a España como funcionario francés.
A principios de 1808, se presentó su gran oportunidad cuando, en cumplimiento del Tratado de Fontainebleau, el general Murat fue enviado a la Península al frente de un ejército francés. Desde su llegada a Madrid a las órdenes de Murat, Marchena emprendió una intensa labor propagandística a favor de la política francesa en España, que debió adaptarse a las nuevas circunstancias surgidas tras el Motín de Aranjuez y, especialmente, tras la insurrección popular del 2 de mayo. Fue director del Correo Político y Militar de Córdoba, que se editó en esta ciudad durante la ocupación francesa. Desempeñó además cargos de importancia en el Ministerio del Interior josefino, con funciones tan diversas como la supervisión y censura de libros científicos, especializado en astronomía y geografía, hasta la elaboración de informes económicos para el gobierno, en particular en los terribles meses del “hambre de 1812”. En julio de este año publicó en la Gaceta de Madrid, en varias entregas, un largo manifiesto “Al Gobierno de Cádiz” condenando la lucha contra los franceses como una causa inviable y absurda, a la vez que justificaba la Monarquía josefina por su sabio realismo político. Marchena obtuvo de José I el reconocimiento intelectual que había buscado en vano en otros gobiernos. Fue designado miembro de la Academia Nacional de las Artes y las Ciencias y recibió la Cruz de la Real Orden de España (1811).
La derrota francesa en España le obligó a tomar de nuevo el camino del exilio. Entre 1814 y 1820 residió en Perpiñán, Nîmes y Montpellier. Algunos contemporáneos afirman que, con el paso de los años y la sucesión de calamidades que le tocó sufrir, Marchena fue perdiendo ese carácter temerario y provocador que le hizo célebre en su juventud: “Si el tiempo no calmó del todo la cabeza de Marchena”, afirma el abate Muriel, “por lo menos la aquietó mucho”. La policía francesa de Luis XVIII consignó, sin embargo, algunos incidentes de orden público provocados por él en esos años, así como su participación en conspiraciones liberales contra Fernando VII, cosa insólita en un antiguo josefino. “Expulsado de Francia, expulsado de España”, leemos en un informe policial de 1814, “todo lo odia excepto el desorden, y une a un funesto talento como escritor, grandes conocimientos y la mayor audacia”. En todo caso, lo más reseñable de esta etapa fue su trabajo como traductor al español de las principales obras de la filosofía y del pensamiento político francés del siglo xviii: el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad de los hombres, el Emilio y Julia o la nueva Eloísa, de Rousseau; las Cartas persas, de Montesquieu, las Novelas de Voltaire... Algunas de estas traducciones, destinadas a la América española y al mercado clandestino en España, conocerían numerosas ediciones hasta nuestros días. Tradujo además a autores franceses más recientes, como el abate de Pradt y el conde de Volney, y publicó unas Lecciones de filosofía moral y elocuencia (Burdeos, 1820), que vienen a ser una antología de la literatura española precedida de una amplia introducción, titulada “Discurso sobre la literatura española”, que constituye su obra original más extensa.
El restablecimiento de la Constitución de 1812 y el posterior perdón a los afrancesados le permitieron regresar a España por última vez. Se instaló durante unas semanas en Sevilla, en cuya sociedad patriótica leyó, el 6 de noviembre de 1820, un discurso a favor de la Ley de supresión de las Órdenes monacales y reforma de las regulares, que se imprimió a costa de la sociedad patriótica.
En esta misma obra anunciaba un folleto que pensaba titular De la tolerancia religiosa, que, probablemente, no llegó a escribir. Su identificación con el liberalismo radical le llevó a polemizar con algunas personalidades del moderantismo sevillano, como el capitán general don Juan O’Donojú, al que dirigió una carta, a través de la prensa liberal, de gran interés político (Diario Gaditano, 21 de diciembre de 1820). El último Marchena parece haber regresado al liberalismo enardecido de su juventud. Además de proclamar su adhesión a la Constitución de Cádiz, esboza una opinión favorable a la libertad religiosa, elogia el papel político desempeñado por el general Riego desde su pronunciamiento, crítica al gobierno y a las autoridades moderadas y reclama medidas urgentes contra una posible intervención militar de la Santa Alianza en España.
Su repentina muerte en Madrid en enero de 1821, en casa de su amigo Juan MacCrohon, convirtió su carta al capitán general O’Donojú en una suerte de testamento político: “¿Quién se ha de persuadir a que yo soy un enemigo de la libertad cuando tantas persecuciones he sufrido por su causa? [...] Mas nunca los excesos del populacho me harán olvidar los imprescriptibles derechos del pueblo”. Según la prensa de la época, su entierro constituyó un modesto, pero sentido, homenaje, de personalidades procedentes tanto del campo afrancesado como liberal, reconciliadas durante unas horas ante la tumba de Marchena.
Las reseñas biográficas que, en los años posteriores a su muerte, le dedicaron diversos autores en España y en Francia coincidieron en subrayar las portentosas condiciones intelectuales del personaje, gran humanista, por encima de todo, con una cultura enciclopédica que abarcaba desde la Antigüedad clásica hasta la moderna economía política. Pero señalaron también, como luego haría Marcelino Menéndez Pelayo —su principal biógrafo—, los continuos sinsabores que le causó su personalidad atrabiliaria y un poco ácrata, que le llevó a enfrentarse a todo tipo de gobiernos en una época de cambio político continuo, en la que Marchena eligió casi siempre el bando perdedor.
Obras de ~: El Observador (periódico), Madrid, 1787; A la Nación española, Bayonne, 1792; Point de gouvernemet révolutionnaire, Paris, 1795; Quelques réflexions sur les fugitifs français, Paris, 1795; J. Marchena aux assemblées primaires, Paris, 1795; Le Spectateur Français (periódico), Paris, 1797; Essai de théologie, Paris, 1797; J. J. Rousseau, El contrato social, trad. de ~, London (¿Paris?), 1799; Fragmentum Petronii, Basel, 1800; Fragmentum Catulii, Paris, 1806; Polixena, Madrid, 1808; J. B. P. Molière, El hipócrita, trad. de ~, Madrid, Imprenta de Albán y Delcasse, 1811; J. B. P. Molière, La escuela de las mujeres, trad. de ~, Madrid, Imprenta Real, 1812; J. J. Rousseau, Emilio, trad. de ~, Burdeos, Imprenta de P. Beaume, 1817, 3 vols.; Ch. de S. Montesquieu, Cartas persianas, trad. de ~, Nîmes, P. Durand-Belle, 1818; N. Eymerico, Manual de inquisidores, trad. de ~, Montpellier, F. Aviñón, 1819; F. M. A. Voltaire, Cuentos, trad. de ~, Burdeos, Imprenta de P. Beaume, 1819, 3 vols.; Ch. F. Dupuis, Compendio de todos los cultos, trad. de ~, Bordeaux, Pedro Beaume, 1820, 2 vols.; J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad, trad. de ~, Madrid, Imprenta de J. Collado, 1820; D. D. de Pradt, La Europa después del Congreso de Viena, trad. de ~, Montpellier, F. Aviñón, 1820; A. V. Benoît, De la libertad religiosa, trad. de ~, Montpellier, 1820; Lecciones de Filosofía moral y Elocuencia, Bordeaux, 1820, 2 vols.; Discurso sobre la ley relativa a extinción de monacales y reforma de regulares, Sevilla, 1820; C. F. Volney, Las ruinas, trad. de ~, Burdeos, Imprenta de P. Beaume, 1820; J. J. Rousseau, Julia o la Nueva Eloísa, trad. de ~, Toulouse, Imprenta de Bellegarrigue, 1821, 4 vols.; Obras literarias de don José Marchena, ed. de M. Menéndez Pelayo, Sevilla, 1892-1896, 2 vols.; Obra en prosa, ed.
de F. Díaz Plaja, Madrid, Alianza Editorial, 1985; Obra española en prosa (Historia, Política, Literatura), ed. de J. F. Fuentes, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1990.
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Juan Francisco Fuentes Aragonés