Ayuda

Manuel de Negrete y de la Torre

Imagen
Biografía

Negrete y de la Torre, Manuel de. Marqués de Torre-Manzanal (I), conde (II) y duque (I) del Campo de Alange. Madrid, 15.I.1736 – París (Francia), 13.III.1818. Capitán general, ministro de la Guerra, ministro de Negocios Extranjeros, embajador en Viena, Lisboa y París.

Hijo de Ambrosio José de Negrete, I conde de Campo de Alange, y de Agustina de la Torre, propietarios de una importante cabaña de ovejas merinas, caballero de la Orden de Santiago desde los once años. Recibió una educación esmerada, cursando estudios en el Real Seminario de Nobles de Madrid (colegio regentado por los jesuitas, vivero de altos cargos de la milicia y la Administración) entre 1749 y 1752. Siguiendo a M. Hernández, “su padre le envió a la corte de París y a otros países a fin de que se instruyera”. Hombre culto, próximo a la Ilustración, estuvo suscrito a la revista ilustrada Le Courrier de l’Europe y tenía licencia para leer “libros prohibidos”. Fue mecenas (para “contribuir [...] al beneficio del público y honor de los autores”) de algunas publicaciones de Francisco Cerdá y de Miguel Barnadés (médico de Carlos III y director del Jardín Botánico). Su madre poseía una importante y conocida biblioteca (repartidos hoy sus fondos entre la Biblioteca Nacional y la Biblioteca Marqués de Valdecilla), que él heredó. En 1758 casó con María Agustina de Adorno y Sotomayor, hija única de Diego de Adorno y Dávila, de ilustre familia de Jerez con origen genovés, y de María Luisa Sotomayor Tordoya, natural de Trujillo (Cáceres), descendiente de Rodrigo Calderón. Por los méritos contraídos, Carlos III quiso conceder a Diego de Adorno un título nobiliario, que éste cedió a su yerno, con la denominación de marqués de Torre-Manzanal (1766).

En 1764, tras el fallecimiento de su padre en 1762, tomó posesión del cargo de regidor perpetuo de Madrid. No se hizo cargo, sin embargo, del importante patrimonio familiar, pues fue su madre quien efectuó con gran eficacia la administración, hasta su muerte en 1784. Decidió iniciar la carrera militar en 1767 ofreciendo al Rey mil reclutas extranjeros, bajo determinadas condiciones, “siendo de su cuenta y riesgo hasta ponerlos en España”. En cumplimiento de una de las condiciones, fue nombrado coronel del Regimiento de Infantería de Voluntarios Extranjeros. Para la recluta tuvo que “poner en marcha una red de comisionados en Europa”, dice M. Hernández, que llegaron hasta Suiza y Alemania (aunque muchos reclutados fueron irlandeses), sufragando su casa los elevados gastos. Fue nombrado en 1774 síndico (tesorero) del convento de capuchinas de Castellón de la Plana, de Patronato Real, convento con el que la familia mantuvo una larga relación (su madre había donado diez cuadros del taller de Zurbarán, aún hoy propiedad del convento, y él mismo donaría diversas reliquias que conseguiría del papa Pío VII en 1804, procedentes de las catacumbas de Roma). En 1775 ascendió a brigadier, en 1778 fue destinado al Regimiento de Infantería de Lisboa y en 1779 ascendió a mariscal de campo, asistiendo al cerco de Gibraltar. Consiguió en 1783 el ascenso a teniente general y el nombramiento de gentilhombre de cámara.

Durante el período 1784-1788 fue capitán general de Guipúzcoa, destacando en su lucha contra el contrabando. Al cesar, fue nombrado segundo del comandante general de Madrid, siendo al mismo tiempo consejero supernumerario del Supremo Consejo de Guerra. En 1784 tomó posesión de los mayorazgos; pero ahora, su dedicación le obligaba a cambiar el régimen de explotación de la cabaña, dando mayor papel a los administradores y vendiendo la lana a intermediarios. Compró en 1787 una casa-palacio en la calle de Alcalá de Madrid (parte del solar que hoy ocupa el Banco de España), cuya fachada, con ocasión de la exaltación al trono de Carlos IV en 1789, realizó importantes obras, contratando al arquitecto y académico de Bellas Artes Mateo Guill, ayudante de Juan de Villanueva.

En 1790, siendo el conde de Floridablanca primer ministro, fue nombrado Campo Alange secretario de Estado y del Despacho Universal de la Guerra de España e Indias (ministro de la Guerra). Se tuvo que enfrentar a la crisis derivada de los incidentes con un buque inglés en Nutka (Vancouver), que estuvo a punto de costar una guerra con Inglaterra (a estos efectos estudió los informes del embajador de España en Londres, Bernardo del Campo, I marqués del Campo, a quien no hay que confundir con Campo Alange). Cerrada la crisis, recibió la Gran Cruz de Carlos III, y el cónsul inglés solicitó a Floridablanca licencia para exportar unas ovejas merinas (cuyo tráfico estaba prohibido para favorecer la exportación de lana), “for the purpose of ornamenting His Majesty’s Farms”. Se concedió la licencia y se buscaron las de mejor calidad para regalárselas al Rey. “I trust that the sheep are of the finest quality as I have procured them from the Count del Campo di Alange, the Minister for the War Department, whose flock has the first reputation...”, escribía el embajador inglés a Banks, naturalista y presidente de la Royal Society, lo que permite comprender la verdadera finalidad de la petición. La condesa de Campo Alange regaló 36 ovejas y cuatro carneros merinos de su cabaña, que fueron embarcados en Santander en 1791, con destino inicial a Windsor y a Kew Gardens. Queriendo corresponder al regalo, que fue calificado de “treasure of infinite value [...] whose sudden advent has so transformed the vision of the future”, una vez descartados los diamantes (“the Countess being very rich and overstocked with diamonds”, escribía el cónsul inglés a su ministro), la condesa recibía, en 1792, de Jorge III, ocho caballos de tiro de “uncommon beauty”. El rey de Inglaterra proporcionaría merinos a diversos criadores británicos y enviaría ejemplares a Australia y Nueva Zelanda.

Aunque Floridablanca cayó en 1792, sucediéndole el conde de Aranda, Campo Alange continuó en su puesto y recibió la grandeza de España. Firmó, en nombre del Rey, la orden de creación de la Escuela de Veterinaria, y reforzó las guarniciones en Indias y en la frontera francesa. Tuvo que enfrentarse al abandono de Orán y a la guerra con Francia, declarada en 1793, después del regicidio de Luis XVI, ofreciendo al Rey, a su costa, “trescientos hombres vestidos y prontos a servir donde se les destine”. También sobrevivió a la caída de Aranda en 1794, a quien Campo Alange ofició la orden de destierro, y continuó al frente de su cartera, ahora a las órdenes de Godoy, nuevo primer ministro. Tras la firma en julio de 1795 de la paz con Francia, Godoy recibió el título de “príncipe de la Paz” y a Negrete le fue concedido el grado de capitán general “en atención al distinguido mérito y circunstancias que concurren en su persona”. Propietario de la mayor cabaña merina de España, fue ésta su época de mayor esplendor económico (casas en Carabanchel —hoy colegio Amorós de los marianistas—, Aranjuez, La Granja, El Escorial, Villacastín, que fue después Parador de Turismo, etc).

Cesó como ministro de la Guerra en diciembre de ese mismo año de 1795, en virtud de un Real Decreto de Carlos IV: “Hallándome satisfecho del celo y buenos servicios del Conde del Campo de Alange, Secretario de Estado y del Despacho de Guerra; y confiado en su experiencia y práctica de graves negocios, he resuelto que pase en calidad de mi Embajador a la corte de Viena conservándole los honores y entradas de Ministro”. El emperador Francisco I, hijo de una hermana de Carlos IV, que se encontraba en guerra con Francia desde 1792, tuvo que aceptar la paz con Napoleón en 1797. En abril de 1799 volvió temporalmente Campo Lange a Madrid, reclamado por el Rey, quien escribió a su sobrino el Emperador: “Deseoso de aprovechar de las luces y conocimientos adquiridos en la Carrera Diplomática por mi Embajador cerca de la Persona de V.M., el Conde del Campo de Alange, le he nombrado para una plaza de mi Consejo de Estado, y a fin de que quanto antes pueda comenzar a servirla le doy orden para que desde luego emprenda su viaje”. Austria volvió a declarar la guerra a Napoleón en 1799 (según Grandmaison, Campo Alange avisó a Talleyrand de los preparativos; favor que éste le agradeció más tarde), pero nuevamente fue vencida. Campo Alange, que se había reincorporado a su embajada en Viena en 1800, fue testigo en primera línea del poder militar de Napoleón y de su capacidad de desestabilización. En septiembre de 1801 dejó la Embajada (siendo despedido por el emperador de Austria, según M. Hernández, “con grandes parabienes”) y pasó, con licencia, a Génova. En diciembre de 1801 el Rey le nombró embajador extraordinario y plenipotenciario, “por la entera satisfacción y confianza que tenemos en vos”, para el Congreso de Amiens en que se firmaría el tratado de paz entre Francia e Inglaterra y sus respectivos aliados (España, que recuperó Menorca por este tratado, era ahora “amiga y aliada” de Francia). Finalmente no pudo acudir, porque como afirma G. de Grandmaison, “ses sentiments religieux et monarchiques étaient assez connus pour que Bonaparte refusât de l’accepter comme plénipotentiare à Amiens”; y fue Nicolás de Azara, embajador en París, quien representó a España. Según algunas fuentes, Campo Alange se excusó de su misión desde Padua (Italia) alegando enfermedad.

Hallándose en Roma, fue nombrado en 1802 embajador en Lisboa, sustituyendo al duque de Frías. Desde Lisboa, alquiló su casa-palacio de la calle de Alcalá (en la que había una buena colección de obras de arte) a Beurnonville, embajador de Francia. El año anterior había tenido lugar la guerra de España con Portugal, conocida como “de las Naranjas”, en la que su hijo, el teniente general Francisco Javier de Negrete, había sido comandante de la cuarta División. El regente de Portugal, infante Juan de Braganza, estaba casado con Carlota Joaquina de Borbón, hija de Carlos IV, lo que hacía más compleja la relación entre los dos países. Al llegar a Lisboa tuvo que enfrentarse al problema de la recuperación de los Siete Pueblos de Misiones Guaraníes, ocupados por Portugal en la frontera de Uruguay con Brasil. Después de largas gestiones sin ningún fruto, Campo Alange escribió en 1804, según L. A. Limpo, “un extenso informe denunciando los procedimientos dilatorios de Lisboa y aconsejando el carpetazo a la vía diplomática”. Entretanto había enviudado: su mujer, Agustina de Adorno, falleció en Lisboa en julio de 1803.

Cuando en 1804 se creó la coalición contra Francia entre Inglaterra, Austria, Rusia y Prusia, España se colocó al lado de Francia. Pero, aunque Portugal se declaró expresamente neutral, colaboraba sistemáticamente con la flota inglesa. Campo Alange tuvo que presentar en diversas ocasiones notas de protesta por las constantes violaciones de la neutralidad, llegando a amenazar con que “los buques españoles hagan fuego al navío portugués que proteja la navegación de las embarcaciones inglesas”. También trató de obtener información sobre los movimientos de la escuadra inglesa, manteniendo una abundante correspondencia con Cevallos y con Gravina. En julio de 1805 tuvo lugar la batalla naval de cabo Finisterre, con derrota de la flota franco-española. Lon le describe como “nuestro activo Embajador [...] entusiasta corresponsal, que suministrará durante toda la campaña una ininterrumpida serie de noticias [...] que acreditan el celo de nuestro representante [...] y facilitan una nutrida información de incalculable valor”. El 1 de octubre de 1805 informó a Gravina de que Nelson se dirigía a Cádiz, y el 12 de ese mes comunicó a Gravina su opinión de que los ingleses piensan “hacernos una guerra más activa”, acertando Campo Alange —dice Lon— a “expresar la variación esencial que ha sufrido la situación estratégica”. El 21 de octubre tuvo lugar la derrota franco-española en la batalla de Trafalgar.

En cambio, los bonapartistas le seguían mirando sin simpatía, por religioso y borbónico. El mariscal Bernadotte, luego rey de Suecia, se había referido a él como “un viellard allant tous les jours à la messe et se confessant tous les dimanches”. La duquesa de Abrantes, mujer de Junot, entonces embajador francés en Lisboa, aunque admitió en sus Recuerdos de una embajadora que Campo Alange era recordado con afecto, por su bondad, en la corte de Viena, donde había hecho “honor a su fortuna”, añadía que “era, sin duda, un hombre dignísimo, pero sería difícil que le aventajara nadie en ineptitud [...] a España le convenían cristianos viejos como Campo Alange que gastaran su fortuna a la mayor gloria de su Dios y de su Rey”. Sin embargo, en sus Memorias le dedica grandes alabanzas: “L’homme le plus excellent, le plus vertueux qu’on pût mettre dans les relations diplomatiques. C’était la bonté, la bienveillance même. Sa figure peignait son âme; elle invitait à l’aimer et à l’aimer comme un père”. En agosto de 1807, Campo Alange entregó al Gobierno portugués el ultimátum del Gobierno español: “Si Portugal desea la independencia y la seguridad de su comercio, no puede permanecer por más tiempo en la inacción en que está”. Junot, el antiguo embajador en Lisboa, recibió la orden de iniciar desde Bayona (Francia) la expedición sobre Portugal, y Godoy ordenó a Campo Alange que su actuación se conformase a la del embajador francés. España y Francia firmaron en octubre el Tratado de Fontainebleau, que preveía expresamente la ocupación y reparto de Portugal, permitiendo el paso por España del Ejército francés. Antes de que Junot llegase a Lisboa (30 noviembre), la Familia Real portuguesa huyó a Brasil en un navío inglés. Campo Alange salió de Lisboa antes de la llegada de Junot.

En el mes de marzo tuvo lugar el Motín de Aranjuez, la caída de Godoy y la abdicación de Carlos IV; y al mes siguiente, la salida a Francia de Carlos IV y de Fernando VII, y la “amistosa” ocupación de Madrid por las tropas de Murat. El 1 de mayo la Junta Suprema deliberó sobre la declaración de la guerra a Francia, a pesar de las órdenes de Fernando VII de mantener la armonía con “nuestros amigos los franceses”, y se decidió la no confrontación. El capitán general de Castilla la Nueva, Francisco Javier de Negrete, hijo de Campo Alange, siguió a la Junta y a O’Farrill (ministro de la Guerra) y dio orden de mantener la tropa acuartelada el 2 de mayo, mientras el pueblo y algunos militares, indignados por la pasividad, se enfrentaban a las tropas francesas. El 3 de mayo el infante Don Antonio, presidente de la Junta, huyó a Francia y Murat se convirtió de hecho en su sustituto, dictando un humillante decreto de represalias. Vinieron luego los sucesos de Bayona: abdicación de Fernando VII en su padre, y de éste en Napoleón, quien nombró a su hermano José rey de España, jurado incluso por Fernando VII.

Campo Alange no intervino en los sucesos de Bayona (aunque algunos autores, como Ozanam, así lo crean), pues ni aparece entre los convocados en la orden de 19 de mayo de 1808, ni figura como asistente en ninguna de las actas de las Juntas de la “Diputación de Españoles” de Bayona. Sí se sabe, en cambio, que ese mismo día estaba en Villacastín, alejado por tanto de la corte, donde se entrevistó con el encargado por el Gobierno francés de realizar diversas compras de ganado merino para su exportación a Francia y, entre ellas, una partida de la cabaña de Campo Alange. El 27 de mayo comunicó a este encargado, M. Poyféré de Cère, su intención de regalar a la emperatriz Josefina cien ovejas y seis carneros, interviniendo el propio conde en la selección de los ejemplares, y proporcionando tres pastores que conducirían el rebaño hasta su destino (llegó a Rambouillet el 13 de octubre de 1808, después de algunas peripecias derivadas del inicio de la Guerra de la Independencia, donde se hizo la separación para Malmaison de la partida regalada a la Emperatriz). El 19 de julio el conde asistió al Consejo de Estado, institución que había recibido el día 12 la orden de prestar juramento al rey José. Los asistentes sustituyeron el juramento por la promesa de prestarlo “en sus reales manos”. Pero José Bonaparte, que había cruzado la frontera el 12 de julio, llegó a Madrid el 20 del mismo mes y comenzaron los preparativos para su proclamación en el Ayuntamiento, como se haría en todos los de España, el 25 de julio (elegido por ser el día de Santiago). Como el conde de Altamira, alférez mayor, se excusó alegando indisposición, Piñuela (ministro de Gracia y Justicia), comunicó a Campo Alange que había sido designado por el nuevo Rey para alzar el pendón y pronunciar las palabras de ritual. El acto resultó deslucido (sólo asistió otro Grande, el duque de Frías), pero sin incidentes (muchos fueron a Palacio a rendir pleitesía sin ser vistos). José escribía a su hermano Napoleón: “La proclamation a eu lieu aujourd’hui; tout a été médiocrement”. Campo Alange recibió dos días después la Grandeza de 1.ª Clase.

Pero el 28 de julio se conoció la confirmación oficial de la derrota y capitulación del Ejército francés en Bailén y se produjo la defección de muchos de los adictos en Bayona. Ante el temor de quedar aislado en Madrid, José Bonaparte decretó la primera evacuación de Madrid, dirigiéndose a Miranda de Ebro y Vitoria. Era el momento clave para los cortesanos, y Campo Alange, su hijo el capitán general y el ministro de la Guerra O’Farrill decidieron evacuar, temerosos de represalias, que ya se habían producido en Sevilla, Badajoz, Jaén y otros lugares. A partir de entonces, su suerte quedó ligada a la de José I. En agosto fue nombrado, a pesar de sus 72 años, ministro de Negocios Extranjeros (sustituyendo a Cevallos); y su hijo Francisco Javier, virrey de Navarra. Campo Alange, dice Grandmaison, “laissait généreusement derrière lui une grosse fortune” y, según La Forest, embajador francés, “l’exemple devenait au moins imposant si ses services ne pouvaient être très utiles”. El 13 de agosto se decretó por el Consejo de Castilla el embargo y secuestro de todos los bienes pertenecientes a los que acompañaron a José I y, nominativamente, a determinadas personalidades, entre ellas Campo Alange y a su hijo Francisco Javier. Ese mismo día, su hijo primogénito Manuel María (que sería III conde), coronel de Húsares en Palma de Mallorca, hizo público un manifiesto proclamando su propia inocencia “en los acaecimientos de su padre y hermano”, por su salida con el Ejército francés “por debilidad o por la fuerza”. Este manifiesto tuvo, sin embargo, gran utilidad para la conservación de los mayorazgos). En septiembre, Urquijo (ministro de Estado) inició desde París, “en vista de los preparativos de Napoleón para su campaña española, una intensa actividad para atraer al partido de la pacificación a las personas que por sus ideas y cargos podían simpatizar con la ideología afrancesada”, escribe Artola. Y añade que en octubre comunicó a Campo Alange: “Tendremos en todo el mes próximo más tropas ahí que las que guerrearon contra Rusia, Austria y Prusia. Dios abra los ojos a los fanáticos y ciegos y liberte pronto a nuestra amada patria de los horrores de una guerra tamaña”.

En noviembre le concedió José Bonaparte, todavía en Vitoria, el ducado del Campo de Alange, y el de Cotadilla para su hijo Francisco Javier (sólo concedió cuatro ducados durante su reinado). Además, fue nombrado gran canciller de la Orden Militar de España, que después se transformaría en la Orden Real de España, de la que continuó siendo gran canciller. De vuelta a Madrid a primeros de 1809, presentó su dimisión como ministro y José Bonaparte le contestó: “C’est avec peine que je céde au desir que vous m’avez témoigné de quitter le Ministére [...] Je désire que vous gardiez le Porte-feuille jusqu’à ce que j’ai fixé mon choix sur votre successeur, et soyez persuadé que je m’en occuperai au plutôt”. De paso, en el mismo documento le nombró caballerizo mayor. Pero como la guerra continuaba, la Junta Central dictó el decreto de 2 de mayo de 1809, confiscando a quienes hubieran seguido y siguieran el “partido francés”, y “señaladamente” al conde de Campo Alange y a Francisco Javier Negrete, además del duque de Frías, del conde de Montarco, de O’Farrill, Azanza, Cabarrús, Mazarredo, Urquijo y otros. Todos ellos “son tenidos y reputados por reos de alta traición”, añadiendo que “cualquiera de ellos que sea aprehendido será entregado como tal al Tribunal de seguridad pública para que sufra la pena que merecen sus delitos”. También el virrey de México publicó un bando (14 de agosto) con la misma lista de personas, al objeto de confiscar sus “bienes, posesiones u otros intereses en estos Dominios”.

En buena relación con José I, fue su cortesano de mayor rango, y acudió con él a la ópera, le acompañó en sus paseos en calesa, le invitó a almorzar a su casa. Como interino al frente del Ministerio, no tuvo gran actividad, salvo los despachos de rutina, y careció de influencia política (“avec son fils [...] est chargé de tous les honneurs civils et militaires imaginables [...] mais d’influence ils n’en ont aucune”, dice Grandmaison refiriéndose a él y a Cotadilla). Por ello, para asuntos importantes, era “superfluo”, según La Forest, reunirse tanto con Campo Alange como con Mazarredo y Romero. La Forest, embajador de Francia, no tuvo buena relación con José I, consecuencia de las tensiones entre éste y Napoleón. Tampoco con Campo Alange, por lo que no son de extrañar los comentarios negativos de La Forest en 1810 sobre aquél, que junto con la hiriente descripción de su subordinado en Viena, José García de León y Pizarro, después anti-afrancesado e influyente ministro de Estado de Fernando VII, han contribuido a cristalizar, injustamente, el perfil de una personalidad compleja, más conocida por su etapa final y malograda. Un siglo después pervivía el odio a los afrancesados, alimentado en parte por Menéndez Pelayo, insistiendo Villa-Urrutia en el enfoque negativo heredado de Pizarro, atribuyéndole “malicia”, “pocas luces” e “indecisa voluntad”. Sería Artola el primero en replantear la cuestión de los afrancesados.

En marzo de 1810 fue condecorado con el Toisón de Oro (habría seis en todo el período josefino), pero en agosto José Bonaparte estaba completamente desmoralizado: “Je contemple passivement la dévastation d’un pays que j’avais espéré pouvoir rendre heureux.

Je n’ai plus d’autre parti a prendre que d’abandonner la partie”. Cuando murió el duque de Frías, embajador en París, en febrero de 1811, Campo Alange pretendió este destino, lo que le permitiría cesar en el cargo que llevaba arrastrando interinamente desde hacía dos años. Además, el hambre en Madrid era terrible y alcanzó a todos los estamentos (según Artola, Campo Alange pidió raciones militares para alimentar a su familia y le fueron denegadas). En abril, con el pretexto del bautizo del hijo de Napoleón, José Bonaparte salió para Francia (con la intención de renunciar a la corona) acompañado, entre otros, por Campo Alange, quien “a mis une extrème instance et il parait que le Roi le laissera à Paris en qualité d’Ambassadeur si l’Empereur l’agrée”, recordaba La Forest. Atravesaron España a toda velocidad, cruzándose en el camino con un convoy dirigido por su hijo, el duque de Cotadilla, en el que viajaba hacia Madrid, entre otras personas, la mujer del general Hugo con sus hijos, uno de ellos el luego célebre Victor Hugo. Poco después de rebasar Bayona fueron alcanzados por un correo de Napoleón que ordenaba a su hermano que no cruzara la frontera pero, como ya estaba cruzada, José decidió acelerar el viaje hacia París. La reunión de los dos hermanos en Rambouillet fue “tormentosa”, pero Napoleón convenció a su hermano, resignado ahora a lo peor, para que volviese a España, y Campo Alange fue aceptado como embajador. La embajada padecía de una carencia casi total de recursos, por lo que, como dice Mercader, “tuvo que empeñarse en más de 100.000 reales, para mantener la servidumbre y el decoro de la Embajada. El propio embajador, hombre por lo visto opulento, accedió entonces a suministrar una importante suma, en concepto de préstamo al gobierno de Madrid [...]. Se propuso a Campo Alange, que se conformara, para desquitarse de lo adeudado, con unas piedras preciosas (topacios, diamantes) [...] pero diversos peritos dictaminaron [...] que dichas piedras tenían graves defectos, y que no se tasarían ni por el tercio de su valor”. Se intentaron enviar a la embajada en San Petersburgo, por si en Rusia fuera más fácil su aceptación.

Al año siguiente, agosto de 1812, tras la batalla de los Arapiles, se produjo la segunda evacuación de Madrid. En la enorme columna de evacuados viajaba parte de su familia, que se reuniría con él en París. Campo Alange siguió en la embajada hasta que en mayo de 1814 llegó el nuevo embajador, el duque de Fernán Núñez, tras la paz firmada el 8 de diciembre de 1813 entre Napoleón y Fernando VII, realizándose el traspaso de documentación con todas las formalidades. En ese tratado de paz se establecía el perdón para los “españoles adictos al Rey José” y la restitución de sus bienes, pero no se cumplió, sino que por el Decreto de 30 de mayo de 1814, dictado tras la abdicación de Napoleón en Luis XVIII, se llegó a establecer lo contrario. Sin embargo, Luis XVIII pidió clemencia para los “servidores de José Bonaparte” y el propio Talleyrand entregó a Gómez Labrador, embajador de España en el Congreso de Viena, una lista de personas por las que tenía especial interés, entre las que estaban Campo Alange y su hijo Cotadilla. Pero fue inútil. Campo Alange pasó a vivir en condiciones muy modestas en un pequeño piso en París, donde murió en el exilio. Su hijo Francisco Javier, exiliado también allí, le encargó un monumento funerario en el cementerio parisino Père Lachaise, en cuya lápida —que aún se conserva—, después de inscribir sólo la lista de los cargos que ostentó con los Borbones, con total ocultación de los josefinos, se lee, en español: “Los acaecimientos políticos destruyeron su prosperidad, no su virtud”. Después de la guerra, su casa de la calle de Alcalá se alquiló a la embajada británica, donde viviría como embajador el hermano de Wellington...

Su cabaña de merinos había desaparecido. Fue objeto de persecución, por ingleses y franceses, no sólo como alimento de las tropas, sino también como objeto precioso por su interés económico y zoológico. Campo Alange consiguió vender en Francia ocho mil cabezas, poniendo el producto de la venta a disposición del Gobierno, cobrándose con “bienes nacionales” que le fueron después incautados. Las guerrillas consideraron la cabaña de Campo Alange objetivo militar, y ya en el verano de 1809 se apoderaron de unas doce mil cabezas, que condujeron hacia Cádiz. En un boletín, fechado el 13 de diciembre de 1808 e incluido en las Memorias de Napoleón, se puede leer: “Les biens [...] de Campo d’Alange, respectable par ses vertus, par son nom et par sa fortune, propiétaire de soixante mille mérinos et de trois millions de revenus, sont devenus la proie de ces frénétiques”. La Junta Suprema regaló una partida de casi cuatro mil al rey de Inglaterra, otra parte la vendió, y el resto la permutó por mosquetes al aventurero Cochrane-Johnstone, quien a su vez la vendió en distintas partidas que fueron embarcadas a Inglaterra y a Estados Unidos. En 1811 ya había perdido la cabaña, salvo una partida, “que recobré posteriormente”, dice en su testamento, probablemente la última, que vendió al general Belliard y que debió de cobrar en París, pues la documentación aparece en el inventario hecho allí tras su fallecimiento. Su cabaña, conocida internacionalmente, por deformación ortográfica, como “Negretti”, sirvió para extender por todo el mundo, junto con otras cabañas célebres, la raza merina. Sus descendientes reclamaron durante cuarenta años la indemnización por las 60.504 cabezas que el Gobierno secuestró en 1809 de la cabaña vinculada al mayorazgo, documentando más de diecinueve mil cabezas incautadas indebidamente y alegando que salvo las partidas recuperadas o vendidas, el resto se consumió por los ejércitos. El fallo denegatorio de 1850 se fundó en el curioso argumento de que sólo se podía reclamar algo que, habiendo sido secuestrado, aún existiera (condición imposible para un ganado desaparecido cuarenta años antes).

Con Agustina de Adorno tuvo cinco hijos: Manuel María (militar, III conde al ser su padre desposeído de patrimonio y honores, sin sucesión); Francisco Javier (militar, IV conde, por quien continuaría la línea); Ignacio María (militar, sin sucesión); Agustín María (eclesiástico, marchó a Italia al servicio vaticano, donde fue gobernador de Civitavecchia); y María Manuela (que casó con Diego Zurita, marqués de Campo Real).

 

Fuentes y bibl.: Archivo de los Condes del Campo de Alange, Cajas 1, 4, 5, 26, 43, 57, 61, 62, 63, 68, 73; lib. 36 y 37.

J. A. Álvarez y Baena, Hijos de Madrid ilustres en santidad, dignidades, armas, ciencias y artes, Madrid, 1790 (reimpr. en Madrid, Ediciones Atlas, 1973, t. IV, pág. 32); M. Poyféré de Cère, “Notice historique sur une importation de six cents mérinos, extraits d’Espagne en 1808, d’aprés les ordres de S.E. le Ministre de l’interieur, comte de l’Empire”, en Mémoires d’Agriculture, d’Economie rurale et domestique, t. XI, Paris, Societé d’Agriculture du Département de la Seine, 1808, págs. 263 y ss.; J. Nellerto (seud. de J. A. Llorente), Memorias para la historia de la Revolución Española, t. II Paris, M. Plassan, 1814, pág. 269; Napoléon Bonaparte, Oeuvres de Napoléon Bonaparte, lib. V, Paris, C.L.F. Panckoucke Éditeur, 1821 (ed. digital http://www.gutenberg.org/ files/13192/13192-h/13192-h.htm); Duquesa de Abrantès, Mémoires de Madame la duchesse D’Abrantès, ou souvenirs historiques sur Napoléon, la Révolution, le Directoire, le Consulat, l’Empire et la Restauration, t. VIII, Paris, Ladvocat, 1832, págs. 177, 217-218, 370-371 y 387; J. García de León y Pizarro, Memorias, c. 1835, Madrid, 1894-1897 (Col. de Escritores Castellanos) (reed. en Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998, págs. 79-87); Comtesse Merlín, Souvenirs et mémoires de Madame la Comtesse Merlín (1789-1852), Paris, 1836 (reed., Paris, Mercure de France, 1990, pág. 207); Duquesa de Abrantès, Portugal a principios del siglo XIX. Recuerdos de una Embajadora, c. 1837 (Madrid, Colección Austral, Espasa Calpe, 1968 [2.ª ed.], págs. 77-80); M. A. Thiers, Histoire du Consulat et de l’Empire faisant suite a l’Histoire de la Révolution Française, t. III, Paris, Paulin Libraire- Éditeur, 1845, pág. 372; A. Du Casse, Mémoires et correspondance politique et militaire du Roi Joseph, t. IX, Paris, Librairie-Éditeur Perrotin, 1854; C. Cornwallis, Correspondence of Charles, first marquis Cornwallis, vol. III, London, Charles Ross, 1859, pág. 405; R. Mesonero Romanos, El antiguo Madrid, Madrid, Tipografía Mellado, 1861, pág. 247; Memorias de un setentón, Madrid, La Ilustración Española y Americana, 1880, págs. 50-52; M. Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, Madrid, Librería Católica de San José, 1880-1882; G. de Grandmaison, L’Ambassade Française en Espagne pendant la Révolution (1789-1804), Paris, Librairie Plon, 1892, págs. 16, 96 y 238; L’Espagne et Napoléon. 1804-1809, Paris, Librairie Plon, 1908; M. Méndez Bejarano, Historia política de los afrancesados, Madrid, Librería de los Sucesores de Hernando, 1912; L. Ballesteros Robles, Diccionario Biográfico Matritense, Madrid, Ayuntamiento, 1912, pág. 476; F. de Antón del Olmet, El Cuerpo Diplomático español en la Guerra de la Independencia, Libro IV, Los afrancesados, Madrid, Imprenta Artística Española, c. 1914; G. de Grandmaison, L’Espagne et Napoléon. 1809-1811, Paris, Librairie Plon, 1925 (2.ª ed.); Marqués de Villa-Urrutia, España en el Congreso de Viena, Madrid, Francisco Beltrán, 1927 (2.ª ed.), págs. 27, 46 y 73; El Rey José Napoleón, Madrid, Francisco Beltrán, 1928; A. González Palencia, Eruditos y libreros del siglo XVIII, Madrid, Instituto Antonio de Nebrija, Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), 1948, págs. 80, 92 y 158; E. Lon Romeo, Trafalgar. Papeles de la Campaña de 1805, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1950, págs. 63-90 y 163-186; H. Juretschke, Los afrancesados en la Guerra de la Independencia, Madrid, Ediciones Rialp, 1962; H. B. Carter, His Majesty’s Spanish Flock. Sir Joseph Banks and the Merinos of George III of England, Sydney, Angus & Robertson, 1964; J. Mercader Riba, “La diplomacia española de José Bonaparte”, en Homenaje a Jaime Vicens Vives, vol. II, Barcelona, Universidad, 1967, págs. 411-425; M. Artola, “La España de Fernando VII”, en R. Menéndez Pidal (dir.), Historia de España, t. XXVI, Madrid, Espasa Calpe, 1968, pág. 331; J. Mercader Riba, José Bonaparte, Rey de España. 1808- 1813. Historia externa del reinado, Madrid, CSIC, 1971; R. Solís, La Guerra de la Independencia Española, Barcelona, Editorial Noguer, 1973; J. A. Escudero, Los orígenes del Consejo de Ministros en España, vols. I y II, Madrid, Editora Nacional, 1979; V. Cadenas y Vicent, Caballeros de la Orden de Santiago. Siglo XVIII, t. IV, Madrid, Ediciones Hidalguía, 1979, pág. 26; J. L. Bermejo Cabrero, Estudios sobre la Administración Central española (siglos XVII y XVIII), Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1982; J. Mercader Riba, José Bonaparte Rey de España. 1808-1813. Estructura del Estado español bonapartista, Madrid, CSIC, 1983; F. Barrios, El Consejo de Estado de la Monarquía española (1521-1812), Madrid, Consejo de Estado, 1984, pág. 428; E. Laguna Sanz, Historia del merino, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1986; P. Moleón Gavilanes, La Arquitectura de Juan de Villanueva. El proceso del proyecto, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, 1988, págs. 217-218; M. Artola, Los afrancesados, Madrid, Alianza Universidad, 1989; P. García Martín, La ganadería mesteña en la España borbónica (1700-1836), Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1992; M. Hernández, A la sombra de la Corona. Poder local y oligarquía urbana (Madrid, 1606- 1808), Madrid, Siglo XXI de España Editores, 1995; P. García Martín y J. M. Sánchez Benito (eds.), Contribución a la historia de la trashumancia en España, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, 1996; A. Ceballos-Escalera y A. Arteaga, La Orden Real de España (1808-1813), Madrid, Ediciones Montalvo, 1997; J. A. Escudero, Los cambios ministeriales a fines del Antiguo Régimen, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1997; C. R. Phillips y W. D. Phillips, Spain’s Golden Fleece. Wool production and the wool trade from the Middle Ages to nineteenth century, Baltimore and London, John Hopkins University Press, 1997; D. Ozanam, Les diplomates espagnols du xviii siècle. Introduction et répertoire biographique (1700-1808), Madrid-Bordeaux, Casa de Velázquez-Maison des Pays Ibèriques, 1998, págs. 367-368; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid Actas, 1998, págs. 690-693; M. Hernández, “Señores trashumantes entre Madrid y Segovia: los Negrete”, en M. A. Melón et al. (coords.), Extremadura y la trashumancia (siglos xvi-xx), Mérida, Editora Regional de Extremadura, 1999; R. Hocquellet, Résistance et révolution durant l’occupation napoléonienne en Espagne, 1808-1812, Paris, La Boutique de l’Histoire Éditions, 2001; L. A. Limpo Píriz, “Proyección americana de la ‘Guerra de las Naranjas’ y Tratado de Badajoz”, en Revista de Estudios Extremeños, (Badajoz) n.º 57, 3 (2001), págs. 937 y 940 (ed. digital en http:// www.dip-badajoz.es/publicaciones/reex/rcex_3_2001/estudios_ 03_rcex_3_2001.pdf); J. López Tabar, Los famosos traidores. Los afrancesados durante la crisis del Antiguo Régimen (1808-1833), Madrid, Biblioteca Nueva, 2001; M. V. López- Cordón Cortezo, “La legación española en Lisboa durante el reinado de Fernando VII”, en Cuadernos de Historia Contemporánea (Madrid, Universidad Complutense), n.º extr. en homenaje al profesor J. U. Martínez Carreras (2003), págs. 114-115; A. Santos Aramburu, La Biblioteca de la Condesa de Campo Alange, conferencia pronunciada en la Biblioteca Histórica Marqués de Valdecilla, III Semana de la Ciencia, Madrid, 2003; F. Olucha Montins, “El Convento de la Purísima Sangre de Cristo y del Glorioso San José de Monjas Capuchinas de la Villa de Castellón”, y A. J. Gascó Sidro, “Los Zurbaranes del Real Convento de Monjas Capuchinas”, en Imatges de la Mística. Patrimoni del Reial Convent de Monges Caputxines de Castelló, Valencia, Generalitat Valenciana, 2004, págs. 34-36 y págs. 114-151, respect.; F. Andújar Castillo, El sonido del dinero. Monarquía, ejército y venalidad en la España del siglo XVIII, Madrid, Marcial Pons Historia, 2004; E. La Parra, Manuel Godoy. La aventura del poder, Barcelona, Fábula Tusquets Editores, 2005; A. P. Vicente, “Portugal en 1808. Otro escenario de la guerra peninsular”, en Revista de Historia Militar (Instituto de Historia y Cultura Militar, Ministerio de Defensa), n.º extr. (2005) (ed. digital http://www.ejercito.mde.es/ihycm/revista/independencia2005/08-pedro-vicente.html); H. O’Donnell y Duque de Estrada, La campaña de Trafalgar. Tres naciones en pugna por el dominio del mar (1805), Madrid, La Esfera de los Libros, 2005, págs. 92, 147 y 559; I. Fernández Sarasola, La Constitución de Bayona (1808), t. I, Madrid, Iustel, Colección las Constituciones Españolas, 2007.

 

Pedro Rodríguez-Ponga y Salamanca

Relación con otros personajes del DBE

Personajes similares