Osorio de Moscoso Guzmán, Vicente Joaquín. Conde de Altamira (XI). Madrid, 17.I.1756 – 26.VIII.1816. Consejero de estado, director del Banco de San Carlos, presidente de la Junta Central.
Fue el hijo primogénito de Ventura Osorio de Moscoso y Fernández de Córdoba, conde de Altamira, y de Concepción de Guzmán Guevara y Fernández de Córdoba, hija de los condes de Oñate, heredando todos los títulos, señoríos y mayorazgos de sus padres. Se casó dos veces. La primera, en 1774, a los dieciocho años de edad, con María Ignacia Álvarez de Toledo, hija de los marqueses de Villafranca, de dieciséis años, con la que tuvo seis hijos; y la segunda, en 1806 con María Magdalena Fernández de Córdoba, hija de los marqueses de la Puebla de los Infantes, de veintiséis años de edad, con la que no tuvo descendencia. Murió en Madrid en 1816 a la edad de sesenta años. Todos los autores han resaltado su baja estatura. Lord Holland dijo de él que era el “hombre más pequeño que había visto nunca en sociedad y más chico que alguno de los enanos que se exhiben pagando”. El retrato, sentado en una silla, que como director del Banco de San Carlos le hizo Goya no logra disimular su baja estatura. En la Corte corría la anécdota de “que el propio Rey bromeaba con él por ser muy pequeño, a lo cual replicaba que en la Corte era así, pero en sus estados él era muy grande”. Según Willian Jacob, “tenía la fisonomía de un babuino y se decía que no tenía mucha más inteligencia que ese remedo de hombre”. Toreno, sin embargo, no cuestiona su inteligencia. Era doctor en Derecho Civil y Canónico por la Universidad de Granada y mostró una clara preocupación por la cultura, asistiendo a la tertulia que se celebraba en casa del conde de Campomanes, donde conoció y trabó amistad con algunos ilustrados, como Cabarrús, Jovellanos o Floridablanca. De gran interés para la historia de la cultura fue su decisión de catalogar la rica biblioteca familiar, tarea que terminó en 1789 su bibliotecario, Pablo Recio. En fin, fue miembro de la Academia de Bellas Artes y colaboró activamente con Cabarrús, con quien se carteaba, en la fundación y dirección del Banco de San Carlos, del que llegó a ser uno de los directores bianuales, cargo que ocupó desde 1783 hasta su muerte.
La endogamia nobiliar y la vinculación de bienes a través del mayorazgo, conjugadas con una afortunada política matrimonial, propiciaron la concentración de títulos, señoríos y mayorazgos en una sola persona. El biografiado es un buen ejemplo de ello. Desde su fundación, en la época de Juan II, hasta el siglo xvii la casa de Altamira sufrió pocas modificaciones. En 1600, Gaspar de Moscoso Osorio y Benavides se casó con Antonia de Mendoza y Portocarrero, marquesa de Almazán y condesa de Monteagudo, uniendo los tres títulos. Su hijo, Lope, obtuvo en 1614 el título de Grande de España y amplió su patrimonio, al casarse con la marquesa de Poza, Juana de Córdoba y Rojas. Fue, sin embargo, en el siglo xviii cuando la casa de Altamira se convirtió en una de las más poderosas, al concentrar sus titulares numerosas posesiones señoriales: los estados de Astorga y Velada y otros títulos unidos a ellos (marqués de Villamanrique, Ayamonte, San Román, conde de Trastámara, Villalobos, Santa Marta, Saltés, Nieva, duque de Atrisco, etc.) tras el matrimonio en 1707 entre Antonio Gaspar Osorio de Moscoso y Guzmán y Ana Nicolasa de Guzmán y Córdoba; los bienes del marqués de Leganés, al morir éste en 1711 sin sucesión, entre los cuales estaban los títulos y mayorazgos del conde-duque de Olivares (ducado de Medina de las Torres, de Sanlúcar la Mayor, marquesados de Toral, Morata de la Vega, Mairena, Arzacóllar, etc); los ducados de Soma, Sessa, Baena, Terranova, el condado de Cabra y los principados de Aracena, Maratea, Jaffa y Venosa, entre otros, se incorporaron al casarse en 1731 Ventura Osorio de Moscoso, abuelo de Joaquín Vicente, y Ventura Fernández de Córdoba Folch de Cardona. Al morir sin herederos Antonio Ponce de León Spínola Lancaster, en 1780, Vicente Joaquín heredó la casa de Maqueda. Él mismo, en fin, contribuyó a aumentar la grandeza de su casa, al casar a su hijo, Vicente Isabel, en 1789 con Carmen Ponce de León y Carvajal, hija del duque de Montemar, pues su nieto, Vicente Pío, heredó también los bienes de su madre.
Fue uno de los hombres más poderosos y ricos de su época. Según una encuesta realizada en 1808 sobre las rentas de los nobles residentes en Madrid sólo quince familias percibían más de 1.400.000 reales al año, entre ellas el conde de Altamira. Antes de la Guerra de la Independencia se esforzó por gestionar bien su hacienda. En la década de 1770 solicitó licencia real para devolver los “principales” de los censos que pesaban sobre los estados de Astorga y Baena, pagando a los acreedores con vales reales, una buena operación que se llevó a cabo en 1801. Pero el saneamiento de su hacienda se vio entorpecido por dos hechos: por la construcción de un enorme y costoso palacio, emprendida en 1771 bajo la dirección de Ventura Rodríguez, en el solar donde antes había estado el del marqués de Leganés, entre las calles de San Bernardo, Flor Alta, la Cueva y la Justa, en el que invirtió enormes sumas de dinero aunque no llegara a terminarlo; pero sobre todo, según su testamento, por “los grandes dispendios y gastos ocurridos por causa de las guerras y el consiguiente menoscabo de las rentas”. Por ello, al morir su hacienda estaba casi en quiebra. Las deudas ascendían a 44.000.000 de reales, mientras que todos sus bienes, tanto los libres como los vinculados, fueron tasados en 70.483.370 reales. Por sus mayorazgos también poseía bastantes cargos y oficios, que a menudo eran ejercidos por tenientes: alférez de Madrid, alférez mayor del pendón de la divisa, adelantado mayor del Reino de Granada, aguacil mayor perpetuo del Tribunal de la Inquisición de Sevilla, aguacil mayor del Tribunal y Casa de la Contratación, canciller mayor perpetuo de la Audiencia de Indias, alcalde perpetuo del Palacio Real y sitio del Buen Retiro, etc. Además, era caballero de la Orden del Toisón de Oro, Gran Cruz de la Orden de Carlos III, gentilhombre de la Cámara del Rey y su caballerizo mayor y miembro del Consejo de Estado.
Jugó un importante papel durante la Guerra de la Independencia. Por desgracia, no se han conservado ni escritos, ni discursos suyos, de modo que sus ideas políticas hay que deducirlas de sus actuaciones. Como miembro del Consejo de Estado fue el encargado de devolver a los franceses la espada de Francisco I. Pero poco después se negó a participar en la asamblea de Bayona, siendo el único Grande de España, de los diez asignados, que tomó esa decisión. Tampoco aceptó el nombramiento de José I como rey de España, como alférez de Madrid debía de portar el pendón real e izarlo en la ceremonia de la proclamación, pero optó por huir de Madrid para no hacerlo. No participó en los sucesos del 2 de mayo, pero sí lo hicieron sus criados, quienes, dirigidos por su mayordomo, intentaron frenar el avance francés en la calle de Alcalá. La sublevación popular provocó el establecimiento de Juntas Provinciales, una revolucionaria forma de ejercer el poder. Para coordinar la acción de éstas y detentar al mismo tiempo la soberanía se decidió crear la Junta Central Suprema y Gubernativa, que se constituyó en Aranjuez el 25 de septiembre de 1808, una fórmula de gobierno también novedosa, aunque estuviera integrada sobre todo por nobles y eclesiásticos. En Madrid el pueblo no llegó a organizarse, pero a pesar de ello la villa estuvo representada en la Junta Central. Al frente de ella se nombró a Floridablanca, sucediéndole a su muerte durante seis meses el conde de Altamira, procurador por Madrid. Los fines de ésta eran claros: expeler a los franceses y restaurar en el trono a Fernando VII, pero también establecer bases sólidas y permanentes de un buen gobierno, pues siempre estuvo animada de un espíritu de reforma. Fue un patriota convencido y un fiel servidor de la Junta Suprema. Aunque es imposible dividir a los miembros de la Junta en partidos, parece claro que no se alineó con los más conservadores, como Palafox o Montijo, que llegaron a conspirar contra ella. El “digno y respetable conde de Altamira”, como le describió Jovellanos, igual que otros miembros de la Junta Central, tuvo problemas tras la desaparición de ésta, siendo acusado de malversación de fondos públicos. Al trasladarse la Junta desde Sevilla, donde se había asentado tras la toma de Madrid por los franceses, a la Isla de León, tanto él como el presidente fueron apresados y encarcelados. Condenado a muerte por Napoleón, se vio retirado y desterrado de la Corte por Fernando VII.
Bibl.: M. Artola, “La España de Fernando VII”, en J. M. Jover Zamora, Historia de España fundada por Ramón Menéndez Pidal, vol. XXVI, Madrid, Espasa Calpe, 1968; G. H. Lovett, La guerra de Independencia y el nacimiento de la España Contemporánea, Barcelona, Península, 1975; M. Artola, Antiguo Régimen y revolución liberal, Barcelona, Ariel, 1983; G. de Andrés, “La dispersión de la valiosa colección bibliográfica y documental de la Casa de Altamira”, en Hispania, t. XLVI, n.º 164 (1986) págs. 587-635; G. M. de Jovellanos, Memoria en defensa de la Junta Central, est. prelim. y notas de J. M. Caso González, Oviedo, Junta General del Principado de Asturias, 1992, 2 vols.; S. Martínez Hernández, El marqués de Velada y la Corte en los reinados de Felipe II y Felipe III. Nobleza cortesana y cultura política en la España del Siglo de Oro, Valladolid, Consejería de Cultura y Turismo, 2004; R. Fraser, La maldita Guerra de España. Historia social de la Guerra de la Independencia 1808-1814, Barcelona, Crítica, 2006.
Adriano Gutiérrez Alonso