Borbón y Farnesio, Luis Antonio Jaime de. Conde Chinchón (XIII). Madrid, 25.VII.1727 – Arenas de San Pedro (Ávila), 7.VIII.1785. Infante de España, arzobispo, cardenal y mecenas.
El infante Luis de Borbón y Farnesio era hijo del rey de España Felipe V y de la reina Isabel de Farnesio, segunda esposa del Monarca. Nació el día 25 de julio de 1727. Al poco de nacer fue bautizado, imponiéndosele los nombres de Luis, Antonio y Jaime. Murió en Arenas de San Pedro (Ávila) el día 7 de agosto de 1785.
Era el quinto hijo de los Reyes. Su padre no ejerció una influencia muy determinante sobre él. Su madre sí que lo hizo por su carácter dominador. El amor a sus hijos se tornó en verdadera ambición para conseguir lo mejor para ellos, tarea que se veía dificultada por la existencia de sus hijastros Luis y Fernando, sobre todo en heredar el trono. Don Luis siempre se vio respaldado por su madre, entregándose a su voluntad que ejerció un poder amplio sobre él.
El infante Luis vivió en una época histórica llena de cambios. En España había cambiado la dinastía real y los Borbones quisieron dar nuevos aires al país basándose en una política más acorde con los tiempos.
Aparentemente se acercaron más al pueblo mejorando su marco de vida, organización y economía. Se consideraba lo que venía de fuera y se abrían puertas al exterior. Sobre todo la economía se valoraba mucho, adquiriendo un papel primordial.
La vida del infante Luis se vio determinada por nacer en lecho real, carga que soportó siempre dignamente, siguiendo unos caminos marcados por protocolos, razones de Estado, conveniencias políticas y demás determinismos a que se vio sometido.
Desde niño tuvo que amoldarse a las formas de vida que correspondían a un infante de España, no pudiendo disfrutar de una niñez libre. De adulto tampoco pudo salir del marco impuesto por las normativas que generaba su rango, aunque su carácter de infante le proporcionó muchos favores. Tuvo que servir a los intereses de Estado por conveniencias políticas; tal es el caso del cardenalato y del cargo de arzobispo de Sevilla y Toledo que se le otorgaron.
Aparte de los manejos y ambiciones de su madre en estas dos cuestiones, buscando lo mejor para sus hijos, se ven en ellos las maniobras políticas para volver a formalizar las relaciones diplomáticas entre España y la Santa Sede que estaban rotas desde la Guerra de Sucesión a la Corona española, debido a que el Vaticano había tomado partido por el archiduque Carlos. Don Luis fue el personaje idóneo para cerrar la brecha política que había entre los dos Estados. Desempeñó su servicio al Estado como heredero de la Corona, llegando en esta situación al momento más firme a partir de la muerte de Fernando VI, hasta la llegada al trono de Carlos III.
Pero, tal vez, el servicio más relevante fue el aceptar la política matrimonial que le impusieron a fin de no originar problemas sucesorios.
Al contemplar cualquiera de los retratos de don Luis, llama la atención su mirada franca que parece mostrar un alma veraz a través de los ojos grandes que tenía. Su rostro, mezcla de rasgos borbónicos y farnesios, era de semblante agradable, aunque algo frío. De complexión débil en su juventud, adquirió con la madurez más corpulencia. Se daba un aire a su hermano Carlos III. Era elegante y distinguido, con el porte natural de un infante. Lo más relevante de su carácter era la bondad. Apacible y manso, soportó siempre con resignación las vicisitudes de la vida, como demostró en su etapa postrera con su enfermedad y el comportamiento de su esposa. Fue honrado, eso lo prueba su renuncia a los arzobispados de Sevilla y Toledo y al capelo cardenalicio por falta de vocación, aunque era un ferviente cristiano lleno de sentimientos religiosos adquiridos en su formación juvenil, muy acentuada en lo tocante a lo espiritual, pero poco esmerada en lo cultural. Él se preocupó más por el arte que por otras cosas; tocaba el violín, por ejemplo. Fue, en realidad, un producto propio de la corte. Aficionado a muchas cosas, tuvo posibilidad de fomentar y satisfacer esas aficiones.
Después de la renuncia al cardenalato y a los arzobispados de Sevilla y Toledo en 1754, se quedó en la corte como un miembro más de la Familia Real, sin un papel que cumplir. Siempre muy cerca de su madre que seguía ejerciendo sobre él una protección que se tornaba en un dominio casi total. Se vio obligado a estar de acompañante de su hermano Fernando VI en la penosa enfermedad que precedió a su muerte, trastornado por la demencia, en el palacio de Villaviciosa de Odón (Madrid).
Al renunciar a sus cargos religiosos vio mermada su economía, por lo que necesitó de otras fuentes de ingresos que fueron las encomiendas de las Órdenes militares y luego el señorío de Boadilla, el condado de Chinchón, etc., hasta llegar a atesorar una fortuna importante que le permitió una vida armónica al desarrollar sus gustos artísticos hasta llegar a ser un buen conocedor del arte, cosa que motivó una de las facetas más significativas del infante como mecenas y coleccionista de arte. Llegó a formar una colección propia de un rey.
Su deseo de contraer matrimonio se convirtió en un problema de Estado, puesto que no se le permitía hacerlo porque sus hijos podrían ocasionar problemas sucesorios en la Corona, debido a que la Ley Sálica establecía que el príncipe heredero de la Corona necesariamente tenía que haber nacido en los territorios españoles y los hijos de su hermano Carlos III, habían nacido en Nápoles. Lógicamente, Carlos III —aunque quería mucho a su hermano— siempre se opuso a la boda de Luis, que demostró obediencia y acato a las decisiones reales, aunque nunca renunció a casarse. Ante esta situación se trató el asunto en profundidad, decidiéndose al final que Luis podía casarse pero renunciando a una serie de prerrogativas.
Carlos III concedió permiso de casamiento a Luis el 24 de abril de 1756. Se eligió como esposa a María Teresa Vallabriga y Rozas, sobrina del marqués de San Leonardo, aunque persona desigual. Se celebró el matrimonio morganático en Olías (Toledo), el 27 de junio de 1776.
Tuvieron cuatro hijos: Luis María, Antonio María —que murió a corta edad—, María Teresa y María Luisa. El mayor terminó siendo arzobispo de Toledo y Sevilla; María Teresa, que recibió el título de condesa de Chinchón, casó con Godoy, y María Luisa casó con el duque de San Fernando. Dos cuestiones importantes influyeron en el matrimonio de don Luis, una fue la diferencia de edad, ella era mucho más joven; la otra, la disparidad de caracteres: el infante sabía mejor sosegarse; María Teresa, altanera y soberbia, no supo aguantar a su marido, pasando incluso la línea que marca el honor conyugal, cuestión que aumentó la animadversión de Carlos III, su cuñado, que nunca perdonó tal comportamiento infiel.
El matrimonio tuvo dos etapas, una primera hasta que empezó la enfermedad de Luis, en que las cosas marcharon bien; y otra segunda, a partir de la enfermedad del infante, en que todo fue a peor.
Luis, al contraer matrimonio, se vio obligado a residir fuera de los diferentes sitios de la corte. Por lo tanto, debió buscar un nuevo lugar donde asentar a su familia. Primero residieron en Cadalso, después en Velada (Toledo), y, por último, en Arenas de San Pedro (Ávila). Allí construyó un palacio en la zona llamada de la Mosquera. Hicieron los proyectos de construcción y levantaron planos los arquitectos Domingo e Ignacio Thomas. La obra fue realizada por ellos mismos y Mateo Guill, muy considerados en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. El estilo artístico del palacio encaja dentro de las formas que hacía Ventura Rodríguez —que había hecho para don Luis el palacio de Boadilla del Monte, cerca de Madrid— en su etapa neoclásica. El palacio de Arenas no se terminó; tiene construida la parte central y su mitad este.
El palacio de Arenas fue la posesión más considerada por don Luis, en él vivió con su familia, sufrió y murió. En él también fue donde desarrolló mejor sus actividades económicas y artísticas, disfrutó de la naturaleza y de su afán coleccionista. El infante fue una de las personas de su tiempo que más se preocupó por las nuevas formas de agricultura y ganadería a través de experimentaciones en la mejora de los cultivos y de las razas de animales. También experimentó en sus posesiones de Arenas explotaciones agropecuarias mixtas con una organización más moderna y programada.
Pero en lo que más brilló el palacio de Arenas fue en lo cultural. En él formó una pequeña corte artística, refinada y fructífera. En ella estuvieron músicos como Boccherini, los Font, Landini, y pintores como Goya.
Reunió entre sus pertenencias de Arenas y Boadilla una magnífica pinacoteca, una biblioteca excepcional, un gabinete de ciencias naturales único, un monetario valioso y más curiosidades. Es, en este campo de la belleza, donde se ve al verdadero don Luis, señor culto, refinado y vanguardista.
Murió el 7 de agosto de 1785, al amanecer. Se hizo el entierro el día 11, depositándose el cadáver, por orden del Rey, en la iglesia del convento de San Pedro de Alcántara, de los franciscanos de Arenas. Allí permaneció hasta el año 1800, en que se trasladó al Panteón de Infantes del Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, por orden de Carlos IV.
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Francisco Vázquez García