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Joaquín José Melgarejo-Saurín y Ruiz Dávalos

Biografía

Melgarejo-Saurín y Ruiz Dávalos, Joaquín José. Duque de San Fernando de Quiroga (I). Cox (Alicante), 23.I.1780 – Madrid, 26.IV.1835. Militar, político y ministro.

Nacido de padre madrileño y madre murciana en un hogar de la nobleza inferior, su afincamiento en la corte le condujo a ganarse la entera confianza del desconfiado príncipe de Asturias, del que sería mayordomo de semana.

Tomó parte en los sucesos acaecidos en la capital del reino el 2 de mayo de 1808, pero al producirse la sangrienta represión de las tropas de Murat se trasladó con su familia a Cox, señorío de la familia Saurín. Pocos días después de su llegada a tierras de Levante, se alistó como voluntario en uno de los escuadrones de la Maestranza de Caballería de Valencia, quedando destinado como ayudante de campo del general Pedro González Llamas, en campaña por el sector navarro de Tudela.

En julio de 1808 ascendió a capitán de milicias provinciales y en octubre a comandante, pasando destinado al ejército del Centro como jefe de un escuadrón de cazadores francos. Con este empleo se incorporó al ejército de la Izquierda como ayudante del mariscal de campo Martín de la Carrera. Tomó parte en el sitio de Ciudad Rodrigo durante la primavera de 1810, trasladándose seguidamente a Lisboa, donde permaneció acantonado hasta enero de 1811, en que fue ascendido a teniente coronel, quedando de guarnición en el sitio a Badajoz. En su nuevo destino tomó parte en los combates librados durante la primera semana de febrero por las inmediaciones del puente de Évora.

La batalla de La Albuera, librada el 16 de mayo de aquel año, le valió el título de Benemérito de la Patria por su brillante actuación como oficial del Estado Mayor del general Pedro Agustín Girón. Formando parte del Estado Mayor del general Castaños, intervino en enero de 1812 en el asalto a la plaza de Ciudad Rodrigo, acción por la que obtuvo el empleo de coronel. Continuó operando por tierras de Portugal, Galicia y León, participando de manera destacada en la reconquista de Astorga.

En calidad de miembro del Estado Mayor de su ejército recibió la comisión de trasladarse a Madrid para informar sobre las últimas operaciones militares; seguidamente se entrevistó con lord Wellington para precisar el plan de campaña a seguir conjuntamente por las tropas aliadas. Durante su estancia en la corte estuvo encargado del examen y organización de las secretarías y despachos de Estado y Guerra. Restituido al ejército, intervino en la toma del castillo de Burgos, continuando en persecución de tropas francesas hasta la salida de éstas del territorio nacional.

En octubre de 1814 el coronel Melgarejo ascendió a brigadier, quedando afecto al ejército de Castilla la Nueva. Al depender del sorprendente y enigmático carácter de Fernando VII la elección y lealtad a un muy corto número de personas integérrimas y de probadas cualidades éticas, no es de extrañar la afección indeficiente que manifestase, una vez vuelto del destierro, hacia su compañero y servidor de la mocedad, designándolo presidente del Consejo de las Órdenes Militares y propiciando su casamiento con su propia prima María Luisa de Borbón y Villabriga, hija del infante don Luis, uno de los hijos de Felipe V, dama de gran discreción y elegancia, con la que formó un hogar —sin descendencia— universalmente elogiado, en el seno de un estamento aristocrático muy deturpado en la crisis del Antiguo Régimen.

Intitulado I duque de San Fernando de Quiroga y Grande de España el 13 de noviembre de 1815, al año siguiente obtuvo el hábito de caballero de la Orden de Calatrava.

Desde que a finales de noviembre de 1817 se incorporó al Consejo de Estado, fue uno de sus miembros más asiduos y entregados a su labor, según reconociera alguien no alineado en sus posiciones y proclive a la crítica vitriólica como el gran memorialista y colega algún tiempo en dicho organismo, José García de León y Pizarro: “Instruido verdaderamente, aunque en un círculo limitado, hablaba más al caso; pero muy ocupado de sí mismo, entretenido en oírse y en emplear los modismos y palabras anticuadas [...]” (García de León y Pizarro, 1998: 250). Singularmente meticulosa fue en esta etapa su Memoria respecto a la célebre reforma de la Hacienda propuesta por el ministro del ramo, el aragonés Martín de Garay — profesionalmente muy elogiado en su pluma—, favorable en parte a ella, pero con una nítida defensa de la sociedad estamental, según era de rigor en un presidente del Consejo de las Órdenes Militares: “El Clero y la Nobleza son las clases más obligadas por su propio interés a hacer los mayores sacrificios por el Estado, pues que su suerte, su existencia política y su representación están íntimamente ligadas, o por mejor decir, identificadas con las del Trono. Son como los primeros eslabones que forman la gran cadena de la sociedad en una monarquía, a cuya cabeza está el Rey, o el Soberano que la gobierna [...] por eso, Señor, las clases privilegiadas, estas clases intermedias entre el Rey y el pueblo, si bien deben celarse sobre ellas para que no abusen de su poder (lo que no es de temer en el día) [...] ser al mismo tiempo el apoyo y sostén del trono para con el pueblo, y el escudo de éste para protegerle y ampararle con justicia” (Suárez, 1967, IV, II: 193 y 200).

Como consecuencia de la crisis suscitada en el Ministerio de Estado por la debatida cuestión de la soberanía sobre la cesión de las Floridas a los impetuosos Estados Unidos —impacientes por la ratificación por Madrid del Tratado Adam-Onís de 22 de febrero de 1819— sería el último titular de dicha cartera del Sexenio absolutista, a la que, como correspondía la tradición, le estaba asignado la dirección general de los asuntos públicos, misión ahora enfatizada por la doble circunstancia de la simpatía personal del Monarca hacia su responsable y por la dramática coyuntura del país, abocado a una crisis general. Varios testimonios e indicios señalan que desde el inicio de su gestión (12 de septiembre de 1819) el político alicantino se propuso, consciente de la gravedad de la situación, arquitrabar un amplio programa de reformas inserto en el surco del despotismo ilustrado, sistema por el se inclinaban sus gustos y preferencias. Aunque de manera un tanto reluctante le dejó libertad de movimientos para ello, pero antes de que pudieran materializarse sobrevinieron los acontecimientos que pondrían fin al primer período absolutista del reinado como resultado de la sublevación del cuerpo expedicionario con destino a Ultramar para descepar los principales brotes independentistas surgidos en el Nuevo Continente. Ante el levantamiento de Riego, percatado del desfondamiento del régimen, no dudó en aconsejar al Monarca la aceptación del retorno del constitucionalismo, postura que nunca olvidaron los sectores más integristas del realismo, desconcertados por el permanente afecto que invariablemente le mostrase Fernando VII. En la esfera más estricta de su competencia ministerial, en el enconado pleito con Norteamérica, secundó la táctica estérilmente dilatoria adoptada por el Soberano, pretendiendo infructuosamente de su parte involucrar a Gran Bretaña a la posición española.

Fue ministro plenipotenciario en la corte de Sajonia y en 1820, cesó en todas sus responsabilidades; incluso quedó suspendido su nombramiento como embajador en Viena sin haber tomado posesión.

Exiliado en todo el período del trienio liberal, regresó a España para ser el primer firmante de la Exposición de la Grandeza de España dirigida al duque de Angulema (27 de mayo de 1823). De Madrid marcharía a Andalucía para recibir a Fernando VII en Sevilla en octubre de 1823, hiriéndose de gravedad en Carmona cuando marchaba a su encuentro.

A lo largo de la “década ominosa” no desmintió su moderación, desplegando en el Consejo de Estado —organismo ahora especialmente activo— una intensa labor en pro de los talantes más consensuales y conciliadores, con gran inquina de los carlistas más destacados. Mariscal de campo en 1832, consejero de María Cristina en el mismo año, no llegó a jurar su condición de prócer del reino (1834).

Fue un destacado tratadista militar. Por orden del general Pedro Agustín Girón, redactó el Reglamento provisional para el uso y manejo de armas de la caballería española, primera obra de la especialidad, y firmó una elogiada disertación sobre el origen y utilidad de la Caballería en la guerra y un tratado sobre enseñanza militar.

Director de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Soria, protector de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, del Museo de Ciencias y del colegio y estudio de Medicina, obtuvo la Orden Carlos III en 1817, poseyó el Toisón de Oro y otras Grandes Cruces y condecoraciones de la época. Fue gentilhombre de cámara de Su Majestad y maestrante de Valencia y Zaragoza.

 

Fuentes y bibl.: Archivo General Militar, Exp. personal, leg. 1, n.º 2571; Archivo Histórico Nacional, Órdenes Militares, Calatrava, exp. n.º 12581.

J. L. Comellas García-Llera, Los realistas en el Trienio Constitucional (1820-1823), Pamplona, Eunsa, 1958; M.ª C. Pintos Vieites, La política de Fernando VII entre 1814 y 1820, Pamplona, Eunsa, 1958; F. Suárez (est. prelim. y notas), Documentos del reinado de Fernando VII. IV. Martín de Garay y la reforma de la Hacienda (1817), Pamplona, Universidad de Navarra, Seminario de Historia Moderna-Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1967; J. Fontana, La quiebra de la monarquía absoluta. 1814-1820, Barcelona, Editorial Ariel, 1969; Seminario de Historia Moderna, Documentos del reinado de Fernando VII. VII. El Consejo de Estado (1792-1834), Pamplona, Eunsa, 1971; E. Sánchez- Fabres Mirat, Situación histórica de las Floridas en la segunda mitad del siglo XVIII (1783-1819), Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores, 1977; P. A. Girón, marqués de las Amarillas, Recuerdos (1778-1837), Pamplona, Eunsa, t. II, 1979, y t. III, 1981; B. E. Buldain Jaca, Régimen político y preparación de Cortes en 1820, Madrid, Congreso de los Diputados, 1988; J. García de León y Pizarro, Memorias, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 1998; J. M. Cuenca Toribio y S. Miranda García, El poder y sus hombres. ¿Por quiénes hemos sido gobernados los españoles? (1705-1998), Madrid, Editorial Actas, 1998, págs. 658-661; A. Ceballos-Escalera y Gila (dir.), La Insigne Orden del Toisón de Oro, Madrid, Palafox & Pezuela, 2000, pág. 504; R. Sánchez Mantero, Fernando VII, Madrid, Arlanza Ediciones, 2001; C. Parrilla Alcaide y M. Parrilla Nieto, Linajes y blasones del Campo de Montiel: estudio heráldico de los escudos y genealogía de sus titulares, Ciudad Real, Diputación Provincial, 2003; J. M. Cuenca Toribio, Ocho claves de la historia española contemporánea, Madrid, Ediciones Encuentro, 2003.

 

José Manuel Cuenca Toribio

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