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Jaime José Cayetano Alfonso

Biografía

Cayetano Alfonso, Jaime José. Jaime el Barbudo (el Barbut). Crevillente (Alicante), 26.X.1783 – Murcia, 5.V.1824. Bandolero y guerrillero.

Hijo de padres campesinos, como lo acredita su partida de bautismo existente en la parroquia de Nuestra Señora de Crevillente. Al parecer, un clérigo le enseñó las primeras letras. De carácter silencioso y poco comunicativo, pasaba las horas leyendo mientras cuidaba las ovejas de la familia.

El lunes, 1 de agosto de 1803, casó con María Antonia García Asensio, también natural de Crevillente.

Desde entonces trabajó como jornalero y guarda de unas viñas en el pueblo de Carral. Cierto día sorprendió a un merodeador que le atacó navaja en mano, pero Jaime consiguió arrebatársela y darle muerte.

Aconsejado por sus familiares, huyó a la Sierra de Santomera. Tenía veintitrés años. No tardó en formar parte de la cuadrilla de Los Mogicas, tres feroces hermanos, hasta que, harto de sus crueldades —acabó matando a dos de ellos—, se hizo con el mando, iniciando así una larga serie de delitos por pueblos y serranías de los alrededores (1808).

Al producirse la invasión francesa, se convirtió en una curiosa mezcla de salteador de caminos y guerrillero, no tardando —buen conocedor del terreno y del arte de guerrear— en erigirse como jefe de una partida que llegó a contar con más de cien hombres, siendo su nombre pronunciado con admiración y entusiasmo por tierras murcianas.

Libre ya su tierra de franceses, se retiró a Crevillente con su esposa y su hija, y el lunes 28 de julio de 1813 el general Francisco Javier Elio, suprema autoridad de la región, dispuso el sobreseimiento del homicidio de Carral.

En unión de su hermano José Juan, se dedicó al cultivo de unas huertas y a apacentar un hato de cabras.

Unas imprudentes palabras del hacendado del cual era colono, le ofendieron y, en unión de su hermano y algunos antiguos miembros de su banda, volvió al bandidaje, asaltando a cuantos mercaderes y viajeros sorprendieron por los caminos, mientras que soldados y escopeteros le buscaron sin resultados. En Orihuela, habiendo sabido que el administrador de cierto hacendado guardaba una gran cantidad de dinero, irrumpió en su casa y se llevó seis mil duros en oro; eso sí, le extendió un recibo, tal vez como una broma o, quizá, para salvar la honorabilidad del cuitado.

A despecho de sus perseguidores, la cuadrilla poseía escondrijos en las sierras de Callosa, de la Murada, Albatera, la Solana y de la Pila — en esta última, próxima a Abarán (Murcia), solía refugiarse en cierta cueva en la que recientemente se hallaron pinturas de color rojo representando esquemas humanos y dientes de sierra, del Neolítico Medio y del Eneolítico—.

Cada vez se manifestaba más audaz y crecían sus delitos, basando sus éxitos en la astucia, valor y sangre fría, teniendo, además organizado un buen espionaje que le indicaba los robos más provechosos y dificultaba las persecuciones. En una ocasión tendió una emboscada a dos patrullas de soldados, en la Sierra de la Peña, causándoles varias bajas y poniéndoles en fuga. Tal fue su osadía, que llegó a raptar a la hija del alcalde de Crevillente para canjearla por tres de sus hombres en prisión, e impuso a viajeros y comerciantes la contribución de un duro mensual por dejarles viajar sin problemas por “sus caminos”. Las protestas de los perjudicados llegaron al general Elio. Se ofrecieron tres mil duros por su captura, vivo o muerto, y el indulto si lo entregaba un delincuente. Por vez primera en su vida adoptó entonces ciertas precauciones, viajó disfrazado y redujo el número e importancia de sus acciones.

Tras los sucesos de 1820, el Barbudo se convirtió en defensor de los derechos de Fernando VII, pasando a ser —con las bendiciones del párroco de Crevillente— un feroz guerrillero realista, todo ello sin abandonar su carrera delictiva. Destrozó, en cuantos pueblos ocupó, las lápidas alusivas a la Constitución. De entre sus golpes merece citarse el audaz robo al capitán del Regimiento de Almansa, José Enríquez, de veinte mil reales, pese a la resistencia de éste y de la escolta.

Tras la entrada de las tropas francesas, en abril de 1823, el brigadier Luis Adriani —de triste recuerdo entre los valencianos— le prometió el indulto, aprobado por Fernando VII, y que recibió en Jumilla, tras ciertas formalidades de rigor. En Murcia se le nombró sargento primero y fue puesto al frente de un grupo de “Soldados de la Fe”, con lo que acabó prestandoservicios de seguridad y protección rural en los mismos lugares de sus antiguas fechorías.

A principios de 1824 fue llamado a la Casa Consistorial de Murcia supuestamente para recibir ciertas instrucciones, pero —por orden del general Montes, intendente de Murcia— se le detiene y se le instruye un rápido proceso que concluyó con su condena en la horca. Tardíamente se dio cuenta el Barbudo de que su muerte interesaba a cuantos de él se habían servido.

Al amanecer del día señalado, lunes, fue llevado al patíbulo —situado en la plaza del Mercado, hoy de Santo Domingo—, sufriendo el suplicio con entereza. De su cadáver se hicieron los habituales “cuartos”, que tras ser fritos en aceite se expusieron en Crevillente, Jumilla, Elche y en caminos de las serranías. Durante algún tiempo circuló el absurdo rumor de que aquellos despojos pertenecían a otro reo y que él se había salvado.

Prototipo del “bandido generoso”, su vida fue tema de varias novelas. Su hermano José y algunos de sus antiguos seguidores rechazando el indulto, trataron de volver al bandidaje; sin embargo, no tardaron en sufrir la misma suerte el 22 de diciembre de 1824, miércoles.

 

Fuentes y bibl.: Archivo del Ayuntamiento de Murcia, Actas Capitulares del Año 1824, t. II, informaciones aportadas por: Agustí Bach i Galí (Barcelona), periodista-investigador; Carlos Fernández-Vicario Valcarce (Valladolid); Biblioteca Pública Municipal Eric Valer (Crevillente, Alicante); Dirección General de la Guardia Civil (Madrid). Servicio de Estudios Históricos; Biblioteca Municipal de Murcia.

F. Hernández Girbal, “Riesgos y Aventuras de Jaime el Barbudo”, en Historia y Vida (Barcelona), n.º 135 (junio de 1979); L. Condesa Cánovas, El bandolero Jaime Alfonso, simplemente, “el Barbudo”, Murcia, Ediciones Mediterráneo, 1982; D. Soto, “Descubren importantes pinturas rupestres de estilo esquemático en la Sierra de la Pila”, en La Verdad (Albacete), 15 de febrero de 2006.

 

Fernando Gómez del Val